tag:blogger.com,1999:blog-42159693431189004952024-03-12T21:50:56.848-07:00De un tiempo de pulgas y esperanzaUn buen día, en la web del Guijo que sacó a la luz mi amigo Jairo, escribí cuatro breves artículos ambientados en la Extremadura rural de los 70 y los 80, bajo el título de "Memorias de tarma y corral". Animado por algunas personas, me presto aquí a hacer entrega de nuevos garabatos literarios, que irán cayendo en la medida que sus majestades, la inspiración y la pereza, me dejen dar a luz nuevos relatos de un tiempo tan bello como hostil, de un tiempo, en fin, de pulgas y esperanza.Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.comBlogger65125tag:blogger.com,1999:blog-4215969343118900495.post-80434807362328514702023-03-25T16:37:00.008-07:002023-04-08T08:16:15.746-07:00Entrañable asimetría<p></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjhSJHW-SPSFSCxDq3T6DwjXz1K_pnZUIj6OISSxP-bSiFb_mqHEpFfrk6Fa15Vvxa1A-KSlKpb9r1xrEaPUC5mtcb_JNJTse8C5ExpkI0LABu7GDqnVrJxr2WsslTt2drfXJhCfXKufSEbaGk4zBfiAD9Q1POypAD35FPge3KmPBAVSRwr6I1tDtZ6nA/s680/entra%C3%B1able%20asimetr%C3%ADa.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="623" data-original-width="680" height="324" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjhSJHW-SPSFSCxDq3T6DwjXz1K_pnZUIj6OISSxP-bSiFb_mqHEpFfrk6Fa15Vvxa1A-KSlKpb9r1xrEaPUC5mtcb_JNJTse8C5ExpkI0LABu7GDqnVrJxr2WsslTt2drfXJhCfXKufSEbaGk4zBfiAD9Q1POypAD35FPge3KmPBAVSRwr6I1tDtZ6nA/w354-h324/entra%C3%B1able%20asimetr%C3%ADa.jpg" width="354" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><div class="separator" style="clear: both;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Aquellas casas antiguas eran de nuestros abuelos, de padrinos, tíos, vecinos… o incluso, sí, también nuestras propias casas, las casas de nuestros padres heredadas de generaciones anteriores, donde llegamos a nacer y a vivir, y que fueron, sobre todo, el marco habitual de nuestras vidas frágiles y aguerridas a un tiempo. Estaban conformadas por una arquitectura hermosa y arbitraria, con parras y poyos que nos recibían a la entrada, donde había una “alpendá” (portalillo) que servía de sombra en los soles ardientes del verano, o de refugio en las lluvias repentinas. </div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Las construcciones de las viviendas pertenecían a un mundo mágico y anárquico, en consonancia con las propias calles de la época, alejadas de la escuadra y el cartabón de la estricta simetría que pasó a dominarlo todo años después. Por contra, en aquel tiempo, conocimos un bello desafío a la lógica, que podíamos encontrar en cualquier parte: chimeneas en los tejados (distintas en forma y tamaño) como discretas centinelas de las calles…; un pajar sostenido por puntales sinuosos, o unas escaleras de granito sin pasamanos, inspiradas, quizá, en el campanario de la iglesia. </div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Aquellas paredes gruesas de las casas, eran un fortín que custodiaba los afectos alojados en su interior, a la par que entraba el frío por las “talleras” (rendijas) de puertas y ventanas, muchas de ellas sin marco, acopladas directamente a las jambas de granito, en un claro desafío a la moderna eficiencia energética tan en boga en nuestros días. Al igual que las cortinas en las estancias, que abundaban como un recurso económico frente a las puertas de interior, facilitando un insospechado aire acondicionado natural.</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Las casas de los abuelos eran frías, pero guardaban un calor humano que compensaba el déficit térmico... Caía la noche, y llegábamos corriendo desde el extremo opuesto del pueblo; quitábamos la tranca y aparecían los rostros sonrientes, curtidos, desdentados, cargados de un amor impropio de este tiempo. De repente, abrazos y besos cotidianos lo inundaban todo, y la felicidad parecía estar servida. </div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Había, con frecuencia, un corral incorporado a la casa, y una perra color canela llamada "Caneli" (para qué andar con más complicaciones), que nos recibía a la puerta, moviendo el rabo, a la espera de algún “cohcúrru” de pan que llevábamos oculto y lanzábamos al aire, a sabiendas de que la Caneli lo atraparía al vuelo en un salto circense.</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Los pozos gozaban de un papel inestimable en los serenos de la entrada, o incluso en el interior de casas y corrales; a veces compartidos con vecinos colindantes, con robustas puertas medianeras y un cerrojo a ambas partes, siendo el pozo un humilde árbitro del reparto menesteroso del agua. En no pocas ocasiones coincidían los vecinos sacando el agua desde sus respectivas viviendas: <i>“Saca tú primeru, que</i> <i>yo no tengu prisa”</i>. El problema, un tanto cómico, se daba cuando la relación entre ambos no era de lo más placentera, y tenían que afinar el oído al objeto de evitar inoportunas coincidencias… Eran pozos de aguas duras (pH alto) no aptas para el consumo humano, aunque sí para dar de beber a los diversos animales de la fauna doméstica. Sus aguas eran frescas y su fondo más oscuro que las zonas abisales de los mares profundos.</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">En las paredes encaladas podíamos ver repisas decoradas con morteros de almirez, molinillos para el café torrefacto (portugués), faroles de aceite y candiles oxidados, que a veces, también, colgaban de un gancho desde el techo, como una espada luminosa de Damocles que recordase a los ocupantes de la morada la fragilidad de su existencia. Todo ello ornamentado con las omnipresentes botellas vacías de anís El Mono, usadas para las noches jacarandosas de las matanzas, acompañadas de algún sifón de los años 40, procedente de un antiguo bar que hubo en la vivienda muchos años atrás. La luz de la bombilla, de intensidad limitada y tonos ocres, convertía las cosas en estampas color sepia; porque Edison, vete tú a saber, nos dejó quizá una versión recortada de su descubrimiento, en forma de bombillas rácanas, pensadas en exclusiva para nuestras aldeas extremeñas.</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Los suelos eran de un cemento antiguo, fino y brillante, que con el tiempo y la humedad adoptaba manchas caprichosas que disparaban nuestra imaginación, viendo en ellas, no sé..., caras espectrales (al modo de las famosas caras de Bélmez)…, o caballos galopando hacia la nada…; o tal vez siluetas de ángeles con las alas extendidas, queriéndonos dar mensajes indescifrables.</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">De las paredes colgaban retratos (retocados a carboncillo) de abuelos, bisabuelos y familiares que se fueron a hacer las américas y no volvieron nunca más; o cuadros religiosos (pendiendo de un cordón) que vendían los santeros por las calles; tal vez de San Antonio, o la Virgen del Carmen con el niño sentado en el regazo, repartiendo escapularios a las ánimas del purgatorio que pugnaban por salir de las llamas purificadoras; o de ángeles de la guarda ayudando a los niños a cruzar pasarelas inestables sobre ríos de aguas bravas y precipicios sobrevolados por águilas.</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">El alma de las casas estaba en torno al chupón (chimenea) donde lucía majestuosa la lumbre, como una madraza amorosa que aglutinara a sus hijos en torno a ella. La chimenea solía llevar una humilde repisa, decorada con cuatro cachivaches en desuso, y en la pared cercana a la lumbre, estaba el escaño centenario cubierto de cojines de lana, como el máximo lujo permitido. Y ante nosotros, la inolvidable imagen del hollín, el fuelle atizando la lumbre y esparciendo cenizas; el puchero y el gato friolero dispuesto a chamuscarse a cambio de un calor impagable…; las “ehtrébih” (trébedes) y llares recubiertas de una capa tan negra como la piel curtida de los antepasados... Y todo allí, frente a las llamas bailarinas, sabias y amorosas, destinadas a dar paz a nuestras cuitas, con los abuelos dormidos junto a ellas, felices de tenernos recostados a su lado. </div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Las trojes (que gozaron aquí de un relato completo) estaban hechas de paredes de adobe, o de tapia, que era la versión low cost del adobe, preparada en cajones de madera, con barro y toda suerte de desechos: zapatos viejos, trapos, tablas quebradas, tejas rotas, etc. Junto a las ventanillas de las trojes, había dos planchas de pizarra dando a la calle, de desigual medida, que servían de soporte para tablones que aguantaban, a su vez, macetas de flores, o hacían las veces de secadero de pimientos, higos, tomates y demás productos autóctonos.</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">La oscuridad presidía las bodegas, que eran lóbregas y frescas, con tinajas de aceite, tablones colgados en lo alto, jarras de barro, ollas con chorizos… y artesas con olor al adobe matancero. Bodegas que un buen día, por los ochenta, fueron reconvertidas en cuarto de aseo. Cuántas veces escuché la anécdota de un gato que tuvimos, llamado Toribio (yo apenas lo recuerdo) que hacía frecuentes visitas a la bodega de la vecina, y en un salto acrobático para alcanzar la tabla de los manjares, un mal cálculo lo hizo ir a parar a la tinaja del aceite, consiguiendo salir de ésta milagrosamente. Acto seguido se revolcó en la lancha de la lumbre, para mermar su capa oleosa, dejando después un fenomenal reguero de aceite en ambas casas. Numerosas investigaciones al efecto, resolvieron por fin el misterio del “felino llegado del aceite”, que podía ser el título de un libro infantil de aventuras.</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Paredes de adobe y cal, cóncavas y convexas…; poyos de los cántaros a la entrada...; queseras de madera con tres patas (infalibles en suelos irregulares)…; palanganeros de hierro pintados de color metálico, que daba el efecto de una plata falsaria…; botijos con tapón de corcha…, tinajas para beber sin escrúpulos, con plato y puchero de porcelana...; techos irregulares con vigas de distinto grosor...; puertas desencajadas…, balcones oxidados con musgo en las repisas de granito, por donde nunca se atrevieron a escalar los Reyes Magos en la infancia de nuestros mayores (esa excusa ponían sus majestades)…; ventanas ajadas, por cuyos cristales hendidos podíamos ver las cigüeñas del campanario y el alocado vuelo de los vencejos en las tardes veraniegas… En fin, una interminable lista de cosas de imprecisa hermosura. Como podemos apreciar, casi nada era recto, salvo la rectitud de conducta de algunos paisanos que aún se regían por la palabra dada y otros principios inamovibles heredados desde la noche de los tiempos. </div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Las plantas bajas olían a humedad y las altas nos dejaban el aroma a maderas de castaño que abundaban en las vigas de las salas superiores, con suelos de tablas “amachambráh” (machihembradas) y balcones, a veces solitarios, o a veces en pareja. Al fondo de estas salas, dos minúsculas habitaciones con cortinas, que contenían antiguas jergas para dormir en su interior, formadas con tablones colocados en un poyo de adobe en la cabecera, y una burrilla de palo a los pies, donde se fueron de este mundo nuestros bisabuelos; algunos, incluso, sobre un misérrimo colchón de centeno, o tal vez de “borra” (hermana pobre de la lana). En dos de aquellas salas de madera, en casa de mis abuelos maternos (cuando la casa fue casino y pensión), escuché cosas acontecidas en el pasado, algunas gratas, y otras quizá para borrarlas con cepillo en la pizarra triste de la historia. Allí estuvieron alojados un ingeniero y un ayudante que vinieron a hacer los primeros sondeos del imponente pantano de Gabriel y Galán. Me cuentan que marchaban por el día a sus quehaceres en un coche de la época, y al regreso, traían las cantimploras llenas de agua de la fuente de El Salgaero, famosa en aquellos contornos por su exquisita agua. Ambos dormían al fondo de la citada sala de madera. El ingeniero, descansaba en un pequeño cuarto, sobre una cama con catre de hierro e interruptor de “pera” para la luz, y el ayudante se conformaba con el cuarto de la humilde jerga.</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">En aquella misma sala, cuando la casa fue casino en los años cuarenta, pasaban las tediosas tardes de domingo las parejas de novios, en pequeñas camillas con falda y brasero, y un café de puchero acompañado de una rosca bañada en azúcar, viendo por el cristal de la ventana el pobre deambular grisáceo de la vida campesina en los pequeños ratos de asueto dominical. En la sala contigua estaban las mesas destinadas a las partidas de cartas, que transcurrían entre vocerío hombruno y humareda de tabaco de liar… En el patio de abajo, las mesas de mármol recibían los golpes secos y agudos del dominó… y un minúsculo mostrador adosado a la pared, se usaba para servir el vino peleón, y algún vermut en los días festivos, que ya se tomaba por aquellos entonces a pesar de los tiempos austeros. Junto al patio de abajo, un gran salón de baile, de techo alto y robustas vigas, donde el músico se colocaba encima de un mesón, amenizando el ambiente con su acordeón, mientras una de sus hermanas cobraba la entrada a la puerta, y el resto de la gente bailaba o se sentaba en unos bancos de tiras de madera, que desde niño vi por todas partes, haciendo ya las veces de soporte de sacos y talegas… Mi madre, siendo muy niña, se hacía la dormida en aquellos bancos del baile, para guardar el sitio a una pareja de novios a cambio de un inocente caramelo, mientras la música sonaba desde lejos, como en un eco atemporal llegado desde las páginas más agridulces de la memoria: “Y se oye a cada paso la voz de un hombre, que a la luna que sale le da su queja...”</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">A partir de los años setenta, y especialmente en los ochenta, asistimos impertérritos a la demolición de la arquitectura popular, que nos dejó parcialmente huérfanos de nuestros mágicos escenarios de la niñez aventurera. Nadie fue verdaderamente consciente de lo que se perdía, mientras las huestes de la modernidad tomaban las aldeas, arrasando con cualquier elemento levantisco que osara resistirse a los maléficos espíritus rectilíneos, que avanzaban voraces como los orcos en el Señor de los Anillos. Las víctimas, ya las conocemos: parras, poyos, portales, pozos, rincones… Ahora, en este convulso siglo XXI, ha vuelto una cierta sensibilidad por lo ancestral, a través del turismo, las casas rurales, la estética retro... y esa servidumbre hacia las modas tan propia de nuestro tiempo, modas que igual que vienen se van. Para este propósito ha habido, incluso, que hacer recreaciones antiguas con elementos actuales: vigas de hormigón que simulan ser de madera, ventanas de aluminio lacado que simulan ser de nogal... En fin, un mundo virtual que simula ser real, pero “buenas son mangas después de pascuas” que nos diría Don Quijote, y bienvenida sea esta impostada imitación de lo antiguo, aunque en muchos casos haya llegado tarde al rescate del reino de la belleza perdida. </div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">A nada que cerremos los ojos, podemos ver instantáneas de aquellas humildes viviendas de nuestro agreste pasado rural: Escobas de baleo en los rincones, o escobillones de palma para limpiar los techos de madera, con telarañas y polvo que llenaban los ojos de basura a los que osaban mirar hacia arriba con ánimos de limpieza… “Cucarrachos” de la troje que caían por las grietas del techo, durante el desayuno, con tan buena suerte que nos golpeaban en el dorso de la mano y rebotaban hacia el hule del mapa de España, pataleando bocarriba en la provincia de Teruel, mientras dábamos vueltas a la leche con el cucharón… Camillas cojas, calzadas con un cacho de “bornio” (trozo de desecho del corcho)…; alacenas en las paredes de cocinas y habitaciones, por donde entraban y salían duendes con la cara idéntica a nuestros amigos de correrías… Arcas de castaño y baúles forrados con latas color verde, engalanados de chinchetas que formaban las iniciales de las bisabuelas que un día los recibieron como parte del ajuar… Cajas de brasero, cazos de corcha para el gazpacho..., cuernos para la sal... y perchas de hierro y madera, con sombreros de paja y un par de campanillos que un abuelo colgó décadas atrás cuando vendió el ganado.</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Y así vamos, en esto como en todo, cabalgando desmelenados a lomos del progreso, en un mundo que ha renunciado a sus vínculos, sin advertir que “el emperador está desnudo”. A veces toca tirar de prudencia frente a las mayorías, y convenir, con Mark Twain, de que “es más fácil engañar a la gente que convencerla de que ha sido engañada”.</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Aún encontramos algunas de estas casas por ahí, sostenidas a golpe de ondulines y puntales, como estampas perdidas en los felices años de la niñez, plagadas de humedades en los cercos, telarañas en los techos, chirridos de puertas olvidadas y corrientes de aire que cruzan como fantasmas que ignorasen la presencia humana… Al entrar en ellas, las hallamos tristes, lentas, tiritonas…, como los últimos ancianos que las habitaron; pero, de repente, al penetrar en su interior y abrir el cuarterón de una ventana, la luz del sol nos devuelve una bocanada de recuerdos afables, de imágenes fugaces y extrañas sensaciones, donde una implacable máquina del tiempo nos traslada a escenas ya vividas. Nos vemos abrumados de nostalgia, y un nudo en la garganta nos paraliza, como estatuas de sal ancladas al recuerdo... Nos quedamos en silencio, y sólo oímos la carcoma de los travesaños, o de una modesta silla que logró sobrevivir atrincherada en un rincón…; y en la quietud más profunda, parecen escucharse algunas voces reconocibles, que intentan hablarnos desde lo más lejano de la remota infancia, como parafonías llenas de amor que aún dicen que nos quieren; voces que retumban y perviven entre las oquedades, saltando caprichosas las barreras del espacio-tiempo. Nos vemos allí, sin sospecharlo, rodeados de una “entrañable asimetría” que nos devuelve la belleza de las cosas pasadas, y con ella, quién sabe, la esperanza de saber que nada se pierde para siempre.</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: left;">JORGE SÁNCHEZ MOHEDAS</div></div><br /> <p></p>Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-4215969343118900495.post-65951228529513872232022-06-04T03:40:00.002-07:002022-06-05T13:29:05.595-07:00¿Cuántu vali?<p></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg9knPtIkI8_G0KGg_hc6SdBXH0lw-TSFBRq6ASt9fUnml-Ihpx_3jNEJpGdckjSxcYPP5LbKYrA95yk7LoCnPs1oCtDEhg4GaDqxI9ipe4aSoK5Zn8r82zJKxDjQFKowdORZ8p6x5CdWZ5ZfrU_sEtF1aM-t8Y1zZVzbilFTsoOOT5JeoeqC01BMNthA/s930/Cu%C3%A1ntu%20vali.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="610" data-original-width="930" height="263" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg9knPtIkI8_G0KGg_hc6SdBXH0lw-TSFBRq6ASt9fUnml-Ihpx_3jNEJpGdckjSxcYPP5LbKYrA95yk7LoCnPs1oCtDEhg4GaDqxI9ipe4aSoK5Zn8r82zJKxDjQFKowdORZ8p6x5CdWZ5ZfrU_sEtF1aM-t8Y1zZVzbilFTsoOOT5JeoeqC01BMNthA/w400-h263/Cu%C3%A1ntu%20vali.jpg" width="400" /></a></div><br /><div style="text-align: justify;"> Cuando un día, inopinadamente, abrimos el arcón de la troje, bajo la pobre luz de una linterna de petaca con la pila casi agotada, allí estaban todos nuestros recuerdos de la infancia, deslumbrados, como pequeños seres de otra dimensión paralela, que hubiesen perdido la esperanza de ser devueltos a la luz un día. En distintas cajas y bolsas se nos iban mostrando nuevamente, esperando ser reconocidos, como polizones que hubiesen regresado a nuestras vidas viajando escondidos en la máquina del tiempo. Nos miraban con timidez, sabiéndose cómplices de nuestro pasado, y hasta incluso, quizá, guardianes de secretos que a nadie nunca le contamos… En ese instante, sentimos hacia ellos un claro sentimiento de ingratitud. Se nos revelaba, de repente, un largo repertorio de fósiles de un pasado infantil, que la amnesia de nuestras vidas levantiscas aparcó en algún cuarto trastero de la memoria. Algunos de aquellos objetos estaban asociados a canciones y olores, que afloraban de golpe ante la presencia de unos ojos ligeramente llorosos. Allí estaban las “peonas” (peonzas)…; los cromos sujetos por una goma podrida…; un yoyó con una cuerda de guita que en su día reemplazó a la cuerda original; una muñeca bizca y despeinada... o un viejo reloj de juguete que siempre marcó la misma hora... Y allí estaba también, cómo no, la caja de zapatos con los indios y vaqueros de plástico, enredados entre ellos, en actitud poco beligerante, después de una larga tregua sin batallas… El olor inconfundible a telas y alcanfores de abuelas enlutadas, ponía la guinda a todas las formas posibles de melancolía. En ese mismo instante comprendimos que tal vez un día, muchos años atrás, fuimos felices, o casi felices… sin el “soma” del consumismo compulsivo de nuestros días, que a veces necesitamos para llenar vacíos inexplicables. Nuestra infancia agreste, por contra, se diría que fue muy poco consumista y en absoluto virtual. Fue una infancia, en cambio, de experimentación directa de los cinco sentidos; a veces marcada por chichones, arañazos y heridas que dejaron su impronta en la piel del pasado, que apenas apreciamos en la piel del presente. </div><p></p><p style="text-align: justify;">La imaginación y los recursos naturales que abundaban en nuestro entorno, hacían que cualquier cosa pudiera convertirse en un juguete: tal vez, por ejemplo, unos aros de alambre que tirábamos sobre un palo pinchado en la tierra, con buen tino, ante la sonrisa cómplice de un septuagenario con sombrero de paja, que se adentraba en el corral con paso cansino.</p><p style="text-align: justify;">A nuestros pueblos ya iban llegando algunas chucherías de la galaxia urbana: Chupa Chups, chicles Bazooka, pastillas de leche de burra, caramelos de cubalibre o monedas de chocolate recubiertas de papel plateado, que nos sumían en el dilema de comerlas o conservarlas impolutas como parte de un cofre inexistente… Pero quizá, por encima de todo, en nuestro recuerdo más primario, estaban los inocentes confites, amontonados en grandes recipientes de cristal en un rincón del mostrador del comercio, que nos dejaban los labios teñidos de color morado o rosa, como una alegoría, quizá, de nuestra infancia, a ratos “confitada” y a ratos agridulce, pero que apenas nos afectaba, como hábiles escapistas que éramos de todo aquello que nos resultase hostil.</p><p style="text-align: justify;">Un clásico entre los clásicos, era, cómo no, el negocio de los gusanos de seda (del que hablamos por aquí en alguna ocasión), que nos haría ricos en un futuro cercano (nadie lo discutía), cuya empresa nos tenía a todas horas colgados de las moreras que había en las carreteras escasamente transitadas, que se alternaban con gigantescos eucaliptos, y a las cuales teníamos que gatear hasta las “pingollas” (partes más altas), pues las ramas al alcance de la mano estaban sobradamente saqueadas por los más patosos o perezosos.</p><p style="text-align: justify;">En nuestro inventario de objetos lúdicos sitos en la parte trasera de la casa, estaban los “tiraores” (tirachinas de fabricación casera)…, las llantas de bicis desprovistas de radios, que hacían las veces de “roangas”(aros de metal), que a golpe de palo daban mil vueltas al pueblo, armando un estruendo tal, que hacía ladrar a los perros y salir escopetados a los gatos hacia las parras más cercanas... Había chavales, incluso, que improvisaban sus juguetes con ingenio magistral, como pequeños artesanos multidisciplinares de un tiempo de ingenio con olor a corral. Luego mostraban, ufanos, sus prototipos en el poyo de la casa: tal vez unos muñecos articulados hechos de alambre eléctrico de colores, o un futbolín de un cajón de madera y palos de encina debidamente tallados. Los curiosos se arremolinaban alrededor para ver los prodigios creados, e intentar imitarlos, generalmente sin éxito.</p><p style="text-align: justify;">Las niñas, con el dinero ahorrado, adquirían en las tiendas gomas para saltar, y los niños compraban “bóluh” (canicas) y “peonas” (peonzas), entre los escasos cachivaches que estaban a la venta en aquellos pequeños comercios de supervivencia. </p><p style="text-align: justify;">Siempre había una mujer en cada pueblo que vendía las cuatro golosinas que colmaban de sobra nuestras expectativas. Se colocaban los domingos y festivos en algún lugar transitado, con una cesta, y el resto de los días recibían en su propia casa, con mucha paciencia, las llamadas inoportunas de los infantes, que apartábamos apresuradamente la cortina y gritábamos: <i> “¡Tía Paulaaaa, me dé uhté un chupachúh…!”</i></p><p style="text-align: justify;">El ahorro de las comuniones daba un plus extraordinario que podía devenir en compras de mayor envergadura, preferentemente la estrella entre todas las estrellas: la ansiada bicicleta, que se compraba en Ahigal o Plasencia con la ayuda adicional de padres y abuelos, pues a veces las huchas eran portadoras de escasos fondos, en un mundo campesino donde el dinero aún era un fulano con escaso predicamento. La bicicleta lucía rutilante por las calles de tierra, repleta de guardabarros brillantes y una corte de pequeños chavales con los ojos saltones corriendo detrás del artilugio, debatiéndose entre la envidia y la admiración. De repente, el afortunado propietario, daba un frenazo con escasa destreza, y se hacía el silencio…, y aquellos correcaminos que engrosaban el séquito bicicletero, hacían atropelladamente al ciclista la pregunta tantas veces escuchada:<i> “Cuántu te ha cohtáu...”</i></p><p style="text-align: justify;">La pequeña paga dominical, en cambio, daba para poca cosa, aunque a veces resultaba ampliada por la asignación de abuelos y padrinos, regalándonos un pequeño arreón de consumismo… Cuántas veces, después de recibir el aguinaldo, escuchábamos de nuestras abuelas aquello de:<i> “¿Ya te hah gahtáu lah</i> <i>pérrah que te di el domingu pasáu…?”</i> y acto seguido, buscando la complicidad de alguna vecina, le espetaban: <i> “Ehti emputeci toah lah pérrah que le dan en golosáh…”</i> En ocasiones las pagas de las abuelas y madrinas eran en especies, y de esta forma, con una galleta o caramelo íbamos “aviáuh” (arreglados). Las galletas tenían un toque rancio, después de largo tiempo guardadas en alguna oscura alacena de la bodega, en aquellos años donde las fechas de caducidad eran un chiste de mal gusto.</p><p style="text-align: justify;">Nosotros fuimos replicando el trueque de nuestros antepasados a través del canje de toda clase de objetos lúdicos, como pequeños mercaderes fenicios del tiempo que nos tocó vivir. Así pues, eran materia de intercambio los cromos de futbolistas, con Santillana, Pirri, Arrúa, Irazusta... y en particular los pocos futbolistas cacereños que había por los años setenta; no más allá de un tal Ciriaco y otro tal Melo, que eran dos placentinos que jugaban en el Sporting de Gijón y el Atlético de Madrid respectivamente; nos llenaba de orgullo leer en los cromos su lugar de nacimiento, quizá con ese complejo endémico de ver a Extremadura siempre en el vagón de cola de todo lo moderno y actual. Los cromos podían ser intercambiados por los citados gusanos de seda…, y estos últimos, a su vez, por alguna “matraca” de tabla…; pero en aquellos menesteres de cambalaches infantiles, los más pequeños y pardillos podíamos ser objeto de engaño por los avispados muchachones del lugar, que con sonrisa socarrona se miraban entre ellos, cómplices de pequeñas maldades heredadas siglo a siglo desde la picaresca medieval. </p><p style="text-align: justify;">Allá por los setenta y primeros ochenta, a nuestras aldeas carpetovetónicas arribó de golpe una suerte de adolescencia desordenada con aires de ciudad, y desde esa irreverente cultura importada, nos llegaron también los futbolines, que ocuparon su espacio en bares y salones de baile, y aquellas galácticas máquinas de marcianos que se colocaban a la entrada de las tabernas, y que emitían unos extraños chillidos diabólicos que algunos muchachos lugareños imitaban con castizos silbidos y onomatopeyas propias de la vida agropecuaria. Por ese mismo tiempo irrumpieron también los billares franceses de tres bolas, y alguna mesa de ping pong de fabricación casera, carteada de tanto sentarse encima en las tediosas tardes de domingo... Nos vino todo de repente, sí, como una hojarasca de modernidad malcriada, dispuesta a arrasar con todo lo propio, sin delicadeza, como llegó la compañía bananera al Macondo de los Buendía, desplazando abruptamente sus discretas formas de vida sostenidas a lo largo de las generaciones. Por desgracia, nos movíamos en un ecosistema muy frágil y extremadamente maleable, donde la más mínima injerencia exterior podía alterar el orden establecido.</p><p style="text-align: justify;">A diferencia de los adolescentes de nuestro tiempo, influenciados en exceso por una publicidad invasiva, y por youtubers..., influencers... y demás personajes cibernéticos del más variado pelaje, nuestra adolescencia, en cambio, fue más rudimentaria. Nuestra estética era más bien una estética de fotomatón, una pubertad con rostro pánfilo y acné juvenil, con el flequillo caído hacia un lado, y la camisa desabotonada con una cinta de cassette (grabada) en el bolsillo delantero. </p><p style="text-align: justify;">La mítica feria de Ahigal (largamente mencionada por aquí), era todo un acontecimiento en nuestras vidas silvestres; se diría que era lo más aproximado al consumismo y la grandiosidad propia de las urbes. Tenía un colorido y una arrogancia metropolitana que nos deslumbraba, y suponía todo un acontecimiento en nuestras vidas espartanas… Hasta nuestras madres nos relataban sus visitas infantiles a la citada feria, décadas atrás, acompañadas de sus amigas, donde montaban en una pequeña noria desde donde podían sentirse volar por encima de tejados y chimeneas, o degustar un trozo de turrón de las turroneras de La Alberca... Allí gastaban las perras chicas y gordas que sacaban en los versos de mayo, y hasta incluso las monedas de dos perras, llamadas popularmente “del tío sentao”, que luego usaban los hombres para jugar a la “rayuela” sobre la tierra socarrada, en las soporíferas tardes dominicales… Eran tiempos donde las niñas pequeñas podían desplazarse solas al pueblo de al lado sin peligro alguno, en un mundo de escasa maldad, hermandad en la pobreza y calles llenas de puertas abiertas…; eran tiempos, sí, donde los valores centenarios aún no habían sido suplantados por un mundo desnortado que a buen seguro acabará sus días chapoteando en su propia decadencia.</p><p style="text-align: justify;">Si nosotros éramos poco consumistas, los niños de antaño aún lo fueron menos. La mayoría no tuvieron ni siquiera adultos sensibles y mínimamente preocupados por el divertimento de los más pequeños, que en no pocas ocasiones estaban ocupados igualmente en tareas agropecuarias, y el mayor detalle que podían recibir de sus mayores, era algún primitivo columpio en los días de matanza. En cambio, a algunos más afortunados (muy pocos), sus padres o hermanos mayores, muy mañosos ellos, les confeccionaban juguetes con recursos naturales, como, tal vez, carros de palo, cunas de corcha... o carretillas de tabla, reutilizando los restos de las materias primas y demás deshechos caseros disponibles, en una clara e insospechada sostenibilidad, a años luz del tocomocho actual de la obsolescencia programada. </p><p style="text-align: justify;">Nuestros mayores, de pequeños, gastaban parte de sus pocas perras en chochos (altramuces), algo que nosotros aún pudimos repetir en aquellas décadas sesenteras y setenteras; costumbre que debía proceder de la noche de los tiempos, si recordamos, por ejemplo, aquel poema de Góngora, referido a unos niños después de recibir la paga dominical: ... <i>“Darános un cuarto mi tía la ollera. / Compraremos de él (que nadie lo sepa) / chochos y garbanzos para la merienda”. </i></p><p style="text-align: justify;">En los escasos televisores de la localidad, ya nos bombardeaban con los juguetes y artilugios del momento: Scalextric, Geyperman, Cinexin, Magia Borras, la Señorita Pepis... y demás reclamos publicitarios que a los pueblos apenas nos llegaban, no más allá de algún niño de los madriles que los traía de vez en cuando, y que provocaba un impacto inmediato en los peques aldeanos, sentados junto al umbral de sus casas veraniegas; pero nosotros teníamos la calle y el campo por bandera, y aquello resultaba insuperable frente a las limitadas propuestas que nos mostraba el consumismo emergente. Esos mismos niños urbanos que nos llegaban cargados con su efímero reino de plástico, se lanzaban a las calles como si no hubiera un mañana, cambiando los pasos de cebra por pasos de burros y cabras, o montando, con sombrero de paja, en la trilla de los abuelos…, y acababan sucumbiendo al encanto de nuestra libertad y escenarios sublimes por los que transcurrían nuestras correrías, deseando, como locos, volver de verano en verano a nuestro mundo fascinante de espacios inabarcables, donde todo estaba abierto a la improvisación y la inventiva.</p><p style="text-align: justify;">En los días festivos nos íbamos a las puertas de los bares a batirnos el cobre recogiendo “platillos”, (chapas de las bebidas) como el que busca pepitas de oro. Los platillos daban mucho de sí para infinidad de juegos. Y allí andábamos como locos, machando y aplastando platillos con piedras de guijarro, como niños trogloditas a la puerta de la cueva, dejando nuestros dedos impregnados con un intenso olor a cerveza El Gavilán.</p><p style="text-align: justify;">Hoy, en nuestra sociedad de mercadeo, costaría mucho entender el placer que suponía para nosotros, los niños rurales de aquel tiempo, algo tan inocente como comprarnos una gaseosa Molina entre tres o cuatro muchachos, y dar buena cuenta de ella sentados en un huerto, a la sombra de una higuera, entre risas mostrencas y trinar de pájaros, una tarde cualquiera de las fiestas de los Cristos de septiembre, que abundaban por nuestras minúsculas aldeas extremeñas. </p><p style="text-align: justify;">Muchos de nuestros juegos iban en sintonía con los cuatro elementos: del agua, los charcos y regatos callejeros donde navegaban nuestros barcos de corcha, hasta quedar encallados en algún pedrusco atravesado; del aire, las pajaritas o aviones de papel de periódico, que siempre nos decían adiós aterrizando en los tejados; de la tierra, las figurillas que salían de algún pequeño trozo que nos regalaba el cacharrero mientras contemplábamos extasiados su faena; y del fuego, la magia de los cuentos a la lumbre en las noches invernales... ¿Qué más podíamos pedir?</p><p style="text-align: justify;">Nos pasamos la niñez declamando la pregunta tantas veces repetida: <i>¿Cuántu vali...?</i> Pero a pesar de nuestra corta edad, algo por dentro nos iba enseñando el verdadero valor de las cosas, y así fuimos, casi sin darnos cuenta, advirtiendo que “sólo el necio confunde valor y precio”, tal y como nos contase sabiamente Quevedo; pues nosotros, tímidamente, íbamos ya rumiando por dentro estas cosas, y descubriendo que aquello que más satisfacción nos proporcionaba, generalmente era gratis. Era gratis, pues, el eco mágico que nos lanzaban los pozos al gritar nuestro nombre desde el brocal…; eran gratis los enormes canchos donde inventábamos aventuras prehistóricas mientras nos llegaba el olor de la hierba recién segada; eran gratis los palos y retamas que servían para construir nuestras cabañas y reinos de fantasía…; gratis eran las vardascas de olivo que se transformaban en espadas de los Mosqueteros…; eran gratis las piedras saltarinas que cortaban sigilosas el agua de las lagunas…, y los botes de lata de las papillas, que se convertían en zancos con dos pequeñas cuerdas añadidas… Y por ser gratis, era gratis hasta el miedo y la emoción indescriptible que nos hacía correr como gamos en todas las direcciones, huyendo a veces de la nada… o tal vez huyendo, sin saberlo (al igual que hoy), de un futuro incierto, y buscando, quizá, un espacio atávico insospechado, un lugar donde dejar en seguro aposento nuestras vidas.</p><p><br /></p><p>JORGE SÁNCHEZ MOHEDAS</p>Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-4215969343118900495.post-25874217081732001682021-02-27T13:29:00.008-08:002022-06-04T03:45:11.488-07:00¡Señórah y señórih!<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg7Cifplt-D2dm9B3gAtPzvP83-L3o2-4riRIXl7g-15SSS6cY6PbxpmfvJ68fsRYji8hyeNKUavG-7Sq2JChMu602py_Kn2t4x3dhkHe3Xom7nHYRVtDLn1Z_W1nhz01_ky4EBSu-yrWPT/s791/Se%25C3%25B1orah+y+se%25C3%25B1orih.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="525" data-original-width="791" height="265" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg7Cifplt-D2dm9B3gAtPzvP83-L3o2-4riRIXl7g-15SSS6cY6PbxpmfvJ68fsRYji8hyeNKUavG-7Sq2JChMu602py_Kn2t4x3dhkHe3Xom7nHYRVtDLn1Z_W1nhz01_ky4EBSu-yrWPT/w400-h265/Se%25C3%25B1orah+y+se%25C3%25B1orih.jpg" width="400" /></a></div><p style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">Al llegar al pueblo cualquier furgoneta o camioneta con trazas un
tanto exóticas, los niños corrían detrás, y hasta incluso por
delante, como en unos sanfermines pueblerinos y bullangueros, hasta
que el vehículo se detenía y era rodeado por la chiquillería, con
caras expectantes, igual que los indígenas cercan a los exploradores
que se adentran en el poblado... Sin saber muy bien por qué, los
niños autóctonos tenían la sospecha de que todo lo que llegase de
lejos podía ser portador de novedades que viniesen a tumbar la
monotonía propia de la endogamia local, que era prima hermana del
aburrimiento.</p><p style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">Entre los muchos
visitantes que alteraban el tedio rural, junto a vendedores,
mendigos, charlatanes, ciegos cantarines y otros tantos que nos
contaron nuestros mayores, estaban también los comediantes,
agrupados en el versátil reino de los "títarih"
(títeres), palabra comodín de la Alta Extremadura que servía para
aglutinar a todo tipo de actuaciones llegadas del exterior, y que a la
postre se convertían en un elemento de evasión para aquellas vidas
labriegas marcadas de claroscuros.</p><p style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">El legendario
alguacil del pueblo (con su corneta igualmente legendaria) echaba por
las calles el consabido pregón para alertar a los vecinos de la
actuación de marras, casi siempre nocturna, que venía a poner un
punto<span style="color: red;"> </span><span style="color: black;">de relajo a
la dura jornada campestre.</span></p><p style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">Comediantes, magos,
cabras funambulistas, pequeños circos humildes al aire libre...
Todos formaban parte del mágico mundo de los "títarih". Esforzados
artistas de ropas poco lustrosas, que se desplazaban por los caminos
polvorientos de la España campesina... <i>"¡</i><i>É</i><i>h</i><i>ta
noch</i><i>i</i><i> hay títari</i><i>h</i><i>"</i>, se
escuchaba comentar a los viandantes. Cualquier cosa que llegase de
fuera era bienvenida, pues había entre los aldeanos una gran
fascinación por todo lo foráneo, y un espíritu un tanto
histriónico que abundaba también entre los propios habitantes <span style="color: black;">del
lugar.</span> El público era poco exigente; era un público
agradecido que sonreía de manera espontánea como sonríen los
niños, porque en el fondo eran niños con arrugas y dientes
salteados, que respondían a todo con una expresión infinita de
agradecimiento.</p><p style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">En la película "El
viaje a ninguna parte”, de Fernán Gómez, se recoge con acierto la
vida de los sufridos comediantes, en la que podemos ver con bastante
aproximación lo que pudo ser la historia de aquellos nómadas del
divertimento<span style="color: red;"> </span><span style="color: black;">rural,
suministradores de </span><span style="color: black;">un</span><span style="color: black;">
bálsamo cuasi milagroso</span><span style="color: black;"> </span><span style="color: black;">para
la vida y el alma de quien</span><span style="color: black;">es</span><span style="color: black;">
espera</span><span style="color: black;">n</span><span style="color: black;"> no
más allá de un rato de </span><span style="color: black;">escape</span><span style="color: black;">
para sus </span><span style="color: black;">vidas </span><span style="color: black;">recias</span><span style="color: black;">.</span></p><p style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">Nada más partir los
comediantes, dejaban una impronta en los pueblos que daba sus frutos
casi de inmediato, con actuaciones que luego eran replicadas por
niños y jóvenes entusiastas de la localidad. De esta forma, por
calles y rincones proliferaban las representaciones de todo tipo, con
niños inopinadamente titiriteros que imitaban todo lo que fuese
novedoso en aquel pequeño microcosmos ávido de cualquier innovación
advenediza... Nos subíamos a lo alto de un cancho (a veces con más
participantes que espectadores), declamando, a todas horas, el famoso
y recurrente "¡¡Señoras y señores, a continuación les
presentamos...!!" Después, por ejemplo, salían unos niños por
detrás de una “engarilla” (alguno con más vergüenza que otra
cosa) haciendo los andares propios de los payasos. Llevábamos a cabo
distintas representaciones, rara vez ensayadas, y casi siempre fruto
de la improvisación: malabares con unos palos arrancados a unas
tarmas, o con piedras de guijarro... o tal vez atolondradas escenas
cómicas de lo más surrealista. El espectáculo era observado por
algunos adultos que pasaban de un lado para otro en sus quehaceres
corraleros, y detenían sus pasos un instante. Era corriente
contemplar la escena de un hombre soltando la calderilla de patatas
en el suelo, y parándose a observar sonriente el buen hacer de los
eventuales artistas, sorprendido quizá con alguna sobrina que
resultaba tener dotes para la tonadilla, cantando con desparpajo La
falsa moneda, que de mano en mano va y ninguno se la queda... Y
nosotros allí, como dueños falsarios de las calles, erre que erre,
lo mismo en días fríos y nublados, que puestos a "la calvotera
del sol"... lo mismo bajo un cielo despejado, que bajo un cielo
aborregado que anunciase lluvias venideras. Nosotros siempre a lo
nuestro, siguiendo el curso de la niñez alocada, sin un cuaderno de
bitácora donde anotar errores y rencores, que inmediatamente eran
borrados de cara a la jornada siguiente, como en una pizarra escolar
cualquiera.</p><p style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">En otras ocasiones
eran los jóvenes del pueblo (o incluso algunos adultos rumbosos) los
que recogían el testigo dejado por los comediantes, y se enfrascaban
en elaboradas obras teatrales ensayadas durante largo tiempo en las
oscuras noches invernales, para ser luego representadas en fechas
señaladas. Actuaciones en su mayoría ejecutadas con más entusiasmo
que otra cosa, ciertamente, pero siempre con gran mérito y alejadas
de este reino actual de aparatejos digitales en el que estamos
inmersos, donde las cosas visibles y palpables fueron desplazadas por
el reino espurio de lo virtual, que viene a ser algo así como el
reino de la nada.</p><p style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">Los capitalinos
llegados de Madrid, nos hablaban del famoso Circo Price, y de
elefantes sentados en taburetes... o de chimpancés vestidos con peto
y camisa de cuadros como el “Locomotoro” de los
Chiripitifláuticos… Nos hablaban de fieras obedientes al látigo
del domador... y hasta incluso de Pinito del Oro y otras excelsas
figuras circenses que habían contemplado en grandes actuaciones en
los madriles… Nos volvían la cabeza loca con esto como con casi
todo, para impresionarnos constantemente, cosa que conseguían con
suma facilidad.</p><p style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">En algunos pueblos
había salones reservados al efecto, tanto municipales como
particulares, provistos de bancos de madera, un rudimentario
escenario de tabla elevado sobre el suelo, y un pequeño cuartucho
para el cambio de ropa. Tampoco resultaba extraño encontrarnos algún
telón raído, de color granate, con el polvo acumulado de los
años... En tiempo de bonanza climatológica, las actuaciones eran al
aire libre, donde el asiento corría a cargo del espectador, que, con
la silla a cuestas, pasaba por las calles veraniegas camino de la
función, y a veces con un pequeño “tajo” (taburete) de corcho,
ideal para los más pequeños de la casa... <i>"Ehhh, v</i><i>á</i><i>ih
pa loh títari</i><i>h</i><i>..., nus</i><i>ó</i><i>truh no sé si
ir</i><i>é</i><i>muh, pues Juan ehtá algu cans</i><i>á</i><i>u ehta
nochi..."</i></p><p style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;"><span style="color: black;">Los
antiguos comediantes se alojaban en primitivas posadas rurales, donde
el cuarto de baño era una cuadra, </span><span style="color: black;">y a</span><span style="color: black;">
veces actuaban con sueño, </span><span style="color: black;">o </span><span style="color: black;">arrastrando
dramas personales, </span><span style="color: black;">compartiendo</span><span style="color: black;">
</span><span style="color: black;">así </span><span style="color: black;">sus
cuitas con</span><span style="color: black;"> las </span><span style="color: black;">penas</span><span style="color: black;">
de los aldeanos, </span><span style="color: black;">que venían a ser </span><span style="color: black;">más
o menos </span><span style="color: black;">las mismas, intercambiando</span><span style="color: black;">
</span><span style="color: black;">tan s</span><span style="color: black;">ó</span><span style="color: black;">lo
</span><span style="color: black;">un poco </span><span style="color: black;">de
</span><span style="color: black;">asfalto </span><span style="color: black;">urbano</span><span style="color: black;">
por </span><span style="color: black;">unas "</span><span style="color: black;">cagalutas" de cabra </span><span style="color: black;">sobre suelo de tierra</span><span style="color: black;">…
</span><span style="color: black;">Todos, </span><span style="color: black;">oriundos
y forasteros, </span><span style="color: black;">en el fondo eran víctimas</span><span style="color: black;">
de</span><span style="color: black;"> las vicisitudes de un destino</span><span style="color: black;">
que no dejaba "títere" </span><span style="color: black;">con</span><span style="color: black;">
cabeza.</span></p><p style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">A lo largo de los
años quedaron anécdotas guardadas en los archivos populares que
llenaban las “talegas” de la tradición oral; entre ellas,
algunas también referidas a estos cómicos aventureros que se
dejaban caer por allí... Recuerdo unas cuantas escuchadas repetidas
veces en mi entorno familiar. La primera, sobre unos comediantes allá
por los años cuarenta, que volcaron la furgoneta a su paso por “El
pontón” (milenario y majestuoso puente romano sobre el río
Alagón), cayendo desde lo alto. Cuentan que el vehículo llevaba
unos colchones de lana atados en la parte superior, de tal forma que
les sirvieron de "airbag", pudiendo salvar sus vidas al
impactar los colchones sobre los pedruscos y malezas que flanqueaban
el monumento. Salvaron el pellejo en un milagro que podríamos
definir entre lastimoso y “cómico”. Hazaña ésta tan sólo
superada por la de un lugareño (en una historia con tintes de
realismo mágico), acaecida igualmente en el susodicho puente.
Relatan que el citado paisano (borrachín para más señas), al
subirse al pretil del puente, para montar en el burro, un inoportuno
desequilibrio etílico lo hizo volar puente abajo; pero, al parecer,
iba envuelto en un “cobertón” de la época, para abrigarse del
frío invernal, y éste se extendió inesperadamente haciendo las
veces de paracaídas y permitiéndole aterrizar entre la maleza cual
águila tomando tierra, saliendo indemne del lance y sacudiéndose
cuatro pajas de la chaqueta... tal vez emulando al tío Juanillo de la
popular canción, que cayó por el puente de Aranda pero no se mató.
La tercera historia trata de la formidable actuación de un mago que
acompañaba a unos cómicos (o quizá fuese uno de ellos), y que en
un juego de cartomancia hizo desaparecer la carta del tres de bastos,
apareciendo ésta inserta en el cigarro de un paisano con boina y
cara despistada, que se andaba fumando el naipe sin sospecharlo, ante
la perplejidad de los presentes que no daban crédito a lo que
estaban viendo. La cara bobalicona del pobre aldeano, era un poema
ante las risas del respetable... y la comidilla de aquel lance mágico
y jocoso, pasó a formar parte del acervo popular de mi pequeño
pueblo natal.</p><p style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">Algunos niños
rurales tenían grandes dotes para la comedia, y lo expresaban de las
formas más variopintas posibles, buscando "faruseles"
(ropas y trapos viejos) que pillaban por casa de los abuelos... y
telones hechos con sábanas viejas de madres y abuelas, colocados en
cualquier rincón callejero... A todas horas se les escuchaba gritar
(al principio en un forzado castellano, y después en un relajado
extremeño local): ¡¡Señórah y señóriiihhh!!, como una
atronadora llamada de atención que se repetía a modo de martillo
pilón, pues las actuaciones eran cortas y se sucedían sin solución
de continuidad.</p><p style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">Los espectáculos
circenses que llegaron antiguamente a las aldeas, no pasaban más
allá de algunos humildes circos con artistas callejeros, y algún
esporádico animal malnutrido: tal vez algún oso que se ponía de
manos al son de un pandero... y cosas así. Finalizaban casi siempre
con la subasta de una botella de coñac o algo por el estilo. Pero un
buen día de aquella infancia lejana, mira tú por dónde, nos llegó
al pueblo un circo por todo lo alto, con leones, carpa, payasos,
malabaristas y toda la pompa propia de un gran espectáculo que ni
por asomo hubiésemos sospechado que pudiera recalar en nuestro
modesto pueblecillo. No sabíamos muy bien cómo pudo llegar allí, a
un rincón como el nuestro, de cabras, higos chumbos y escobas de
baleo a la puerta... pero lo cierto es que allí estaba. Tal vez fue
en medio de algún compás de espera entre ciudades o poblaciones
mayores, como recuerdo vagamente que alguien comentó. En cualquier
caso nos encontramos de repente todo un despliegue de camiones,
carteles, y un amplio colorido inédito por aquellos lares, en una
plaza de tierra sita en la zona alta del pueblo, junto a un gran pozo
de granito y un abrevadero de cantería para las bestias. Y como era
de esperar, todo el pueblo se revolucionó ante el inesperado
acontecimiento, y los niños pasábamos las horas muertas husmeándolo
todo, y escrutando los distintos elementos novedosos de aquel enorme
entramado circense; en especial un remolque en forma de jaula con
barrotes, donde echaban la siesta unos leones esqueléticos, que se
mostraban ante nosotros indiferentes, sin ningún signo de fiereza, y
sin dignarse en mirar nuestras caras expectante de niños rurales que
nada parecíamos importarles.
</p><p style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">Y por fin llegó el
gran día tan esperado. Todos allí, bajo la carpa, sentados y
extasiados. Vimos pasar delante de nuestros agrandados ojos, a
payasos, domadores, fieras, una elegante trapecista, y toda la
estética que habíamos visto sin duda en alguna parte... no sé...
tal vez en los dibujos abigarrados de colores del juego de La Oca que
había en el teleclub del pueblo. Pero, curiosamente, en los días
previos, lo que más atrajo la atención de los pequeños que
pululábamos por las inmediaciones del circo, fue un humilde cohete
espacial que estaba aparcado por allí, marginado junto a la pared de
un viejo corral, de aspecto descuidado y con varios rayones sobre su
pintura blanca. Estaba ligeramente inclinado… como un tanto
renqueante y con dudosa planta de haber afrontado hazañas
exosféricas. Era más bien como un pobre cohete desahuciado que no
hubiera pasado el casting de la NASA, habiendo quedado condenado a
deambular por los espectáculos circenses, y a ganarse la vida como
la mujer barbuda o el mítico gigante de Altzo... Ni que decir tiene
que nuestra imaginación se disparó mucho más allá de las
intenciones del estático cohete, y empezamos a especular mil cosas
sobre aquel artefacto espacial. Alguien comentó que probablemente
sería el cohete del hombre bala, pero aquello nos desconcertó mucho
más aún. La mayoría estábamos convencidos de que dicho artilugio
había llegado en varias ocasiones a la luna, y que aquellos arañazos
en la pintura no eran otra cosa que el deterioro propio de sus
constante visitas al cercano satélite... Incluso eran reputados de
ignorantes los que dudaban de tales aseveraciones; a fin de cuentas
la luna era un pequeño astro amigable que estaba al alcance nuestro
cada noche, un poco por encima de las chimeneas, y no más allá de
cien veces la altura del campanario, como llegó a sentenciar alguno
de los sabiondos infantes que rodeaban al humilde artefacto, con un
gesto adusto heredado seguramente de algún antepasado... En fin,
aquello de ir a la luna debía ser algo relativamente accesible, pues
por aquellas fechas andaba reciente el alunizaje del Apolo XI, con la
voz pausada y redicha de Jesús Hermida, que la gente pudo ver en los
televisores de los bares, a través de una espesa cortina de humo de
tabaco negro. Pero lo cierto es que el circo se fue, y el cohete
misterioso nos dejó con la intriga. Se marchó cargado en un sobrio
remolque, sin más, saltando sobre las piedras de guijarro, calle
arriba, hasta perderse por una sombría carretera flanqueada de
eucaliptos gigantes y moreras. Entonces comprendimos, en una de las
primeras lecciones infantiles de nuestra vida, que las cosas que
miran hacia las alturas, a veces quedan relegadas al reino del barro
y de las piedras, dejándonos un poso de frustración, y prefigurando
lo que podrían ser en un futuro las numerosas ínsulas baratarias de
nuestro destino.</p><p style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">Nuestra niñez
siempre tuvo un poco de aquellos personajes nómadas, y estuvo
trufada de aventuras recreadas en decorados inconfundiblemente
nuestros, con robustos estrados de granito y puertas viejas de madera
pardusca y ajada, que ponían el fondo de escenario a nuestra
infancia bellotera... Nuestra vida infantil, sí, era como un pequeño
sainete en medio de la tragicomedia que acontecía a nuestro
alrededor. Las luces y las sombras se alternaban como parte de un
binomio del que nosotros tomábamos tan sólo el lado más amable,
desechando deliberadamente lo gris. En el fondo todo era como un
juego infantil donde encontrar un subterfugio para nuestro
divertimento, mientras la alegría y la tristeza, irremediablemente,
bailaban frente a frente una jota extremeña “al pardear”.</p><p style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">JORGE SÁNCHEZ
MOHEDAS</p><p style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;"><br /></p>Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-4215969343118900495.post-16075997093212186472020-06-14T06:16:00.000-07:002020-06-14T13:56:38.213-07:00Cuando nada se oía<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEje4GXGfweBFtnEWHPC1IMtkqvHbN3WN2gZkdfrEqpNOsR_brAgAqKe2NQC1QIZfXeXwKGEZ5-qsxaO0oVfZvOcGjOZ-YdIQmvYNfz7-CGCqAiWdQVEG9sPlxVCXQj-I3wcYC7eUdlojIxL/s1600/cuando+nada+se+o%25C3%25ADa.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="422" data-original-width="616" height="273" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEje4GXGfweBFtnEWHPC1IMtkqvHbN3WN2gZkdfrEqpNOsR_brAgAqKe2NQC1QIZfXeXwKGEZ5-qsxaO0oVfZvOcGjOZ-YdIQmvYNfz7-CGCqAiWdQVEG9sPlxVCXQj-I3wcYC7eUdlojIxL/s400/cuando+nada+se+o%25C3%25ADa.jpg" width="400" /></a></div>
<br />
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif;">Todo era paz y silencio, en una
calle cualquiera de nuestra infancia, una calle quizá poco
transitada, con dos o tres corrales y un par de viviendas... De
repente, de esquina a esquina, como saliendo de la nada, pasaba un
torbellino de niños corriendo y gritando; después se escuchaban sus
vocecillas alejarse hasta perderse en lontananza, volviendo la
quietud a imperar como norma en la calle solitaria donde nada se oía,
si acaso el leve ruido del maltratado plato de una bombilla en la
pared, ligeramente movido por el aire.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif;">Los
pueblos alternaban momentos bullangueros con profundos silencios. De
aquellas bullas y algarabías del pasado ya hablamos largamente, y
ahora nos vamos a centrar en la mística del silencio... Hagamos un
ejercicio de memoria para volver a reencontrarnos con aquellos
sosiegos insuperables. Fueron pequeños instantes, momentos bellos
que, quizá, nos pasaron desapercibidos, pero que ahora, al recordarlos,
nos dejan un poso de felicidad del que en su día no fuimos
debidamente conscientes.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif;">A
c</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">ualquiera que viviese en
una calle un poco </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">retirada</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">,
</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">le </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">bastaba
con asomarse un momento apoyado en el quicio de la puerta, para vivir
un rato de reposo y silencio, de </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">ese</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">
silencio exactamente aquí </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">relatado</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">,
aunque e</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">l</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">
silencio pudiese verse alterado en cualquier instante por alguna
vecina ja</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">c</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">arandosa
y resuelta, asomada a su respectiva puerta.</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;"><i>
“</i></span><span style="font-family: "times new roman" , serif;"><i>¡</i></span><span style="font-family: "times new roman" , serif;"><i>Ehhh
Petra, vaya un airuchu que se </i></span><span style="font-family: "times new roman" , serif;"><i>acaba
de levantal</i></span><span style="font-family: "times new roman" , serif;"><i>…!”</i></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif;">Las
viejas en las solanas, por momentos dejaban de hablar, y quedaban
allí, estáticas, con el inapreciable movimiento de los dedos sobre
la aguja, convertidas en estatuas de bronce coronadas con sombrero de
paja... Mientras tanto, a su alrededor no se escuchaba nada, si acaso el liviano movimiento de las hojas de una parra.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif;">En
este ambiente de paz y reposo, jugaban un papel destacado los
“serenos” de las casas. Esos lugares interiores al descubierto,
de suelos pétreos y parras verticales, se tornaban en sosegados
claustros medievales, donde sus privilegiados moradores quedaban al
margen de la calle, gozando de la paz monacal y gatuna que allí se
respiraba... Qué suerte dormir en una habitación que diese a un
sereno, exento de ruidos callejeros. En los serenos se sentaban a
coser las viejinas, junto al gato que se desperezaba tumbado sobre
las lanchas de cantería, mientras todo invitaba a la calma.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: "times new roman" , serif;">Cuántas
veces pudimos contemplar escenas como ésta: Un niño en una calle,
al cuidado de la abuela, haciendo equilibrios sobre una piedra
elevada... De repente, la voz estridente de la anciana rompía el
silencio, con ese fatalismo secular de nuestros mayores: <i>"E</i><i>h</i><i>toy
viendu que te cais...</i> <i>¡e</i><i>h</i><i>toy</i> <i>viendu que
te caaaaais!"</i>; porque las abuelas, sí, siempre repetían la
misma frase dos veces, y la segunda vez con un todo elevado,
amenazante, acompañado de un mohín desdentado, y una mirada
acusadora por encima de las gafas caídas.</span></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: "times new roman" , serif;">Y
ya puestos a imaginar, podemos aventurarnos a proyectar en nuestra
mente escenas de la vida de nuestros mayores, con gran aproximación
a lo ocurrido… Podemos imaginar… no sé, a alguno de nuestros
abuelos en pleno campo al terminar la jornada; sentándose a
descansar en un cancho, mientras limpia con su antebrazo el sudor de
la frente, en la calma absoluta del atardecer… Allí, en la soledad
de un prado verde y florido (como fondo de un lienzo impresionista),
mirando el cielo rojizo en la cresta de las sierras, entre vencejos
revoloteando los aires y el olor a poleo de un regato cercano<span style="color: red;">.</span></span></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif;">A
veces, </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">en la serenidad</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">
primaveral de los campos, entre una paz inusitada con olor a escobas,
podíamos escuchar a lo lejos los balidos de las ovejas y sus campanillos..., o a </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">diversos
pájaros</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">, algunos ya
extintos; pero eran ruidos </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">diluidos</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">
en </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">el sosiego</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">
de los campos, ruidos compatibles con la propia naturaleza del
silencio... Hasta incluso, al detener nuestros pasos, </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">escuchábamos
levemente </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">el ruidecillo
</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">eléctrico</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">
de los cables de las torretas de la luz. </span>
</div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif;">Grillos,
chicharras, cucos, cárabos nocturnos, ruiseñores en los álamos <span style="color: black;">de
los arroyos... </span>y demás pequeña fauna con sus ruidos amables,
se integraban en la paz de los paisajes, como miembros de pleno
derecho de aquella hermosa cofradía del silencio.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif;">Nadie
mejor que los niños que cambiamo</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">s
bruscamente </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">el pueblo por
el asfalto, </span><span style="color: black;"><span style="font-family: "times new roman" , serif;">para
percibir</span></span><span style="font-family: "times new roman" , serif;"> ese frente
acústico </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">metropolitano,
</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">que </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">nos
tocó</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;"> </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">encarar</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">
en la nueva existencia urbanita... </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">Incluso
desde </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">nuestra habitación,
</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">al dormir, </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">nos
invadían constantes </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">y
molestos </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">ruidos </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">nocturnos
</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">de coches, motos
estridentes, camiones de la basura cargando y descargando... </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">N</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">ada
que ver con nuestro pasado pueblerino</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">.</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">
</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">Fue ahí</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">,
en esos pequeños detalles, </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">donde</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">
empezamos a </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">maliciarnos de</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">
que no era todo oro lo que nos habían vendido. </span>
</div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif;">Hasta
la luna guardaba silencio en las noches de agosto... De niño miraba
los imponentes cielos estrellados del estío, y me veía a mi mismo
flotando y avanzando entre los astros, imaginando un silencio sideral
inexplicable con palabras, tan sólo alterado por los grillos
incansables de la noche veraniega.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif;">Uno
de los declarados enemigos del silencio rural, era... sí,
efectivamente, lo habéis </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">adivinado</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">,
el reloj del campanario, que nos devolvía sin delicadeza al mundo de
los vivos, con su inoportuna insolencia </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">de
bronce</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">, bajándonos
</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">bruscamente</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">
desde las nubes hacia el suelo de rollos de nuestra calle. Al
escuchar los castañazos del badajo, todo volvía a su sitio, y la
realidad se hacía cruelmente presente... A propósito de este
asunto, desde niño escuché una anécdota real, que podría encajar
perfectamente en cualquier novela de Camilo José Cela. Un hombre del
pueblo, por los años 50, tenía tal facilidad para </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">expeler</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">
ventosidades a placer, que cuando caminaba por las calles, al sonar
las campanadas del reloj, a cada golpe respondía con un cuesco seco
y sonoro, y aunque sonasen las doce no importaba... Lo hacía
simplemente como un juego, como un divertimento que pusiese </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">el</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">
contrapunto en el </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">tragicómico</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">
discurrir de las vidas campesinas... Cuentan los testigos que nuestro
original protagonista ni siquiera se reía, ni estaba al tanto de que
hubiese o no espectadores contemplando la escena. Era un </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">ritual
inserto</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;"> </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">en
</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">su </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">rutina
cotidiana</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">, donde lo
escatológico </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">se hacía
soluble</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;"> </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">en
</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">el realismo mágico de </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">las</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">
pequeñas aldeas... Aquellos cuescos hombrunos y garbanceros,
frecuentes rompedores del silencio, a veces cortos, o a veces
prolongados, formaron parte de la banda sonora de nuestra infancia.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif;">Y
cómo no, una vez más toca citar a los felinos, esos grandes
maestros del silencio, expertos funa</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">m</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">bulistas
de repisas y tejados, capaces de </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">acariciar</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">
las tejas en las horas silentes de la siesta, sin hacer ruido alguno,
como si fuesen hologramas</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">
</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">que pasasen de puntillas
por la vida </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">aldeana,</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">
</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">convirtiéndolo todo en
las tomas falsas de</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;"> </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">alguna</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">
película donde alguien hubiese bajado el volumen para siempre... </span>
</div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif;">Otra
de las múltiples escenas que pudieran ilustrar este texto, podría
ser la siguiente: por una calle tranquila, de repente escuchamos por
la ventanilla de una cocina, a una madre temperamental gritando a un
niño: <i>"¡Cómite toah lah </i><i>patátah</i><i>, no me
déjih en el platu picapláhtah!" </i>(picaplastas: restos de
comidas)... Los silencios, como podemos ver, eran sobradamente
frágiles: tan pronto estaban como inopinadamente desaparecían...</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif;">Uno
de los momentos mágicos de contraste entre el sosiego y la algazara
infantil, se daba en los trigales durante el mes de mayo. Los pájaros
bajaban como corsarios de los aires al asalto del trigo…
Inmediatamente, un palo sobre un bote de hojalata, en manos de una
niña, rompía en un instante la paz allí encontrada... y los
pequeños piratas volanderos levantaban el vuelo, sabedores de tener
incontables oportunidades de asaltar el botín... A lo lejos se
escuchaban voces infantiles oxeando pájaros con aprendidas
cancioncillas que se llevaba el aire tranquilo de la tarde. Era una
lucha sin cuartel, sí, entre ruidos y silencios, una lucha
irreconciliable, donde los primeros fuesen Montescos y los segundos
Capuletos.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif;">Nuestros
abuelos en su mayoría estaban un poco tenientes, y nos obligaban a
hablarles en voz alta. <i>"Háblame
reciu"</i> (háblame alto) nos decían. Y nosotros le
hablábamos recio, para romper el silencio que habitaba sus sorderas.
Después nos decían cosas pesimistas y graciosas, como: <i>"Ehtoy
ca vez</i> <i>máh sordu; los viejus tenémuh </i><i>ya muchuh</i><i>
calend</i><i>á</i><i>riuh </i>(calendarios: achaques de la edad).
Aunque el peor calendario de todos, era el propio calendario colgado
en la pared, que les recordaba su paso implacable camino del silencio
último.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif;">¿Qué
campesino que se precie, no dio alguna cabezada a la sombra de una
encina, o quizá de una higuera? Las hojas de las higueras hacían
las veces de celosías, por las que se colaban los rayos del sol, que
por momentos deslumbraban al sufrido durmiente, </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">espabilándole</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">
ligeramente el sueño. Luego, todo volvía a la quietud </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">y
al ronquido</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">, hasta que en
otro instante </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">cualquiera</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">,
le caía una breva en la cabeza, como a Newton le cayó la manzana.
La ley de la gravedad que regía aquellas vidas </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">locales</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">,
era distinta </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">a la de
Newton…</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">, era una
</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">gravedad</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">
trufada de duelos y quebrantos, y no precisamente cervantinos.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif;">En
la hora de siesta el pueblo entero estaba un poco "asorongáu"
(adormitado), y cualquier ruido perturbaba el descanso de los
parroquianos, en esa franja sagrada del día donde todo quedaba a
merced de la misericordia de los viandantes, cuando un simple rebuzno
de un burro en un corral, equivalía al Do de pecho de un tenor…, o
una patada a un bote callejero, a una traca valenciana por San
José...; y una "roanga" (aro metálico infantil sacado de
una llanta de bicicleta), rodando por las calles, podía recordar al
estruendo de un carruaje decimonónico... La suerte estaba echada, y
el reposo puesto en almoneda. </span>
</div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif;">Y
así una larga </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">retahíla</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">
de silencios y momentos de paz dignos de recordar: el silencio de las
trojes, con el ruido sutil de la carcoma…; el silencio de los
pajares, con algún moscón intermitente…; el silencio de las
estancias húmedas y olvidadas, con </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">retratos</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">
de antepasados y telarañas hacendosas…; el silencio de las casas
de los abuelos, con el fuego hipnótico de la lumbre, y las sombras
proyectadas bailando sobre las paredes de cal…; el silencio del
estío, con labriegos </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">y
bestias cabizbajas</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">
volviendo como tristes guerreros derrotados…; el silencio después
de las tormentas, asomados a puertas y ventanas…; el silencio
profundo </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">de la noche</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">,
madrugada adentro, </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">tan
sólo alterado por el breve chillido de alguna lechuza imperceptible
sobrevolando los tejados…</span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">
el silencio… </span><span style="font-family: "times new roman" , serif;">el
silencio...</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif;">De
aquella magia de la quietud vivida…, de aquella serenidad y su
magisterio, pudimos entender la importancia inadvertida del silencio,
y hasta incluso la conveniencia de guardarlo cuando la ignorancia y
la soberbia se conjuran en nuestra contra; como bien nos recordase
Don Pedro Calderón de la Barca en aquel irónico verso: "Cuando
tan torpe la razón se halla, mejor habla, señor, quien mejor
calla". </span>
</div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif;">Era
todo en aquel tiempo una lucha grecorromana entre claros y oscuros,
siempre a merced de un orden arbitrario que alteraba nuestras vidas
agrestes, pero todo se tornaba amable y distinto, en aquellos
pequeños momentos, cuando la calma venía a rescatarnos como un
regalo del cielo, cuando todo paraba su curso... cuando nada se oía.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "times new roman" , serif;">JORGE
SÁNCHEZ MOHEDAS</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<br />
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<br />Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-4215969343118900495.post-17686314368850390572020-03-28T10:18:00.000-07:002020-03-28T10:27:30.185-07:00De usted<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgGJ2Gf2VcwxSHZzPDS1vXUJ4PuibSUfjNJGtuRRuv5E9pMgMApAXQgaWqjdK328C073DdkdtUwRPfE410IVJaESeZb8feobhW7FY_xo23C4ShZxfB0i8jt8XSB8-elF6cef4lwxkW2xp6t/s1600/De+usted+rural.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="660" data-original-width="720" height="365" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgGJ2Gf2VcwxSHZzPDS1vXUJ4PuibSUfjNJGtuRRuv5E9pMgMApAXQgaWqjdK328C073DdkdtUwRPfE410IVJaESeZb8feobhW7FY_xo23C4ShZxfB0i8jt8XSB8-elF6cef4lwxkW2xp6t/s400/De+usted+rural.jpg" width="400" /></a></div>
<br />
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Nunca faltaron al deber, al sacrificio, a la entrega por los
suyos, al trabajo bien hecho y merecido. Los llamábamos de “usted”, sin saber
que ese tratamiento implicaba un mérito ganado con sudor, ganado con arrojo...;
los tratábamos de usted por inercia cultural, pero sin ser conscientes de los
galones que se habían ganado a fuerza de darse sin reservas… sin esperar a
cambio casi nada, como guerreros ejemplares procedentes de una estirpe humilde
y anónima, que conformó también el curso de la historia.<o:p></o:p></span></div>
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">El respeto a los mayores estaba entre las normas emanadas de
la costumbre, que no hacía falta explicarlas en exceso... Ni los muchachones
más gamberros, que lanzaban piedras y fiscalizaban las calles aldeanas, osaban
faltar al respeto abiertamente a un anciano (otra cosa muy distinta es que lo
hiciesen en petit comité, todo hay que decirlo); si acaso, todo lo más, hacían
burlas y chistes por lo bajini; tal vez alguna mofa por aquí o por allá,
dirigida a un viejo borrachin que pasaba por la calle desentonando antiguas
canciones de la mili, pero siempre con el freno de mano echado, y conscientes
del rapapolvo que se les venía encima si llegaba cualquier queja a oídos de sus
progenitores.<o:p></o:p></span></div>
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Los mayores nos mandaban a hacer recados con suma frecuencia,
y nunca fuimos capaces de negarnos. Corríamos endiabladamente a hacer cualquier
mandado sin rechistar... De repente, un hombre que pasaba inopinadamente por la
calle, te mandaba a su casa (que estaba al otro extremo del pueblo) a recoger
una cuerda olvidada en el corral, y tú, sin más dilación ni preguntas de por
medio, salías disparado, como un repartidor de pizzas del futuro, acompañado de
otros dos velocirráptores, cogiendo esquinas sin mirar, sorteando burros
cargados de tarmas, y viejas con calderillas de patatas. En tiempo récord
estabas de vuelta con la cuerda, y, casi sin tomar tierra, se la dabas en la
mano con un escueto: <i>“Tomi uhtéd”</i>, al tiempo que seguías el vuelo hacia
tus juegos infantiles, como las golondrinas en su alocado revoloteo sorteando
chimeneas.<o:p></o:p></span></div>
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Allá por los setenta y los ochenta, los chavales de los
madriles, ya muy modernos ellos, se sorprendían al oírnos tratar de
"usted" a nuestros padres, y mostraban una disimulada sonrisa, sin
ocultar un cierto tonillo de superioridad. Luego nos preguntaban, aparte, el
porqué de nuestro tratamiento a los mayores, a lo que nosotros, descolocados,
no sabíamos realmente qué responder, pues para nosotros, ellos, los altaneros
impúberes llegados del asfalto, estaban siempre a la vanguardia de las cosas, y
nuestra actitud era tendente a imitarlos, sin más, aceptando como válida
cualquier mercancía de procedencia urbana.<o:p></o:p></span></div>
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Por todas partes escuchábamos el “usted” respetuoso, ante
cualquier cumplido o saludo: <i>¿Va uhtéh pa llá…?<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>/ Pueh uhtéh verá… / “Y uhtéd que lo
conóhca… / ¿Ha vihtu uhtéh pasal un perru que se me ha ehcapáu?...</i><o:p></o:p></span></div>
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Especialmente chocante resultaba el trato dado por las hijas
a sus ancianos padres, cuidados por ellas mismas. Resultaba curioso observar el
contraste, por ejemplo, cuando combinaban alguna regañina, como quien se dirige
a un niño, con el tratamiento de usted, como quien se dirige a un padre: <i>“¡Quieri
uhtéh dejal de rebacal ya de una veh, que ehtá tol día rebacandu…!” </i>(Dándole
vueltas a la cabeza, generalmente en actitud pesimista).<o:p></o:p></span></div>
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Entre el “tú” y el “usted,” normalmente mediaba una
generación, pero no siempre era así, como veremos en algunos casos
verdaderamente llamativos.<o:p></o:p></span></div>
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Los "mozos viejos", aquellos eternos solterones de
mirada retraída y cigarro adosado a la mano, eran relegados al
"tuteo" hasta muy avanzada edad, aún incluso por nosotros, los más
pequeños, y sobre todo por los indómitos muchachones mayores, que olían la
debilidad del prójimo como los tiburones huelen la sangre... Es como si la
soltería, a estos ancianos mozos, les otorgara un irónico elixir de juventud, a
pesar de las arrugas bien marcadas que, en cambio, para nada respetaban el
celibato rural. Era una soltería a la que, en muchos casos, no llegaban por
vocación, sino más bien por su espíritu pusilánime para enfrentar las artes del
galanteo, donde ni el vino peleón de la taberna consiguió redimirlos de su
cortedad. Y así, de esta forma, se quedaron con el tuteo de unos y otros, como
pequeños dardos envenenados que les dejaban un poso de derrota, hasta que un
buen día “doblaban la servilleta” para siempre, dejándole en herencia a una
sobrina, no más allá de una angosta casilla sin luces a la calle, con cuatro
aperos de labranza, y un viejo burro “cojilitranca” de mirada mohína, que
esperaba a la postre igualmente su final.<o:p></o:p></span></div>
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Las personas con alguna deficiencia mental, también estaban
indefectiblemente condenas al tuteo, independientemente de su edad. Eran
tratadas de tú por chicos y mayores, aunque quizá el tuteo no fuese el mayor
menoscabo al que se viesen abocadas, pues había otros peores que no son materia
de este texto. Podíamos ver, por ejemplo, cualquier tarde soleada de otoño, a
algún pobre aldeano deficiente, ya casi anciano, sentado en un poyo al sol, con
la boina torcida y la mirada hacia ninguna parte, al tiempo que unos y otros
pasaban por su lado, brindándole saludos de lo más variado: a veces cariñosos y
a veces un tanto guasones, mientras él contestaba de forma mecánica, con
monosílabos o respuestas recurrentes, en una rueca de frasecillas pueblerinas
aprendidas, usadas a modo de comodín: <i>“Ehhh, Antoniu, ¿qué bien ehtáh ahí al
sol?” / “Siiii, mu bien…”</i><o:p></o:p></span></div>
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">El tratamiento de “don” y “doña”, normalmente llevaba
aparejado el tratamiento de usted, independientemente de la soltería. Así pues,
maestros y maestras, médicos, boticarios…, y demás gente de carrera, gozaban
siempre el privilegio del “usted”; y por supuesto el cura del pueblo, por joven
que éste fuera:<i> “Don Constantinu, querémuh bautizal a la niña, pa que uhtéh
lo vaya supiendu con tiempu”.</i><o:p></o:p></span></div>
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Los hombres y mujeres recién casados, mantenían el estatus
juvenil por pocos años. En la medida en que iban llegando sus hijos al mundo,
ellos iban adquiriendo el nuevo tratamiento de personas mayores de cara a la
población menuda, a la par que las patas de gallo, y el rostro curtido por el
sol de justicia de los campos extremeños, les dejaban la impronta que les
servía de garantía para su nueva condición de adultos.<o:p></o:p></span></div>
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Un buen día, los jovenzuelos "urbano-rurales," a
caballo entre el semáforo y el corral, henchidos de modernidad, decidimos
cambiar el "usted" por el "tú" a todo quisqui, y las
primeras víctimas fueron, cómo no, nuestros propios padres, que apenas se
enteraron, pues lo hicimos con nocturnidad, en un timo verbal perfectamente
dosificado. Fuimos alternando ambas formas, para que no se notase en exceso: a
veces los tratábamos de usted, y otras de tú... y en la medida en que fueron
bajando la guardia, se quedaron con el tú ya para siempre. A los que no fue tan
fácil cambiarles el tratamiento, fue a nuestros abuelos, que aún se resistían,
con esa ancestral manera de concebir el respeto jerárquico por edades, tal y
como ellos lo vivieron, y nos lanzaban alguna que otra protesta en defensa
propia. Pero al final, con la poca energía de quien se sabe ya vencido por los
años, también fueron claudicando, derrotados, en parte, por el vertiginoso y
moderno estado de cosas que se les venía encima, sin apenas tiempo para
digerirlo... Fue ese mismo y moderno estado de cosas que un buen día les cambió
el reloj de bolsillo por un Casio digital importado de Japón. La misma
obsolescencia, sí, de un nuevo tiempo insolente donde ellos mismo sintieron,
quizá, que al igual que a los yogures, les habían colocado un sello en la boina
con la fecha de caducidad... Y así fueron aceptando nuestro tuteo, como fueron
aceptando el resto de cosas, alternando una sonrisa con una mueca de
resignación.<o:p></o:p></span></div>
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Fueron, y son, nuestros mayores, sí, nuestros padres y
abuelos, nuestros héroes de un pasado ya olvidado… de antiguas estaciones de
tren con olor a zotal…, de escobas de baleo a la puerta, de calderillas de zinc
cargadas de higos chumbos…, de cántaros a la cabeza que nunca se cayeron… y de
bocas desdentadas prestas siempre a la sonrisa. Fueron las últimas generaciones
del “usted”, las últimas generaciones con mayúsculas, a las que nunca pagaremos
en justicia. Se merecían, y se merecerán por siempre, esa atención y cariño que
algunas veces les racaneamos, y ese reconocimiento, en fin, de que todo lo
mucho o poco que somos se lo debemos. Cuidemos sin reserva a esos pocos
supervivientes del naufragio que aún nos quedan por aquí, como reliquias de un
pasado de olor a galapero, sentados, quizá, en un sillón de escay, con la
mirada perdida, pero sin perder la dignidad.<o:p></o:p></span></div>
<div class="Standard" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="Standard">
<br /></div>
<div class="Standard">
JORGE SÁNCHEZ MOHEDAS<o:p></o:p></div>
<div class="Standard">
<br /></div>
<br />Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-4215969343118900495.post-481714101575966302020-01-06T08:56:00.001-08:002020-03-28T08:32:02.429-07:00Ale, vámuh<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiarDT6hHMnHwu1L1Szdyzl-JipUrg1mty9_cZja2bSbuFjve4MDNq__DcqE2qd6gaXBAnQkkIne9kvpjDaYJ6sRe6bnywaQCj2byyVIp65PKXDxCWSWKwJnrKPOLbDOyXeOIL09zOiImxO/s1600/ale+venga+2.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="428" data-original-width="583" height="292" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiarDT6hHMnHwu1L1Szdyzl-JipUrg1mty9_cZja2bSbuFjve4MDNq__DcqE2qd6gaXBAnQkkIne9kvpjDaYJ6sRe6bnywaQCj2byyVIp65PKXDxCWSWKwJnrKPOLbDOyXeOIL09zOiImxO/s400/ale+venga+2.jpg" width="400" /></a></div>
<br />
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
Entre los ruidos y algarabías que retumbaban por las calles de
nuestra infancia, una parte no despreciable se la llevaban los
saludos y cumplidos que los aldeanos se repartían sin descanso, con
la generosidad propia de las cosas que no cuestan casi nada. Lo más
sorprendente, es que un buen día debieron descubrir, quién sabe,
que el tono elevado en el saludo, daba mayor credibilidad al mismo.
Tanto es así, que se hacía realmente complicado escuchar un
cumplido en voz baja. A mayor volumen, sí, el saludo parecía ganar
en certeza; así podemos intuir que quedó pactado desde muchas
generaciones atrás. De esta forma, desde primeras horas de la
mañana, podíamos escuchar a grito pelado el intercambio de saludos,
cumplidos y parabienes tan propios de aquel tiempo aquí relatado:<i>
"Eyyy , ve con Dioh..." "Aleeee, vámuh..."
"¿Váih pa’ llá? / siiii vámuh..." " Que sea pa’
bien...” "Ehhh, </i><i>ha</i><i>l</i><i>aaa</i><i>,
vengaaaa..." "E</i><i>hhh</i><i>, ¿váh pa</i><i>’</i><i>
baju? ... "¿Ya vi</i><i>é</i><i>nih...?" "¿Cómu
ehtá uhtéh...?"</i></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
El
inventario de saludos era muy amplio, y las circunstancias y escenas
que se derivaban de los mismos, aún más. Estaba, por ejemplo, el saludo
rápido y esquivo por ambas partes, que se resolvía sin perder el
paso, con un repentino giro de cabeza propio de un desfile militar:
<i>"¿Vah pa’ llá...?" / "Voy pa’ llá..."</i>
Estaba, entre otros muchos, el saludo que buscaba retener al
interlocutor a toda costa, donde uno ejercía de araña y otro de
mosca atrapada en la tela mortal. Aquí entraba en juego la pericia
de la víctima para eludir la tediosa presencia, lo cual no siempre
se conseguía con éxito, pues no todo el mundo manejaba el arte de
la excusa perfecta, prima hermana de la mentira piadosa...<i> "Voy
corriendu al eht</i><i>á</i><i>ncu ántih de que cierrin"</i>,
podías poner como pretexto, pero no siempre funcionaba... Estaba
también el saludo que buscaba abiertamente la complicidad y el
chisme, típico del alcahuete de guardia que no faltaba en cada
esquina...; y estaba, en fin, el saludo sospechosamente atento, de
aquél con quien apenas tenías trato, pero que un buen día aparecía
con fingida amabilidad y una atención desmedida, repetida durante
varios días, hasta que al fin se desvelaba el misterio, que no era
otro que el interés por un “cachimán” (pequeña parcela de
terreno) o una tierra lindera que intentaba conseguir a un precio
asequible, y a la que, por supuesto, se refería usando diminutivos
tendentes a menoscabar el valor de la misma: <i>"Esi cachinu de
tierra que me linda allí... a vel si noh llegámuh a entendel".</i></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
No
pocas veces este asunto que nos ocupa, daba lugar a escenas
tragicómicas. Cuantas veces, por ejemplo, en una calleja cualquiera
del pueblo, el destino te ponía ante la vicisitud de encontrarte con
alguno de esos múltiples enemigos que se iban acumulando a través
de las diversas pendencias surgidas en el ambiente viciado de las
sociedades cerradas... De repente, mira tú, una noche cualquiera,
inevitablemente ocurría: al doblar una esquina, aparecía delante de
tus narices el enemigo número cuatro, bajo la luz tenue de una
humilde bombilla de plato. La reacción de ambos era dar un "rejurtu"
(retroceso repentino), sin cruzar palabra alguna, y maldiciendo al
destino por haber colocado en un mismo tiempo y lugar a un sujeto
indeseable, algo que no debía resultar extraño con tan pocas calles
en juego, sin duda insuficientes para eludir por mucho tiempo a la
burlona Ley de la Probabilidad.</div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
Desde
muy niño me dejó marcado (ya lo relaté en alguna ocasión) el
saludo ininteligible de los hombres que pasaban con el Celtas Cortos
entre los dedos amarillentos... Era un saludo escueto, ronco y
tabacuno, de una forzada gravedad de chato de vino y regreso
tabernero, entre las luces grises del atardecer, en un marco rural de
penumbra y tristeza, que contrastaba con una sutil y bella
melancolía.</div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
Especialmente
agotadores eran los saludos después de un año sin pisar por el
pueblo, en las típicas visitas veraniegas (tal vez en las fiestas
patronales), donde el saludo constante por aquí y por allá se
convertía en una suerte de tortura, que a menudo se arreglaba con
dos o tres frases hechas, repartidas a modo de octavillas verbales
que íbamos lanzando a diestro y siniestro, calle arriba o calle
abajo, ante la pertinaz acometida de unos y otros.</div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
Pero
de todos los cumplidos que tuvimos ocasión de vivir, el que se
llevaba la palma, por curioso y pintoresco, era el saludo atento de
alguna viejecilla clásica, de las de siempre, que una vez llegábamos
al pueblo en vacaciones, en un tono chillón y un marcado acento
extremeño, nos hacía siempre la paradójica y oportuna pregunta:
<i>"¿Habéih veníu?..."</i> En ese mismo instante,
inevitablemente, se te pasaba por la cabeza hacer la gracieta ante
tus amiguetes, y contestarle a la pobre anciana algo así como: <i>"No,
llegaremos mañana."</i> Pero inmediatamente se imponía ese
respeto reverencial hacia los mayores, que en aquel tiempo era casi
sagrado, y con buen criterio decidías morderte la lengua, ante las
risillas de los mariachis que te acompañaban, y con un gesto de
seriedad forzada, contestabas a la anciana con la cortesía que la
ocasión requería... Y la anciana, como si estuviese escrito en
algún guion, remataba el cumplido siempre con la segunda pregunta:
<i>"¿Habéih veníu tóh...?"</i> <i>"Sí, sí, hemos
venido todos, tía"</i>, contestabas..., y entonces, por fin,
continuaba su camino renqueante y satisfecha. Seguramente, más que a
ti mismo, a quien realmente dirigía el cumplido la mujer, era a tus
padres o abuelos a través de ti, en alguna deuda eterna que tenía
con ellos, vete tú a saber desde cuándo ni por qué razón, pero
estas cosas eran propias de las personas de aquel tiempo, donde aún
quedaba gente enormemente agradecida.</div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
El
débil apretón de manos del señorito oficinista, de dedos
blanquecinos y afilados, contrastaba con el violento apretón del
labriego de manos anchas y “porrúas”, más dado a empuñar la
“sigureja o el sacho”, y que, a nada que te pillase con la
guardia bajada y la mano relajada, podía lesionarte el dedo meñique,
y dejarte como en las viñetas de Mortadelo y Filemón, contándote
los dedos para ver si estaban todos en su sitio, a la vez que, con un
vozarrón quebrado y un ligero tufillo a coñac, te soltaba algo así
como: <i>"¡Me cagüen tooo la lechi, si no me llégah a decil
naaa, ni te había conocíu"!</i></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
Uno
de los peligros que acechaban al viandante desprovisto de coraza, era
encontrarse a quemarropa con alguno de los pelmazos oficiales del
reino, de aquellos que se habían ganado la fama a pulso, y tenían
la astucia de esperar a la pieza en un lugar propicio y transitado, o
a veces en dos sitios a la vez, con un extraño don de bilocación...
A estos paisanos en particular, les bastaba una tímida mirada por tu
parte para retenerte con algún pretexto cualquiera, que acababa en
una larga retahíla de monsergas y temas intrascendentes, de cuya
situación no era fácil desenredarse... Pero el culmen de esta
escena, la apoteosis misma, era cuando coincidían dos púgiles de la
misma naturaleza, que podían estarse en plena calle durante un
tiempo indefinido hablando sin parar..., cayéndoles la pelona
invernal sin apenas inmutarse, como actores secundarios de una
insignificante obra cotidiana, sin más fondo de escenario que las
rejas mugrientas de la ventanilla de un corral. Allí se podían
eternizar, sí, perdiendo la noción del tiempo. Cuando el uno
hablaba, el otro apuraba el cigarro, y viceversa. Cuando el primero
hacía amago de marcharse, era retenido hábilmente por el segundo;
cuando ya parecía retirarse el segundo (en un disimulado gesto de
derrota), era rescatado por el primero con alguna coletilla
machacona... y así todo el rato, en una interminable lucha sin
cuartel, en un bucle sin salida del cual sólo podía liberarte un
tercero... Tanto es así, que al final acudía al rescate un inocente
niño de la familia, enviado para la ocasión, que, con voz
aflautada, se dirigía al padre de esta guisa: <i>"Que dici mama
que jaci ratu que está la cena fría..."</i></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
Los
saludos entre los chavales eran casi inexistentes, con la vergüenza
siempre por bandera. Los niños rurales éramos tremendamente
retraídos; veíamos estas cosas de los cumplidos como algo propio de
señoritos, o de las películas y otras pamplinas por el estilo...
Los abrazos y los afectos en general, eran poco frecuentes entre los
niños varones; hasta el simple hecho de estrecharse la mano, era una
rara avis entre nosotros, y en especial entre el conjunto de la tropa
muchachil, que no era otra cosa que un riguroso tribunal de
prejuicios... Los actos de ternura de cualquier naturaleza eran
vistos como algo melindroso que nos provocaba una mezcla de sonrojo y
desprecio, pues nuestras formas eran casi siempre rudas y cortantes.
Nuestros saludos, pues, no iban más allá de un simple:<i> "</i><i>¿Ondi
hah andáu…</i><i>?"</i> con la cabeza gacha, y en un tono
hombruno y pueblerino debidamente impostado. Las niñas, sin embargo,
eran mucho más afectuosas entre ellas, y más dadas a besuqueos y
abrazos, algo que estaba sobradamente aceptado en su papel femenino.</div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
Desde
muy niños nos enseñaron a decir frases como "hasta mañana si Dios quiere", al acostarnos; o "buenos días nos dé dios",
al levantarnos; cosa que hacíamos de manera mecánica y no siempre
con el mejor talante, ciertamente. La timidez o la falta de modales
mostrada por los más pequeños, enfadaba con frecuencia a nuestros
mayores. Los abuelos, sin ir más lejos, nos reprochaban a menudo
nuestra actitud con una palabra antigua, sacada de las arcas del
pasado, y que tantas veces nos tocó escuchar: "Zurrupiu".
De esta forma, ante cualquier situación en la que faltásemos al
oportuno cumplido, éramos tachados de “zurrupiuh” en tono severo
y gesto displicente: <i>"Paécih un</i> <i>zurrupiu...</i>, nos
decían, y nos íbamos cabizbajos, con el honor de haber recibido un
inesperado título, sin saber muy bien lo que era, pero con la
sensación de que algo no estaba en su sitio.</div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
El
saludo entre los muchachones mayores, era un saludo varonil y
gamberro, a veces en forma de silbido, y preferentemente desde lejos,
para que tuviese el efecto deseado. Estos silbidos largos y castizos
se escuchaban indistintamente en los pueblos y en los campos; era una
forma ancestral y corriente de comunicación, que quizá hundía sus
raíces en las cuevas de la prehistoria... o vete tú a saber
dónde..., y hacía las veces de una tecnología de andar por casa
(sin batería) para las comunicaciones a media distancia, tal y como
podemos ver en los famosos silbos de La Gomera.</div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
Andando
por el campo, un día cualquiera, podíamos oír uno de estos
mencionados silbidos y alzar la cabeza persuadidos de que nos
reclamaban desde lo alto de algún sitio, cuando en realidad el
silbido iba dirigido a algún animal despistado, o quizá se tratase
tan sólo de un zagalillo aprendiendo a silbar ante la inmensidad de
las vaguadas, sin llamar a nadie en particular, sino jugando tan sólo
con el eco…, o experimentando sus primeros escarceos con la
soledad.</div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
Los
cumplidos meteorológicos, seguramente tuvieron su origen en
ambientes rurales, y luego se exportaron a las ciudades,
especialmente al espacio claustrofóbico de un ascensor; pero
nosotros pudimos oírlos directamente en los bellos escenarios que
adornaron nuestros años menudos: <i>“Paeci que ha refrehcáu algu…
/ Sí, paeci que hoy jaci ya máh frehquinu".</i></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
Algunos
saludos toscos y primitivos que escuchamos en nuestra infancia, se
podían canjear perfectamente por gruñidos, graznidos, balidos,
chasquidos, rebuznos, relinchos… a veces onomatopeyas locales...
alaridos deformes... no sé... Se mezclaban los sonidos de la
naturaleza con los ruidos humanos, como en un variopinto festival
acústico donde a menudo se confundiese el hombre y la tierra, como
en el título de aquella serie televisiva del gran Félix Rodríguez
de La Fuente.</div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
El
saludo hacia los ancianos era bastante recurrente, tanto en preguntas
como en respuestas. <i>"¿Cómu anda uht</i><i>é</i><i>h, tiu
Ambrosiu? / Vaaaah, ca’ veh peol hiju, loh viejuh vámuh toh pa’
baju..." </i>Sus respuestas adivinaban un pesimismo crónico,
propio de cuando las derrotas prevalecen sobre las victorias, y las
cicatrices dejan marcas imborrables en los pellejos sobados por el
tiempo.</div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
La
comunicación con los animales, estaba en sintonía con el ambiente
de la época, y, salvo excepciones, no era especialmente amable ni
abundaba mucho en delicadezas. En muchos casos solía dividirse en lo
algo así como "reclamo y despedida". La llamada a los
perros, podía ser quizá: “Tova tova" (frotando los dedos
índice y pulgar)…, y la despedida era directamente: "Durduuuu…",
dando un pisotón en el suelo... Para los gatos el acercamiento
podía procurarse a través del clásico... "Míiiiisinu",
y la despedida, “saaapeeee”, dando un par de palmadas en el
pantalón de pana... A las gallinas, con los populares “pítah
pítah" y “píruh píruh”... y en fin, a los burros, a las
ovejas, a los guarrapos (cerdos), a las cabras... y al resto de la
fauna doméstica se les llamaba de múltiples maneras, personalizadas
por cada sujeto o incluso propias de cada localidad. Así pues,
podíamos escuchar por todas partes sonidos de lo más variado y
surrealista: <i>“Túmah túmah"…, "bechi bechi"…,
"raggggg"...</i></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
Aún
ha perdurado la sana costumbre campestre de saludar a todo hijo de
vecino que te encuentras por calles y caminos, ya sean locales o
forasteros; incluso los senderistas capitalinos que recorren las
rutas de nuestros pueblos, saludan a todo aquél que se tropiezan por
esas sendas de dios, en una sabia adaptación a las cercanas
costumbres rurales.
</div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
Según
decía un tal Mark Twain, escritor y humorista, “La buena educación
consiste en esconder lo bueno que pensamos de nosotros y lo malo que
pensamos de los otros.” Es tan simple como eso; pero bajarse del
ego debe ser como apearse de un tren en marcha al borde de un
terraplén, y ese vértigo no estamos dispuestos a afrontarlo.</div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
Tengamos
a bien, al menos, seguir con los saludos y cumplidos que nos legaron
nuestros heroicos antepasados, que no cuestan dinero, y aún siguen
funcionando como el pegamento natural y accesible, que nos une como
personas, y consigue salvar, aunque sea por un instante, nuestras
torpes diferencias... Ale, venga, id con Dios.</div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
JORGE
SÁNCHEZ MOHEDAS</div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<br />Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-4215969343118900495.post-57006268971945171942019-07-27T03:23:00.001-07:002019-07-28T17:22:07.674-07:00En buena gavilla<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiX98PeT9FooVr9dhn1Yg5qwcVaxMT_7dJBq76WClphQRV5zx8-_t7vNdaKhuNbT8Pleos2V_32luOeRg2h7wijoJn1k9G9nrWGN3KH4JMFF_JCfyyafLgpVkSLwUOFpE50crZ7QViUjy4A/s1600/Jugando+a+las+canicas.+Tenerife%252C+a%25C3%25B1os+50.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="586" data-original-width="742" height="315" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiX98PeT9FooVr9dhn1Yg5qwcVaxMT_7dJBq76WClphQRV5zx8-_t7vNdaKhuNbT8Pleos2V_32luOeRg2h7wijoJn1k9G9nrWGN3KH4JMFF_JCfyyafLgpVkSLwUOFpE50crZ7QViUjy4A/s400/Jugando+a+las+canicas.+Tenerife%252C+a%25C3%25B1os+50.jpg" width="400" /></a></div>
<br />
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Al volver en vacaciones,
después de nuestra diáspora bellotera por la dispar geografía
ibérica, los abuelos, como por acto reflejo, siempre nos
preguntaban: <i>¿Hah jechu</i> <i>gavilla pa</i><i>’ </i><i>ll</i><i>í...?</i>,
sabedores de la importancia de la amistad en los años infantiles,
donde el más leve desarraigo tira al traste los ánimos, y deja a
los infantes a merced de la tristeza.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">El
diccionario de la RAE, define el término “gavilla” como un
conjunto agrupado de sarmientos, ramas, hierbas… y claro está,
también personas.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">La
amistad infantil, por aquellas comarcas septentrionales de la
"jerriza" Extremadura, era, como todo en aquel tiempo, una
amistad directa, sin medias tintas, y revestida de una impostada
rudeza, donde cualquier cursilería te podía jugar una mala pasada
ante las rigurosas patrullas callejeras. Tan pronto estábamos
jugando tranquilos y en concordia, como de repente, sin venir a
cuento, uno de tus propios amigos se ponía a lanzar piedras sin
control, al grito de: <i>“</i><i>¡</i><i>Avisu avisu, </i><i>a</i><i>l
que no se aparti lo guisu!”… </i>En
el fondo, quizá,
aquella agresividad
forzada,
pudiera ser
un mecanismo de defensa heredado, <span style="color: black;">que
</span><span style="color: black;">deja</span><span style="color: black;">se</span><span style="color: black;">
en</span><span style="color: black;">
evidencia</span> los miedos
ancestrales que llevábamos instalados de serie.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Las
peleas y disputas formaban parte del panorama diario de nuestra vida
menuda: <i>"Ha empez</i><i>á</i><i>u él, que</i> <i>me ha
ech</i><i>á</i><i>u un galipu encima (me ha escupido)... / Peru él
me había llam</i><i>á</i><i>u ántih </i><i>de nombri </i><i>(me</i>
<i>había insultado)</i>..." Las enemistades, fruto de pequeñas
trifulcas muchacheras, no duraban mucho más de un par de días. El
rencor infantil era un bellaco desarmado que tenía las horas
contadas. En el siguiente encuentro grupal, uno de los efímeros
enemigos, se iba acercando de forma remolona, cabizbajo, nervioso,
con una prudencia inusitada, buscando alguna acción absurda que
llamase la atención, como, tal vez, dar un puntapié en la puerta de
lata de un corral, desatando los ladridos repentinos de unos perros
flacos y justicieros, con el hocico asomando por las “talleras”.
Los primeros intercambios de palabras eran cortos y extremadamente
respetuosos, eran más bien inapreciables gruñidos con acento
extremeño, <span style="color: black;">en busca</span> de la gavilla
perdida. Al día siguiente todo volvía a su ritmo distendido y
pendenciero, como si nada hubiese pasado.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="color: black; font-family: inherit;">Los
nuevos amigos de la ciudad, y los del pueblo, compartían nuestras
vidas sin conocerse entre sí, más que de referencias distorsionadas
que les llegaban de nosotros, ante la imposibilidad de ser
contrastadas. Vivíamos a caballo entre dos universos paralelos, uno
de hierba y otro de asfalto, donde el agujero de gusano que los unía
éramos nosotros mismos.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Luego
estaban los amigos de los madriles, tantas veces citados, que nos
venían entre julio y agosto a engrosar las adolescentes pandillas
estivales; a veces tan urbanitas ellos, y tan rústicos los propios,
que se entablaba una lucha tácita por hacerse con el liderazgo del
grupo. Los capitalinos intentaban imponer su cultura de asfalto
periférico, impregnada de jerga Cheli y trifulcas karatecas (casi
siempre inventadas), envuelta en la estética del Torete y el
Vaquilla del cine quinqui del momento… o del Madrid áspero que nos
mostrase en sus canciones el ínclito Sabina. Los vernáculos del
lugar, como contrapartida, procuraban deslumbrar a sus rivales con su
dominio del minúsculo orbe agropecuario, sacando pecho con actitudes
varoniles, siempre basadas en la fuerza física, la valentía... y
otras testosteronas por el estilo. Estas disimuladas batallas de amor
propio, se convertían en absurdas disputas por una pueril hegemonía
más propia quizá de la edad que de otra cosa: de golpe, un buen
día, por ejemplo, quedaba mermada la autoestima del mozuelo oriundo,
en una partida de futbolín o de billar americano, o quizá, no
sé..., en el debate sobre la vida y obra de tal o cual cantante de
moda. Pero al día siguiente, la providencia hacía que algún adulto
local, mira tú, pidiese mano de obra juvenil para descargar un
camión de alpacas, y allí acudían autóctonos y urbanitas a la
par. Ni que decir tiene que los primeros recobraban la sonrisa y se
sentían como jugando en casa, recuperando, de esta forma, el terreno
perdido.
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Algunos
amigos se fueron muy pronto; unos perdidos por esa vasta geografía
sin límites, y otros sencillamente para siempre. Fuimos testigos de
ello a través de luctuosas noticias que nos fueron llegando con el
paso de los años... En esta misma línea, se hace patente la pena de
los ancianos que van perdiendo a sus quintos y amigos de toda la
vida, de los cuales recuerdan hasta los momentos más remotos del
pasado…; de cuando jugaban de chicos a subir a las “pingollas”
de las higueras…, o de cuando compartieron pitarras y alegrías en
días inolvidables de carnavales y mayordomías. Al recordar al
reciente amigo perdido, unas lágrimas se les escapan por el rostro
agrietado, mientras la tristeza “tortea” con los nudillos a la
puerta, como un siniestro cobrador que viene a reclamar lo suyo.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Las
amigas del alma, igualmente, aún se citan en los poyos de la vejez,
donde rememoran, al fresco veraniego, episodios y momentos dulces de
cuando jugaban de chicas a las casitas, con tejas rotas como único
menaje del hogar, hojas de higueras y “mondajas” de las patatas<span style="color: red;">
</span>a modo de comidas imaginarias, y unos palos de las tarmas
haciendo las veces de trébedes. Las vemos sentadas, todavía,
alternando silencios con risas repentinas a golpe de memoria.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">En
boca de los varones rurales, faltaría más, estaban siempre los
amigos de la mili, que duraban varios años, con intercambio
epistolar, donde las cartas estaban llenas de buenos deseos y faltas
de ortografía a la par; o aquellos otros amigos cuarteleros, aún
más antiguos, de los que nos hablaban a menudo los abuelos (sin que
prestásemos mucha atención), algunos de los cuales aún nos tocó
ir a visitar en los años ochenta y noventa, por esos pueblos
serranos.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Entre
los chavales porfiábamos por casi todo, fabricando castillos en el aire,
mentirijillas de cartón, y fanfarronadas copiadas de nuestro
entorno, que a medida que salían de nuestra boca, iban bajando poco
a poco el soufflé, conscientes de las reducidas expectativas que nos
rodeaban. De esta manera, nuestras bravuconadas entre amigos,
acababan declinando hacia un tono realista, y nuestros sueños, con
frecuencia, no eran sueños de altos vuelos, sino más bien de un
vuelo gallináceo, donde, apenas empezábamos a levitar y a sentir el
vértigo del aleteo, ya estábamos nuevamente tocando con los pies
las cagalutas de las calles y las verdolagas de los caminos, a la vez
que el cacareo de alguna gallina picando las pamplinas de las
paredes, nos recordaba la insalvable ley de la gravedad.
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Los
amigos rurales siempre estaban ahí, impermeables a nuestro
destierro, esperando nuestra infalible vuelta veraniega, y
encontraban por nuestra parte, igualmente, una fidelidad
insobornable. A pesar de hacer nuevas gavillas en nuestras
variopintas ciudades de acogida, siempre estaban presentes los amigos
aldeanos, sí, como un valor seguro, como un <span style="color: black;">puntal
de castaño</span> sobre las vigas astilladas de nuestro frágil
edificio vital. Eran un referente en nuestras vidas, y con ellos
dábamos la paliza a nuestros lejanos amigos metropolitanos,
inventándoles incluso hazañas rurales jamás realizadas, como,
quizá, recorrer un largo trecho de pie sobre un caballo al galope, y
proezas similares.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">¿Quién
no recuerda, también, alguna de aquellas amistades impuestas por los
mayores, o por circunstancias de aquí o allá, que en muchos casos
no funcionaban? Eran gavillas manufacturadas, que valían sólo para
un rato. Recuerdo vagamente un encuentro casual con un niño de La
Pesga (parecido en la voz y el rostro al cantante Joselito). Lo
conocí un buen día en unos baños de aguas termales, con olor a
huevos podridos (azufre), a los que iba mi abuela, en un rústico
balneario de pocas tonterías, sito en una dehesa de la Jarilla (creo
que lo llamaban Baños del Salugral)... Allí pasé todo el día con
el improvisado socio, jugando con unas “gállaras” encontradas en
el camino de ida, y lanzando piedras a imaginarios gigantes recreados
por encinas centenarias. Luego, por la tarde, nos despedimos para
siempre, cada uno por caminos diferentes, con los burros a paso
cansino, cruzando dehesas sombrías y campazos despejados, con álamos
de sombras afiladas.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Nuestros
amigos eran un fiel reflejo de sus mayores, pues aún no estaban
influenciados por el exceso de factores externos de nuestros días, y
mostraban con gran aproximación el carácter heredado, los gestos,
los ademanes, y hasta los defectos y virtudes como una réplica
menuda de sus padres o abuelos. Los había más sinceros y más
"zorrínuh" (falsetes), los había más atentos y más
"dehpegáuh" (distantes), los había más sociables y más
"ehquívuh" (esquivos), los había más discretos y más
"mezucónih" (entrometidos), los había más generosos y
más "jorrúñuh" (tacaños), y los había, en fin, de todo
el enorme espectro de luces y sombras que conforman la convulsa
condición humana. Pero nosotros teníamos una innata tendencia a
separar el trigo de la paja, y a quedarnos con las muchas o pocas
virtudes de nuestros compañeros de aventuras, pues, a fin de
cuentas, eran nuestros amigos, y sin ellos, no éramos nada.
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Las
amistades, en algunos casos, iban variando con el paso de la infancia
a la adolescencia, y de la adolescencia a la juventud, en esos
caprichosos vaivenes tan propios de la edad, y esos gustos y virajes
de distinta naturaleza que, de verano a verano, cambiaban el curso de
las amistades, haciéndolas solubles en grandes pandillas,
conformadas por pequeños grupúsculos de afinidad, donde todos iban
juntos pero no revueltos.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Nuestros
abuelos nos hablaban de amistades antiquísimas... amistades de
boinas caladas, quizá de cuando las bellotas, quién sabe,
decidieron ponerse "caripuchi" a la cabeza, para ir a juego
con el entorno. Eran amistades que en algunos casos se heredaban,
como si portaran alguna información oculta<span style="color: red;"> </span><span style="color: black;">en
el ADN</span><span style="color: black;">.</span></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Los
quintos, por el simple hecho de serlo, llevaban aparejada una
obligación secular de amistad hasta el fin de sus días. Se seguían
teniendo en cuenta muchos años después de haberse marchado incluso
a "La Argentina", aunque no hubiesen vuelto nunca más. Un
buen día, de golpe, cobraban vida en alguna de aquellas fotos de los
quintos guardadas en la socorrida caja de lata, con el acordeón en
la mano, y la sonrisa permanente de un pasado color sepia con
sombrero tirolés: "<i>Esi que veh ahí tan rejerti, </i><i>el
de</i><i> </i><i>la acordeón</i><i> y el sombreru </i><i>con la
pluma</i><i>...</i><i>,</i> <i>e</i><i>h</i><i> </i><i>el mi quintu
</i><i>Ju</i><i>h</i><i>tinianu</i><i>, </i><i>el </i><i>de tía
Isidra; </i><i>s</i><i>e fuerun </i><i>toa la familia </i><i>pa</i><i>´</i><i>
</i><i>L</i><i>a </i><i>Argentina y no volvierun..." "Éramuh
mu am</i><i>í</i><i>guh... igual que su padri </i><i>y </i><i>el
míu</i><i>, </i><i>que iban dámbuh a doh pa</i><i>’ </i><i>toah
pártih</i><i>...”</i></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Y
así fuimos dejando atrás una interminable estela de amistades,
asociadas a colores, a olores y a sensaciones diferentes: la amistad
esporádica de unos hijos de pastores, que apenas estaban un corto
tiempo por el pueblo, se marchaban un buen día por una calleja de
tierra, entre lágrimas y olor a oveja, como niños trashumantes
condenados al polvo de los caminos; o la amistad de olor a incienso,
de unos monaguillos vivarachos, entre campanarios y cigüeñas…; o
incluso la amistad fugaz de unos niños gitanos que inesperadamente
llegaban, viento y bronce, a lomos de caballos con crines trenzadas,
y apenas jugaban con nosotros unos días, se marchaban una tarde
cualquiera a golpe de pezuña...</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Quizá
la principal medida que necesite este mundo para enderezarlo, sea ir
aprendiendo, con voluntad y paciencia, a hacer buena gavilla;
gavillas de trigo, se entiende, no las gavillas de cizaña que algún
oscuro Leviatán nos ha enseñado a hacer a lo largo de la nefasta
historia de la humanidad. Más nos vale ir frenando esa maléfica
pulsión que nos domina; ese mal amigo interior que, rebatiendo al
poeta, nos enseñó el secreto de la misantropía.
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;">Si
levantasen cabeza nuestros antepasados, desde sus sombreros de paño,
los unos, y sus pañuelos de Doña Rogelia, las otras, y viesen a los
niños (y no tan niños) ensimismados en extraños cachivaches de la
mátrix cibernética, se quedarían desconcertados, y al cabo de unos
segundos, en un tosco y antiguo extremeño ya olvidado, desde su
milenaria ingenuidad analógica, les preguntarían: “<i>¿Habéis
jechu ya gavilla?”,</i> y a buen seguro, encontrarían un frío y
distante silencio digital por respuesta, y volverían a volatilizarse
en la niebla, como virtuosas almas purgantes, convencidos, sí, de
que este mundo se ha ido ya “roangando” por un barranco sin
final, llevándose clavados los pinchos de todas las chumberas
arrastradas en la caída, después de haber firmado, previamente, un
cheque en blanco hacia el abismo.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: inherit;"><br />
</span></div>
<br />
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: inherit;">JORGE
SÁNCHEZ MOHEDAS</span></div>
<br />Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-4215969343118900495.post-53887633181014467702019-03-17T09:24:00.001-07:002020-03-28T08:25:00.409-07:00En cá la madrina<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgPqDRbrw0i7RdaBb286tv-N0PCHrJs-MQk82mZKo-5z3uqFfcXFSgM8JGPvJ_m-e-Kc1G9Yjkc-quRH5wnNZhXSIjEqgIDubASOFA0LnLdmkCP3Hkll66bOvnCcvD1m3J7n6OEIa1nsQn1/s1600/En+ca+la+madrina.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="558" data-original-width="820" height="271" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgPqDRbrw0i7RdaBb286tv-N0PCHrJs-MQk82mZKo-5z3uqFfcXFSgM8JGPvJ_m-e-Kc1G9Yjkc-quRH5wnNZhXSIjEqgIDubASOFA0LnLdmkCP3Hkll66bOvnCcvD1m3J7n6OEIa1nsQn1/s400/En+ca+la+madrina.jpg" width="400" /></a></div>
<br />
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Los padrinos olían a adobo de matanza y a chamusquina en las gélidas
mañanas invernales. Los padrinos estaban atentos, disponibles, y sus
casas eran una extensión de las nuestras, donde incluso podía haber
chiquillería y jolgorio, y hasta las normas un poco más relajadas,
lo cual suponía un acicate para el divertimento infantil de los
ahijados.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Las palabras padrino
y madrina estaban a la orden del día: <i>"Voy en c</i><i>á</i><i>
</i><i>la</i><i> madrina a llevali únah</i> <i>perrun</i><i>í</i><i>llah
que hémuh jechu en la tahona..." "Me ha traíu mi padrinu
media docena de güevuh, que dici que le ponin ahora muchu lah
gall</i><i>í</i><i>nah..."</i></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Al margen de la
definición de padrino de bautismo que ofrece el Canon 872 del Código
de Derecho Canónico, en el contexto de la España rural, la figura
del padrino iba aún más allá, llegando incluso a ocupar un espacio
vital, donde en los casos más extremos los padrinos podían llegar a
hacerse cargo del niño en ausencia de sus progenitores.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">El padrinazgo hundía
sus raíces en compromisos de varias generaciones atrás, so pena que
alguien, directamente, se ofreciese por asunto de afinidad, u otras
tantas razones que se daban a menudo en en el <span style="color: black;">cercano</span>
microcosmos rural.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Los padrinos
respondían a una suerte de mecenazgo que se hacía necesario en unas
poblaciones campesinas afectadas por la escasez material, una escasez
que tendía a ser compensada con exceso de cariño, y donde todo
apoyo entre unos y otros era indispensable. Esto lo captaban </span><span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">muy bien los niños,
desde su inadvertido instinto, porque los niños eran sumamente
intuitivos, mucho más de lo que los mayores sospechaban.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Estos múltiples
vínculos de padrinazgo por aquí y por allá, nos servían en
bandeja las figuras del "compadre" y la "comadre",
que eran una suerte de honorífico parentesco entre padres y padrinos
<span style="color: black;">respectivamente</span><span style="color: black;">,</span>
donde en no pocos casos se establecían lazos verdaderamente
familiares.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Entre la muchachada
pueblerina había una cierta curiosidad por conocer los padrinos de
unos y de otros, en especial entre los amigos más íntimos:<i>
"¿Quiénih son loh túh padrinuh...?/ </i><i>T</i><i>íu
Prudenciu y tía Juaquina... / ¿</i><i>L</i><i>oh mihmu ent</i><i>ó</i><i>ncih
que loh de mi primu Juan...?"</i></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">A mi me tocó en
suerte un padrino bonachón y muchachero, al que tan sólo disfruté
unos pocos años de mi más temprana infancia, pues nos dejó
enseguida (a mi madrina la tuve muchos años más). De los encuentros
con mi padrino guardo una imagen surrealista y placentera, con todos
los pequeños montados en un burro llamado Caracoles, grande, torpón
y viejo, similar al rocinante del Quijote. Todos allí, como en una
escena propia de las películas de Cantinflas en versión extremeña,
sobre un suelo alfombrado de margaritas, en los verdes prados
Juanramonianos que abundaban en el pequeño pueblo que me vio nacer.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Las comadres
hacendosas se encontraban en los caminos y en los arroyos lavanderos,
y otras veces volvían cogidas del brazo al acabar la novena del
“Crihtu Benditu”, y hablaban de sus vidas campesinas, de sus
pequeñas ilusiones, de sus preocupaciones compartidas, y, sobre
todo, de sus hijos, sí, sus hijos mil veces mencionados.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">En las matanzas de
los padrinos, coincidían los ahijados de un lado y otro, sin tener
ninguna especial amistad entre ellos. Eran tan sólo un par de días
puntuales de convivencia en el marco de un encuentro ocasional, donde
compartíamos con júbilo el breve espacio de tiempo matancero, lleno
de momentos lúdicos, mágicos, donde no faltaban los columpios en un
árbol de las cercanías, o el lanzamiento de tiestos nocturnos sobre
las casas desprevenidas (ya relatado por aquí), o tal vez el
patinaje temerario en las escarchas navideñas, sobre los helados
charcos mañaneros próximos a las casas de los padrinos, <i>“</i><i>ondi
únuh caían de</i> <i>culu y ótruh de br</i><i>ú</i><i>cih</i><i>...”
</i>Luego, la efímera amistad matancera, se esfumaba hasta el
encuentro eventual del año siguiente, como en un bucle de ida y
vuelta que cada mes de diciembre nos devolvía al mismo escenario.
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Las niñas de
posguerra, después de recitar en la iglesia el correspondiente verso
de mayo a la virgen, iban a repetir sus versos a casa de los
padrinos. La madrina se emocionaba con el verso de la ahijada, y le
daba una propina, que la niña guardaba para montarse en los
caballitos de la feria del pueblo de al lado... Después, las
pequeñas, seguían el recorrido por calles y casas, declamando con
sus <span style="color: black;">melindrosas</span> vocecillas. Algunas
mujeres sentadas en la calle, solicitaban la presencia de las
pequeñas rapsodas de inocencia angelical, que, emocionadas, repetían
con voz de pito sus aprendidos soniquetes de mayo ante el público
callejero que las reclamaba. <i>"Ven aquí bonita y échanoh el
versu... ¿y esi ramu de florih tan bonitu que ll</i><i>é</i><i>vah,
quién te lo ha jechu, tu madrina...? / No, tía, me lo ha jechu Doña
Valeriana, </i><i>que </i><i>tieni un rosal </i><i>mu grandi </i><i>en
el huertu</i><i>..."</i></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Los términos
“compadre” y “comadre” estaban en boca de todos los paisanos,
y se escuchaban por las calles, por el campo, por las tabernas, o a
la salida de misa... El compadreo <span style="color: black;">rezumaba</span><span style="color: black;">
calor </span>humano y proximidad, y era un bálsamo en aquella
verbena de los afectos, tan propia de unas personas condenadas a
necesitarse.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">A los jóvenes
estudiantes, al volver de vacaciones al pueblo, las madres les
preguntaban: <i>“</i><i>¿Hah</i><i> iu</i> <i>ya </i><i>en c</i><i>á</i><i>
loh padrínuh…?”</i> Pues las visitas a los padrinos, sí, y a
otros familiares cercanos, formaban parte de un ritual de atenciones
compartidas.
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Algunos padrinos de
edad provecta, esperaban la visita dominical de los ahijados, o
incluso esperaban, quizá, la aparición tardía de aquella ahijada
que emigró a Madrid muchos años atrás, y que a la vuelta al
pueblo, cada verano, tenía a bien regalarle un rato a los ancianos
padrinos, o puede que tan sólo a la madrina, ya viuda, que sentada a
la mesa camilla mostraba un rostro agridulce, reflejo de un pasado de
claroscuros devenido en soledad... La madrina estaba allí, zurciendo
un calcetín, o rezando un rosario con la luz apagada, donde apenas
se filtraba la tenue claridad de la ventana. Y así se consumían las
horas de la tarde, entre frases recurrentes y pequeños silencios, y
una mano tiritona acercando un plato de duralex con dos o tres
“mantecaos”, que aún conservaban el sabor inconfundible (y hasta
el olor) del viejo comercio donde se compraron.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">A medida que se fue
perdiendo la costumbre de los compromisos y ofrecimientos
“padrineros”, el padrinazgo fue haciéndose soluble en familiares
directos que pasaron a hacer las veces de <span style="color: black;">padrinos</span><span style="color: black;">.
La figura ancestral del padrino, de esta forma, fue quedando </span><span style="color: black;">relegada</span><span style="color: black;">
y perdiendo su propia esencia:</span><span style="color: black;"><i>“</i></span><span style="color: black;"><i>¿Quién
eh el tú padrinu...? / Mi tíu </i></span><span style="color: black;"><i>Pepi</i></span><span style="color: black;"><i>...”
</i></span>
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Mis abuelos tuvieron
numerosos ahijados, en su mayoría fruto de vínculos y deudas
remotas que provenían de generaciones pasadas, perdidas en la
genealogía de antiguos padrinazgos <span style="color: black;">de calles
oscuras y candiles </span><span style="color: black;">de aceite</span><span style="color: black;">.</span></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Los niños acudían
a casa de los padrinos a mostrarles cualquier novedad: ya fuese el
traje de comunión, o los "atavíuh" del carnaval, a base
de ropas viejas, a veces prestadas por los propios padrinos. Aquellos
disfraces surrealistas, sí, de indumentarias menesterosas, que
surgían de un ingenio rural y espontaneo, totalmente alejado del
<span style="color: black;">encorsetado</span> mundo comercial que nos
aqueja.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Pasados los años
ochenta, ya con la distopía orwelliana haciéndonos una enmienda a
la totalidad, las antiguas formas de vida fueron quedando
desprovistas de contenido, solapadas por modelos foráneos
perfectamente diseñados al efecto. Estos nuevos modelos fueron
suplantando todo aquello que fue nuestro y tan nuestro, en especial
las relaciones humanas, que eran el pilar fundamental de la vida
labriega. De esta forma, compadres y comadres fueron también
víctimas de ese incesante bombardeo de injerencias, que fue
horadando nuestra centenaria antropología de badana <span style="color: black;">y
cantería.</span> Y así, sucesivamente, nos fueron invadiendo modas
y costumbres importadas a través de las infames pantallas de la
tele, o, incluso, por medio de los paisanos emigrados, que en sus
visitas vacacionales, con la mejor de las intenciones, eran
portadores de todo un amplio repertorio de regalos envenenados,
procedentes del deslumbrante mundo capitalino, que recibíamos con
una abierta sonrisa inocente y bobalicona, propia de aquellos que van
a ser inmolados en el altar del todopoderoso progreso.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Afortunadamente, aún
hay gente en nuestros pueblos que se esfuerza en conservar costumbres
centenarias como “El jueves de comadre” y “El jueves de
compadre”, anteriores al carnaval, en una lucha sin cuartel por
mantener un soplo de nuestras tradiciones, frente a l<span style="color: black;">a
</span><span style="color: black;">apisonadora </span><span style="color: black;">inmisericorde</span><span style="color: black;">
</span><span style="color: black;">de los nuevos tiempos.</span></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Los padrinos
tuvieron sus días de vino y rosas en el pasado, y recibieron
canciones de alborada al amanecer, dedicadas expresamente para
ellos... Los padrinos eran, ciertamente, como un regalo inesperado,
unos segundos padres que estaban siempre en el banquillo de los
suplentes, calentando impacientes a la espera de ser reclamados.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Compadres y comadres
se encontraban por calles y callejas, y podíamos ver sus oscuras
siluetas a la caída del sol, en el contraluz, gesticulando y
charlando sin medida: ora de alegrías, ora de tristezas. Charlando,
en fin, de mil temas interminables de aquellos que conformaban <span style="color: black;">el
</span><span style="color: black;">transcurrir</span> de sus vidas
entregadas a los vientos aldeanos: que si la "demuación"
del tiempo..., que si la puerta que no "acistaba" bien...,
<i>“</i><i>que si el maehtru aquel que</i><i> loh sacaba de ch</i><i>í</i><i>cuh
al encerau a jacel cuéntah..." </i>Las risas se escuchaban
desde lejos, al compás del campanillo de las cabras, la luna
asomando por la sierra y los pájaros bullangueros buscando sitio en
los cables de la luz.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Aún quedan algunos
compadres y comadres por ahí, que siguen llamándose a voz en grito,
a modo de pinceladas románticas devueltas a nuestros días, como
sacadas de un venturoso túnel del tiempo.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">No olvides, amigo
lector, si en tu ajetreada agenda hallas un hueco, perder un par de
horas (las horas mejor usadas de tu tiempo) y encender la sonrisa de
un padrino anciano, de los muchos que aún quedan mendigando una
visita, en una pequeña casa de pueblo, o en una residencia en las
montañas hurdanas, ya apartados por siempre de sus calles del alma,
de su pasado de<span style="color: #55308d;"> </span><span style="color: black;">domingos
al sol</span><span style="color: black;"> y tamboriles…</span> Es el
mayor gesto de amor y justicia que podemos hacer. Id “en cá la
madrina”, y sentaos, sin prisas, sin reservas, pues allí, en su
rostro, encontraréis el rostro de todas las madrinas del mundo, de
todos los ancianos que entregaron tanto a cambio de casi nada…
Atreveos, y encarad sin miedo a la impostora cultura de las prisas, a
la ampulosa cultura de la nada…, a la maquiavélica y sutil cultura
de la ingratitud.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
JORGE SÁNCHEZ
MOHEDAS</div>
jorsanmo12@netcourrier.com<br />
<br />Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-4215969343118900495.post-4363908299391555832018-11-17T17:16:00.000-08:002018-11-19T04:09:15.650-08:00Trato hecho<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEguSIan5hkp65RrMG0rncIFS52I1yMMnSg_20UZh8YFNyRQplpWFcUWzKgn_DE9UHzRgBPdy2ul4Aiq6ZOwHbEko9w7nts3MOSdoMBUXynJpN1MKWqWr8PIxkJ1g4IPB4BsIXlT9jP-6j6n/s1600/TRATO+HECHO.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="669" data-original-width="600" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEguSIan5hkp65RrMG0rncIFS52I1yMMnSg_20UZh8YFNyRQplpWFcUWzKgn_DE9UHzRgBPdy2ul4Aiq6ZOwHbEko9w7nts3MOSdoMBUXynJpN1MKWqWr8PIxkJ1g4IPB4BsIXlT9jP-6j6n/s400/TRATO+HECHO.jpg" width="357" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">En
cualquier calle, esquina o calleja angosta, dos caras curtidas frente
a frente, dos ojos semiabiertos que se miran fijamente…, un
apretón de manos agrietadas, y una frase mil veces repetida: "Trato
hecho..." Para qué más. Así de simple, sin firmas, ni
legajos, ni papeles espurios..., y en algunos casos ni siquiera
testigos, nada de nada, tan sólo la palabra. La palabra como un
antiguo baluarte insobornable, como una prueba irrefutable de lo más
noble de la condición humana.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">El
valor de la “palabra dada” superaba todas las formas de contrato
posibles, según nos contaban nuestros abuelos. Hasta incluso hubo
palabras respetadas más allá de la muerte. Y así parece ser que
fue durante siglos. Luego nosotros, posteriormente, fuimos conociendo
una etapa de transición, donde la cultura de la argucia empezó a
tomar posiciones, y vimos a la honradez palidecer lentamente en una
vieja cama, con catre de hierro e interruptor de pera.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">La
palabra dada, efectivamente, era superior a cualquier papel
embadurnado de sellos y firmas. Aquella
gente aún estaba lejos de
la
famosa
parodia de Groucho Marx: “La
parte contratante de la primera parte, será
considerada como la parte contratante…
bla
bla bla
,“ y demás artimañas
de los textos administrativos, que
marcaron un punto de inflexión en el devenir de los distintos
acuerdos entre personas..</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Las
antiguas
escrituras
de compraventa eran muy simples: un par de firmas de ambas partes, y
la firma adicional de algún improvisado testigo, que tal vez acababa
de descargar un “carricochi” de leña,
y firmaba con los dedos “engarañaos”
<span style="color: black;">de
frío</span><span style="color: black;">.</span></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">El
dinero no se guardaba en banco alguno, sino más bien en ventanillas
de corrales..., o
entre los leños del leñar…,
o dentro de una manta doblada en el fondo de un baúl, o
quién sabe en qué otros sitios de
lo más
insospechados.
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Varias
veces escuché de niño la anécdota de
un corral que se incendió, y mientras la paja ardía en lo más
alto, y las llamas devoraban tablas
y
cuarterones,
el anciano dueño del edificio (sin dar explicaciones) gritaba
desaforadamente: “¡Esa vigaaaaa, esaaa
vigaaa...!”, pues, efectivamente,
entre el hueco de la viga y la pared de piedra, escondía sus
principales ahorros… No
fueron en vano sus gritos, pues
a pesar de que algunos billetes quedaron un
tanto
“churruhcáuh”
(quemados), en
su mayoría fueron
salvados por los abnegados
bomberos rurales, que,
con
agua de pozo y calderilla
de zinc
en ristre, y
sin dejar caer la boina
al suelo,
se aplicaron a fondo en
tan noble labor;
pues
por
aquellos entonces, la
gente acudía generosamente a apagar fuegos y a minimizar toda suerte
de desgracias ajenas.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Los
niños usábamos la palabra "cicatero" a todas horas, como
sinónimo de “tramposo” (aunque el diccionario lo define más
bien
como tacaño)...
En un momento cualquiera del juego, varias voces recriminaban a un
sujeto cualquiera, al grito de:.<i>”
¡¡</i><i>É</i><i>rih
un cicateru...!!” “Cicateruuuu, </i><i>cicateruuuuu”,
</i>se
escuchaba por las calles y las plazuelas de tierra... Ser acusado
de cicatero era toda
una
afrenta, un
dardo clavado
sobre
el
duro
pellejo infantil, acostumbrado a toda suerte de envites.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Seamos
justos, y admitamos que pícaros siempre hubo, rateros de melones y
sandías…, o astutos chalanes en las
ferias
de ganado…, todo hay que decirlo, sí,
y
hasta incluso el dinero prestado en usura formaba parte de las bajezas humanas
de aquellos tiempos pasados,
como anticipo, tal vez, de lo que nos llegaría más tarde; aunque
todo
aquello
no
era más
que un
pequeño
ensayo,
una <span style="color: black;">minúscula</span>
prefiguración de nuestro tiempo actual. Pero a pesar de todo, las
puertas de las
casas de
nuestra
infancia, las conocimos siempre abiertas, sin
miedo alguno, abiertas
al
frío
y abiertas a la vida.
Tanto es así, que de la
llave principal
de
las casas a
veces se desconocía su paradero, por falta de uso. Cuando en alguna
ocasión era necesario echar la llave, por cualquier ausencia
extraordinaria, como la boda de un ahijado en Cáceres, o el bautizo
de un nieto en Madrid, me cuentan que había que buscar la llave
concienzudamente por toda la casa, pues a diario bastaba tan sólo
con echar
la
tranca por la noche. La búsqueda se convertía
en toda una odisea, siguiendo el rastro de la robusta llave de
hierro, que
llevaba varios años guardada en algún sitio por ahí, pero nadie se
acordaba del lugar... “<i>Me
paeci habela vihtu detráh del poyu de loh cántaruh”,</i>
decía uno... “<i>Con
dificultah si no ehtá en la lacena, detráh del pucheru de
barru</i>...”,
comentaba otro…, pero nada de
nada,
la llave no aparecía por ninguna parte, hasta que, al final, ya casi
dada por perdida, alguien
la encontraba
detrás de un tablón de la bodega, con un ligero aroma a tocino,
entre tinajas de barro y cántaros de aceite, después de algunos
años durmiendo su oxidado letargo bodeguero.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Como
es
sabido,
ya en aquel
tiempo de nuestra infancia,
las miserias humanas fueron
sigilosamente
horadando la
dura
capa de la
honradez,
pero la honradez era un blasón que todavía lucía por encima del
dintel de numerosas puertas, y “la palabra dada” tenía un alto
predicamento aún entre mucha gente cabal de aquella
Extremadura que nos tocó en suerte; y aún lo
tuvo mucho
más, como
hemos dicho<span style="color: red;">,</span>
en tiempos de nuestros ancestros. ¡Qué tiempos debieron ser
aquellos!,
qué envidia, que hasta en las juntas y reuniones agropecuarias
llegaban a acuerdos sin
grandes desavenencias, según
nos relataban nuestros abuelos.
Nosotros, en
cambio,
ya comenzamos de
niños
a
barruntar
los primeros nubarrones de tormenta,
que
apuntaban
a un marcado
espíritu
de contienda, más
cercano a Puerto
Hurraco que
al
monasterio de Silos.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Con
la modernidad, la honradez fue relegada al cuarto trastero de las
cosas inservibles,
al arca más escondida de la troje, aquejada de carcomas contumaces,
de esas que trabajan con paciencia en el silencio de la madrugada; un
arca oscura y olvidada, donde duermen las virtudes humanas ya en
desuso, entre
el perfume inconfundible
de la naftalina.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Nuestros
antepasados murieron sin saber lo que
era una hipoteca, ni un plazo fijo, ni un fondo de inversión...,
ni la publicidad, ni el marketing, ni
el mundo digital…, ni
otras muchas tretas
sofisticadas
del mismísimo demonio.
Tuvieron
la fortuna de vivir las cosas palpables y verdaderas, frente a las
cosas
virtuales
y perecederas; tuvieron
la fortuna, pues,
de que nadie les cambiara los “jiguh” (higos)
por los “gigas”, ni los deslumbrasen
con las luces halógenas de una era robótica y fría.
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Cada
vez que nuestros mayores nos pillaban en un renuncio, las
consecuencias eran serias. Tal vez una alpargata justiciera se
mostraba amenazante ante cualquier pequeña
infracción de las normas, que
por
otra parte
eran
de
sobra conocidas...
Pero
a
pesar de los pesares,
aquellas benditas
alpargatas (que
se quedaban casi siempre en un conato de embestida),
iban cargadas de bondadosa
pedagogía,
y la mano que las blandía era la misma mano amorosa que nos colmaba
sin reservas del afecto necesario; eran manos
de
madres y abuelas entrañables, que sirvieron para reducir a la mínima
expresión la tontería, y a inocularnos el virus del respeto a los
demás, ya
descatalogado en el mercado actual <span style="color: black;">de
</span><span style="color: black;">soberbias</span><span style="color: red;">
</span><span style="color: black;">y
fanfarria</span><span style="color: black;">s</span><span style="color: black;">.
</span>
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Cuando
llegabas a casa llorando, trasquilado como Don Alonso Quijano después
de sus tragicómicas batallas,
despotricando
de los infantes rivales, en tus variopintas refriegas
callejeras…,
y decías, por ejemplo: <i>“Juan
me ha tir</i><i>á</i><i>u
barru a loh pantal</i><i>ó</i><i>nih”,</i>
escuchabas una voz adulta que
te paraba en seco,
con aquella recurrente frase demoledora que tantas
veces oímos:<i>
"Algu habráh jechu tú también"</i>...
Te embargaba entonces una desolación que a la postre resultaba ser
didáctica, pues te hacía comprender que eras uno más en el planeta
tierra, sí, tan sólo uno más. A la larga, eran lecciones
reguladoras del
orgullo y las vanidades humanas...
Y ya ni te cuento si en casa te pillaban en algún embuste, en
contraste con el mundo actual, donde campa
la
mentira
por
doquier,
con numerosas paternidades, aunque tal vez con un mismo padre en
origen.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Un
buen día de tu feliz infancia pueblerina, te encontrabas una <span style="color: black;">peonza</span>
caída
entre la
maleza
de un regato cercano a la escuela, pero
no una
peonza cualquiera,
no,
<span style="color: black;">sino</span><span style="color: black;">
</span>precisamente
la peonza exacta que habías añorado tener, y no otra. De repente
toda la fortuna se había puesto de tu parte, y llegabas a casa
exultante,
mostrando el citado trofeo; pero de golpe, una vez más, todo tu gozo
en un pozo, pues tu madre, por ejemplo, <span style="color: black;">te
despertaba el cargo de conciencia, </span><span style="color: black;">obligándote
a</span><span style="color: black;">
reparar en la tristeza del</span><span style="color: black;">
</span>infortunado
niño
que
la perdió;
eso
que ahora, en fin, se
ha dado en llamar
“empatía”.
Al
día siguiente, en el
recreo escolar,
alguien comentaba la pérdida de tan preciado objeto
lúdico, y
entonces tú, “el
afortunado”, cabizbajo,
con
un
gesto de honradez
inducida, mascullabas:
“<i>Me
la encontré ayel, caía entre las y</i><i>é</i><i>rba</i><i>h</i><i>
del regatu que hay en frenti de la ehcuela...”</i>
Hoy damos gracias de haber sido educados en aquellos valores y no en
otros…, valores
que nos llevan, por
ejemplo, otro
buen día, ya
mucho más reciente, a encontrarnos un billete de diez euros debajo
de un coche, junto al bordillo de la acera, mojado por la lluvia, y
acto
seguido acercarnos
a la ventanilla
del vehículo para preguntarle al
conductor,
a
punto de arrancar,
si
el mencionado
billete
es suyo... Te
das cuenta, entonces,
que
en
el fondo el
mérito no es tuyo, que te
has limitado, simplemente,
a
recoger un testigo generacional,
y
el galardón
principal es de
aquellos
fieles representantes de la decencia humana que fueron tus
antepasados.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Los
niños corríamos por aquellas calles descuidadas, “<i>metiendu
bulla</i>”
(gritando
y haciendo
ruido); calles donde la picaresca y la probidad lidiaban su
particular batalla,
a
la par
que brotaban
por las esquinas hombres rudos
y curtidos,
cerrando
tratos, y
estrechando
sus manos ásperas, junto a parras y
pozos como únicos testigos.
Mientras
tanto, una
lluvia recia,
otoñal
y nocturna, nos iba disuadiendo. Por los canalones corría toda forma
de inmundicia, y quedaban las calles solitarias, mojadas, despejadas
de todo
lo accesorio.
Los muchachos nos íbamos retirando
hacia las frías casas de piedra y barro,
fusiladas de vientos
que
silbaban
burlones
por
las
“talleras”. Nos
marchábamos, sí, <span style="color: black;">arrastrando</span>,
de una mano, la gravosa carga de los prejuicios, y de la otra, la
liviana carga de las virtudes.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Y
aquí estamos, sanos y salvos, con las justas tonterías, y a buen
recaudo de <span style="color: black;">sospechosos eslabones</span><span style="color: black;">
de nuevo cuño, añadidos</span><span style="color: black;"> </span><span style="color: black;">a</span><span style="color: black;">
la cadena evolutiva</span><span style="color: red;"> </span>de la
estupidez humana; sabedores de que aquellos valores pasados, “serán
ceniza, más tendrá sentido, polvo serán, más polvo enamorado”,
que nos diría el genial Quevedo.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Todos
los que habéis llegado al final de este relato, en mayor o menor
medida conocisteis el tiempo aquí referido. Sabréis,
por
tanto,
que fuisteis los últimos mohicanos del compromiso y
la honradez,
los últimos testigos presenciales del valor de
la palabra dada, la
misma que
por aquellas
fechas
empezaba a mostrar ya
los
últimos
estertores,
y a resquebrajarse
como un puntal carcomido del corral... Si convenís conmigo en que
así fue, no se hable más, trato hecho.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">JORGE
SÁNCHEZ MOHEDAS</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">jorsanmo12@netcourrier.com</span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
</div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<br /></div>
Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-4215969343118900495.post-20059154345386225732018-06-03T08:53:00.000-07:002018-06-03T09:45:57.020-07:00En "burricleta"<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiGOfmUTxelUYAXL1icy_s9Gs8Hv7aW9NWfYTJVXbyLTqUba6By-nxjRA3q3ehP1LDrLiRTUpj4xL0KyjUkXHvz4Q9lojniHO_jGP0DrBw2lC8mIDc9cSmhx4F-nwW2tgvIsDeVJ0qY6mUF/s1600/img198.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="733" data-original-width="943" height="310" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiGOfmUTxelUYAXL1icy_s9Gs8Hv7aW9NWfYTJVXbyLTqUba6By-nxjRA3q3ehP1LDrLiRTUpj4xL0KyjUkXHvz4Q9lojniHO_jGP0DrBw2lC8mIDc9cSmhx4F-nwW2tgvIsDeVJ0qY6mUF/s400/img198.jpg" width="400" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Por un instante ibas
solo, ya nadie sujetaba el sillín; eras consciente de ese abismo, de
ese vértigo que producía el saberte ya sin protección alguna,
guardando un dudoso equilibrio en una de aquellas bicis gigantescas,
no aptas para infantes de pequeña estatura.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">A partir de ese
momento, tu vida de niño rural entraba en otra dimensión. Ya sabías
montar en bici, sí, y no en una bici cualquiera, sino en una bici
desmesurada y robusta. Aquel bautismo de <span style="color: black;">riesgo</span>
y aventura, abría nuevos horizontes en tu reciente condición de
ciclista aldeano, donde las calles, a partir de ese instante ya no
eran las mismas<span style="color: navy;">.</span></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Aprendimos a montar
con bicis grandes, sobradas, caballonas..., y sin esas ruedecillas
laterales protectoras que llegaron años más tarde. La vida de
nuestra infancia <span style="color: black;">campestre</span> fue siempre
sin medias tintas: o todo o nada.
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Traumáticos fueron
los aprendizajes, claro, con dientes ofrecidos a los rollos de las
calles, narices "machucadas", mataduras en las piernas, y
hasta incluso algún brazo escayolado, completaban el tributo
espartano que había que pagar <span style="color: black;">para </span><span style="color: black;">aprender
a montar en bici..., y para casi todo.</span></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Costaba tanto
definir a las cosas lejos del lenguaje vernáculo, que algunos
chavales, de aquellos rudos bucaneros que patrullaban las calles
ásperas de nuestros pueblos, empezaron a denominar a las bicis con
nombres más propios del lugar. Así, en el pueblo que me vio nacer,
estas bicis pasaron a llamarse "burricletas", a medio
camino entre la burra tradicional y la bici propiamente dicha. Y
realmente algo de cierto había en aquel neologismo pueblerino, pues
estos aspirantes a mozos, según llegaban del campo, después de sus
obligaciones agropecuarias, bajaban de la burra autóctona y se
subían raudos a esta segunda burra mecánica, ya en sus ratos de
asueto callejero.
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">La citada
“burricleta”, en realidad, no era otra que aquella enorme bici de
toda la vida, la que usaban los carteros, la antigua bici de
generosos guardabarros, faro de cuello largo (como una cabra
estirando el pescuezo para comer los hijos de la higuera); la dinamo
pegada a la cubierta, robusto portamaletas..., y un amplio sillín de
<span style="color: black;">skay,</span> al que algunas madres costureras
le hacían una funda protectora, quizá de un viejo pantalón de pana
del abuelo... Eran aquellas bicis grandes, en fin, que todos
conocimos, de marca "BH" u "Orbea", y piñón
fijo, como la cabeza y la actitud cerril de más de un paisano
cercano.
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Justo antes de que
la modernidad nos diese el beso de Judas, los pueblos empezaron a
llenarse de "burricletas", como un pequeño anticipo que
servía para hacer más llevadero el tránsito hacia una tardía
revolución industrial, que apenas rozaba de “respajilón” a
nuestras pequeñas aldeas de arado y vertedera... En esta lenta
metamorfosis, la “burricleta” consiguió asimilarse a la vida
natural perfectamente, como parte de la fauna originaria…, como un
semoviente de metal que no paraba de aquí para allá, tanto en su
faceta más lúdica, como en su versión más recia y labriega.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Eran años donde no
resultaba llamativo ver a campesinos con boina y pantalón de pana,
montados en estas bicis, con una pequeña cuerda sujetando el
susodicho pantalón, para evitar el roce y las manchas de grasa de la
“rueda catalina”, cuyo nombre nos resultaba llamativo, y hasta
nos recordaba al nombre de alguna bisabuela nuestra. Podíamos verlos
pasar, con su pedaleo tranquilo y su escaso dominio del equilibrio,
concentrados y mirando hacia delante para no caerse; tal vez
acostumbrados a ir despreocupados a lomos de un jumento, más seguro
sin duda que ese endemoniado artefacto de metal, que incluso los
obligaba a dar pedales.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">De niño escuché la
anécdota (tal vez fuese leyenda rural, quién sabe) de un limitado
ciclista aldeano que dio con los huesos en el suelo un buen día, y
para no reconocer su torpeza, alegó que se le había atravesado una
culebra en el camino, y la bici, claro está, se espantó, como no
podía ser de otra forma.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Nuestros mayores, en
su mayoría, no aprendieron a montar en bici, como tampoco
aprendieron a nadar, ni a montar en patín, ni a manejar un yo-yo…,
ni aprendieron tantas otras cosas y habilidades nuevas, quizá porque
ya habían aprendido demasiadas otras anteriormente, mucho más
prácticas y vitales, y veían las bicis, y demás innovaciones de
los años sesenta y setenta, como una invasión extraterrestre de
Alfa Centauri, a la cual, todo hay que decirlo, no prestaban excesiva
atención.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">En aquellas dulces
tardes preveraniegas, las plazas de los pueblos eran una auténtica
asamblea de burricletas, con sus respectivos jinetes: muchachones
rurales con caras de malos del oeste, con un cepo pajarero colgado de
la trabilla del pantalón, escupiendo a presión la saliva a través
del espacio interdental, o pelando un palo de encina con una navaja
de Albacete… Alrededor de estos “capitostes del gamberreo rural”,
los muchachillos aspirantes a ser muchachones, se colocaban cerca
(aunque guardando un poco las distancias, por temor), copiándoles
cada gesto forzadamente masculino, y los tacos soeces que escapaban
por doquier: <i>“</i><i>¡</i><i>Me cag</i><i>ü</i><i>ennnn
</i><i>laaaaa…</i><i>!” </i>En
un momento dado, una desbandada
de burricletas salía
disparada en cualquier dirección, y
la plaza quedaba vacía,
casi en
silencio,<span style="color: black;">
</span><span style="color: black;">al
albur de vencejos </span><span style="color: black;">y
murciélagos </span><span style="color: black;">sobrevolando</span><span style="color: black;">
</span><span style="color: black;">las
acacias y la estatua de algún </span><span style="color: black;">renombrado
</span><span style="color: black;">poeta.</span></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">La burricleta, por
momentos, parecía tener vida propia, y portaba el entusiasmo de la
gente de aquel tiempo; un entusiasmo que se contagiaba mágicamente
de las personas a los objetos…, ese entusiasmo que nace de la
escasez, y genera una indescriptible ilusión por las cosas mínimas.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">No mucho tiempo
después apareció la versión femenina de la burricleta: eran bicis
sin barra alta, con dos barras que bajaban serpenteantes desde los
manillares a los pedales (facilitando acceder a la bici con falda), y
con un coqueto cesto de alambre en la parte delantera... Ni que decir
tiene que los chavales varones eran sumamente reacios a montar en tan
femeninas y edulcoradas bicis, para no ser humillados verbalmente en
su condición hombruna, por mozos y muchachos que, con ronca y
forzada voz de cazalla, hacían mofa de toda suerte de delicadezas.
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Las ruedas metálicas
se iban carteando con la rotura de los radios. Una vez desechadas,
estas ruedas (ya sin radios) servían luego de "roangas"
(nombre local dado a los aros infantiles) para jugar estruendosamente
por las calles empedradas, atizando la citada "roanga" con
un palo callejero, y dando la oportuna tabarra a los vecinos. De la
misma forma, las cámaras rojas de goma, descartadas después de
múltiples parches y pinchazos, se cortaban en tiras, para los
“tiraores” (tirachinas), o se reutilizaban a modo de pulpo para
el portamaletas, con algún gancho de alambre en los extremos. Como
podemos ver, el reciclaje estaba siempre servido.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Los mencionados
portamaletas, eran más bien portadores de niños que otra cosa.
Podíamos ver constantemente la imagen de un muchacho pedaleando, y
otro sentado atrás, en el portamaletas, con las piernas abiertas por
temor a meter el zapato entre los radios.
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Aquellas bicis
dieron lugar a una fiebre competitiva que obligaba a echar carreras
contra todo lo que se moviese: carreras de bici contra burros…,
carreras de bici contra algún prestigioso corredor pedestre del
lugar..., o contra la moto Vespa de algún sacerdote local, bajando
una empinada cuesta al regreso del pueblo vecino.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Algunos lugareños,
a caballo entre la vieja guardia y la nueva, nacidos sobre los años
cuarenta, quedaron a medio aprender, y fueron dudosos y temidos
ciclistas, convirtiéndose en un peligro para la seguridad vial,
hasta el punto de que, cuando alguno de ellos, famoso por su escasa
destreza a lomos de la bici, osaba subirse en una burricleta,
saltaban todas las alarmas, y los paisanos tomaban las oportunas
precauciones, arrimándose a paredes de tierra y cal, o subiéndose
en poyos de cantería, si fuese menester, como en las antiguas capeas
de las fiestas populares... Acto seguido aparecía <span style="color: black;">el
citado "Terminator gañán", cuya trayectoria con la bici,
se podría definir en el habla local como </span><span style="color: black;"><i>"jaciendu
r</i></span><span style="color: black;"><i>i</i></span><span style="color: black;"><i>ngu
r</i></span><span style="color: black;"><i>á</i></span><span style="color: black;"><i>nguh"</i></span><span style="color: black;">
(en zig zag).</span></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Podíamos ver
burricletas en la era, apoyadas en una hacina..., o a la puerta de
casa..., o del corral...; o tal vez a la puerta de un amigo..., o
junto al portillo de un cortinal, con la cesta cargada de patatas
sobre el portamaletas. Podíamos verlas, sí, por todas partes, como
parte indisoluble del escenario habitual.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Cuando alguien
estrenaba una de aquellas grandes y relucientes bicis, todos los
jovenzuelos se congregaban en torno al ufano propietario y su
reluciente máquina, como moscas alrededor de los "cagajones"…
La pregunta del millón que flotaba en el ambiente era siempre la
misma: <i>"</i><i>¿</i><i>Cuántu te</i> <i>ha co</i><i>stá</i><i>u
la bici?"...</i> Pocas veces sabíamos el precio exacto de las
cosas, pues el precio era un tabú, y era siempre ocultado como parte
de un mecanismo de defensa, en un ambiente viciado <span style="color: black;">de</span><span style="color: red;">
</span><span style="color: black;">prejuicio</span><span style="color: black;">s</span><span style="color: black;">
y</span><span style="color: red;"> </span>desconfianzas. A menudo las
respuestas eran de lo más ambiguo; eran respuestas del tipo: <i>“</i><i>M</i><i>e
la ha compr</i><i>áu</i><i> mi abuelu”…</i><i>;</i><i> “me la</i>
<i>ha traíu mi tío de Madrih”, </i>o tal vez podíamos escuchar
un precio disparatado como respuesta, para presumir de familia
pudiente, en algunos casos, o para disuadir a posibles compradores,
en otros, no fuera a ser que alguien más se arrancase a comprar una
bici similar, arruinando el protagonismo del<span style="color: red;">
</span><span style="color: black;">fatuo</span> mozuelo, que gozaba de su
rústico momento de gloria.</span><br />
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
</div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Las burricletas, con
el tiempo, iban siendo tuneadas, cambiándoles, por ejemplo, los
manillares originales por otros que simulaban ser de bicis de
carrera. Podían ser adornadas, no sé, con pegatinas de gaseosas
Molina…, calcomanías de la época, o plásticos colocados
alrededor de los manillares para proteger las manos del frío... La
imaginación y la improvisación no tenían límites, a la par que
desconocíamos la palabra "hortera", y hasta incluso su
concepto (aunque esto último sigue vigente en nuestros días).</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Nuestra
protagonista, la burricleta, durante sus primeros años, ocupaba un
privilegiado espacio en las infraviviendas campesinas, y era habitual
verla en la entrada de las casas, junto a un palanganero, o junto a
la tinaja de beber el agua, como un miembro más de la casa.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">La burricleta, según
envejecía, se iba despojando de todo lo accesorio, hasta quedar en
el esqueleto de sí misma. De esta manera, lo iba entregando todo,
como en el juego infantil de las prendas: primero la bomba, que era
guardada convenientemente, no fuera a ser hurtada...; luego el
timbre, que dejaba de funcionar después de un uso excesivo y
alocado…; más tarde el faro y la dinamo, que a los pocos meses
resultaban inservibles...; también los guardabarros, después de un
tiempo traqueteando inútilmente…; y finalmente los frenos, que
eran sustituidos por una simple zapatilla metida hacia atrás, en
roce directo con la cubierta. La bici lo acababa perdiendo casi todo,
sí, salvo la dignidad y el portamaletas, que era el único elemento
que, extrañamente, conseguía sobrevivir siempre a esa delgadez
extrema, donde la burricleta se iba metamorfoseando hacia su versión
más austera, en un tránsito lento, pero bizarro, hacia el más allá
de las bicicletas; un más allá que solía llevarlas derechas al
limbo de los trastos viejos, sito en un corral, o una troje, donde
acababa sus días revestida de polvo y telarañas. Allí permanecía
durante un largo purgatorio, acompañada de serones, aguaderas,
lavadores de madera, tinajas, carricoches... Quedaba tristemente a
oscuras, sin más luz que la farola de algún viejo jorobado, que,
como Diógenes de Sinope con su lámpara, apareciese de tarde en
tarde a coger unas bellotas para las cabras. La burricleta,
ciertamente, dormía el sueño de las cosas olvidadas, quedando ya en
el recuerdo sus vertiginosas tardes por las calles ásperas del
lugar, o por las viejas carreteras de almendrilla, camino de la era…,
ignorando el cambio exterior que iban tomando las calles asfaltadas,
que iban siendo cada vez más amables con las privilegiadas y
modernas bicis venideras.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Luego, ya por los
ochenta, llegaron las motoretas, y aquellas pequeñas y novedosas
bicis del cesto delantero, típicas de las series televisivas. Todas
ellas con ruedas más pequeñas, no aptas para carretera, pero que
dejaban a las bicis viejas fuera de moda, como enormes artilugios de
un pasado añejo. Entre estas bicis ochenteras, y las burricletas de
siempre, mancebos y mancebas circulábamos en auténticos pelotones
ciclistas camino de los pantanos extremeños, buscando el baño
estival, donde siempre había algún chaval sin bici, que montaba de
manera furtiva en el socorrido portamaletas del amigo, bajo la eterna
amenaza de “los guardias”, que, como en el Romancero Gitano de
Lorca, aparecían inesperadamente, sorprendiendo desde lejos al
polizón del portamaletas, que saltaba veloz para ocultarse en los
jarales de las cunetas, como si de un zorro se tratase...
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Un día inesperado,
una madre, extremeña y temperamental, subía a la troje, y decía
aquello que tantas veces escuchamos de niño: <i>"</i><i>¡</i><i>Uyyyyy,
cuántuh zárriuh hay en lah trójih, hay que </i><i>il jaciendu</i>
<i>prontu un buen </i><i>dehcuaji!"</i> (eliminar todo lo
accesorio y sobrante). A partir de ese cacareado “descuaje”, la
burricleta tenía los días contados, y quedaba a merced del próximo
chatarrero que apareciese pregonando por las calles aledañas: "¡El
chatarreeeeeeroooooo!" La burricleta, efectivamente, acababa en
manos del chatarrero que, de manera inmisericorde, descuartizaba los
restos que aún quedaban de lo que un día fueron pompas y alegría
de nuestra infancia lisonjera.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Y así, con pasajes
como estos y otros muchos, fuimos cruzando el Rubicón hacia la
madurez tardía, con recuerdos que nos quedaron marcados a fuego, de
un tiempo ya lejano, muy lejano, de cielos inabarcables y aires
puros…; recuerdos, en fin, de una infancia vivida, mitad a pie,
mitad en burricleta.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">JORGE SÁNCHEZ
MOHEDAS</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<a href="mailto:jorsanmo12@netcourrier.com"><span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">jorsanmo12@netcourrier.com</span></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
</div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-4215969343118900495.post-76328543472150484262018-02-25T08:32:00.002-08:002018-02-27T16:03:11.430-08:00Por la pinta<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiM0dqHYrf21wO-N-7sSXNSTyRk-61sL6AJt1GxM7BMbJTyC5FMc8dcRaQOhyphenhyphen8lbl37S8GlA9e9aptnmyrPj8VFTaZ6voeXv_pWNo8rE7muZ-v54XjHGOX4OPFbdlycP2yazxPBMqAL8yxE/s1600/por+la+pinta+sepia.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="656" data-original-width="713" height="367" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiM0dqHYrf21wO-N-7sSXNSTyRk-61sL6AJt1GxM7BMbJTyC5FMc8dcRaQOhyphenhyphen8lbl37S8GlA9e9aptnmyrPj8VFTaZ6voeXv_pWNo8rE7muZ-v54XjHGOX4OPFbdlycP2yazxPBMqAL8yxE/s400/por+la+pinta+sepia.jpg" width="400" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div style="line-height: 115%; margin-bottom: 0.35cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Vivíamos
lejos, muy lejos, de la cultura de la imagen, de la cultura de la
fachada exterior: las presentaciones encorsetadas, por un lado, o el
abandono impostado de las modas transgresoras, por otro. Vivíamos,
en fin, ajenos a la publicidad y al resto de escenarios donde se
rinde culto a los imperantes feudos de la vacuidad...</span></span></div>
</div>
</div>
<div style="line-height: 115%; margin-bottom: 0.35cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">Al
contrario que las</span><span lang="es-AR">
tribus urbanas, nuestra imagen era una imagen natural, sin
pretendidos </span><span lang="es-AR">y
calculados </span><span lang="es-AR">desaliños</span><span lang="es-AR">…
</span><span lang="es-AR">Los
niños transitábamos alegres por todas partes, con nuestr</span><span lang="es-AR">o
aspecto descuidado</span><span lang="es-AR">,
</span><span lang="es-AR">en
nuestra “tribu rural”, y </span><span lang="es-AR">en
medio de un </span><span lang="es-AR">decorado</span><span lang="es-AR">
donde, quizá, se hacía más certera que nunca aquella frase de
Valle Inclán de: </span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">"La
imagen más bella es absurda en un espejo cóncavo".</span></span></span></div>
</div>
</div>
<div style="line-height: 115%; margin-bottom: 0.35cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Las
caras y la indumentaria pugnaban por ganarse un sitio en el reino de
los desheredados. Si la indumentaria era precaria, las caras, de
igual forma, se mostraban sin cremas ni tratamiento alguno. Campaban
a sus anchas los radicales libres, quizá como el precio a pagar,
curiosamente, por ser "radicalmente libres" en medio de la
naturaleza que teníamos a tiro de piedra. Algo bueno teníamos que
tener, claro, disfrutando de aquella libertad plena que nos daban los
cielos inabarcables, los horizontes en lontananza, el olor a poleo de
los humedales, o los sonidos <span style="color: black;">polifónicos</span>
de los campos... Siempre hay una bondadosa ley que tiende a compensar
las faltas de aquí o de allá, con tesoros injustamente valorados,
hasta que el tiempo les pone su pátina añeja, y acaban adquiriendo
la solera propia de las cosas verdaderas.</span></span></div>
</div>
</div>
<div style="line-height: 115%; margin-bottom: 0.35cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span style="color: black;"><span lang="es-AR">Nos
sacaban por la pinta. </span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">S</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">iempre
había un parecido, </span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">por
ejemplo,</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">
con algún abuelo paticorto y cara de expresión </span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">leguleya;
</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">y
a</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">sí
nos lo recordaban </span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">por
todas partes unos y otras</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">.
</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR"><i>"Se
da un airi a su agüelu </i></span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR"><i>en
la cara</i></span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR"><i>"...
"Eh calcaíta calcaíta a su agüela </i></span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR"><i>Catalina</i></span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR"><i>…"
“</i></span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR"><i>Se
paeci to</i></span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR"><i>itu</i></span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR"><i>
a su agüelu </i></span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR"><i>Prudenciu
</i></span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR"><i>en
lah nar</i></span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR"><i>í</i></span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR"><i>cih”…
“</i></span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR"><i>Sali
tooo a su bisagüelu en el geniacu que tieni...”,</i></span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR"><i>
</i></span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">eran
algunas de las frases que</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR"><i>
</i></span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">escuchábamos
a menudo </span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">por</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">
boca de las vecinas. Siempre había un gesto, no sé..., una impronta
atávica, una mueca particular de la familia..., una forma de colocar
las manos por detrás..., una manera de andar con los pies zambos,
torpemente, o con los pies abiertos y la cabeza al</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">ta</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">,
en actitud resuelta. Tal vez había una risa tontorrona heredada de
varias generaciones atrás, o quizá una nariz chata, casi simiesca,
que era propia de todos los vástagos de algún linaje particular.
Todas eran formas de significarnos, y nunca faltaba un hábil
fisonomista que se aventuraba a sacar parecidos, aunque con
frecuencia surgían las discrepancias: había quien sacaba un
parecido y había quien sacaba otro, y </span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">en
numerosas</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">
ocasiones ambas partes tenían razón.</span></span></span></div>
</div>
</div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0.35cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span style="color: black;"><span lang="es-AR">Nuestra
pinta infantil era una pinta de pinto pinto gorgorito..., de juegos
al aire libre..., de casas de puertas abiertas..., de ojos entornados
mirando el paso viajero de las cigüeñas..., de “jarapales” por
fuera del pantalón..., de mataduras en las piernas curadas con
alcohol..., </span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">de
olor a “cuchifritos”..., </span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">de
saltos a pídola, </span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">los
niños, </span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">y
</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">las
niñas </span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">a
la comba</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">
con la cuerda </span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">vieja</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">
del corral. Era una pinta de juegos en la era y crepúsculos de
sangre al atardecer..., de piedras volanderas y sálvese quien pueda.
Nuestra pinta era una pinta, en fin, que pintaba muy bien, en
libertad continua y en compañía constante, ajenos a todos los
problemas nacionales, internacionales y hasta incluso locales, pues
ya bastante teníamos con salvar el pellejo por aquellas calles
espartanas de “</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">calambuco</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">”</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">
y “</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">zurriaga”</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">,
calles alocadas de “</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">vardascazos”</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">
y carreras repentinas hacia todas partes, en una permanente estampida
donde la suerte estaba echada a pares y nones.</span></span></span></div>
</div>
</div>
<div style="line-height: 115%; margin-bottom: 0.35cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">El
aspecto, ni que decir tiene, jugaba un papel irrelevante en todo
orden de cosas. Todo guardaba una pinta sin pintar, empezando por las
calles y las casas, que ofrecían una apariencia casi virgen desde
muchos años atrás. Al mirar las fotos en blanco y negro, observamos
que todo estaba deslucido: las paredes sin pintar, las puertas viejas
sin pintar, las ventanas sin pintar..., e incluso la gente pintaba
más bien poco en sí misma, pues eran supervivientes de un
microcosmos básico, descolorido y tirando a escala de grises. A
falta de pintura, en cambio, "pintaban bastos", sí,
pintaban bastos mucho más a menudo de lo que aquella admirable
gente hubiese deseado.</span></span></div>
</div>
</div>
<div style="line-height: 115%; margin-bottom: 0.35cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">En
contraste con nuestro aspecto y desaliño, teníamos, en cambio, unos
principios y un orden, donde predominaba el respeto a las personas
mayores y una disciplina de vida indispensable para salir indemnes al
paso de los años, sin secuelas ni traumas anglosajones importados…,
pues en la mayoría de los casos, la austeridad de aquellos pueblos
suponía una gran escuela para la vida, donde las familias, aún a
pesar de los pesares, estaban razonablemente estructuradas, algo que
debemos sin duda a nuestros mayores, que se esforzaron en inculcarnos
un código de valores, si, difícilmente visible en nuestros días,
en ningún estrato social y bajo ninguna indumentaria al uso.</span></span></div>
</div>
</div>
<div style="line-height: 115%; margin-bottom: 0.35cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Las
madres se esmeraban amorosamente en peinarnos con la raya bien marcada,
pero nuestro pelo, apenas tomaba contacto con la calle, recobraba su
anarquía natural de inmediato. Nuestro pelo era un pelo de la calle,
y a la calle volvía como a su espacio natural…; y allí, en la
calle, con nuestra pinta de siempre, nos lanzábamos nuevamente a un
abismo de aventura sin parangón, con los ojos encendidos y cara de
velocidad.</span></span></div>
</div>
</div>
<div style="line-height: 115%; margin-bottom: 0.35cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">El
aspecto de algunas personas no dictaba mucho al de aquellos pobres
representados en el arte pictórico del barroco español. Murillo y
Velázquez pueden darnos importantes pistas al respecto. Si estos
genios del pincel hubieran ejercido de viajeros en el tiempo, y se
hubiesen dado alguna vuelta por aquellos entornos nuestros de la
Extremadura rural, pintando alguno de sus cuadros costumbristas, no
hubiese sido fácil advertir la diferencia entre sus mendigos del
<span style="color: black;">siglo </span><span style="color: black;">XVII</span><span style="color: black;">
</span>y nuestros <span style="color: black;">campesinos de</span><span style="color: black;">l
siglo XX</span>, con remiendos hasta en la piel, sombreros de paja,
tan rotos, que parecían arrebatados a los espantapájaros, o zapatos
deslustrados donde el betún un buen día se fue a por tabaco y no
volvió...</span></span></div>
</div>
</div>
<div style="line-height: 115%; margin-bottom: 0.35cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">La
palabra “pinta”, en sus distintas acepciones, tenía gran
predicamento en aquel tiempo relatado: Jugábamos a la "pinta"
con un trozo de teja en el suelo, de las tantas que ofrecían
generosos los salientes de los tejados. Eran cachos de tejas oscuras
y húmedas que caían como brevas maduras sobre un suelo repleto de
yerbajos y rollos de guijarro… Siempre había un graciosillo que en
medio de los juegos decía cosas de tradición pastoril como: “Por
la pinta y la oreja se conoce a la oveja…” Cerca de nosotros,
tal vez, escuchábamos cantar “La Pájara Pinta” en aquellos
juegos de corro y devaneos comprometedores, con voces infantiles de
niñas que se perdían en el eco de las tardes lugareñas. "Estaba
la pájara pinta a la sombra de un verde limón / Con las alas
cortaba la rama, con el pico cortaba la flor / Ay ay ay, dónde
estará mi amor..."</span></span></div>
</div>
</div>
<div style="line-height: 115%; margin-bottom: 0.35cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;">“Pintarruecas”
llamaban los lugareños a las mujeres foráneas que acudían por
aquellas aldeas extremeñas de tarde en tarde, exageradamente
maquilladas y ampulosamente ataviadas, que ponían un punto de
contraste e incomodidad en las austeras y recatadas calles locales.</span></div>
</div>
</div>
<div style="line-height: 115%; margin-bottom: 0.35cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">E</span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">n
alg</span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">ún
retrato olvidado</span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">
nos </span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">descubrimos</span></span><span style="color: red; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">
</span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">mirándonos
a los ojos con nostalgia. </span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">N</span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">osotros,
allí ,con nuestras </span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">pintas
y</span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">
ropas pasadas de moda…, </span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">y
la foto se torna en un espejo atemporal </span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">en
el que nos </span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">observamos</span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">,</span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">
</span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">con
la sonrisa permanente en el papel, </span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">incapaces
de </span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">advertir
</span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">aún</span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">
la distopía perversa </span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">de
</span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">un
</span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">futuro
</span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">tan
replet</span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">o</span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">
de robótica como despojad</span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">o</span></span><span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR">
de humanidad.</span></span></div>
</div>
</div>
<div style="line-height: 115%; margin-bottom: 0.35cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Aunque
el aspecto de los campesinos era básicamente el mismo, con sus caras
un tanto desnutridas y sus precarias vestimentas, había, en cambio,
una gran variedad de rasgos físicos, rasgos provenientes de
numerosas culturas que conformaron nuestro pasado... Así pues,
encontrábamos caras celtas, de ojos verdes (propias quizá de los
vetones) poniéndole la cincha al burro a la puerta del corral;
muleros andinos de la Ruta de la Plata, con su piel cetrina, cavando
las patatas; valquirias vikingas lavando zurraspas en arroyos
cristalinos…; visigodos centroeuropeos de ojos azules con la boina
ladeada…; íberos norteafricanos, de tez morena, barnizada de
sudores, en el muelo de la era…; jóvenes romanas atusándose el
pelo en las calles soleadas; o alguna cara de expresión severa,
quizá propia de espigados hidalgos, caminando lentamente con un
sacho al hombro por alguna recóndita centenera.</span></span><br />
<span style="color: black;"><span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></span>
<span style="color: black;"><span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span lang="es-AR"><i>"V</i></span><span lang="es-AR"><i>aya pelitáhqui que ti</i></span><span lang="es-AR"><i>e</i></span><span lang="es-AR"><i>ni”,</i></span><span lang="es-AR"> </span><span lang="es-AR">se escuchaba decir a menudo </span><span lang="es-AR">a </span><span lang="es-AR">los aldeanos</span><span lang="es-AR">. Era una</span><span lang="es-AR"> expresión relativa al mal pelo de los animales descuidados </span><span lang="es-AR">por sus dueños</span><span lang="es-AR"> </span><span lang="es-AR">(</span><span lang="es-AR">que se hacía extensible también a las personas</span><span lang="es-AR">)</span><span lang="es-AR">,</span><span lang="es-AR"> </span><span lang="es-AR">aunque los señalados </span><span lang="es-AR">dueños </span><span lang="es-AR">de tal descuido, </span><span lang="es-AR">a veces no tenían mucho mejor pelo, o “pelitáhqui”, que sus propios animales, y, por tanto, tampoco había mucho que reprocharles.</span></span></span></div>
</div>
</div>
<div style="line-height: 115%; margin-bottom: 0.35cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">En
las vacaciones veraniegas, es frecuente encontrarnos de vez en cuando
con algún niño forastero sobre el cual desconocemos su procedencia,
y al final siempre hay un rasgo, un algo..., no sé..., que nos sitúa
en una pista para sacarlo por la pinta... Nos quedamos parados, un
instante, mirando al citado infante en una determinada calle, quizá
junto a una puerta de sus antepasados, hasta que, al instante, se nos
enciende una lucecilla reveladora que nos aproxima a su estirpe, y
entonces el niño, de golpe, zasss, aparece como por arte de magia
dentro de un contexto, donde sus rasgos y gestos pasan a resultarnos
familiares, y esa nariz respingona y ojillos vivarachos que tanto nos
sonaban, de repente nos sitúan en la senda de su linaje,
probablemente de algún padre, quizá, que fuese compañero nuestro
de juegos y aventuras.</span></span></div>
</div>
</div>
<div style="line-height: 115%; margin-bottom: 0.35cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span style="color: black;"><span lang="es-AR">Los
cuadros humanos que vimos </span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">en el pasado,</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">
</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">a
nada que hagamos un pequeño</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR"> </span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">ejercicio
de</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">
memoria</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">,</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">
vuelven a nosotros con la fuerza de </span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">antaño</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">:
</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">niños
flacos, de cabeza grande, mirada esquiva y orejas desabrochadas a
punto de echarse a volar…; viejos de arrugas marcadas como surcos
de tierra, y pantalones de talle largo subidos por encima del
ombligo, con una cuerda de </span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">las
</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">alp</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">a</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">ca</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">s</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">
a modo de correa; viejinas ocultas en el pañuelo que apenas dejaban
</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">ver</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">
entre la</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">s</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">
sombra</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">s</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">
la boca hundida y un diente solitario que, por alguna extraña razón,
nunca quiso caerse...; perros escuálidos, como sacados del Quijote,
que deambulaban </span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">errantes</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">
y se acercaban, con más miedo que vergüenza, ante un ademán
fallido de echarles un cacho de pan…; hombres de mediana edad, de
</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">rostro
quemado</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">
y cigarro adosado a la boca, como una protuberancia humeante salida
de los mismos labios…; mujeres hacendosas, ataviadas de mandiles y
trapos por todas partes, de temperamento nervioso, que entre
numerosos quehaceres sacaban siempre un </span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">rato</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">
para un chismorreo robado en cualquier esquina…</span></span></span></div>
</div>
</div>
<div style="line-height: 115%; margin-bottom: 0.35cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span style="color: black;">Con
nuestras pintas citadas vivíamos felices, libérrimos, sin modas ni
esnobismos, sin subterfugios donde escondernos. Alegres, sí, y
abiertamente niños, con una humilde puesta en escena, en nuestra
vida rural "low cost". </span>
</span></div>
</div>
</div>
<div class="separator" style="clear: both;">
</div>
<div style="line-height: 115%; margin-bottom: 0.35cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span style="color: black;"><span lang="es-AR">Y
aquí seguimos dando pábulo a un pasado con muy buena pinta, aún
lleno de vitalidad, que a golpe de recuerdos regresa con fuerza,
memoria en ristre, </span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">y
llega a nosotros </span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR"><span style="background-attachment: initial; background-clip: initial; background-image: initial; background-origin: initial; background-position: initial; background-repeat: initial; background-size: initial;">como
una tabla de</span></span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">
salvación.</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">
Un pasado que se o</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">b</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">stina
en burlar a un presente prefabricado y desalmado, que pretende
aniquilar nuestra memoria </span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">con
permanentes ráfagas de actualidad</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">,
pero a </span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">cuyo
fulano</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">
aún respondemos, insolentes, con la cabeza bien alta, aquello de:
"</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">L</span></span><span style="color: black;"><span lang="es-AR">os
muertos que vos matáis gozan de buena salud".</span></span></span></div>
</div>
</div>
<div style="line-height: 115%; margin-bottom: 0.35cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: left;">
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: black;"><span lang="es-AR" style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></span></div>
</div>
</div>
<div style="line-height: 115%; margin-bottom: 0.35cm;">
<span style="color: black;"><span lang="es-AR" style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">JORGE SÁNCHEZ MOHEDAS</span></span><br />
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">de_un_tiempo@protonmail.com</span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-4215969343118900495.post-68097319017284244492017-12-27T16:59:00.000-08:002020-04-28T05:25:03.144-07:00Lo que nos contaron<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhrWJeV90nBA_KGvLTagdMEVoKJEffVemm3YF6ujp0A1hYBllIL90og9pLJXDJplTJDicQS1u168L2yiF_ZYVxghxOkeJNglFOqWGBXIj2wi3xxV57SYw1QRLaqr9NsH5WDqDSdVEq9M6G1/s1600/vieja+y+ni%25C3%25B1as.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="623" data-original-width="800" height="311" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhrWJeV90nBA_KGvLTagdMEVoKJEffVemm3YF6ujp0A1hYBllIL90og9pLJXDJplTJDicQS1u168L2yiF_ZYVxghxOkeJNglFOqWGBXIj2wi3xxV57SYw1QRLaqr9NsH5WDqDSdVEq9M6G1/s400/vieja+y+ni%25C3%25B1as.jpg" width="400" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<div style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; margin-bottom: 0cm;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-family: inherit;">Las
caras de misterio que ponían los adultos al contarnos cualquier
cosa, eran directamente proporcionales a las caras de asombro que
poníamos los más pequeños al escuchar; había una perfecta armonía
entre el contador y el oyente. Esto ocurría, claro está, en un
entorno donde la palabra, y la historia contada cara a cara, aún
gozaban de una magia ya perdida... Nos hablaban en voz baja, en un
tono misterioso y alcahuetero, que no podía por menos que captar
nuestra atención, suscitando en nosotros una perfecta mezcla de
temor y admiración.</span></span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; margin-bottom: 0cm;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-family: inherit;">Los
cuentos que nos contaban los ancianos, no eran los cuentos
recurrentes de Andersen o Perrault (a los que en modo alguno
conocían), sino más bien relatos que formaban parte de
un acervo cultural propio, rayano en lo más atávico y
campestre, adquirido a su vez de la mano de sus antepasados directos.
Eran narraciones siempre con muchos lobos de por medio, y otros
miedos enraizados en lo más arcano y profundo de la tierra
extremeña.</span></span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; margin-bottom: 0cm;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-family: inherit;">Aquellos
cronistas de nuestros años lejanos, pocas veces
comenzaban sus cuentos con el clásico "érase
una vez", ya tan manido; ellos usaban frases
introductorias más propias de las hablas locales
de aquellas aldeas nuestras: <i>"Me acuerdu una vez, cuandu
era chicu, que me contaba mi padri..., no sé si será verdah, peru a
él se lo contó</i> <i>su agüela...” "Éhtu que voy a
contáruh, dicin que pasó una veh jaci ya múchuh áñuh, cuandu
ehtaba un muchachu solu en el monti guardandu el ganau...”</i></span></span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; margin-bottom: 0cm;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-family: inherit;">La
tradición oral, a falta de tecnología (bendita tradición oral), se
abría paso con la simple y a la vez insuperable presencia humana. La
transmisión de boca a oído, de mirada a mirada, con olores y
sonidos propios del lugar, se tornaba en un mensaje claramente
tridimensional y organoléptico, muy por encima de todos
los malditos “gibabytes” del mundo digital que nos rodea... Esta
tradición oral fue brutalmente aniquilada con la llegada
del modernismo, sí, pero a nosotros, los niños de entonces, nos
dejó una huella imborrable, y nos permitió ser privilegiados
testigos de los últimos coletazos de aquella antigua y hermosa
cultura de la palabra.</span></span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; margin-bottom: 0cm;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-family: inherit;">Los
adultos nos contaban cosas en los ratos de asueto de las matanzas...,
en el fresco..., en los poyos al atardecer..., en los recesos
dominicales, sentados en cualquier piedra que hacía las veces de
poyo..., o en las mesas camillas los días de lluvia y
frío…, al fuego de las chimeneas, o quizá en los
trayectos campestres, donde los abuelos desplegaban, como una vieja
acordeón, su memoria inagotable<span style="color: navy;">,</span> bajo
el marco incomparable de una dehesa extremeña, o alguna empinada
cuesta de tierra con la imponente vista del río Alagón al fondo.</span></span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; margin-bottom: 0cm;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-family: inherit;">Había
personas mayores conocidas por su habilidad para entretener a los
niños, habilidad que en gran medida consistía tan sólo en
importantes dosis de paciencia y dedicación, que era lo único que
los más pequeños demandábamos de aquellos adultos, en su mayoría
serios, ásperos, e inmersos en las distintas cuitas que nosotros
ignorábamos desde nuestra irresponsable atalaya de fantasía, quizá
como un mecanismo de defensa infantil.</span></span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; margin-bottom: 0cm;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-family: inherit;">Eran
habituales los cuentos de niños pobres, padres pobres, ancianos
andrajosos, mendigos…, y todas las calamidades del mundo mundial
que se mimetizaban a la perfección con el entorno rural propio, más
cercano a las carencias que a las sobras... Era como sí, en el mundo
de lo irreal, más que desear una válvula de escape en algún
sujeto triunfante, buscásemos más bien alivio en el famoso
consuelo de tontos. Sentíamos un extraño placer viendo
a personajes atribulados pulular por<span style="color: navy;"> </span>los
diversos vericuetos de la ficción... Así pues, era más
interesante la historia de un niño ciego y mendigo, que un príncipe
rebosante de éxito y lozanía, pues en el fondo ese niño encajaba
mucho más en el pequeño<span style="color: navy;"> </span>submundo aldeano,
ese submundo local nuestro perfectamente ilustrado con
perros<span style="color: red;"> </span>pulgosos por las calles,
caras curtidas tras el cristal de las ventanas, paredes
desconchadas y corrales con tejados amenazantes que no
acababan nunca de hundirse.</span></span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; margin-bottom: 0cm;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-family: inherit;">Algunas
zonas del norte extremeño eran particularmente ricas en historias,
especialmente las Hurdes, con asombrosas leyendas del "Machu
lanúu", que era una versión hurdana del mismísimo demonio...,
o "La encorujá", que era una especie de bruja
encorvada que raptaba a los bebés por las noches y los abandonaba en
lo alto de los montes u otros sitios insospechados... O
incluso historias nacidas a la luz de testimonios
contados de primera mano por sus habitantes, que hacían referencia a
sombras errantes que causaban pavor en la noche..., gigantescos
ensotanados sin rostro (y a veces sin cabeza), que
cruzaban levitando los caminos y se precipitaban por
oscuros barrancos de pizarra..., o luminarias intrigantes que,
salidas de la más profunda oscuridad, sembraban de inquietud las
vidas de aquellos habitantes de las montañas hurdanas.</span></span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: inherit;"><span style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;">En
muchas casas o entornos familiares, era habitual la presencia de un
libro de cuentos, sobado y resobado, de
aquellos volúmenes de hojas amarillentas que parecían
incunables, fruto de un antiguo regalo que alguien hizo tal vez
muchos años atrás. Los cuentos de ese libro en cuestión tenían un
radio de acción que no pasaba mucho más allá del dominio familiar,
o si acaso, todo lo más, se extendía hasta los cercanos niños del
vecindario, o quizá, como mucho, a
otros pequeñajos provenientes de las familias “</span></span></span><span style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;"><i>con
lah</i></span></span></span><span style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;"> </span></span></span><span style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;"><i>que
máh roci teníamuh...” </i></span></span></span><span style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;">(familias allegadas). Desde
pequeño crecí con los cuentos de uno de esos ejemplares
entrañables; uno en concreto llamado “Para mi hijo". Era un
libro que básicamente representaba un poso de moralidad,
muy al estilo de las fábulas de Esopo, La Fontaine,
o las más populares de los fabulistas españoles del
siglo XVIII. Eran cuentos, en fin, que hablaban de la
conveniencia de una ética que se hacía presente en todas las
cosas, y la necesidad de restituir las siempre
tambaleantes virtudes humanas. </span></span></span><span style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;">T</span></span></span><span style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;">al
era el caso, por ejemplo, de un mendigo honrado
que corrió tras una carroza para devolver una moneda de
oro, pensando que tan generosa limosna había sido por
error…; o el alumno de una escuela militar que se negaba a tomar
otra cosa que no fuese pan y agua, hasta que al
fin descubrieron que el espartano ayuno </span></span></span><span style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;">del
joven</span></span></span><span style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;">, no
tenía otra razón más que el </span></span></span><span style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;">sentimiento
de culpa</span></span></span><span style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;">
</span></span></span><span style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;">por
los escasos</span></span></span><span style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;">
alimentos que se tomaban en su desdichada y
pobre familia.</span></span></span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; margin-bottom: 0cm;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-family: inherit;">En
la tradición oral estaban muy presentes, como parte de una cultura
heredada de siglos, las figuras religiosas: santos milagreros,
vírgenes protectoras, rezos que ahuyentaban a los malos espíritus,
u oraciones poderosas que trascendían las barreras de lo puramente
racional.</span></span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; margin-bottom: 0cm;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-family: inherit;">Las
historias y leyendas iban pasando de unos a otros, con la
consiguiente deformación que acarrea el tiempo y la inevitable
cosecha propia, que añade siempre pequeños ramalazos
autobiográficos por parte del narrador, con sutiles pinceladas de
sus propias virtudes o miserias (más bien las segundas), como pasa
en casi todo orden de cosas.</span></span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; margin-bottom: 0cm;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-family: inherit;">Luego,
los niños, íbamos por ahí imitando los gestos aprendidos
de los viejos, en nuestro afán de ser también cuentistas (aún a
riesgo de ser "cuenterreteros"), y acaparábamos la
atención de otros chavales, recitando trabalenguas, como aquel
famoso de la “cabra ética, perlética y pelambrética”…, o
relatando historias escuchadas, exageradas y deformadas por nosotros
mismos, o incluso adaptadas a nuestros intereses y preferencias. De
esta manera, tal vez, el niño que tuviese en casa un perro
color canela, lo introducía "sin venir a cuento" como el
perro acompañante del protagonista de la historia; o el que tenía
en casa un caballo tordo, lo hacía partícipe de las más gloriosas
hazañas del consiguiente caballero armado.</span></span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; margin-bottom: 0cm;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-family: inherit;">Muchas
de las historias estaban salpimentadas del localismo propio de
aquellos pueblos: niñas que se perdieron en el monte y
aparecieron al amanecer como si tal cosa, al amparo quizá de San
Antonio, después de una inquietante madrugada de agónica búsqueda
...; historias de sucesos reales, como un pobre hombre que
falleció en un chozo de la dehesa, pasando a ser devorado
por sus propios cerdos, y del que alguien encontró tan sólo su
cabeza intacta, que llevó al Ayuntamiento metida en un saco,
vaciándolo encima de la mesa consistorial... O tal vez leyendas
más antiguas aún, como aquella del marido incrédulo de
una supuesta bruja, al que se le cruzó una “guarrapa” (cerda) en
el camino, impidiéndole el paso, y tirándole éste
una piedra a la pezuña derecha del animal, para luego, al
llegar a casa, encontrar por sorpresa a su
esposa cojeando, con el tobillo derecho vendado...; o
la impactante<span style="color: red;"> </span>historia de
la hija del sepulturero, magistralmente escrita por Gabriel y Galán,
a la que rehuían los mozos en el baile, sospechosa de lucir bellos
pañuelos robados a las muertas, y que luego, en los mentideros
locales, años más tarde,<span style="color: red;"> </span>atribuían tal
historia a una mujer que vivió y murió de vieja, quedando
curiosamente soltera de por vida... Y así un sinfín de
leyendas rurales oídas y aprendidas, que cubrían con
dignidad el entretenimiento del personal, con adecentados barnices
labriegos, antes de ser suplantadas por los culebrones televisivos
que llegaron de repente con la arrogancia propia de toda
especie invasora.</span></span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; margin-bottom: 0cm;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-family: inherit;">En
la infancia de nuestros mayores, había un objeto imprescindible para
relajar a los niños (especialmente a aquellos que tenían “azogui”
en el cuerpo), y eran unas pequeñas banquetas de madera que había
en la mayoría de las casas, con el agujerino al medio para meter el
dedo y transportarlas. Estas banquetas, por lo que se ve, debían
contar con un extraño poder hipnótico para los pequeños, pues, una
vez sentados en ellas, escuchaban con atención cualquier declamación
de naturaleza<span style="color: red;"> </span>fantástica que
llegase a sus oídos, tal y como ahora se quedan embelesados con
los televisivos dibujos animados. Otras veces el asiento era un
pequeño tronco de encina, o directamente el propio suelo, que
podía ser perfectamente el suelo de cantería de las lanchas de
las puertas, en aquellos nocturnos frescos veraniegos que
tantas glorias dieron a la tradición oral.</span></span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; margin-bottom: 0cm;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-family: inherit;">Algunos
cuentos de nuestra infancia eran de lo más surrealistas;
recuerdo especialmente uno (luego descubrí que era una
adaptación particular de un relato de los Hermanos Grimm)
que me contaron repetidamente de pequeño, sobre un matrimonio de
pescadores muy pobres (otra vez la pobreza de por medio), donde un
tal Francisco, el pescador, pescó una pescadilla que resultó estar
“encantada” y hablarle al infeliz hombre, pidiéndole a
cambio de devolverla al mar, todos aquellos deseos que a éste
apeteciesen... Al buen hombre, sencillo y humilde, no se le ocurrió
nada que demandar al mágico pez, pero al contar lo
sucedido en casa, su mujer enloqueció de ambición
desmedida, solicitando peticiones alocadas y fastuosas sin
solución de continuidad, y trayendo en jaque al pobre
Francisco que acudía a la orilla del agua cada día a
reclamar a la pescadilla los numerosos ruegos de su esposa
Isabel: “Pescadilla, pescadilla, sal a la orilla del mar,
que Isabel está enfadada y hay que hacer su voluntad”. Os podéis
imaginar el final, con los pescadores escarmentados, y
condenados nuevamente a la más absoluta indigencia, con
la oportuna moraleja relativa a los efectos
perniciosos de la avaricia.</span></span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; margin-bottom: 0cm;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-family: inherit;">En
ausencia total de comecocos tecnológicos, los niños se
concentraban en torno al cuentista. La historia era casi siempre
la misma, aunque podía variar ligeramente en función de
las emociones, el clima, o la predisposición de
los asistentes. No importaba que nos contasen el mismo cuento
cien veces: <i>"Tía, ¿noh cuenta usteh el cuentu de Piel
de Áhnu…?, </i>y el cuento de "Piel de Asno"
recobraba nuevamente vida, con el entusiasmo siempre renovado, a
pesar de ser reproducido con las mismas y exactas palabras, y los
mismos y exactos gestos…, porque nosotros queríamos, sí,
escuchar los cuentos tal<span style="color: navy;"> </span>cual los
conocíamos ya de antemano, hasta el punto de que, si
el narrador variaba lo más mínimo el contenido,
inmediatamente era corregido por nosotros en un acto reflejo de
desaprobación. El placer de escuchar las mismas cosas, era
equivalente al placer sentido por aquellos que disfrutan de escuchar
una y otra vez su música favorita.</span></span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<div style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; margin-bottom: 0cm;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-family: inherit;">A
pesar del paso del tiempo y su ventisca cibernética, estas historias
antiguas, y otras más contemporáneas, siguen vigentes y cobran
fuerza al ser contadas en campamentos de verano o en cualquier otra
ocasión similar que se requiera, con parecida aceptación
y las mismas caras de asombro de los niños. Es como si
todas las cosas verdaderas, consustanciales al ser humano,
permaneciesen adosadas a nosotros de por vida, y estuviesen ahí
latentes, impermeables al tiempo, capaces de
sobrevivir a todas las capas añadidas de un futuro malévolamente
trazado, que nos fue seduciendo con sus turbios oropeles
digitales, sin darnos cuenta de la trampa que encerraba.</span></span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: inherit;"><br /></span></div>
<span style="font-family: inherit;"><span style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;">Chascarrillos,
refranes, trabalenguas, acertijos…, daba igual, íbamos de un lado
para otro, por las calles cenicientas, como mendigos de la palabra,
buscando una tribuna desde la cual ser absorbidos por la
magia oratoria, </span></span></span><span style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;">por
ejemplo</span></span></span><span style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;">,
no sé..., de alguna anciana muchachera, portadora de
los antiguos tesoros de un tiempo generoso en el
verbo, aunque escaso en el pan. Fueron historias que
conformaron la argamasa de nuestras vidas, esa silenciosa
argamasa que se va enriqueciendo de las cosas más insospechadas,
</span></span></span><span style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;">pues,
en </span></span></span><span style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;">alguna
medida también fuimos, </span></span></span><span style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;">y
somos, </span></span></span><span style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;">sin
saberl</span></span></span><span style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;">o</span></span></span><span style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;">, aquello
que nos contaron.</span></span></span></span><br />
<span style="font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal;"><span style="color: black;"><span style="font-family: Times New Roman, serif;"><span style="font-family: inherit;"><br /></span></span></span></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">JORGE
SÁNCHEZ MOHEDAS</span></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">jsmpombal@gmail.com</span></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br />
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
</div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-4215969343118900495.post-61584118318231651272017-10-12T04:42:00.000-07:002017-12-05T13:22:34.589-08:00El traje de la novia<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgOt8Rt3uQwIPylVavfej_iuOoJwfKddBGYFGaUx8DkhgTFiITln_cmsTnh3XYoc-nRp2mZeBEPn9YMXVlQJGW4-3aqNJrW_agdTIyYFbjokBprU6KytHu6I82SmEBSQpvc3vvAERsDFnS5/s1600/EL+TRAJ+D+LA+NOVIA+sepia.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1018" data-original-width="1298" height="312" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgOt8Rt3uQwIPylVavfej_iuOoJwfKddBGYFGaUx8DkhgTFiITln_cmsTnh3XYoc-nRp2mZeBEPn9YMXVlQJGW4-3aqNJrW_agdTIyYFbjokBprU6KytHu6I82SmEBSQpvc3vvAERsDFnS5/s400/EL+TRAJ+D+LA+NOVIA+sepia.jpg" width="400" /></a></div>
<br />
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Un tropel
descontrolado de niñas y mozuelas, corría entre los rollos
callejeros para apostarse sobre esquinas y márgenes de las calles,
subiéndose en poyos, paredes de granito o cualquier sitio de cota
elevada, al objeto de ver pasar a la novia, la deslumbrante novia que
ese día acaparaba todas las miradas pueblerinas. Algunas mujeres
observaban el cortejo nupcial desde la íntima oscuridad de la
cortina, o desde las ventanas enrejadas que horadaban las gruesas
paredes de piedra y barro.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">El novio era un
simple figurante, un<span style="color: black;"> paje</span> de la novia;
se diría más bien una sombra proyectada por la rutilante novia,
sombra marengo y triste, de la que apenas resaltaba el pico del
pañuelo blanco que asomaba tímido por el bolsillo de la chaqueta…,
o el brillo del calzado embetunado con maternal esmero..., o quizá
el pelo pringado de brillantina, que parecía más bien el lametón
de una vaca “morucha” encima de un rostro curtido de soles
cimarrones. La cabeza del novio recordaba un poco a la de aquellos
muñecos de los futbolines que nos llegaron por los setenta, con el
pelo brillante y aplastado, y el porte rígido, propio de quien se
sabe lejos de su espacio natural.
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Tan sólo había una
cosa por encima de la novia en fulgor y expectación, y era el propio
traje de ésta. El traje de la novia eclipsaba a la misma novia, sí,
desatando todas las miradas femeninas, y se convertía en la
comidilla por las calles del lugar.
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Por los sesenta <span style="color: black;">ya
empezaban a verse </span><span style="color: black;">novias con </span><span style="color: black;">trajes
blancos</span>, y alguna niña llevando la cola, tal y como se podía
contemplar en las bodas televisivas, pero en este caso con más razón
que nunca, para salvaguardar el traje de las cagalutas de oveja, la
tierra del suelo, o las brevas aplastadas que se repartían
bondadosas por las calles de nuestra infancia rural. El traje blanco
de cola era toda una novedad, pues hasta los años cincuenta, la
mayoría de las novias llevaban traje negro con mantilla y peineta, y
un pequeño ramo de flores artificiales confeccionado al efecto.
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Aquellas novias eran
la proyección ilusionada de las emperatrices austriacas que
aparecían en las películas, o las famosas artistas de las revistas
Hola y Garbo, que iban llegando esporádicamente desde Madrid o
Plasencia...
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Los invitados de
aquellos años aún no iban de traje y corbata, ni las mujeres
llevaban elegantes vestidos con chal. Salvo los familiares más
directos, la mayoría de los invitados no pasaban de la vestimenta
propia del "remúe" dominical: los hombres,
preferentemente, con su eterna camisa blanca arremangada, y un clavel
en la oreja; las mujeres, con un discreto traje o vestido que ellas
mismas, muy apañadas siempre, se arreglaban en sus talleres caseros
de costura; las niñas, con aquellos vestidos minifalderos blancos…,
y los niños, con las calzonas cortas de Cuéntame, y algún “niqui”
especial que la madre les reservaba para domingos y fiestas de
guardar.
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Muy corriente
resultaba también la estampa de los músicos, con saxo y acordeón,
<span style="color: black;">buscando a los</span><span style="color: red;">
</span><span style="color: black;">padrinos </span><span style="color: black;">primero,
</span><span style="color: black;">al novio </span><span style="color: black;">después,</span><span style="color: black;">
y finalmente a la novia</span><span style="color: black;">, </span>con
pasodobles pachangueros, para proseguir con el pasacalle castizo con
el resto de invitados hasta la puerta de la iglesia. El cortejo se
iba abriendo paso entre curiosos que acudían a la orilla de la
calle, y alguna cabra que indiferente miraba desde la puerta del
corral.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">A la salida de la
iglesia, la gente de posguerra aún tiraba el arroz con cierta
escasez, con el freno de mano echado, y esa plena consciencia atávica
de estar tirando <span style="color: black;">un bien </span><span style="color: black;">preciado</span><span style="color: black;">.</span>
Los niños, por contra, acribillaban a los novios sin miramientos,
subidos en algún poyo de granito a la entrada de la iglesia, después
de una interminable espera, donde los novios no acababan nunca de
salir… Ese era el momento en que el padre de la novia lanzaba el
misérrimo cohete de marras, con expresión bobalicona en la cara…,
y el estallido sonaba en las alturas, como dos pobres cuescos de
pólvora al aire, apenas perceptibles, que se llevaba el viento
solano de la mañana extremeña, junto al paso de alguna solitaria
cigüeña que regresaba al campanario.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Uno de los
martirologios de cada boda, era el que sufrían los mozos y mozas en
edad de merecer, que eran blanco de todo tipo de indirectas y
exhortaciones a abandonar el celibato. El más acosado, sin duda,
eran el pobre mozo tardío: “<i>A</i><i> ve</i><i>l</i><i> cuándo
te </i><i>va tocandu</i><i> a t</i><i>i, </i><i>que ya va siendu
</i><i>hora”,</i> le decían las mujeres…; “<i>A vel si vámuh
espabilandu, que paeci que no ti</i><i>é</i><i>nih sangri en el
cuerpu, meee</i> <i>cagueennn…,”</i> le espetaban los hombres.
Mientras tanto, el humillado mozo tardío, cabizbajo, con lo único
que se atrevía sin miramientos, era con el rancio coñac que quita
las vergüenzas, aunque tan sólo por un tiempo breve.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span style="color: black;">Las
mujeres </span><span style="color: black;">del pueblo </span><span style="color: black;">especializadas
en bodas, con sus </span><span style="color: black;">típicos </span><span style="color: black;">guisos
de carne, o su chocolate </span><span style="color: black;">con
jeringuillas</span><span style="color: black;">, empezaron a ser relevadas
por pequeñas empresas especializadas en eventos rurales,</span>
provenientes de pueblos cercanos... Eran bodas que ocupaban aún todo
el día, con baile de orquesta y pasodobles que marcaban la hegemonía
musical, mientras el humo iba formando en los salones una neblina
tabacuna, <span style="color: black;">que difuminaba las arrugas </span><span style="color: black;">de</span><span style="color: black;">
las caras acartonadas..., </span><span style="color: black;">caras </span><span style="color: black;">que
iban </span><span style="color: black;">asomándose, </span><span style="color: black;">sin
saberlo,</span><span style="color: black;"> a un </span><span style="color: black;">proceso
de aculturación</span><span style="color: black;">, </span><span style="color: black;">con
modas venidas de aquí o de allá, que nos iban</span><span style="color: black;">
colocando </span><span style="color: black;">sutilmente </span><span style="color: black;">nuevas
</span><span style="color: black;">costumbres, </span><span style="color: black;">como
el cuco deja los huevos en los nidos ajeno</span><span style="color: black;">s</span><span style="color: black;">.</span></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Tiempo antes de la
boda, si el novio era foráneo, se las tenía que entender con los
quintos locales, que eran una especie de ejército bárbaro..., una
suerte de suevos o alanos, bravucones recaudadores de impuestos
etílicos, cobrados como arancel por llevarse a la moza lugareña.
Estos pertinaces guerreros rústicos, abordaban al citado forastero
con numerosas defecaciones verbales a cada frase, para intimidar al
mancebo advenedizo. Ponían expresiones cromañonescas que parecían
sacadas de las cavernas, a pesar de tener sus cuerpos embutidos en
modernos pantalones de campana sesenteros, lo que les daba un aspecto
híbrido, a caballo entre homo erectus y Fórmula V. El tributo que
exigían estos aguerridos guardianes de la muralla local, por tanto,
era un poco masoquista, pues consistía en cogerse una “filusera”
(una tajada impresentable), sufragada por el complaciente novio, y
hacer luego la oportuna ronda callejera, con cánticos disonantes,
dando “zambutones” por aquí y por allá, y acabando con alguna
vomitona en cualquier bello portal extremeño, de esos que ya casi
quedaron en el olvido.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Los salones de boda
y de baile eran una misma cosa, con humildes banquetas de madera que
cojeaban sobre suelos traqueteados ya de mil batallas, y baldosas un
tanto desniveladas, que daban al comensal una cierta sensación de
inestabilidad, a la par que podía, por ejemplo, mancharse con la
sopa, en el instante mismo de acercarse la cuchara a la boca, cuando
alguien, inoportunamente, se levantaba en el otro extremo de la
banqueta a gritar el recurrente y atronador “Vivan los novioooos”,
que de paso pillaba a más de un invitado con la boca llena de migas
en el momento mismo del alarido colectivo... Una voz aflautada
replicaba acto seguido: “Y vivan los padrinoooossss”, y sonaba
otro "viva," esta vez más timorato, que dejaba en
evidencia al espontaneo vocero... Mientras tanto, la comida
continuaba con un bullicio generalizado, y un estridente repique de
cucharas en los platos, tan propio de una gente acostumbrada a dejar
pocas sobras en ninguna parte; incluso no faltaban mujeres que
guardaban en la merendera de aluminio la comida que sobraba del
cubierto del niño, y se justificaban en un gesto grave de suprema
honradez: “<i>No </i><i>me llevu na</i><i>´</i><i> que no sea
míu</i><i>…, </i><i>me llevu lo que he</i><i> pag</i><i>á</i><i>u...”</i></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Las mujeres aún
decían cosas a los padres de los novios, del estilo: <i>“</i><i>Q</i><i>ue
loh</i> <i>conohcáih m</i><i>ú</i><i>chuh </i><i>á</i><i>ñuh…;
</i><i>que </i><i>é</i><i>htu eh pa’ toa la vida…; </i><i>que
dioh oh dé saluh pa’ </i><i>c</i><i>onoc</i><i>é</i><i>luh…”,</i>
y otras frases similares propias de las hablas locales...</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">No faltaba, claro
está, el momento temido por muchos, donde los quintos del novio
cortaban la corbata de éste, y daban la paliza a los comensales
pasando la bandeja. Algún astuto comensal, incluso, atisbaba con
tiempo el instante recaudatorio, y aprovechaba para marchar al aseo…,
aseo que tal vez fuese la pared de piedra de algún olivar próximo,
donde ya de paso se fumaba un ducados y lanzaba una ventosidad al
aire, o quizá algún eructo provocado por el vino tinto con gaseosa
Molina, mientras hacía el oportuno tiempo de escaqueo para no
soltar la mosca, claro.
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><span style="color: black;">Ya
por los sesenta fueron entrando en escena los</span><span style="color: black;">
fotógrafos </span><span style="color: black;">locales,</span><span style="color: black;">
</span>citados en anteriores textos, que nos dejaron esas improntas
en blanco y negro, <span style="color: black;">de </span><span style="color: black;">bodas,
bautizos y comuniones, de </span><span style="color: black;">aquella</span><span style="color: black;">
</span><span style="color: black;">Extremadura</span><span style="color: navy;">
</span><span style="color: black;">rural</span><span style="color: black;">,</span><span style="color: black;">
</span><span style="color: black;">de blanco almidonado </span><span style="color: black;">y
peripuesta</span><span style="color: black;">,</span><span style="color: navy;">
</span><span style="color: black;">entre </span><span style="color: black;">pujante
</span><span style="color: black;">y retraída.</span><span style="color: navy;">
</span>
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Había un tipo de
boda extraña, casi surrealista, que nunca llegamos a entender los
niños, y eran las bodas de los curas, celebradas igualmente con
banquetes al uso, cuando estos se ordenaban como sacerdotes. Los
críos ingenuamente preguntábamos por la novia ausente, y una
anciana, circunspecta, en tono solemne contestaba: “La novia es la
iglesia...”, y algún niño especulaba creyendo entender que la
novia estaba aún en la iglesia, y no había subido todavía al
banquete.</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Estas bodas aquí
glosadas, aparentemente incómodas y sin muchos miramientos, eran
todo un lujo en contraste con aquellas otras relatadas por nuestros
mayores, aquellas bodas de “ótrah vécih” (antiguamente)
celebradas en corralones y serenos con el suelo de tierra. Esto me
lleva, inevitablemente, a hacer una breve incursión retrospectiva
hacia el pasado que no conocí:</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">De aquellas otras
bodas, nos cuentan cosas como que, a los novios, en los días
previos, les gastaban bromas cavernícolas que dejarían en poca cosa
a aquellas relatadas por el mismísimo Miguel Gila. Había anécdotas
de novios a los que dejaban maniatados a una encina, hasta que
alguien acudía a liberarlos..., o a otros a los que paseaban en procesión
<span style="color: black;">montados en un </span><span style="color: black;">somier</span><span style="color: black;">
por las calles del pueblo...; </span><span style="color: black;">y de </span><span style="color: black;">mozos</span><span style="color: black;">
</span><span style="color: black;">que </span><span style="color: black;">repartían
un escatológico chocolate</span><span style="color: black;"> en un</span><span style="color: navy;">
</span><span style="color: black;">orinal, </span><span style="color: black;">que
ofrecían llamando a las puertas de las casas, envueltos</span><span style="color: black;">
en mantas, al más puro estilo</span> surrealista rural, etc... O nos
hablaban de la recogida de cubiertos, y demás menaje para la boda,
por las casas del pueblo, junto a diversas tareas distribuidas a todo
tipo de personal auxiliar que colaboraba en distintos asuntos de
apoyo logístico… Nos contaban, entre risas, <span style="color: black;">el
</span><span style="color: black;">reclamo</span><span style="color: black;"> del
jamón</span> en la noche de la boda, que demandaban los quintos, ya
beodos, <span style="color: black;">a los padres de </span><span style="color: black;">los
novios, o a los padrinos, a los que daban la paliza toda la </span><span style="color: black;">madrugada</span><span style="color: black;">
si no </span><span style="color: black;">se</span><span style="color: red;">
</span><span style="color: black;">avenían a razones y se mostraban
generosos</span><span style="color: black;">…</span> O nos hablaban, no
sé, sobre las figuras del “mozo de novio”, o “moza de novia”,
asignados a cada uno de los futuros esposos, que eran una especie de
escudero, o escudera, para todas las necesidades que tuviesen en esos
días señalados... Nos hablaban, también, de aquellas largas bodas
de tres días, siempre en septiembre, ya libres de tareas
agropecuarias, después de rozar las tierras de maleza, esperando la
sementera de octubre… <span style="color: black;">E incluso nos relataban
tradiciones como aquellos bellos cantos de alboradas al amanecer, que
se</span><span style="color: navy;"> </span><span style="color: black;">cantaban
a la puerta de la novia, del novio, o incluso del cura, con alguna
niña allegada a la familia, que dormía junto a la novia para
escuchar </span><span style="color: black;">los</span><span style="color: black;">
cánticos mañaneros:</span><span style="color: black;"><i> “Novio a la
novia te entrego,</i></span><i> para que vivas con ella, si le has de dar
mala vida, déjala moza soltera...” </i>Y
nos relataban costumbres,
como aquella de los novios,
al final del baile,
repartiendo
a las mozas invitadas por las casas, y otras tantas tradiciones
ya perdidas en la<i> </i>noche
de los tiempos, en fin… Y
por último,
aquella
cosa ancestral
de “La
manzana”, en la tarde de la boda, donde se pinchaban los billetes
de los invitados en
la fruta (manzana clavada en
un palo), con alfileres, y
los novios, pacientemente, bailaban con unos y con
otras, en agradecimiento,
mientras alguien cantaba
cosas así:
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<span style="color: black; font-family: "times" , "times new roman" , serif;">
<i>...Mira,
novio, </i><i>l</i><i>a
tu mesa,</i></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div align="justify" style="margin-bottom: 0.4cm;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: "times new roman" , serif;"><span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><i>mírala
de arriba abajo,</i></span></span></span></div>
<div align="justify" style="margin-bottom: 0.4cm;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: "times new roman" , serif;"><span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><i>mira
que tienes en ella</i></span></span></span></div>
<div align="justify" style="margin-bottom: 0.4cm;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: "times new roman" , serif;"><span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><i>los
padres que te han criado.</i></span></span></span></div>
<div align="justify" style="margin-bottom: 0.4cm;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: "times new roman" , serif;"><span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><i>...Mira,
novia, la tu mesa,</i></span></span></span></div>
<div align="justify" style="margin-bottom: 0.4cm;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: "times new roman" , serif;"><span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><i>mírala
de abajo arriba,</i></span></span></span></div>
<div align="justify" style="margin-bottom: 0.4cm;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: "times new roman" , serif;"><span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><i>mira
que tienes en ella</i></span></span></span></div>
<div align="justify" style="line-height: 100%; margin-bottom: 0.4cm;">
<span style="color: black;"><span style="font-family: "times new roman" , serif;"><span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><i>todita
la tu familia…</i></span></span></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">La luna de miel era
más bien una media luna, que no iba más allá de un viaje
esporádico a Madrid (en el mejor de los casos), a ver el parque del
Retiro, y de paso pillar el estreno de “Esa voz es una mina”, de
Antonio Molina, en algún cine de Gran Vía, allá por los cincuenta,
donde el mítico cantaor deleitaba a los paisanos con gorgoritos
imposibles...</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">A los pocos días de
la boda, la novia dejaba aparcado su eventual estatus de princesa
cacereña, y regresaba a la realidad, arrodillada en un lavadero de
madera, frotando trapos sobre las aguas otoñales, mientras no dejaba
de recibir felicitaciones por aquí y por allá: “<i>Eeee, </i><i>hija,</i><i>
enhorabuena, </i><i>que sea pa’ bien… / </i><i>y uhté que lo
conohca,</i> <i>tía...”</i> La joven desposada, ya inmersa en las
agrestes faenas, cambiaba el traje efímero de novia por el traje
largo y pesaroso de la vida, sacando adelante, heroicamente, toda una
prole de la cual descendemos la mayor parte de los aquí presentes.
Aquellas mujeres, hicieron todo un ejercicio inigualable de entrega y
sacrificio, sin esperar mucho a cambio, todo lo más, ya en sus años
postreros, una cierta tranquilidad..., sólo tranquilidad, y acaso
algún pequeño gesto de atención o afecto, <span style="color: black;">aunque
en no pocas ocasiones </span><span style="color: black;">encontraron</span><span style="color: black;">
también ingratitud. </span>
</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">JORGE SÁNCHES
MOHEDAS</span></div>
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">jsmpombal@gmail.com</span></div>
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span>
<br />
<div style="line-height: 100%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-4215969343118900495.post-68553857089232656882017-05-27T07:51:00.001-07:002017-10-12T04:49:18.166-07:00Pobreza y dignidad<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi2b-DDmZOCbXldIp2MNq_elp9JZyTZ7DVl3PEAo4Is-FpSVZMCynhRoa9bPuajF3PoJp6whMdPHH0XfruLPG1RCViW7elrpT8_92fAvXzeXHthps2IXi8NXcIemdj465XPccpnIkSGDFlw/s1600/loh+pr%25C3%25B3bih.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="616" data-original-width="800" height="307" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi2b-DDmZOCbXldIp2MNq_elp9JZyTZ7DVl3PEAo4Is-FpSVZMCynhRoa9bPuajF3PoJp6whMdPHH0XfruLPG1RCViW7elrpT8_92fAvXzeXHthps2IXi8NXcIemdj465XPccpnIkSGDFlw/s400/loh+pr%25C3%25B3bih.jpg" width="400" /></a></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: center;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Sonaban dos golpes en la puerta, y un
niño corría presto a la llamada..., el niño se frenaba en seco, y
regresaba entre asustado y sorprendido, gritando a los presentes:
<i>"¡¡Eeeeeh un pooobri...!!"</i> La madre buscaba en la
alacena algún trozo de pan, y caminaba hacia la puerta con paso vivo
y actitud resuelta, a depositar el pan, acompañado de una moneda de
dos reales, sobre la mano temblorosa del mendigo, que respondía con
voz ronca y gesto de ternura: “Dios se lo pague”.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Los personajes protagonistas de este
texto, ya hicieron acto de presencia en relatos anteriores, de manera
fugaz y como actores secundarios, pero merecen un recuerdo especial y
detallado. Eran ellos, sí, aquellos que la gente de las aldeas
norteñas llamaban "loh póbrih", y algunos más castizos
en el habla, lo dejaban directamente en "loh próbih..."</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Los pobres eran ya como un poco
nuestros, formaban parte del paisaje callejero, y con cierta
periodicidad aparecían en escena por los pueblos. A los niños, como
ya contamos en alguna ocasión, nos daban miedo por su aspecto
desaliñado, la barba impropia de aquel tiempo, y el semblante en
penumbra bajo el sombrero, que les daba un toque tenebroso. Por otro
lado, sus ropas andrajosas y puestas de cualquier manera, les
conferían un aspecto entre cómico y grotesco. Al margen de todo lo
anterior, los pobres nos t<span style="color: black;">ansmitían una
extraña y serena inocencia...</span> Con ellos aprendimos, más bien
pronto que tarde, que la indumentaria y el aspecto físico no son
garantía de nada, y aún menos de bondad u honradez. En cualquier
caso, mirándolos bien, sus caras no contrastaban en exceso con las
caras curtidas de aquel tiempo, caras con pátina de bronce y sudor,
de aquella gente “renegría” que poblaba las calles, con esa
peculiar mueca trágica dibujada en el rostro, propia de la España a
garrotazos que tan bien plasmase Goya en sus Pinturas Negras.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Vestían ropas desechadas (qué
sarcasmo) por los menesterosos campesinos que apenas desechaban nada;
generalmente ropas de tallas grandes o pequeñas para sus cuerpos:
zapatos rotos, por donde entraba el agua de los charcos; pantalones
llenos de remiendos, que podíamos ver puestos a los espantapájaros
de los trigales; chaquetas grises y zurcidas, de mangas largas que
tapaban sus manos; mugrientos sombreros viejos de paño, de ala
redonda y caída, que algún labriego les entregó...; y las
alforjas, claro está, portadoras de “regojos” de pan y perras
gordas de aluminio..., pues ellos, sí, para aquel viaje necesitaban
siempre alforjas.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Eran mendigos de puerta en puerta.
Algunos llamaban con el propio “palitroqui” que usaban para el
camino. Sonaban los golpes sobre las maderas deslucidas,
acostumbradas a recibir leñazos de toda procedencia... Solían
llamar a la hora de comer, que era tal vez cuando los paisanos más
andaban trasteando por casa... Extendían sus manos agrietadas,
negras, sucias <span style="color: black;">de tierra y </span>limpias de
codicia, y recibían en ellas alguna perra chica, o un “zalico”
de pan, puede que acompañado de una tajada de tocino, o un trocillo
de morcilla, en el mejor de los casos.
</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Apenas eran muy distintos de los
mendigos medievales que llamaban a las puertas de los conventos
franciscanos... Parecía como si aquellos mismos pobres se hubiesen
perpetuado en el tiempo, y aún estuviesen llamando a nuestras casas.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Desde la rama de una higuera, un gato
escuálido y famélico observaba el paso del mendigo, y ambos
cruzaban una mirada cómplice, una mirada entre iguales, propia de
dos destinos condenados a la misma suerte de fríos y penurias, como
dos miembros de un mismo club, el club de los desheredados de un
tiempo ya de por sí <span style="color: black;">pobre </span>y limosnero.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Los pobres que conocimos, salvo alguna
excepción, eran poco pícaros, pues la <span style="color: black;">necesidad</span>
era tan evidente, tan verdadera, que no necesitaban recurrir a
sofisticadas artimañas; tan sólo alguna excepción había, como en
todo..., tal vez de algún conocido borrachín pedigüeño,
aficionado a humildes vinos taberneros, vinos peleones capaces de
hacerle olvidar su desarraigo vital, su soledad de palo y camino...
Nada que ver, por tanto, con algunos granujas actuales que han hecho
de la falsa mendicidad una forma de vida, hasta con mafias y redes
organizadas en algún caso, ni con aquel "Guzmán de Alfarache"
y demás ingeniosos truhanes y mendigos de la picaresca española del
Siglo de Oro.
</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Nuestros pobres eran vagabundos
comarcales de corto recorrido. Procedían de pueblos cercanos, de
manera que en el mismo día podían regresar a casa..., ¿he dicho a
casa?, qué ironía, pues muchos de ellos apenas tenían un techo
donde meterse. Algunos se alojaban en chozas o “caserucos” medio
caídos, con tejas rotas y agujeros generosos en el techo, por cuya
pantalla tridimensional aparecían rutilantes las estrellas, esas
que, a buen seguro, tanto añoraban visitar un día.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Los pobres evaluaban las puertas de las
casas, recordándolas de un año para otro, y en sus bases de datos
probablemente aparecían las puertas más generosas, así como
aquellas otras donde resultaba en vano perder el tiempo golpeando.
</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Algunos mendigos tartamudeaban..., les
faltaban brazos, dedos, ojos..., padecían cojeras..., y arrastraban
taras de lo más variado..., incluso retrasos mentales que les
permitían cumplir el papel de bufones, conscientes, quizá, de que
así despertaban mayor simpatía entre los aldeanos, a la vez que
lástima, claro, pues de esta última dependía su propia
subsistencia... Deambulaban por las calles a trancas y barrancas,
entre rollos, barros, langostos, gallinas y gorrinos que comían en
las pilas de granito el “verbajo” que en más de un caso hubiese
sido un plato suculento para el propio indigente... También
encontraban al paso mujeres de negro junto a la cortina de la puerta,
que se disculpaban ante ellos con un escueto y avergonzado "perdone
usted por dios..."; aunque a veces era tal la estrechez de
algunas casas, ciertamente, que no había razón casi para la
disculpa.
</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Tal vez muchos de los pobres estaban
tan necesitados de afecto como de comida, que ya es decir..., pues es
bien sabido que el ser humano ha sido mendicante de cariño tanto o
más que de viandas.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">No resultaba extraño ver a niños de
la mano de los pobres, pues los niños siempre despertaban en mayor
medida el lado caritativo de la gente. Luego algunos de estos hijos
de mendigo se quedaron acogidos en familias de las localidades
visitadas, en calidad de "aporijáuh" (prohijados), que
para la gente de la época era un tipo de adopción menor, sin perder
los apellidos originales. En más de un caso estos niños pasaban a
jugar un papel de sirvientes más que de hijos propiamente dichos,
realizando tareas domésticas, en el caso de las niñas, o tareas
agropecuarias, en el caso de los niños. Algunos de estos pequeños,
con los años, encontraron el afecto necesario y se ganaron la
condición de hijos, heredando los escasos edificios y minifundios de
sus segundos padres...; otros hallaron hostilidad en los hogares
de acogida, y su vida tan sólo cambió para bien el día que se
casaron <span style="color: black;">con alguna moza o mozo, de aquellos
coetáneos suyos de piel trigueña, y llenaron de espigas y panes el
futuro de sus hijos, borrando el estigma del pasado.</span></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Algunos pobres eran parcos en palabras,
otros eran dicharacheros, y se ganaban al personal a fuerza de
halagos y cumplidos. La gente a menudo los llamaba por sobrenombres,
y los muchachones (grandes popes de las calles de la burla) los
llamaban desde lejos por motes que desataban la ira de los mendigos
más irascibles, o el gesto cabizbajo y humilde de los mansos.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Eran “pobres” almas de dios que
nunca hicieron daño a nadie; algunos no hurtaban ni siquiera las
hortalizas sitas en los márgenes de los caminos... Si alguno,
ocasionalmente, cortaba una sandía o un melón, los campesinos no lo
consideraban ni siquiera un hurto, sino más bien un acto de suprema
justicia, pues tomaban algo que en conciencia les correspondía.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Sus miradas transmitían una paz
inusual, raramente encontrada en el resto de la gente, dejándonos
claro, como nos contase Lope de Vega: "Que más vale pobreza en
paz, que en guerra mísera riqueza".</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">La pobreza estaba mal vista en aquellos
pueblos nuestros. Eran pocos los que apreciaban la gran lección de
dignidad que conlleva ser pobre y honrado a un tiempo, y una gran
mayoría intentaba huir de la pobreza. Por desgracia la única
fórmula posible de huida, era esconder la propia pobreza; pero la
pobreza era como un caballo apocalíptico que cabalgaba a sus anchas
por los andurriales..., y emergía desde el fondo de los pozos..., o
se filtraba como lluvia por las tejas de los corrales..., o se colaba
por cualquier grieta, como el viento invernal por las “talleras”
de las puertas viejas. En el momento en que el apocado aldeano bajaba
un poco la guardia, zas, allí estaba la pobreza dejándolo en
evidencia, asomando la pata por debajo de la puerta... Era un tiempo
preñado de ridículos complejos que surgen cuando no se acepta el
valor intrínseco de las cosas. Hasta incluso el poco lujo que en
ocasiones se exhibía en aquellos ambientes campesinos, no era sino
la pobreza edulcorada, maquillada con afeites caseros y disfrazada de
noños oropeles. La pobreza era dueña y señora de todos los
espacios interiores y exteriores, y caminaba por las calles con la
insolencia propia de saberse dueña de aquellos reinos.
</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Aún quedan personas de cierta edad en
los pueblos que recogen de los contenedores de la basura todo lo que
encuentran sospechosamente útil, incluidas numerosas cajas de cartón
que apilan en las casas, en ese afán de guardarlo todo, como
hormigas previsoras, afectados aún por el fantasma<span style="color: black;">
de una posguerra tardía, casi crónica, siempre con esa fiel
aplicación del refrán tanta</span>s veces escuchado a nuestros
mayores de: <i>“El que guarda jalla”</i>, y que ahora lo llaman
Síndrome de Diógenes.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Fueron tantas y tan largas las miserias
vividas, que la gente se apresuró a sacar pecho sobre finales de los
setenta, “jaciendu fanfarria” y ostentación de pequeñas cosas
materiales, justo cuando apenas empezábamos a salir de "gajeras",
con la imagen aún reciente de la leche en polvo americana, servida a
la puerta de las escuelas, o la mano debajo del pan para salvar las
migas susceptibles de caer al suelo tras el mordisco.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">El ser humano ha sido siempre rácano
para con sus semejantes, en casi todo, no sólo en lo material.
Aquellos que eran portadores de un conocimiento, lo guardaban
celosamente; así lo vimos en los secretos de los gremios medievales,
y así lo hemos visto en todo orden de cosas. Todos hemos sido
mendigos de algo, y en menor medida dadivosos. El mundo ha sido
siempre una rueda de entregas y demandas. Tal vez ahora seamos más
pobres, si cabe, que aquellos pobres de antes, pues vivimos abrumados
por nuevas e imperiosas necesidades, astutamente diseñadas, y
carecemos, en cambio, de lo más esencial...</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">"Loh próbih" vagaban por los
pueblos y los caminos, llenos de cicatrices en el alma y remiendos en
la chaqueta. Al año siguiente, con el buen tiempo, volvían a
sorprendernos por nuestras calles de la infancia, y alguna vez que
otra faltaba uno de ellos, uno cualquiera, del que apenas se
sabía..., si acaso algún rumor llegaba de que, seguramente, había
dejado ya este valle de lágrimas. Iban causando baja con los años,
dejando felizmente atrás un mundo hostil que no tuvo con ellos la
más mínima conmiseración..., pero quizá con la esperanza, como
alguien algún día les contase en cualquier esquina, de que ellos,
siendo pobres y honrados, serían los primeros en el reino de los
cielos.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Aquellos pordioseros, quién sabe,
quizá estaban allí puestos adrede para probar nuestra conciencia,
como instrumentos del magisterio de una insospechada escuela de
almas, destinada a examinar y poner en la balanza los claroscuros de
la débil condición humana.
</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Por carreteras de tierra y gravilla,
entre árboles y collados, en los atardeceres se alejaban los
mendigos, sobre un fondo de horizontes extremeños, rociados de
lloviznas traicioneras, e ignorando flores y paisajes que no
sirvieron para adornar sus vidas... Marchaban renqueantes, con sus
cuerpos contrahechos y cojeras, ya tan suyas, que a veces era lo
único que tenían. Iban dejando un rastro de pisadas desiguales
sobre la tierra en polvo de los caminos. Los pobres se perdían a lo
lejos, como sombras errantes que a nadie importaban..., como puntos
negros de un microcosmos rural y mísero, llenos de jirones en la
ropa, y las alforjas cargadas de pobreza y dignidad.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">JORGE SÁNCHEZ MOHEDAS</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">jsmpombal@gmail.com</span></div>
<br />Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-4215969343118900495.post-48159016590989310672017-04-02T06:26:00.002-07:002020-04-09T05:18:11.485-07:00Abuelos de pana y alcanfor<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhuvEZ044BpMvXEzxxTn0zteKroUOOrz7X-zOq_GHsbO1ua_loe_SaaBgKlHMrX3UJJ6foGh5SV8hvbS8TLj1rg_K0RfaUKfdGtbMNy19LduHOsRY0gnYYz_HOV79rvWYYghLaR8kkDjGFM/s1600/de+pana+y+alcanfor+reducida.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="213" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhuvEZ044BpMvXEzxxTn0zteKroUOOrz7X-zOq_GHsbO1ua_loe_SaaBgKlHMrX3UJJ6foGh5SV8hvbS8TLj1rg_K0RfaUKfdGtbMNy19LduHOsRY0gnYYz_HOV79rvWYYghLaR8kkDjGFM/s320/de+pana+y+alcanfor+reducida.jpg" width="320" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Los abuelos eran sabios, pero no lo sabían. Acumulaban enciclopedias de los más variopintos saberes, y unas espaldas anchas que soportaron guerras y posguerras. Salieron a flote de todas las odiseas, con total dignidad, resignados, y con los mínimos rencores posibles hacia la vida, quizá sabedores de estar sujetos a un orden desconocido, aunque, no obstante, se pasaron los años esperando el advenimiento de un tiempo mejor.</span><br />
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Había abuelos tranquilos y pacientes, y había abuelos nerviosos y "barquinos", había abuelos recortados de estatura (la mayoría) y había abuelos flacos y espigados; había abuelos risueños y abuelos taciturnos..., abuelos leguleyos y abuelos ágrafos..., abuelos “muchacheros” y abuelos ariscos e inaccesibles... Todos nosotros guardábamos cosas, rasgos... no sé..., andares y gestos heredados de los abuelos, pero no lo sabíamos hasta que un buen día alguien nos lo comentaba, y era ahí, en ese preciso instante, cuando éramos conscientes del linaje que nos había tocado en suerte, descubridores, sí, de los vínculos que nos unían a ellos.</span><br />
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">En las tardes de domingo, los nietos íbamos a casa de los abuelos, y hallábamos a la abuela sentada en un poyo hablando con las vecinas, y la ausencia del abuelo nos llevaba a buscarlo a la taberna, entre una muchedumbre de boinas y sombreros de paño, jugando la partida. Nos acercábamos a él, sigilosos, a darle un beso, y el abuelo, sin perder de vista las cartas, nos daba la peseta del domingo, de una de aquellas que tenía encima de la mesa desgastada. Nosotros, sin más dilación, salíamos flechados hacia la calle a comprarnos un chicle Bazooka, que nos duraba toda la tarde haciendo pompas y fardando de modernidad... Otras veces encontrábamos al abuelo jugando a la rayuela en las calles de tierra, o en las cercanías de una ermita, tal vez después de algún viacrucis, en las primaverales e interminables tardes de abril, lanzando la moneda a la navaja clavada en la tierra, en un gesto seco y recortado, como quien lanza algo de lo que no quiere desprenderse. Todos los hombres allí, con sus camisas blancas arremangadas y los botines recién embetunados. Al acercarnos a ellos, sus ropas festivas olían inevitablemente al alcanfor de los baúles..., porque los abuelos, sí, cuando se "remuaban," olían a alcanfor.</span><br />
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Las abuelas eran acogedoras, acunadoras y amansadoras de miedos infantiles. Las abuelas eran unas segundas madres con pañuelo a la cabeza y manos tiritonas, amorosas hasta la extenuación, cuya palabra favorita era "prenda..." Las abuelas, en fin, constituyeron un impagable apoyo vital y emocional en nuestras vidas infantiles.</span><br />
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Aquellos abuelos fueron los grandes portadores de una tradición oral que hundía sus raíces en lo más hondo de un antiguo legado que tocó a su fin con ellos. Podían contarnos chascarrillos de su tiempo, anécdotas de hombres que se comían serones de pepinos en apuestas varoniles, hazañas que desafiaban las leyes de la naturaleza..., o tal vez historias de batallas perdidas donde todos perdieron... Las abuelas conocían antiguas canciones de bodas y alboradas, que cantaron antaño en los plácidos amaneceres extremeños, y que algunos entusiastas folcloristas de los ochenta recogieron en un último suspiro, ya casi al borde de llevárselas con ellas para siempre: "El novio le dio a la novia un anillo de oro fino, y ella le dio su palabra que vale más que el anillo..."</span><br />
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Las tecnologías estaban reñidas con nuestros abuelos, faltaría más... A pesar de todo, algunos llegaron a batirse el cobre con aquellas antiguas teles de un solo canal (a los pueblos no llegaba el UHF), y tenían que levantarse de la mesa camilla para subir o bajar el volumen, desperezando el esqueleto, en una lenta aproximación de reumáticos andares. Eran aquellas teles donde Basilio cantaba lo del “Cisne cuello negro”, y se oían otras "bobadas modernas" que a nuestros abuelos les quedaban muy lejos, y donde el colmo de los colmos era escuchar, incluso, canciones en inglés, idioma popularmente conocido en los pueblos como "guachi guachi..." Tan sólo las corridas taurinas, las obras de teatro cómicas y alguna coplilla flamenca, encendían sus ojillos llorosos de expectante alegría.</span><br />
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Si curtidas estaban las caras de las personas de edad mediana, las caras de los abuelos acumulaban ya incluso soles y vientos de varias décadas. Eran caras acartonadas, ásperas, de profundas y marcadas arrugas, como máscaras africanas con sombrero o pañuelo; pero desprendían una ternura difícilmente hallable en las caras hidratadas de nuestros días, esas caras publicitarias de colágenos distantes y sonrisas impostadas, que nos miran desde el papel couché de las revistas. Sus rostros tenían la inocencia de un niño, la humildad asumida después de una larga lucha sin tregua, sin ruido, como meros figurantes que pasaron de puntillas por el teatro de la vida; vidas que, en algunos casos, cumplían todas las bienaventuranzas bíblicas, sin dejarse una sola en el tintero.</span><br />
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Allá por los ochenta, cuando llegó el agua corriente a nuestros pueblos norteños, a los abuelos les costó mucho entender nuestras duchas diarias, nuestros lavados de dientes después de las comidas, y ese lujo incomprensible de arrinconar las ropas pasadas de moda, aún sin romper..., hasta el punto de que ellos, los abuelos, fueron receptores de las modernas ropas abandonadas por hijos y nietos. De esta forma, podíamos verlos en aquellos años ochenta, con una sudadera de Sandokán..., una camisa de amebas holgada y ochentera, donde cabían dos abuelos juntos..., un enorme impermeable amarillo de pescador cantábrico, o unas botas de faena heredadas de un hijo que trabajaba en Abengoa. Fueron prendas que vinieron a subvertir sus ropajes antiguos, su imagen del pasado, de camisas blancas sin cuello (con pechera), y chaleco aterciopelado, que lucían en aquellas fotos de los cuarenta y cincuenta, con un reloj de bolsillo, sujeto con cadena, guardado en el pantalón de pana, al que olvidaban darle cuerda por falta de costumbre. </span><br />
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Nuestras abuelas eran devotas de imágenes sagradas que circulaban por las casas dentro de una pequeña urna de madera, con una hucha incorporada, y una lista parroquial pegada en el interior de la puertecilla... Colocaban lamparillas de aceite flotando sobre un vaso de agua, y un “poquinu” de aceite en la superficie (para ahorrar), y rezaban por unos y por otros con verdadera devoción...; tal vez por los nietos que, en la lejanía, vivían sus vidas ignorantes de las rogativas que la abuela lanzaba postrada delante del Sagrado Corazón de Jesús, colocado en una mesa camilla del patio. Las imágenes quedaban luego a solas en la oscuridad de la madrugada, con la lamparilla parpadeante alumbrando tenuemente la cara del santo, como una humilde y hogareña luz intermitente que se confundiese con las propias estrellas. </span><br />
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Antiguamente las abuelas tenían también reclinatorios que permanecían en las iglesias, flanqueados por “tarasquillos” de madera sobre las paredes, bien surtidos de velas... Luego llegaron los bancos que nosotros conocimos, y los reclinatorios volvieron a las casas, ya con su "terciopelo ajado" (que diría el poeta), quedando relegados en la habitación de los abuelos, y haciendo las veces de galán de noche sobre un suelo de lanchas de granito.</span><br />
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Abuelos y abuelas mostraban sin complejos sus bocas desdentadas, como en un reino medieval sin dientes, donde las dentaduras aún eran un lujo de viejos señoritos, y no había, por tanto, de qué avergonzarse. Un abuelo con más dientes de la cuenta, no parecía un auténtico abuelo. Así vimos siempre sus caras de bocas cóncavas, y las miradas imprecisas desde sus empañados ojos de cataratas ignoradas.</span><br />
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Las abuelas aún tenían mucho de aquella televisiva Doña Rogelia, que hizo las delicias de los españoles setenteros y ochenteros, con una voz entre aflautada y quebrada. Las abuelas llevaban pañuelo a la cabeza, y una faldiquera, que era una especie de gran bolsillo de tela oculto bajo la saya, donde guardaban botones, pañuelos, perras gordas...; era como el cajón de sastre donde iba a parar todo lo que la abuela se encontraba. Usaban gafas de cerca, reparadas con esparadrapo, que les servían para coser, y eran las mismas gafas que utilizaban los abuelos para leer la correspondencia esporádica que les llegaba, o tal vez la hoja parroquial que repartían los monaguillos por las casas después de la misa dominical.</span><br />
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Nos llevaban al campo de niños, y nos iban mostrando cada cercado, cada cortinal, con el nombre del dueño o los herederos... Lo conocían todo con precisión. Nos iban pronunciando los nombres antiguos de los parajes, que no venían ni siquiera en los planos del catastro, y los nombres de las fuentes tapadas por la maleza, que aparecían ante nuestros ojos de repente, transportándonos a un mundo mágico de hechizos ancestrales: Fuente labrada, fuente “Jerrera”, fuente de Marcos...</span><br />
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Tenían un burro, generalmente pequeño, al que subían desde un poyo de granito, con su calderilla dispuesta para los higos, y los veíamos venir en lontananza, en los atardeceres, como a Sancho sin Quijote, al trasluz del crepúsculo estival.</span><br />
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Nietos y abuelos éramos besucones; los abuelos más bien eran receptores de los besos infantiles, con sus caras de lija raspándonos la cara, y las abuelas más bien eran emisoras de besos estridentes. Aprendimos a disimular para limpiarnos la cara con la manga del jersey, sabiendo que este gesto podía suponer un enfado considerable si nos pillaban: <i>"Qué ehcrupulosinu y ahquerosinu se ha vueltu"</i>, nos decían. En aquellos abrazos los abuelos nos olían a pana rancia, y las abuelas nos olían a ajo y vinagre. Eran olores ya un tanto nuestros, que teníamos interiorizados, y asociados a aquella bella cultura de los afectos.</span><br />
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Nuestros abuelos conocían cientos de historias y leyendas, pero contaban siempre las mismas, las dos o tres de siempre, con el mismo gesto en cada lance, y la misma carcajada en cada momento; pero nos gustaba oírlas mil veces repetidas, a veces acompañados de amigos a los que invitábamos al evento; amigos que a su vez nos llevaban donde sus respectivos abuelos (también muchacheros), que nos relataban sus otras historias, igualmente repetidas... Otras veces le tocaba el turno a las abuelas, que nos ensimismaban con leyendas de misterios atávicos, de lobos..., de brujillas rurales, y de tenebrosos hombres del saco, que acabarían siendo condenados al ostracismo en el futuro, por falta de maldad, en ese mundo psicopático y siniestro que nos fue llegando años más tarde, a través de películas y series televisivas.</span><br />
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Las casas de los abuelos tenía olores propios, y paredes de adobe encaladas, que iban soltando pequeñas postillas blancas sobre el suelo húmedo de cantería. Abríamos la tranca de sus casas por la noche, y escuchábamos al gato maullar, y acto seguido, después de unos metros de temerosa oscuridad, aparecía ante nuestros ojos la escena tantas veces vista de los abuelos sentados a la lumbre, ya medio adormecidos, en un silencio sepulcral..., si acaso el ruido de alguna vieja radio, silboteando entre emisoras portuguesas que iban y venían como el anticiclón de las Azores. Y allí nos sentábamos un rato junto a ellos, en un "tajino" de corcha, apto para nuestras diminutas posaderas, pasando a ser partícipes de un escenario humilde, pero mágico y rebosante de ternura, junto al misterio de las llamas hipnóticas, aún no superadas por pantalla de plasma alguna. ¡Cuánto daríamos ahora por un breve instante de aquellos!</span><br />
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Se guiaban por el reloj del campanario, no más; reloj que no les servía para gran cosa cuando iban perdiendo oído; pero tampoco les preocupaba, pues conocían la hora por la altura del sol, y la sombra proyectada por la pared de una caseta vieja, o la de los álamos de un arroyo, que les marcaban la hora de volver. </span><br />
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Nuestros abuelos eran muy apañados y usaban mondadientes de fabricación propia, pelados a navaja..., alambres para atarlo todo..., puntas y tablas que sujetaban mil cosas..., y adaptaciones y chapucillas surrealistas de aquí y de allá. A veces, también, una pequeña rama de albahaca colocada en la oreja, les hacía las veces de perfume, y por la comisura de sus labios asomaban ramillas de presta, a modo de elixir natural, que ellos se procuraban en sus andares campestres.</span><br />
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Una de nuestras aficiones frustradas era meter la mano en el bolsillo de la chaqueta del abuelo, esperando encontrar un caramelo, y, para nuestra decepción, encontrar una bellota, como un símbolo de la tierra que aparecía por todas partes, y que nosotros aún no apreciábamos en su justa medida.</span><br />
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Los abuelos eran infalibles hombres del tiempo, conocían con precisión las lluvias venideras por la procedencia del aire, y a veces barruntaban la “demuación” con sus articulaciones... Sus refranes favoritos estaban ligados a la climatología: “Febrero engañó a su madre en el lavadero...” “En marzo calienta el sol como un pelmazo...” “En mayo quemó la vieja el escaño, y en junio porque no lo tuvo...” Se pasaron la vida barruntando cosas; barruntaban no sólo el cambio de tiempo, sino también los ruidos a lo lejos, los engaños escondidos, los fracasos venideros... Barruntaron, seguramente, muchas más cosas de las que hubieran deseado, entregados a una vida de la que salieron más veces trasquilados que triunfantes.</span><br />
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;"><br /></span>
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">Olían a naftalina, a romero, a las fragantes hierbas de los regatos, al poleo de las fuentes y a sudores añejos de naturaleza viva... Los abuelos olían a cosas verdaderas, y así también se fueron un día, dejándonos un rastro de verdad y un saco de deudas impagadas. Nos estarán esperando, quizá, junto a las aguas de algún arroyo cristalino en las alturas, o en algún prado colmado de flores, de primaveras que nunca se terminan..., en un trozo de ese cielo que tantas veces vieron desde la puerta de casa o del corral, y que se habrán ganado a pulso, a fuerza de heroicos sufrimientos.</span></div>
<span style="font-family: "times" , "times new roman" , serif;">
<br /><br />JORGE SÁNCHEZ MOHEDAS<br />jsmpombal@gmail.com</span><br />
<br />Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-4215969343118900495.post-87754093989768549432017-02-25T17:19:00.001-08:002017-04-02T05:25:41.894-07:00Calles de fantasía<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjjfpHQrgq8C_s0NnbrEGmNtvfZbQ0rFBgePbic5Sjt9oGyEhvys0aFy6inc55l8MBTDzV6MV8jE0XW6Uda_l8HsRSW82UGpk9Te6sQt-276YSSRCNV3GgCRJ05NaGM2_dkgAMXLkx7z__f/s1600/Calles+de+fantas%25C3%25ADa.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="337" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjjfpHQrgq8C_s0NnbrEGmNtvfZbQ0rFBgePbic5Sjt9oGyEhvys0aFy6inc55l8MBTDzV6MV8jE0XW6Uda_l8HsRSW82UGpk9Te6sQt-276YSSRCNV3GgCRJ05NaGM2_dkgAMXLkx7z__f/s400/Calles+de+fantas%25C3%25ADa.jpg" width="400" /></a></div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Las calles parecían una proyección de
la propia naturaleza, tal vez como si ésta entrase en el casco
urbano sin permiso, reclamando algo propio. Se diría que aquellas
calles eran la naturaleza misma ligeramente ordenada, en un intento
fallido de geometrías arbitrarias. Podíamos ver elementos naturales
llenando todos los espacios: calles de rollos y tierra..., adobes de
barro y paja..., tejas preñadas de yerbajos..., parras cubriendo las
fachadas y apoderándose de ventanillas de trojes..., pozos de
cantería toscamente pulida..., canchales que asomaban en la base de
los edificios, sirviéndonos de sentadero..., lanchas y poyos
asimétricos a la entrada de las casas..., paredes de piedra medio
caídas, que custodiaban pequeños serenos..., monolitos de granito
solitarios, de un portal que quedó por construir..., y algún tronco
de encina, manchado de gallinazas, olvidado en un rincón sin salida.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Las estaciones del año eran fácilmente
identificables en aquellas calles nuestras, flanqueadas de hierbas
verdes en invierno, ornamentadas de amapolas y margaritas en
primavera, o <span style="color: black;">revestidas</span> de pasto seco,
achicharrado de soles estivales. Las calles, por tanto, tenían
también olores: el olor propio de cada estación, unido al recio
olor a "vicio" y Zotal, que escapaba de los corrales, o,
por contra, el aromático jazmín que asomaba por las paredes altas
del patio de una maestra jubilada, que otrora fuese la maestra de
nuestras madres.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Fueron calles que esperaron pacientes a
nuestro nacimiento, para acogernos en su seno <span style="color: black;">de
riesgo y</span> aventura, como antes sirvieron de escenario
inigualable a nuestros antepasados. Eran calles que no sufrieron
grandes transformaciones hasta llegados los años setenta y ochenta.
Se mantuvieron, punto arriba o punto abajo, con la misma apariencia
durante largo tiempo, por lo cual, se podría decir que nuestra niñez
transcurrió en un entorno afín al de nuestros mayores.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Casas y calles estrechaban sus lazos en
perfecta hermandad. La calle y la casa, por momentos, eran una cosa
misma; de repente íbamos de una pieza a otra de la casa, y la puerta
de la calle, (semiabierta), daba paso a la estancia principal, que
era la propia calle, como si fuese una prolongación del edificio...
La casa, de esta forma, pasaba a ser un mero apoyo logístico de
nuestra vida en el exterior, donde transcurrían la mayor parte de
nuestras horas infantiles. Apenas entrábamos raudos a comer, o a
beber agua de la tinaja, y ya estábamos nuevamente fuera. La casa no
nos servía ni siquiera de wáter, como quedó sobradamente relatado
por aquí. Eran viviendas incómodas, y no estaban pensadas para el
descanso ni el disfrute de las mismas, con sofás, teles y
calefacciones al uso en nuestros días. Esta circunstancia le
otorgaba a la calle un plus de habitabilidad. Ni siquiera el frío o
la lluvia mermaban nuestro espíritu infantil y callejero. La lluvia
era transformada en un nuevo elemento lúdico, con canciones, charcos
pisoteados por sorpresa, arcoiris que tocábamos con los dedos,
goterones de las tejas que nos mojaban la “cotorina” entre risas
y broncas al llegar a casa con el pelo empapado... Charcos de nuestra
niñez que fueron lagos para nuestros barcos de papel, que
abarcábamos de orilla a orilla, de una zancada, como gigantes
mitológicos con botas katiuskas. No conocíamos adversidades:
aprovechábamos la inercia misma de las cosas para llevarlo todo a
nuestro mundo de ficción, siempre entre risas y algarabía; quién
da más.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Al mirar hacia arriba encontrábamos al
señor don gato sentadito en su tejado, junto a chimeneas ofrecidas a
las nubes, que nos dejaban puestas de sol difícilmente superables.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Corríamos por plazas de tierra que
antaño vieron bailar a mozas con trajes regionales y pañuelos de ramos; mozas y mozos que hollaron el suelo con jotas
extremeñas, llenando de alegría el eco de las tardes de domingo:
"Las de la calle Caleros se lavan con aguardiente, las de
Caminito Llano con agüita de la fuente..."</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Las viviendas cohabitaban con corrales
y huertos que dejaban asomar ramas de higueras por sus paredes de
piedra, reventonas, que a menudo amenazaban nuestra integridad
física, y que dejaban el suelo alfombrado de higos y hojas a los
pies de los viandantes. Por aquellas mismas paredes, nuestros amigos
felinos accedían a la calle de la misma forma que escapaban de ella.
Para los gatos, su seguridad quedaba a tiro de un simple salto hacia
la pared de un huerto, o hacia la gatera de una puerta, donde dejaban
siempre, como pago, algún que otro pelo.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Las viejas enlutadas en las solanas
destacaban como puntos negros edulcorados por sombreros de paja, en
medio de fuertes colores y contrastes provocados por un sol tan
intenso que parecía cambiar la naturaleza misma de las cosas; ellas
allí, zurciendo y rezurciendo cien veces las mismas medias y
calcetines, <span style="color: black;">en una imagen propia de un cuadro
fauvista.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
En las horas de la siesta veraniega,
las calles quedaban derretidas de fuegos planetarios, y una luz
cegadora nos obligaba a "atacuñar" (entornar fuertemente)
los ojos, mientras una paz de chicharras acunaba a los lugareños,
como en una canción de cuna milenaria que algún buen día
adormeciese también a los antiguos lusitanos y vetones, por estas
mismas latitudes, allá por los tiempos del astuto y despiadado
Escipión.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
En cierta ocasión, como sin pedir
permiso, empezaron a aparecer las primeras antenas de televisión en
las alturas, como aguijones de modernidad clavados en la piel de los
tejados, dándonos un ligero anticipo de la degradación de nuestra
arquitectura popular, y la inminente plastificación de un mundo
exultante que llamaba a la puerta con arrogante insistencia. Nadie
apostó ya más por aquella estética de siempre, que fue muriendo
por inanición. Aquellas antenas fueron la punta del iceberg de una
invasión alienígena que poco a poco iría demoliendo la magia de
nuestras calles de cuentos de hadas.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Los abrevaderos para las bestias en
medio de los pueblos, nos daban estampas de posguerra, junto a
grandes pozos con gente inclinada sobre el brocal de granito,
sumergiendo calderillas de zinc, que dejaban un reguero de agua sobre
los rollos de guijarro... En aquellos pozos nos asomábamos también
los niños, temerosos y asombrados, y lanzábamos nuestra voz
infantil que retumbaba majestuosa, como salida del propio pozo, al
tiempo que mirábamos nuestra imagen en el espejo del agua, que
quedaba borrada con la siguiente calderilla sumergida. Teníamos
miedo de asomarnos solos, no fuera a ser que la “mora” del pozo
nos tragase repentinamente, como nos habían contado nuestras abuelas
que les pasaba a los niños que osaban asomarse a los pozos por
cuenta propia.
<br />
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Las calles eran un jolgorio de ruidos y
presencias que iban y venían, en una gran obra teatral donde cada
cual tenía perfectamente asumido su papel. La vida transitaba de lo
macro a lo micro: burros, vacas, perros, cabras, gallinas, hormigas,
pulgas... y personas; todos interactuando constantemente sin ningún
rubor..., directos a la vena; no había vida virtual, pero sí vida
virtuosa, pues sólo de honestidades grandes levantaron su humanidad
aquellos heroicos extremeños.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
El sol provocaba destellos en la ropa
tendida, y también en los vestidos blancos de las niñas, que
cantaban en corro, o a la comba, canciones ya casi olvidadas:
"Pañuelito pañuelito, quién te pudiera tener guardadito en el
bolsillo como un pliego de papel..."
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Los rebaños de cabras atravesaban
frecuentemente los pueblos, interrumpiendo nuestros juegos cada dos
por tres. Eran cabriales con ruidos de campanillos y fuerte olor
cabruno, que parecían no acabar de pasar nunca, con dos o tres
cabras rezagadas que espantábamos para despejar nuevamente nuestro
terreno de juego, por un instante arrebatado. Los rebaños de ovejas
cansinas cruzaban por espacios grandes de tierra, y los paisanos
montados en burros, mulos y caballos, nos obligaban a recoger la
pelota ante el temor de que ésta fuese hacia las patas de las
bestias, y diese con los huesos del jinete en tierra. Después quedaba
un rastro de cagalutas, plastas y cagajones, que algunos paisanos se encargaban de recolectar para el consiguiente estiércol,
barriéndolo todo con escobas de baleo, como quien recoge fresas o
cualquier otro fruto preciado. Eran los únicos barrenderos de
nuestras calles agropecuarias, de un sistema de vida ecológico y
verdaderamente sostenible.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Los propios juegos que desplegábamos por las calles, eran juegos apoyados en elementos naturales: a las
tabas, que eran pequeños huesos de animales..., a los chinos, con
diminutas piedrecillas abundantes en el terreno... Los palos, de mil
tamaños y formas, se transformaban en rifles o espadas..., y hasta
los palos más largos, incluso, en caballos que corrían al galope
metidos entre nuestras piernas. De la calle cogíamos la materia
prima de los juegos, que luego era devuelta hacia la calle misma,
como en un préstamo natural, barato y reciclable. Palos y piedras
quedaban nuevamente esparcidos por las calles, dispuestos a cobrar
nuevas vidas, nuevos papeles, allí donde fuesen requeridos.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Salir al campo nos llevaba poco más de
dos o tres minutos, cambiando calles por callejas. El contraste no
era grande, ciertamente, pues tan sólo cambiábamos una naturaleza
menor por otra mayor, con presencia humana igualmente abundante por
caminos, huertos y cortinales, con gente canturreando y silboteando
en sus oficios, que sonreían a nuestro paso con más o menos
simpatía, o malicia, según el caso.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
A la vuelta de cualquier esquina nos
podía pillar por sorpresa una palangana de agua sucia, lanzada al
exterior desde cualquier puerta, que era esquivada de un salto
repentino, o un frenazo en seco, en un acto reflejo al que estábamos
acostumbrados, pues el instinto de aquel tiempo estaba sobradamente
desarrollado. Claro que este riesgo era pequeño en contraste con el
pasado, pues me cuentan que antiguamente lo que volaba hacia las
calles eran los orinales, desde un balcón cualquiera, con orines que
en más de una ocasión hicieron diana sobre algún pobre viandante
con boina, o algún distraído campesino que pasaba plácidamente a
lomos de un burro cárdeno.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Las macetas de flores estaban en lo
alto de los balcones, pues a ras de tierra eran muchos los enemigos
de cuatro patas que daban buena cuenta de toda forma de vida vegetal
que osase lucir palmito.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
La soledad era una extraña figura a la
que no se le daban grandes oportunidades. Si alguien se sentía solo,
bastaba con asomar las narices a la puerta, y la soledad quedaba
fulminada en un instante. La conversación, sí, saltaba
inevitablemente, como de un manantial inesperado: <i>¿Poh querráh
creelti que el otru día, según iba pal corral, vieni una ventolera
y me tira el jaci de</i> <i>forraji encima, que por pocu me atorta
sobre el canchu...?</i>, y las risas brotaban alegrando el semblante
al vecino taciturno, que no tuvo que hacer grandes <span style="color: black;">esfuerzos
para recomponer nuevamente la figura.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Las paredes de piedra contenían
ventanillas que eran pequeñas oquedades protegidas por rejas de
hierro oxidado, que daban acceso a lóbregas cocinas con olor a ajo,
morcilla y humo. Uno de nuestros juegos preferidos consistía en
"asompinarnos" (ponernos de puntilla) sobre el ventanuco de
marras, a gritar tonterías y salir corriendo... Por aquellas
ventanillas veíamos a viejos soplando la lumbre con
un fuelle, viejecillas moviendo el puchero sobre las brasas, sillas
de nea desvencijadas, cántaros en el suelo, alguna máquina de coser
Singer, cubierta con un viejo pañuelo de cien colores..., o tal vez una
quesera de madera, de tres patas, sobre un rincón marginada.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
A nuestro paso por las calles
encontrábamos pozos pequeños junto a la entrada..., parras que
daban más sombra que uvas..., poyos apuntalados por pedruscos, sobre
suelos desnivelados..., portales con tejadillos apoyados en columnas
de granito..., lanchas de cantería, o de pizarra, como únicas
aceras..., puertas de madera sin tratar, con cerrojos oxidados que
chirriaban sin piedad..., y algún anciano tiritón a la puerta, que
apenas se percataba de nuestra presencia.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Por la noche las calles se tornaban
difíciles de transitar; tan sólo una bombilla de plato cada muchos
metros alumbraba sutilmente el vagar de los labriegos, provistos de
farolas de petaca, en sus nocturnos quehaceres. Estas mismas calles
se nos mostraban pletóricas de gente en el verano, con poyos y
chácharas que se oían como un rumor en la lejanía. Los perros
callejeros deambulaban también por las calles nocturnas, amenazando
la paz de los gatos y el sueño de los aldeanos. Antiguamente no
había ni siquiera bombillas de plato; me hablaba mi abuelo de
oscuridades tenebrosas, y gente caminando con faroles de aceite,
entre pedruscos y charcos invernales, algo que yo imaginaba como una
escena fantasmal de luces misteriosas cruzando de un lado para otro,
como espectros luminosos de <span style="color: black;">antepasados que
nunca conocimos.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Correr de noche, por lo tanto, tenía
sus riesgos, pero nos adaptábamos a la orografía del terreno con
bastante destreza, de hecho los esguinces de tobillo eran una "rara
avis": ni siquiera el nombre era conocido. Todo lo más podía
ser que un infante se "jiriera" un pie, pisando mal en
cualquier rollo, que luego algún “pastor curandero”, de
reconocido prestigio, le sanaba a base de friegas de vinagre, como
si fuera la pata de una oveja... Corríamos como bailarinas entre
piedras y ortigas que nos picaban a traición, saliendo prácticamente
indemnes de todas las amenazas, no más allá de alguna matadura en
las rodillas, que nos curaban en casa con alcohol, a grito vivo y sin
contemplaciones.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Las calles eran escenario de
juegos infantiles heredados de nuestros mayores: juegos pastoriles
que acababan en “majadas” salvadoras, que eran un refugio
inconsciente de nuestros miedos. La propia anarquía de las calles
desataba nuestra imaginación: de esta forma, podíamos usar una gran
piedra negra de pizarra, vertical, como un esbelto caballo sobre el
que montábamos en nuestras correrías por el oeste..., o un cancho
de granito pulido, en forma de resbaladera, como el tobogán de los
Picapiedras, que destrozaba nuestros calzones cortos, al igual que
destrozó los vestidos de nuestras madres en su infancia... Las
calles eran parques temáticos sin fecha de caducidad, que se
heredaban sin solución de continuidad de una generación a otra.<br />
<br />
A
la par de nuestros juegos, la vida continuaba por las calles, y
pasaban las mujeres con cántaros a la cadera, o portando la imagen de la Virgen de Fátima... Mientras tanto, en cualquier sitio, un
hombre de gesto rudo y tos perruna, ataba las bestias a los ganchos
de hierro clavados en las paredes, sin dejar la conversación con su
interlocutor: <i>"Hogañu paeci que vieni</i> <i>la cosa algu
máh atrasá...”</i><br />
<i><br /></i></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
La tormenta repentina declinaba el tono
luminoso de las calles hacia un gris inopinado, y las calles corrían
como abruptas cataratas... Aquí es donde pasaban a escena las
pontecillas, pasarelas y arroyos que cruzaban los pueblos. Arroyos
malolientes en verano, transformados por las lluvias invernales en
ríos menores, armados de corrientes que todo lo arrastraban: botes
de lata, como naves a la deriva..., <span style="color: black;">yerbajos
enrollados a un zapato negro..., y hasta un viejo</span><span style="color: red;">
</span><span style="color: black;">pantalón de pana sembrado de remiendos,
que navegaba con los restos del naufragio. Por aquellas corrientes
broncas, aguas abajo se iban </span>también las penas, con la clara
esperanza de que nunca más volvieran.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
El atardecer hacía su puesta de largo
por calles y travesías, y nos llegaba el aroma a sofritos que
escapaba de las cocinas, mezclado con olor a leña quemada... <span style="color: black;">El
sol se despedía tras los tejados, y los niños marchábamos a casa
por aquellos modestos bulevares que eran las calles principales de
los pueblos, con pequeñas acacias a los lados, que alguien, con buena intención, plantó
para dar un toque de avenida capitalina a nuestras calles, que fueron
concebidas para ser humildemente bellas.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="color: black;">En las fotos
color sepia, vemos aquellas calles del pasado, y jugamos a entrar en
ellas como Alicia en el espejo, y deambular por cada recoveco, y
volver a cada instante vivido, reencontrando a la gente del pasado,
estática, muda, junto a puertas y cortinas; y de repente se nos
agolpan los recuerdos, dejándonos un gesto contrariado, alternando
una sonrisa y una mueca de tristeza... Todo quedó allí, en las
crónicas de un tiempo plebeyo más noble que ninguno.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Ahora se intentan recrear pueblos
antiguos por aquí y por allá, simulando entornos rurales y tipismos
que antaño fueron la sal de la vida. Tarde nos dimos cuenta del
valor de las cosas perdidas, como tarde nos damos cuenta de casi
todo.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Calles de nuestra infancia, alejadas en
la bruma del tiempo, deformidades bellas que tuvisteis a bien
dejarnos los más gratos momentos, que ahora pasan fugaces por el cristal
empañado de la historia. Calles de nuestra infancia, que fuisteis
depositarias de nuestras risas permanentes, de nuestros juegos
alocados, de nuestras cuitas y alegrías... Calles de fantasía, que
cobijasteis en el hueco de las manos nuestras horas más dichosas.</div>
<br />
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
JORGE SÁNCHEZ MOHEDAS</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<a href="mailto:jsmpombal@gmail.com">jsmpombal@gmail.com</a></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br />
<br /></div>
Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-4215969343118900495.post-36740789773625147142017-01-21T07:46:00.000-08:002017-04-02T08:17:02.809-07:00Con pan<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEggGlpeX2NqrRWotEjg_Qg8mOPOQn7f5F1gsxeRyl7MRLZdmUFYPurNDoR8lRHspUIOTNgtXdJIHy4xRyW4_RmpUx4GOh2slws26h2oN-htPxULdyDn9Mc0XqEO_uJnkv95DrpeQNEpWCFx/s1600/Con+pan.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="330" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEggGlpeX2NqrRWotEjg_Qg8mOPOQn7f5F1gsxeRyl7MRLZdmUFYPurNDoR8lRHspUIOTNgtXdJIHy4xRyW4_RmpUx4GOh2slws26h2oN-htPxULdyDn9Mc0XqEO_uJnkv95DrpeQNEpWCFx/s400/Con+pan.jpg" width="400" /></a></div>
<br />
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<![endif]-->
<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Todo se comía con pan, y a veces el pan solo; pan con tocino,
pan con aceite, pan con hambre. El pan era más que un alimento, era todo un
emblema, venerado hasta el punto de aprender desde niños a besarlo cada vez que
caía al suelo. Era un amigo benefactor, cercano y omnipresente, que hasta los tiempos
de nuestra infancia aún mantuvo intacta su sacralidad.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
La ausencia de pan en la posguerra llevó al pan a unos niveles
de leyenda nunca alcanzados por<span style="color: red;"> </span>alimento alguno.
Había buscadores de trigo como hubo buscadores de oro. Bien lo supieron
aquellos antepasados nuestros; tal es el caso de mi bisabuelo, que en los años
de sequía partía con dos mulos hacia tierras de Castilla, buscando unas pocas fanegas
de trigo (en trueque de productos), aún a riesgo de ser requisado por los
carabineros.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Más tarde el pan empezó a ser habitual en la vida campesina,
pero siempre con un halo de respeto alrededor. Dentro de cualquier casa
podíamos ver escenas de este tipo: un niño pequeño sentado en la jalda de la
madre, rechazando una cucharada de sopa de fideos, con mueca de asco, mientras
el resto de la tropa comía a la disputa en una sola fuente de porcelana despostillada,
sabiendo bien que a cada golpe de cuchara encontrarían más baja la marea en las
menguadas aguas del gazpacho extremeño. Para el segundo plato, tres cuartos de
lo mismo, las tajadas de tocino en el centro, y cada cual ensartándolas con el
tenedor para llevarlas hacia el pan propio. Las migas caídas sobre el mantel de
hule eran barridas con la mano hacia la boca, o rescatadas con la yema de los
dedos, para no dejar resquicios del honorable pan, ni siquiera en su expresión
mínima. Cada comida era como librar una batalla.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
En muchas casas tardaron en llegar los platos individuales.
Esta llegada supuso toda una revolución en los hábitos domésticos, cambiando el
concepto competitivo de aquellas comidas de supervivencia por un relajado
deleite nunca visto, aunque siempre en un ambiente de pocas tonterías, faltaría
más. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Desde pequeño escuché una anécdota en mi entorno, sobre un
niño de ciudad, de familia acomodada, que visitaba el pueblo en vacaciones, y
en cierta ocasión, al entrar con un amigo en casa de los abuelos de este
último, los encontró a todos comiendo del mismo caldero, ante lo cual, el
delicado infante, exclamó asombrado: "¡Comen como los cerdos, todos en la
misma pila!" El anciano de la casa, famoso en el barrio por su humor fino,
guardó silencio unos segundos y contestó con sorna: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">"¿Y vusótruh comeréih comu loh búrruh, ca unu en el su pilón?</i></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Tiempo atrás una sola servilleta de trapo servía para todos
los comensales, y la bebida consistía en levantarse a echar un trago en la
tinaja de barro comunitaria, tapada por un plato y un puchero (ambos de
porcelana), puchero del que bebía también furtivamente el gato, aprovechando la
soledad de la estancia. Tan sólo algún varón cerrado en barba cambiaba el agua
por el vino peleón.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Al levantarnos de la mesa quedaba todo reciclado; todo era
materia orgánica apta para ser devorada por los distintos y famélicos
animalillos domésticos que habitaban casas y corrales, salvo algún coscurrillo
de pan duro que escapaba por la puerta a beneficio de los “perrinos”
callejeros, o a las alforjas de los pordioseros con aspecto de mendigos
medievales, que aún transitaban las calles de nuestra niñez.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Antiguamente, me cuentan que se hacía el pan en casa: se
dejaba fermentar tapado con sábanas y mantas (como a otro humano cualquiera),
luego pasaba por las casas la “jornera” (mujer del horno) con su tablero a la
cabeza, para llevarse los panes a cocer. Eran los tiempos de la “maquila” (el
cobro de un pan por cada arroba masada). Después volvía la “jornera” nuevamente
a entregar aquellos panes de tres libras, por un instante arrebatados... Estos
panes de ida y vuelta, se iban tan sólo un instante con la firme esperanza de
volver, sabedores, quizá, de lo necesarios que eran en aquellos hogares de tez
quemada y pómulos marcados... Aquellos panes redondos se guardaban en tinajas
de barro, en la bodega, con tapadera de corcho; de esta forma el pan no estaba
nunca duro, sino tan sólo correoso, lo cual suponía un mal menor, en un tiempo en
que los males menores sabían a gloria. También había préstamo de panes entre
familiares y allegados, en una permuta de solidaridades ya un tanto anacrónica<span style="color: red;"> </span>en nuestros días: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">"Dejálnuh
un pan, que mañana masámuh nusótruh y oh lo devolvémuh..."</i> </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Las madres y abuelas tenían toda una colección de frases
recurrentes para con nosotros, los pequeños comensales: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">"Comi dehpaciu, que te vah a añurgal..."; "Ponti pa
lanti, que</i> <i style="mso-bidi-font-style: normal;">te mánchah...";
"No ehpúlguih, comi a jechu..."; "Deja de miral lah
musaráñah..."</i>; pero ante todo: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">"Comi
con pan, que te va a jacel dañu..."</i></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Cuando algo no nos gustaba, por ejemplo, las escamas del
pescado, siempre quedaba la “jugada maestra” de echárselas al gato, que de
manera cansina daba la tabarra alrededor de la mesa, restregándose sobre
nuestras piernas y maullando con insistente reivindicación gatuna. Claro que
nuestra inocencia no tenía límites, pues nada más dejar caer el manjar al
suelo, el silencio del gato nos delataba, y una vez ya descubiertos, es cuando
venía la frase lapidaria de la abuela, tantas veces escuchada: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">"¡¡Qué jambri de quinci díah que
tuviérah...!!"</i> Las abuelas eran tremendamente generosas, pues nos
maldecían tan sólo por un corto espacio de tiempo, sabedoras de que el hambre
pasada duró considerablemente más. Por tanto, no nos deseaban ningún mal, sino
tan sólo un pequeño periodo de necesidad pedagógica, perfectamente delimitado
en quince días.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Otro recurso, no siempre eficaz, para superar el rechazo
alimentario, era "engañar" la comida con alguna cosa de mayor
aceptación. Cuando, por ejemplo, los garbanzos del cocido no nos entraban ni a
tiros, nos obsequiaban con un par de uvas para “engañar” (además del pan, siempre
el pan), pero a veces ni por esas colaba; y aquí volvía la abuela a la carga,
tachándonos de "micos", "sarnosos",
"gajientos"..., y el abuelo dándonos la puntilla con el eterno sonsonete:
<i style="mso-bidi-font-style: normal;">"Cuandu váyah a la mili te van a
ehpabilal..."</i></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Otra perla de aquellos lances infantiles con la gastronomía
rural, eran nuestras manifestaciones de hambre a madres y abuelas: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">“Mama, tengu jambri...", </i>a lo que
la madre contestaba: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">"¿Jambri...?,
sí, jambri golosa...";</i> o bien: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">"Abuela,
tengu jambri"</i>; y la abuela respondía: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">"Poh alza la pata y lambi..." </i></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Algunos adornillos en la repisa de la chimenea y paredes
aledañas, daban un ligero toque de amabilidad a la sobria decoración, y
entretenían nuestras distraídas miradas infantiles durante las comidas
soporíferas: un antiguo molinillo de café..., algún candil al uso..., pucheros
de barro…, o almanaques de San Antonio bendito, el amado santo de las causas
imposibles.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Si la comida en el hogar resultaba austera, la comida a
campo era rayana con la vida en las cavernas, todo sin delicadezas, y a mano…,
todo a mano, pegando tirones de un lado a otro, como remotos homínidos de ropas
remendadas, con grasa en los hocicos y los ojos entornados frente a soles y cierzos,
pero siempre con el pan al lado, el sagrado pan.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Como ya hemos comentado alguna vez<span style="color: red;"> </span><span style="mso-spacerun: yes;"> </span>por aquí, el hedonismo era un fulano
encorsetado y relamido, que nunca fue bien recibido en aquellas aldeas, aún
casi<span style="color: red;"> </span>celtíberas, de la alta Extremadura, y era
echado a patadas de la mayoría de las casas, donde los placeres eran habas
contadas, reservados para momentos especiales.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Los viejos masticaban sin dientes, todo a golpe de encías;
apenas un diente solitario y burlón asomaba al descuido de una mueca o sonrisa,
mientras mordisqueaban el pan con <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>goce y
dedicación. Siempre el pan, el sagrado pan. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
En algunas casas había ausencia total de comedor (menudo
lujo). Se comía directamente en las cocinas, al lado del "chupón"
(chimenea). Los que comían de espaldas a la lumbre, se achicharraban por
detrás, y el resto de comensales pegaban tiritones fusilados por las corrientes
despiadadas de las viejas casas espartanas. No había término medio para casi
nada. Tan sólo a los ancianos se les reservaba el pequeño privilegio de
sentarse en el escaño, cerca del fuego, con las manos “rejilonas” (tiritonas),
deformadas de artrosis y trabajos costosos hasta edad avanzada; y allí,
sentados, miraban abstraídos las amorosas llamas de la hoguera, mientras
guardaban en la mano un trocillo de pan blanco, como un tesoro al que no
estaban dispuestos a renunciar ni siquiera en el último instante de sus vidas.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
El pan de aquellos días, sin química, se compraba en las tahonas,
con aquellos olores a cosas verdaderas, y un trajín de gente, grande y menuda,
saliendo y entrando<span style="color: red;"> </span>por los portones salpicados
de harina, y parándose a hablar con el pan bajo el sobaco, sobre la brisa
perfumada y campesina de aquellas plácidas mañanas de amapolas, soles y espigas.<span style="color: red;"></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Y así, siempre presente el pan en los platos extremeños de aquellos
días: Migas, sopas de patatas, repollo con huesos de la matanza, cocido
extremeño con sapillos, patatas “revolcás”, cuchifritos de carne, aceitunas “arracás”,
morcillas finas..., y el pan blanco de migajón, tan apreciado, que acababa
luego en las sopas de leche nocturnas, y en las plingadas mañaneras. Ahora,
cuando los viejos ven a la gente comer pan integral a precio superior al pan
blanco (tan idolatrado tiempo atrás), sonríen, haciéndonos saber que el pan
integral era el pan de las antiguas "perrunas" que echaban a los
mastines del ganado, allá en aquellos años donde perros y humanos compartían
estrecheces, y el hambre se repartía generosa, sin hacer distingos<span style="color: #003300;">. </span>Estas personas mayores, si ven un trozo de pan
desperdigado por ahí, intentan comérselo, aún sin hambre, como en una deuda
permanente y no resuelta con lo más arcano y menesteroso de su pasado.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
En materia de comida estaban los comedidos y los
“ajechones”, que era el nombre que recibían los que aprovechaban cualquier
circunstancia para zampar sin miramientos ante la generosidad de la pobre gente
que humildemente ofrecía lo que tenía. En bastantes ocasiones los “ajechones”
no eran los más necesitados, como parece repetirse en tantas cosas.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Distintas fueron las frases que escuchamos referidas a la
gente o animales tenidos con escasez de alimentos: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">"A matajambri..., a trónchuh y bérzah..., a grílluh..."</i>
Pero siempre había un trozo de pan misericordioso, aunque fuese duro o
correoso, no importa. Incluso en las mayores penitencias, la gente quedaba a
pan y agua, como dos elementos capitales que se daban la mano en una última y extrema
alianza a favor de la vida.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Había todo un vocabulario aldeano para referirse al pan en
sus distintos tamaños y formas: "coscurro", para el trozo de pan
duro...; "zalico", para el cacho de pan arrancado caprichosamente...;
"regojos", para las sobras de pan destinadas a sopas, gazpachos,
o a los animales cercanos en última instancia…</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
En las “sardinadas” organizadas en los pueblos recientemente,
con las multitudes comiendo pan con sardinas, revivimos el milagro de los panes
y los peces, la necesidad milenaria de la gente <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>por lo más elemental y cercano; ese eterno consorcio
entre lo humano y lo divino donde nunca falta el pan, como un lazo atávico con
la trascendencia, que ha sobrevivido a culturas y generaciones a lo largo de
los siglos.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Nuestra infancia fue una infancia con pan y migajones,
migajones que al caer al suelo eran picoteados por las gallinas, y las hormigas
laboriosas los transportaban al hormiguero más cercano, sito bajo un poyo de
cantería, donde un anciano sentado al sol acunaba en paz sus pensamientos.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
En el azaroso inventario de recuerdos que la memoria
casquivana nos procura, nos quedan los trigales al viento…, las extensiones
ocres maduradas de soles y paciencia..., los sacos apilados, contenedores de
harinas y deseos... Y el pan, siempre el pan. <span style="color: red;"></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
JORGE SÁNCHEZ MOHEDAS</div>
<div class="MsoNormal">
jsmpombal@gmail.com</div>
<br />Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-4215969343118900495.post-10901625861964701382016-12-11T08:44:00.000-08:002016-12-13T05:55:00.107-08:00Paisanos de ida y vuelta<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh_hY-_AUBpVHjZsfAxQu5ix_XYrV3GFcA1bv7iWntk-H7tAUOGByfGk6k_DERQ-he3ij9BbotwNf-9xfjoywpYpKo3D8SSEiqG67cwOlJH8j65xRPwJEjEbG1iRbCxsQOY3GHtr3tIHPay/s1600/Paisanos+ida+vuelta.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="301" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh_hY-_AUBpVHjZsfAxQu5ix_XYrV3GFcA1bv7iWntk-H7tAUOGByfGk6k_DERQ-he3ij9BbotwNf-9xfjoywpYpKo3D8SSEiqG67cwOlJH8j65xRPwJEjEbG1iRbCxsQOY3GHtr3tIHPay/s400/Paisanos+ida+vuelta.jpg" width="400" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Noches de llanto y despedida, de cajas de cartón llenas de
casi todo y casi nada, noches de mudanza pobre y equipaje minimalista, con
cuatro sillas de palo y un televisor en blanco y negro... Diáspora de pana y
sandalia de material,<span style="color: red;"> </span>en un destartalado camión
de<span style="color: red;"> </span>mudanzas... Otras veces, despedidas bajo la
imponente cubierta acristalada de alguna estación de tren, o en un pequeño y
modesto apeadero ferroviario…</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
El paisano cogía los "bártulos" y "estarmaba"
(huía) del terruño improductivo y trabajoso. Los bártulos no eran más que cuatro
cosas de escasa valía, los enseres de la menesterosa existencia pueblerina, que
portaba el paisano marchando a la aventura en un viaje incierto, que ni el
mismísimo Ulises hubiese emprendido sin previa garantía.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Así, de repente, el paisano cambiaba el sacho por la llave
inglesa..., la zurriaga por la manivela..., la segureja por la paleta..., el
terrón por el mortero..., el sol achicharrante de los surcos, por los altos
hornos…, y el vino de pitarra por el gin tonic canalla de algún moderno
"pub" con nombre anglosajón. Cambiaba, en fin, las alforjas por el
bolso de viaje..., el farol de aceite por las luces de neón..., y el aire
perfumado de los campos extremeños, por la gasolina esnifada en el asfalto
espeso y gris de los madriles. Un contraste brutal que nos costaba tanto
metabolizar, aunque los niños siempre nos adaptábamos mejor a las novedades que
los adultos; teníamos esa cosa maleable de la infancia, capaz de sonreír contra
viento y marea, encontrando nuevos amigos a la vuelta de cualquier esquina, y
jugando en los sitios más insospechados, como si nada importante hubiera pasado
en nuestras vidas.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Los niños que tuvimos una infancia rural a la vez que
urbanita, nunca fuimos completamente de pueblo, ni enteramente de ciudad;
tuvimos el alma dividida y un tanto confusa: una sensación de estar
incompletos, pero, a un tiempo, enriquecidos de un eclecticismo necesario que
nos hacía sobrevivir a las modas de las grandes urbes, sin perder el olor del
pasto mojado por la tormenta, armonizando la arrogancia capitalina con la
modestia aldeana. Así, de esta forma, fuimos un híbrido involuntario, una nueva
e inédita generación urbano-rural…, pequeños paisanillos de ida y vuelta,
aunque algunos se quedaron en la ida total y absoluta, tan sólo ya recordados
en las melancólicas y nocturnas tertulias veraniegas, donde se repasan los años
perdidos de un pasado añejo que conspira contra nosotros en forma de nostalgia:
<i>"¿Te acuérdah de Ramón el de tía
Engracia?...; no le he vueltu a vel el pelu dehdi que éramuh chícuh.../ Creu
que acabó pa Getafi..., o pa esi lau".<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
A nuestros abuelos les tocó lidiar con una emigración
trasatlántica, aún mucho más traumática que la nuestra. Aquellos antiguos
paisanos se marchaban hacia Argentina, con separaciones que no eran otra cosa
que una suerte de muertes recíprocas entre familiares y allegados, que se
despedían con la certeza de no volver a verse nunca más. Luego vino la partida a
Alemania, allá por los sesenta, y el éxodo masivo a los principales destinos industriales,
receptores de extremeños “jerrizos”, capaces de trabajar en las condiciones más
adversas sin rechistar. En los pueblos se quedaban los abuelos sufriendo las
ausencias; aquellos abuelos que lloraban con la canción de "El
emigrante" de Juanito Valderrama, abuelos perfumados de alcanfor, que por
recuerdo llevaban un rosario de marfil..., tan sentimentales, tan apegados aún
a la cultura de los afectos (en crisis en este tiempo de compraventa). Fueron
abuelos que trabajaron de sol a luna, para ver todo su proyecto de vida sin
continuidad en el tiempo, viendo a los hijos partir, escapando del mísero
minifundio largamente labrado y sufrido. Así reprochaban luego algunas abuelas
a los abuelos, cosas como ésta<i>: "¿Te
dah cuenta, tantu plantal olivuh... y máh olivuh, que toh te paecían pocuh...?;
ahora loh tiénih toh pa tiiiiii..., pa metéltiluh por ondi te quepan..."<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Las calamidades de la vida campesina pasada, obligaban a los
paisanos a volver al pueblo ofreciendo una imagen triunfadora, aunque no fuese
cierto (en muchos casos no lo era), regresando, claro está, con algún coche
flamante, superprotegido por toda la familia, que en ocasiones se turnaba
haciendo guardia a la puerta de casa, para salvaguardar al reluciente Renault
12 (en el que habían gastado gran parte del presupuesto familiar) del amplio
elenco de amenazas rurales: los roces de las cabras al pasar, el haz de tarmas
de los burros callejeros, o los balonazos y piedras volanderas de la
chiquillería, aún abundante por aquellos años setenta y ochenta. El coche era
un personajillo mimado y apócrifo, que escondía los fantasmas interiores, y se
convertía en el secreto epicentro de todas las carencias. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Entre el variado repertorio de paisanos aquí glosados, se
daban los dos extremos, como en todas las cosas. Estaban, por un lado, los
paisanos que volvieron definitivamente al pueblo, sin apenas dejar estela en el
asfalto urbano, frente a los que nunca más volvieron, quedando un poco
desarraigados de por vida, perdiendo las raíces del lugar de nacencia, que era
perder un claro referente vital.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
En las conversaciones infantiles que teníamos los niños en
las ciudades, los chavales sin pueblo se quedaban callados, como si fueran niños
con una infancia mutilada, con menos cosas que contar. Una infancia sin pueblo
en vacaciones no era lo mismo, por más sustitutos que se buscasen luego, a
través de granjas escuela, campamentos en la naturaleza, y otros sucedáneos
similares que no pasaban de ser sofisticadas y pobres imitaciones del entorno
rural. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Los niños urbanícolas sorprendíamos a los infantes locales
con algún cachivache recién traído de la ciudad, por ejemplo, un caleidoscopio
hecho en un taller del colegio..., y cosas así. Mientras nuestros amigos del
pueblo le daban vueltas al artilugio, viendo las bellas formas geométricas del
cromatismo exuberante de los vidrios, nosotros mirábamos al cielo extremeño, y
la panorámica del paisaje que se abría ante nuestros ojos, nos hacía comprender
la clara hegemonía de la belleza real sobre la virtual... </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Siempre traíamos alguna historia para contar a nuestros
rústicos camaradas, de nuestra vida metropolitana..., de nuestras correrías de
semáforo y humareda..., pero lo que nuestros amigos del pueblo desconocían, es
que nosotros, los paisanillos emigrados, hablábamos constantemente a los amigos
urbanitas de nuestras vivencias rurales: de la libertad de movimiento..., de
las salidas campestres…, de las costumbres bizarras..., y así constantemente
hasta el hartazgo, hasta aburrirlos, incluso exagerando cosas, fruto de la
emoción que nos embargaba, siempre con la morriña de la tierra a cuestas. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Los recuerdos a fulanito o citanito, estaban a la orden del
día. Era tanta la gente dispersa por la amplia geografía nacional, que en
cualquier ciudad podía vivir un familiar, o un allegado, que fuese receptor de
los citados recuerdos: <i>"Dali
recuérduh de mi</i> <i>parti a Juhti...; y
de toh nusótruh..."</i> En ocasiones el recuerdo llevaba aparejado algún
chorizo de la matanza, con lo cual el recuerdo cobraba una naturaleza
organoléptica, que siempre era de agradecer.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
El pueblo representaba una referencia insustituible en la
vida del paisano emigrado. Sobre el pueblo giraba toda la existencia. Podíamos
vivir en distintas demarcaciones geográficas, pero el pueblo natal era siempre el
núcleo inconsciente de nuestra vida. Allí estaba nuestra genealogía, y nuestros
recuerdos grabados a cincel. La propia anatomía de las calles, edificios
locales y parajes campestres, afloraban en los sueños como arquetipos oníricos
que volvían una y otra vez, de manera recurrente, a modo de carrusel de
imágenes y emociones, girando a nuestro alrededor.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Por el puente de los Santos, los niños volvíamos al pueblo
con la belleza del verdor otoñal, la lluvia chirimiri, los primeros humos de
chimeneas, y la "chiquitía" (merienda campestre infantil, en otros
sitios llamada “chaquetía”), subidos en canchales alfombrados de líquenes, con
la “bolsina” de la merienda, donde no faltaba la granada de turno, las nueces y
los higos secos casados con castañas; y algún inevitable radio cassette con
música de la época: Umberto Tozzi, las Grecas, o la gloriosa Ramona de Fernando
Esteso...</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
¿Quién de vosotros no vivió alguna vez la emoción al
regresar después de largo tiempo al pueblo, por primavera, y ya, desde la ventanilla
abierta del coche, ir percibiendo el olor de las jaras…, de las escobas…, los
vientos serranos…, los cielos diáfanos, las plácidas cigüeñas sobrevolando
majestuosas los campanarios, y las vacas pastando en las dehesas verdes, con un
fondo de montañas nevadas...? Seguramente gran parte de los que ojeáis estos
renglones, habéis vivido sensaciones similares.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Pero, si había una fecha mayoritaria para el regreso a las
raíces (y aún sigue siendo así), eran las fiestas locales veraniegas. Los
paisanos se encontraban en la barra del bar, y los vinillos y cervezas dejaban
paso a los recuerdos infantiles, con hazañas y "facatúas" incluidas: <i>"¿Te acuérdah cuandu noh cahtigarun en
la ehcuela por tirali piédrah al tejáu del maehtru?</i></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Y cómo no hablar de la inevitable lucha entre el acento
castellano y el extremeño, que se enfrentaban en un duelo breve, rápidamente
inclinado a favor del segundo. A veces un castellano cheli del Madrid
periférico, y otras un castellano “fisno”, se escapaban de la boca del paisano,
y a medida que la conversación se iba haciendo distendida, el acento local se
imponía poco a poco, sin apenas despeinarse. Este último, como una madreselva
sutil, iba anulando y envolviendo al débil y alambicado castellano, con la
ayuda inestimable del garrafón verbenero. El paisano capitalino, al final,
quedaba desnudo, en su esencia aldeana, hablando extremeño sin complejos, tal y
como si no hubiese salido nunca del lugar. Y al final, acababan todos juntos rematando
la madrugada, con los bailes finales de la orquesta ochentera, cogidos por los
hombros, con los ojillos brillantes, dando trompicones desde Santurce a Bilbao.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Capítulo aparte merecen aquellos paisanos que vivían en
Alemania, y volvían con un volkswagen nuevo, hablando un alemán pedestre, pero suficiente para alucinar a los lugareños, que,
embelesados, comentaban sobre el "germano-bellotero": <i>"¡¡Habla alemán comu si llevara allí
toa la vida...!!"<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
El primer regreso infantil al pueblo, se hacía especialmente
emotivo: La ilusión de los niños cuando marchaban por primera vez fuera, era
sobradamente superada por la emoción que representaba el regreso. Ese primer
regreso, después de mucho tiempo, era indescriptible... Podía ser, por ejemplo,
en verano, con los amigos esperando, y las pandillas preadolescentes ya
dibujándose de cara a los próximos años. Estas pandillas marcaron un antes y un
después en la vida pueril del paisanillo, con aquellas algazaras en bicicleta,
camino de los baños pantaneros, al estilo de "Verano Azul..." Las
pandillas se iban disipando sobre los veintipocos años de edad, a la par que en
las veraniegas calles rurales, se iban perfilando nuevas hornadas pandilleras,
en un oportuno relevo generacional que siguió su curso hasta nuestros días.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Entre las distintas circunstancias migratorias, estaba el
paisano que nunca más volvió, por falta de vínculos familiares, o simplemente
por falta de una mísera casa heredada donde alojarse... Estaba el paisano que
perdió contacto con el pueblo, pero un buen día regresó y construyó una casa
nueva, recuperando sus raíces… Estaba el paisano que volvía con frecuencia a
casa de los padres, con niños pequeños que se hicieron devotos de la libertad
rural y callejera... Estaba el paisano que se jubiló y decidió repartir su vida
entre el pueblo y la ciudad… Estaba el paisano que aparecía sorpresivamente
después de varias décadas, y la gente aún lo reconocía “por la pinta”, a pesar
de volver orondo y calvo, con la frente marchita, como dice el tango que se
suele volver... Y estaba, también, el paisano que volvía de escapada, con los
hijos mayores, ya señoritos de ciudad, a visitar a los afectuosos abuelos, que
esperaban con los ojos llorosos de alegría y el beso sonoro y tiritón de la
abuela... En fin, y así un amplio catálogo de paisanos y circunstancias, que
nos daría para muchos relatos de esta naturaleza.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Un contraste especialmente pintoresco, era el de la chica
del pueblo que estudiaba una carrera fuera, y alternaba su vida entre aulas
universitarias, y la imagen del padre ordeñando las vacas, con las botas
katiuskas hundidas en el estiércol mojado y gélido de enero...</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
El paisano volvía por las matanzas navideñas..., por <st1:personname productid="la Semana Santa" w:st="on"><st1:personname productid="la Semana" w:st="on">la Semana</st1:personname> Santa</st1:personname> de colores y
fragancias..., por "el puenti de <st1:personname productid="la Pura" w:st="on">la Pura</st1:personname>”, y sobre todo, en verano; pero a diferencia
de los señoritos veraniegos, ya tocados por aquí en un relato anterior, el
paisano emigrado llegaba ávido de tareas, y se agarraba a la cincha del burro
del padre campesino, o a dar unas vueltas con la trilla en la era, como en una
deuda inconsciente con sus mayores, o un cierto cargo de conciencia, quizá, que
le impedía romper el eslabón del pasado vivido en las abruptas tierras. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Frecuente también era la escena de los paisanos que se
encontraban en el metro de Madrid, y charlaban de manera precipitada,
comunicándose las últimas novedades del pueblo, con defunciones incluidas, ante
la inminente voz en off de la megafonía, que de golpe sentenciaba:
"Próxima estación, Diego de León"..., poniendo fin, repentinamente,
al encuentro esporádico de dos paisanos en la villa.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Igualmente habitual era el paisano que marchaba fuera, por
una corta temporada, con billete de ida y vuelta, a la vendimia, a los hoteles,
a la mili, a estudiar a Salamanca, etc. Eran marchas menos dolorosas, marchas
que dejaban un pequeño pellizco de temporalidad, liviano y llevadero.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
De aquel exilio rural, y los retornos vacacionales, nos
quedaron las fotos desenfocadas de las primeras máquinas fotográficas propias…,
las fiestas locales, las verbenas, las terrazas veraniegas, los baños en el río…,
y nos quedaron, un poco, sí, los complejos, a veces superados, a veces no.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
"Un día cambió todo, nuevos paisajes y los mismos
dolores; las manos tienen callos, pero no de espigas...", cantaba el
cantautor extremeño allá por los setenta, en la mítica sala Olympia de París,
recordando la diáspora extremeña en Alemania.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
Muchos fuimos los paisanos de ida y vuelta..., unos más de
ida, y otros más de vuelta. Partimos un buen día a la deriva, como las aves
migratorias que trazan bellas formas en los cielos, siempre en manos del
destino, sujetos a un orden que no pudimos subvertir, sujetos a un tiempo que
nos tocó en suerte, y sujetos al vínculo emocional con un pueblecillo del alma
que nos marcó para siempre; un pueblecillo en ocasiones pequeño, destartalado,
austero, baldío..., sí, pero grabado a fuego en nuestro corazón.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
JORGE SÁNCHEZ MOHEDAS</div>
<div class="MsoNormal">
<a href="mailto:jsmpombal@gmail.com">jsmpombal@gmail.com</a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
</div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<br />Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-4215969343118900495.post-68650061451749650142016-10-19T05:11:00.000-07:002016-10-19T16:38:02.779-07:00Se hace saber<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj-YZx8DUXtjRSLbnpGJsDrYaTq73Ku4g5vhkczcxyAmBqs18Dmp_1d9aWAep350AKNtV_gdAgkMypUA14-lbtwjNGc_MG3nAhZXsBumtHTPdHTo39dM86qGkSbZZaQFK0PfPLdSo_0F0yb/s1600/se+jaci+sabel.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="326" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj-YZx8DUXtjRSLbnpGJsDrYaTq73Ku4g5vhkczcxyAmBqs18Dmp_1d9aWAep350AKNtV_gdAgkMypUA14-lbtwjNGc_MG3nAhZXsBumtHTPdHTo39dM86qGkSbZZaQFK0PfPLdSo_0F0yb/s400/se+jaci+sabel.jpg" width="400" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
De pronto se hacía el silencio en
cualquier esquina, en cualquier plazuela o espacio abierto,
previamente designado al efecto, y sonaba un largo toque de corneta.
Los niños éramos invitados a guardar silencio: <i>"Callálsuh
yaaa, me cagüen tooo laaa..."</i> Acto seguido el alguacil
iniciaba el pregón con un gesto circunspecto y severo: " ¡¡De
orden del señor alcalde, se hace saber...!!" Los presentes
mostraban una expresión entre asombro y mueca de dolor, paralizados,
como estatuas de sal, sudor y mugre, con rostros curtidos de grietas
y negruras solares; hasta los perros callejeros detenían su camino
con mirada perruna y triste (propia de los perros de aquel tiempo),
correspondiendo a la solemnidad que rodeaba al pregón, que casi
siempre era el anuncio de juntas, reuniones y cosas por el estilo,
que tanto nos aburrían a los chavales.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Al acabar el pregón, siempre había un
despistado que pasaba por allí, sin haberse enterado de nada: <i>“¿De
qué ha siu el bandu...?”;</i> y no faltaba tampoco el que
contestaba sin estar enterado del todo: <i>“No sé..., creu
queeeeee de alguna juntaaa... o alguna hohtia de ésah... me paeci
habel oíu."</i> Por último, aparecía un tercero, con voz grave
y firme, que disolvía toda duda: <i>"Junta a lah dieh de la
nochi, pa' la corchera, en la cámara agraria..."</i></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
El pregonero recitaba tanto de memoria
como leyendo un papel municipal cogido con ambas manos, con la
corneta colgando del brazo por un cordón, en una estampa harto
representativa de aquellas calles espartanas de nuestros días.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Pregoneros éramos todos en mayor o
menor medida, vociferando noticias a los cuatro vientos, por aquí o
por allá, pero los pregoneros oficiales eran los alguaciles; ellos
gozaban de un grado de atención superior, que nadie osaba usurpar.
Eran los divulgadores de la noticia fresca y vecinal..., las cuerdas
vocales al servicio del aviso cercano..., las gacetillas callejeras
de parra, cal y cantería... Los alguaciles respondían a todas las
tipologías humanas, por tanto, podíamos encontrar alguaciles
regordetes, “rejertes”, estirados y extrovertidos, de la misma manera que alguaciles de carácter más reservado, con
chepa, flacos, fumadores compulsivos, con cierto toque leptosomático,
que dejaban escapar una tosecilla nerviosa justo antes de pregonar.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
El pregonero se cruzaba por las calles
empedradas con el cartero, mensajero también de las cosas
cotidianas, y ambos, a su vez, se cruzaban con algún alcahuete de
reconocido prestigio, mensajero igualmente de la cotidianidad. Entre
los tres departían en cualquier esquina, nerviosos, gesticulando al
sol y al viento, y las noticias corrían sin freno, como broncos
arroyos de antiguas primaveras rurales.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Los primeros alguaciles lucieron la
clásica boina negra de paño, y después se nos fueron presentando
con gorra de plato, que en algunos casos les daba un aire seco y
marcial, ligeramente autoritario... De esta forma, los niños más
pequeños, al ver a aquellos hombres con sus gorras de plato, gritando
por las calles con tono sentencioso, teníamos la impresión de que
los alguaciles eran los hombres que mandaban en los pueblos. Así lo
pensé yo durante algún tiempo, y costó mucho quitarme la idea de
la cabeza.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
La corneta (que viene de cuerno) era
siempre la misma: una especie de cuerno de vaca, metálico, entre
color cobre y dorado, abollada por el tiempo y "loh
cahcarinachih" recibidos..., con un pequeño cordón de extremo a
extremo, tal vez de color granate. El toque de cuernos, cornetas y
demás instrumentos de aire al servicio de avisos y reclamos de los
parroquianos, lo podemos ver a lo largo de la historia y la
geografía, en numerosas civilizaciones, aunque seguramente a
nosotros (de raíz judeocristiana) nos viniese de la antigua cultura
hebrea. El cuerno estaba muy presente en la vida campesina, y en el
inconsciente de aquella gente, puede que simbolizase los proyectos
truncados, ilusiones arrasadas..., sueños evaporados..., y todo
aquello que, en fin, se iba literalmente al “cuerno”, que no eran
pocas cosas.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Los vendedores pregonaban por las
calles sus mercancías, y las mujeres abrían ligeramente las
cortinas, a la espera de alguna ganga. “¡¡Hay peeeeceeeessss!!",
se escuchaba por las calles. Con relativa frecuencia los niños
gastábamos bromas anunciando mercancías inexistentes a grito
pelado, escondiéndonos detrás de alguna parra, o agazapados detrás
de un poyo de cantería, esperando a la mujer de turno asomada a la
puerta con cara de sorpresa, y nosotros allí, partiéndonos de
risa... <i>"¡¡A loh bueeeenuh meloooonih...!!"</i>,
gritábamos por última vez, antes de salir corriendo, con dolor de
barriga después de largo tiempo de risas contenidas. Nuestra maldad
no pasaba más allá de pequeñas cosas como esas.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Algo que me sorprendió desde niño, es
el hecho de apreciar que, en todo lo tocante a temas oficiales,
aquella gente de los pueblos, que habitualmente hablaba un extremeño
cerrado, de repente pasaba a un castellano impostado, más propio del
mismísimo Valladolid. Así, en aquellos pregones rurales, lo propio hubiera sido escuchar: <i>“Con permisu del señol alcaldi, se jaci sabel...”</i>
En esto, como en otras cosas, asomaba el fantasma del complejo de
inferioridad, que nos precipitaba al subsuelo del terrón extremeño.
El habla local, estaba claro, no nos servía para las cosas serías;
quedaba relegada a las cosas ordinarias, la vida a pie de obra y
los improperios a pie de corral.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Los niños, por supuesto, nos subíamos
en los poyos con un canuto de papel a modo de corneta (también llamada turuta), o incluso con
algún cuerno de cabra, o vaca, encontrado en el corral (o a veces tirado por la calle), y simulábamos los pregones municipales con
total formalidad, sin perder la compostura, acompañados de un
inexplicable silencio como respuesta por parte de la chiquillería
que, curiosamente, adoptaba el mismo gesto facial que los adultos,
escuchando, en este caso, la frívola improvisación, que llevábamos
sin miramientos a nuestro terreno infantil, con golosinas y demás
temas de nuestra aceptación: "Con permiso del señor alcalde,
se hace saber, que en casa de tía Isidora se venden confites a perra
gorda el kilo"; exactamente en el mismo castellano "fisno"
que procedía usar en estos casos, faltaría más... También
ejercíamos de alocados pregoneros berreando por calles y espacios
abiertos de tierra, donde jugaban las multitudes infantiles, avisando
al resto de rapaces de cualquier acontecimiento, en ocasiones
inventado: <i>"¡¡Hay un perru rabiosu pa' la</i> <i>cercaaaaa!!"</i>;
el problema radicaba en la dificultad para escuchar el mensaje, con
la mezcla de voces que se atropellaban entre sí, en un histérico
griterío que retumbaba por los rojizos atardeceres extremeños.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Recuerdo especialmente el clásico
pregón de sardinas (pescado que odié desde niño). Era un pregón
que me dejaba la moral por los suelos, pues era sabedor de que esa
tarde-noche el pueblo cobraba un empalagoso olor a sardinas, que
hasta las trancas de las puertas, una vez las tocabas, te dejaban
impregnado el efluvio sardinero en las manos... Los gatos, esa noche,
como ya comenté por aquí en alguna ocasión, tenían un estrés
fuera de lo normal.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Desde el principio de los tiempos hubo
pregoneros, cornetas y trompetas anunciando cosas. En las tribus de
medio mundo usaban (y usan) distintos instrumentos de aire para
llamar a sus miembros..., los porqueros antiguos tocaban cuernos para
reclamo de los gorrinos..., los militares se levantaban bruscamente
al toque de corneta..., y hasta el Apocalipsis nos presenta el final
de los tiempos con presencia de trompetas tocadas por ángeles,
abriéndose paso entre las nubes del cielo... Nada más fiable que
oír directamente al pregonero, pues las cosas que se oyen de primera
mano, tienen un plus de credibilidad.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Los pregoneros perdieron su privilegio
de mensajeros de la actualidad. Ahora puede ser pregonero cualquiera:
son pregoneros los cantantes y famosos que, desde el balcón de un
ayuntamiento, sueltan un pequeño discurso aprendido, a cambio de un
pingüe beneficio económico... Pregoneros son los guías turísticos
que, rodeados de guiris japoneses, cuentan por un megáfono las
excelencias culturales de tal o cual ciudad... Pregonero es todo el
mundo, cierto es, pero aquellos pregoneros de nuestra infancia tenían
un punto de piedra y polvo callejero, de sainete negro rural, que se
hundía en lo más arcano de la Extremadura profunda, dejándonos un
recuerdo melancólico de aquellas estampas agrestes, pero hermosas,
que ahora pasan fugaces por nuestra perezosa memoria.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Desde la implantación de la megafonía
en los ayuntamientos, los pregones, al igual que ocurrió siempre con
las campanas del reloj, se empezaron a escuchar desde el campo y
lugares lejanos. Los modernos pregones, sí, hace años que se oyen
desde lejos, con un timbre metálico y frío, pero a pesar de todo
siguen teniendo su aquel. En el caso más cercano que conozco, aún
se toca por el micro la antigua corneta abollada, que aumenta
decibelios desde su nueva condición de corneta de oficina. Al oír
su toque, en las calles del pueblo se detiene momentáneamente el
tiempo, y la gente parece quedar petrificada: el uno, con el cigarro
a la puerta del bar, el otro, doblando la esquina con las recetas del
médico, la otra, sacudiendo la alfombra a la puerta, el otro, con la
barra de pan bajo el sobaco...
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
“Se hace saber”, que en estos
tiempos preñados de noticias por doquier, vivimos sobreinformados,
que es la manera más eficaz de no informar... Se echa de menos la
noticia directa, de persona a persona, de mirada a mirada...; aquella
noticia que rozaba la piel, y que ahora se nos torna huera y
abigarrada, con los disfraces oportunos y los brindis al sol que
tiene siempre la mentira..., con gran ruido de muchedumbre que nos
impide escuchar al pregonero... Una voz, políticamente incorrecta,
hace muchos años, nos profetizó aquello de: “Un día conoceréis
la verdad, y la verdad os hará libres"; y ahí andamos
esperando a saberla. Mientras tanto, hemos ido conociendo increíbles
avances de ciencia, física cuántica, microchips, nanotecnología del mismísimo demonio..., no sé..., la velocidad de la luz, la del
sonido, la plomiza oveja Dolly..., y hasta el puñetero "bosón
de Higgs"..., pero no la verdad, mira tú.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Así, como todas las cosas, se nos
fueron los antiguos pregoneros, que andarán de voceros en las ágoras
celestiales, por esos planos livianos y desconocidos de las alturas.
Quizá no sea difícil encontrarlos al mirar hacia arriba,
confundidos entre las nubes, con sus boinas hechas de cúmulos y sus
cornetas de cirros, pregonando cosas sencillas y verdaderas, de las
que, a buen seguro, ya serán conocedores.
</div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
JORGE SÁNCHEZ MOHEDAS</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
jsmpombal@gmail.com</div>
<br />Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-4215969343118900495.post-13975005658106971282016-09-17T08:14:00.003-07:002017-12-28T08:46:01.000-08:00Madrugadas<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh0KrQYrwxJRhyezZzGSZPuTzHy9qgtaBAHHoU2Dw6fci8ZmVVtOSD_g5Do61Hc6QWQpEFHDzyoCUOSKmahs6JQZ4E015eqFGEUbdTo9chBs01uKZwZU_IwlRHdqAQ4OKYpuoLke12RcpNv/s1600/madru+sepia.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="225" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh0KrQYrwxJRhyezZzGSZPuTzHy9qgtaBAHHoU2Dw6fci8ZmVVtOSD_g5Do61Hc6QWQpEFHDzyoCUOSKmahs6JQZ4E015eqFGEUbdTo9chBs01uKZwZU_IwlRHdqAQ4OKYpuoLke12RcpNv/s320/madru+sepia.jpg" width="320" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Entre gallos y media noche pasaba de
puntillas la madrugada, alternando silencios absolutos con ronquidos
descompasados. Tan sólo la siesta se ofrecía como una fugaz y
luminosa franquicia de la madrugada, pero era en esta última donde
el tiempo parecía dar una tregua suficiente, capaz de mitigar los
excesos del día. La madrugada nos cubría con su manto negro y
estrellado; era, sin duda, una aliada perfecta e infalible..., una
madre amorosa, reparadora de fatigas y “descalientos”..., de
“aginos” y cuitas campesinas.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Eran noches de colchones de lana,
carraspera senil y tos perruna...; madrugadas de orinal de porcelana,
alfombras de corcha sobre suelos helados de cantería, y meadas a
golpe intermitente de próstata, con ventosidad incontrolada, que
irrumpía como un trueno repentino, salido del interior de un pijama
de patera larga. Después, un largo bostezo y rechinar de dientes
ante el frío,<span style="color: black;"> reintegraban nuevamente al viejo
lugareño en su lecho antiguo, que era como una madriguera frente a
todas las hostilidades del día. </span>
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Al levantarse, los habitantes de
aquellas guaridas de adobe, descubrían, no con mucha sorpresa, que
habían sido pasto de pulgas, chinches, mosquitos, violeros y toda
una fauna nocturna y sutil de bebedores empedernidos, que a menudo
daban buena cuenta de la sangre labriega, que, generosa, se entregaba
a otras formas de vida. Y así amanecían marcados de "borrunchus"
(ronchas) en la piel, y compulsivas “picañas” mañaneras durante
el corto desayuno de "plingá" de aceite y café de
puchero... Era el precio que se pagaba por un descanso necesario,
que, claro está, no podía resultar gratis.<i> “La madri que loh
parió... me han acribillau de arriba abaju”.</i></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
En algunas casas, las pequeñas
“lamparillas de mariposa” lucían toda la noche, en honor de los
difuntos de la familia, a veces junto a imágenes de santos, en sus
hornacinas, que se transportaban cada veinticuatro horas de casa en
casa (aún se sigue haciendo).</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Nos relataban los abuelos que en otros
tiempos los lobos se acercaban a los pueblos de madrugada, en busca
de desperdicios matanceros, aprovechando las tenebrosas noches y el
silencio de aquellas aldeas. <span style="color: black;">Tan sólo los
perros alertaban de su presencia a través de temerosos ladridos. El
lobo aparecía en la tradición oral como uno de los dueños de la
noche, un siniestro personaje de mirada profunda.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
La madrugada de la noche de San Juan,
nos llenaba a los niños de inquietud, con historias de brujas y
aquelarres en los valles cercanos, que nos relataban algunas ancianas
con gesto también de brujillas y alcahuetas. Los más chicos
teníamos la convicción absoluta de que esa noche las brujas
pululaban por las calles a sus anchas, arrastrando faldones, con
pelos encrespados, y que en las casas protegidas no osaban entrar. A
pesar de todo, el ruido de las maderas del piso de arriba, en sus
contracciones y dilataciones, nos provocaba un intenso terror
nocturno, advirtiéndonos de la presencia de duendes inquietos, con
algún sobresalto inesperado a veces, que fácilmente podía ser
cualquier gato de la casa tirando un puchero de barro en la troje.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
El incansable reloj del campanario, y
el rebuzno de algún burro del vecindario, de tarde en tarde
alteraban la paz de la madrugada, dejando paso, nuevamente, al
silencio sideral que todo lo cubría.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Nada había más misterioso que una
noche cerrada de invierno en uno de aquellos pueblecillos nuestros:
la lluvia machacona sobre las tejas..., las goteras incesantes en los
barreños..., el viento silbando melodías inacabadas..., y azotando
canalones de lata..., o planchas de hojalata desprendidas de portones
de “tinaos” y corrales... Era un mundo de hojalata, una sinfonía
de hojalata pobre y nocturna.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Las lechuzas sobrevolaban majestuosas
los tejados, <span style="color: black;">como un rayo </span>blanquecino
sobre la oscuridad, y tal vez entraban en las iglesias a beber de
algún velón de aceite, tal y como recitábamos en los versos
escolares, donde un tal San Cristobalón se apresuraba siempre a
espantarlas.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Las mujeres, al punto de acostarse,
rezaban la oración de San Antonio para recuperar la cabra perdida,
la oveja perdida, el anillo perdido..., la esperanza perdida: “El
mar sosiega su ira, / redímense encarcelados. / Miembros y bienes
perdidos / recobran mozos y ancianos...”</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Las madrugadas de nuestros ancestros
supimos que transcurrían sin luces en las calles, no más allá de
algún farol de aceite en noches cerradas, llevado por un hombre en
sus nocturnos quehaceres, o la generosa luna llena iluminando las
frescas madrugadas otoñales..., o tal vez las luciérnagas poniendo
su encanto lumínico en medio de la oscuridad. Por unas horas el
mundo quedaba libre de la actividad humana. En su libro de poemas
"Mundo a solas", especulaba Aleixandre con un mundo
anterior a la aparición del hombre en la tierra, y la esperanzadora
fantasía de que nunca apareciese: "Humano, nunca nazcas",
pedía sin éxito. No obstante, en aquellas noches, nos envolvía un
silencio antiguo y primigenio, que, por momentos, <span style="color: black;">ponía
en duda</span> la propia existencia humana, donde lo más humano que
portaba la madrugada, eran las estatuas de bronce de las plazas, o
las huellas de pisadas en las calles de tierra.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Me cuentan que, allá por la posguerra,
en el pueblo había una rudimentaria fábrica de luz (de escasa
capacidad) junto al río, de tal manera que no estaban permitidas
más de dos bombillas de cuarenta vatios por hogar, a riesgo de
cortarte la luz por el plazo de un mes, en caso de excederte. Así le
aconteció a mis abuelos en cierta ocasión, condenados a estar un
mes a base de candil de aceite y trompicones en las baldosas
levantadas, por osar encender tres bombillas... Algunos, de manera
ingeniosa, colgaban la misma bombilla en sitios diversos a través de
un largo cable, con distintos ganchos en vigas, marcos de puertas o
cuarterones de corrales, <span style="color: black;">y así multiplicaban
la miseria haciéndola parecer menos miseria.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Las calurosas madrugadas veraniegas nos
invitaban a abrir todos los agujeros posibles de nuestros edificios
rurales; puertas y ventanas dejaban pasar el aire, cuando al aire
burlón le daba la gana pasar, pues no siempre el aire se dignaba en
ello. Los que sí pasaban sin permiso eran los saltarrostros, que,
como inesperados justicieros, eliminaban a los insectos que nos
vampirizaban. En las noches más tórridas, la gente dormía con la
puerta principal abierta, en ocasiones encima de una manta vieja, con
la cabeza junto al umbral de la entrada, y los sueños, de esta
forma, quedaban al borde de las calles de rollos..., aquellas calles
de tierra y rollos, <span style="color: black;">que hacían más llevadero
el verano, frente al cemento achicharrante de nuestros días.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Cuántas veces oímos de niños aquello
de: "Entre las doce y la una, corre la mala fortuna..."; y
así nos afanábamos en quedar dormidos antes de la hora indicada.
Claro que después venía "la hora bruja", sobre las tres
de la madrugada, opuesta a la hora nona de la tarde. En esa
terrorífica hora, afortunadamente, éramos ya clientes de Morfeo..,
y el ángel de la guarda había escuchado sobradamente nuestros
ruegos desde algún cuadro torcido, que, frente a nosotros, colgaba
de una vieja pared encalada.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Podíamos imaginar a los pastores de
otro tiempo en chozas y majadas, mirando el firmamento poco antes de
acostarse, entre coros de grillos, ladridos de mastines y el canto
del cárabo desde lejanas encinas.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Por unas horas se paraba el mundo,
igualando riquezas y pobrezas. Cuánta de aquella humilde gente
esperaba que la madrugada les diese unas horas de cortesía, que la
madrugada fuese, incluso, interminable; pero la madrugada, como un
Pedro Simón temeroso, siempre los negaba antes de cantar el gallo, y
los entregaba, cabizbajos, al implacable sanedrín del día, que
despuntaba con una luz voraz y decidida, con todos los quehaceres y
tormentos por delante.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Hemos prostituido la mística de la
madrugada, robándole <span style="color: black;">el componente
trascendental</span> que siempre tuvo, en favor de alocadas noches
frívolas y etílicas, zascandileando la oscuridad de un mundo vacío
y consumista.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
JORGE SÁNCHEZ MOHEDAS</div>
<div class="separator" style="clear: both;">
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
jsmpombal@gmail.com</div>
<br />Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-4215969343118900495.post-19506414502656854712016-06-23T08:05:00.000-07:002017-12-28T10:12:30.223-08:00La empresa<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhNKdIkzBS4CL9WP8EtX5KyNxHDZYLhUt_px_scJ-q_80-RwmjI6sGqNNupIoLiglnpX3RLYnbx2OMsBKME48VMdTgTYclBHVZ2c9z1sEowrLThC38j24z1qNVt2iXsQUZnljOeZum7ADoq/s1600/la+impresaa.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="263" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhNKdIkzBS4CL9WP8EtX5KyNxHDZYLhUt_px_scJ-q_80-RwmjI6sGqNNupIoLiglnpX3RLYnbx2OMsBKME48VMdTgTYclBHVZ2c9z1sEowrLThC38j24z1qNVt2iXsQUZnljOeZum7ADoq/s400/la+impresaa.jpg" width="400" /></a></div>
<br />
<br />
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Cuando un día oí hablar de “la
empresa”, como "unidad productiva dedicada a la actividad
económica," me sorprendió que hubiese otro tipo de empresa
distinta a la que había conocido desde niño, que no era otra que
aquel autobús para viajeros de economía precaria, que nuestros
mayores llamaban también "la empresa", y que transitaba
por los pueblos transportando a los campesinos rumbo hacia los
núcleos urbanos más próximos.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Aquella única empresa que conocí,
aparecía en las mañanas gélidas por las aldeas, salvando una
esquina de cantería con lenta y <span style="color: black;">majestuosa
llegada, mientras los </span>recios viajeros esperaban firmes, dando
tiritones de frío, a la vez que el aliento dibujaba figuras
imprecisas en el aire. Entre aquella gente era habitual la presencia
de algún niño, con la emoción a flor de piel en su primer viaje a
Plasencia; tal vez para comprar en almacenes "Daza" el
traje de la comunión, y hacerse la foto en el estudio de enfrente...
De aquellos primeros viajes infantiles a Plasencia, me quedó grabado
el olor a churros del casco antiguo, los motocarros circulando por
las estrechas calles del centro, o<span style="color: black;"> la cantidad
de gente nunca vista por un niño rural; pero sobre todo, y por
encima de todo, la emoción del viaje de ida y vuelta en la empresa.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
A través de la empresa, Plasencia
irrumpía de golpe en nuestras vidas. Era la Nueva York de la Alta
Extremadura, aunque mucho más pequeña, bella y entrañable, donde a
menudo encontrabas a gente de tu pueblo por las calles del centro,
con una extraña sensación de hallarlos fuera del entorno habitual,
entre burros y perros escuálidos alrededor. La vida de aquellos
pueblecillos gravitaba, sí, en torno a Plasencia, como centro
neurálgico de cualquier necesidad extraordinaria, que tampoco eran
muchas.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
La empresa, a los niños, nos parecía
enorme, alta y mastodóntica; claro que nunca conocimos los autobuses
de dos pisos de los que hablaban los niños urbanitas que nos
llegaban en verano de Madrid. A nosotros, en cambio, todo nos
resultaba gigantesco, acostumbrados a una vida <span style="color: black;">a
ras de</span> tierra, donde un pequeño salto nos permitía tocar las
tejas de los corrales, o alcanzar las brevas de las higueras.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Nuestra protagonista se fue afianzando
poco a poco por aquellas latitudes. En los pueblos de las comarcas norteñas se
hizo célebre una empresa denominada popularmente como "Empresa
Charranguina", <span style="color: black;">con ruidos varios y
descompasados,</span> para hacer honor a su apodo. No era extraño el
cuadro de alguna de estas empresas averiadas, echando humo junto a
cualquier cuneta, con los pobres pasajeros en el arcén, rodeados de
equipajes rudimentarios, a la espera de alguna otra empresa que
tuviese a bien pasar a recogerlos... Era gente acostumbrada a sufrir
y a esperar; quizá su vida había sido una constante espera, y
aquello no les suponía más allá de una pequeña penitencia entre
tantas otras. Más tarde fueron llegando empresas con nombres de más
empaque, como "Los tres pilares" y otros por el estilo,
donde el nombre en sí parecía albergar una mayor garantía para los
viajeros, con un aspecto mejorado y un tamaño mayor que sus
antecesoras. La gente de avanzada edad gateaba los escalones de estos
nuevos autobuses como dios les daba a entender, y bajaban con sumo
cuidado, por miedo a las caídas: <i>“Baji usté con cuidau, no sea
cuántu ajociqui y salga apitanáu (magullado).”</i></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Al entrar en aquellas arcaicas
empresas, sorprendía inmediatamente el inconfundible olor a skay de
los asientos, entremezclado con el olor a tortilla de patatas,
morcilla de calabaza o tajadas de tocino, que escapaba de las viejas
merenderas de aluminio y las cestas de mimbre que los paisanos
portaban cogidas del brazo, a la par que algún botijo en los
tórridos meses de verano. Eran viandas que la gente llevaba para la
jornada placentina, dejándolo todo impregnado de un olor
gastronómico a materias verdaderas, austeras y mínimas, sin
envoltorios ni aditivos; olores que entroncaban, inconscientemente,
con el hambre que todavía amenazaba como un fantasma del pasado. <span style="color: black;">A
la vuelta de la ciudad los olores se ampliaban con ristras de ajos o
salchichas frescas compradas en el mercado central, sin menoscabo del
olor a “pezuños” (a pies), o a “sologrio” (sudor rancio),
que aquella gente dulcificaba bajo el eufemismo de: "olor a
humanidad." </span>
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
La modernidad de Plasencia nos quedaba
aún muy lejos, era un contraste demasiado fuerte para digerir de
golpe. Oí contar varias veces la anécdota de un par de niños
cercanos a mi entorno que, una vez en Plasencia, fueron a orinar en
el sitio que les habían indicado, sobre una cosa extraña, amorfa y
amenazante, llamada "water", sin información previa al
respecto. Tiraron de la cadena, más por curiosidad que otra cosa, y
ante el estruendo formado por la cisterna, salieron corriendo
despavoridos, pensando que habían hecho algún "azurzu"
(trastada), con la promesa de no decir nada a nadie y guardar
rigurosamente el secreto..., cosa que no cumplieron.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
La primera vez que subíamos a la
empresa era una sensación inigualable. Los niños pugnábamos por
sentarnos en los asientos delanteros, cerca del conductor, para ver
el asfalto absorbido por la reumática empresa, que a nuestros ojos
infantiles era como un Concorde terrestre, comiéndose las flores de
las jaras que secundaban las bucólicas carreteras de las dehesas.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
La empresa recorría los pueblos a
través de carreteras que se integraban en el paisaje sin grandes
estridencias; carreteras estrechas, con baches llenos de agua (donde
las ranas entraban y salían), y yerbajos acariciando la chapa de
los coches. Estas vías, medio rupestres, podían formar parte de un
cuadro paisajista sin resultar un elemento discordante. Los rebaños
de cabras y ovejas invadían durante largo tiempo el asfalto, sin ser
molestadas, llenando el alquitrán de cagalutas, y comiendo
plácidamente la hierba de las cunetas sin vehículos al acecho,
donde el ruido más parecido a un motor, era el ruido de algún
moscón solitario, o de alguna libélula sobrevolando los humedales.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
La antigua Estación de autobuses de
"Félix Sánchez" se mostraba como un hervidero de alforjas
y chaquetas de pana, y las esperas se hacían interminables, con
gente sentada por aquí o por allá dándose todo tipo de
explicaciones entre sí, con esa cosa tan extremeña de hacer una
larga exposición de tus asuntos, explicando a dónde vas..., qué
vas a comprar..., para qué lo quieres... El legendario y cercano bar
placentino de "La Cepa de Oro," daba también un respiro a
los viajeros de aquellas comarcas belloteras, en cuyo interior podían
sentarse a comer el almuerzo, a cambio de tomarse una limonada, un
helado al corte, o quizá alguna cerveza, que ya las iba habiendo por
aquellos años, a pesar del ambiente de chalequino y boina, que
dejaba en el aire la impronta de un cuadro costumbrista.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Al volver al pueblo con la empresa, los
niños teníamos la sensación de regresar de un mundo lejano,
cargado de aventuras y embeleso capitalino, que nos hacía volver un
poco aturdidos por tanta grandiosidad. Íbamos luego esa tarde por el
pueblo, con el chupa chups placentino en la boca (que era más grande
que el chupa chups local), degustándolo entre los demás infantes, y
esperando impacientes la pregunta de rigor: <i>¿Dóndi lo hah
comprau...?</i>, para acto seguido espetarles: <i>"En</i>
<i>Plasencia..."</i>, con un tono altanero, como quien está en
otro nivel, hablando con el chupa chups a modo de flemón
intercambiable de moflete a moflete; aunque en ese mismo instante, el
inconfundible ruido de la tranca de un corral cercano, nos devolvía
a la realidad, esa misma que con los años, en cambio, fuimos
reconociendo tan nuestra y verdadera.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Después de estos viajes placenteros y
placentinos, había niños que jugaban, cómo no, a ser conductores
de empresa: cogían alguna tapadera vieja de corcha, a modo de
volante, colocaban varias filas de sillas, o banquetas, por detrás,
y sentaban en ellas a numerosos amigos de juegos, con sus cestas de
mimbre, que se disponían a emprender el viaje por imaginarias
carreteras angostas, entre encinas, alcornoques y vacas moruchas. A
este juego se sumaba también alguna abuela, que con buen humor tomaba asiento
en la infantil y viajera empresa de los sueños.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<div style="text-align: left;">
A los lugares más lejanos nos seguía
llevando el tren. Recuerdo aún los últimos estertores de la
ferroviaria Vía de la Plata... Un
día, siendo adolescente, aún tuve ocasión de coger un tren hacia
Madrid, en los primeros ochenta, acompañado de mi abuelo materno.
Salimos muy temprano con la empresa, para llegar a la estación de El
Villar. Fue una mañana nublada de invierno, y nos tocó esperar allí
hasta por la tarde, que pasaba un tren de aquellos trenes oscuros,
acorazados, que rebosaban hierro por todos los poros de su piel...,
quizá un ferrobús..., creo recordar. Estábamos en total soledad,
en aquella estación ya fenecida. Me fui a dar un paseo hasta el
cercano pueblo de El Villar, y al regresar a la estación, contemplé
desde lejos la figura estática de mi abuelo, junto a las vías, con
abrigo, sombrero de paño y maletas en el suelo, como esas esculturas
de viajeros de bronce que ahora presiden las salas de espera de las
modernas estaciones; y recibí como un flash que me hizo comprender
de golpe que todo aquel mundo tocaba ya a su fin. Por aquellos
entonces empezaba yo mis primeras lecturas poéticas, con poemas del
romanticismo español, como aquel de Campoamor, titulado “El tren
expreso”:</div>
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
"Corría en tanto el tren, con tal
premura,</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
que el monte abandonó por la ladera,</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
la colina dejó por la llanura,</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
y la llanura, en fin, por la ribera..."</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Mi abuelo paterno, al que no llegué a
conocer, fue factor de Renfe en la mencionada estación de El Villar,
y cuentan que relataba con cierta gracia los episodios tragicómicos
de aquellas pequeñas estaciones en los tristes años de la guerra.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
En los años de posguerra, a las tres
de la tarde, pasaba por el pueblo el viejo y destartalado coche de
correos, y no volvía hasta el día siguiente, obligando a hacer
noche en Plasencia a los estoicos viajeros.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Maletas viejas rodeadas por correas de
material, agrietadas, a punto de romperse, y cajas de cartón atadas
con cordeles<span style="color: red;"> </span><span style="color: black;">del
corral</span>, eran mayormente los equipajes de aquellos misérrimos
héroes extremeños, que tanto entregaron a cambio de casi nada.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Allá por los años sesenta comenzaron
a aparecer por los pueblos los primeros taxis rurales, con taxistas que bien podían tener un taxi al mismo tiempo que una
pescadería, o una frutería. Este tipo de taxis eran contratados por
las familias, de manera esporádica, para viajes o celebraciones
puntuales. Iban a bodas y comuniones lejanas, y el taxista partía
como un invitado más de la familia durante toda la jornada.
Aparecían luego en las fotos, al fondo, sonrientes, y al cabo de los
años, cuando alguien miraba la imagen y preguntaba por el parentesco
de un hombre desconocido que no encajaba en el evento, con frecuencia
era el taxista. Aquellos taxis eran coches aparentemente normales:
Seat 124 ó Seat 1500, cuya única particularidad consistía en una
diminuta placa de Servicio Público (SP) impregnada de mosquitos.
Incluso recuerdo de niño un enorme “Dodge dart” del pueblo
vecino, que los críos veíamos como uno de esos grandes coches
americanos de las primeras series de tv, y que los lugareños
llamaban "dogi." A este Dodge dart, o "Dogi", lo
vimos luego hacer de extra en una película surrealista titulada
“Gulliver”, rodada en el poblado de Granadilla a mediados de los
setenta, con Fernán Gómez y unos enanos sacados del bombero torero.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Más tarde, por los ochenta, los taxis
rurales se profesionalizaron al máximo, y se agruparon en pequeñas
cooperativas que viajaban a diario a Madrid. La gente aún pretendía
meter en estos taxis equipajes onerosos de todo lo que daba la
tierra: cajas llenas de chorizos, patatas, perrunillas..., y toda
suerte de materias autóctonas (y hasta algún gallo para llevarse a
los madriles por navidad), creándole un problema al taxista, que con
buenas maneras intentaba disuadir del empeño a los pujantes viajeros
castizos, aunque no siempre con éxito.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Por los cincuenta, y primeros sesenta,
algunos hombres emprendedores se aventuraban a transportar viajeros
con vehículos que estaban a caballo entre el taxi y la empresa:
coches antiguos, antediluvianos, de no más de nueve o diez plazas,
que parecían sacados del cine mudo, y que hacían viajes a Plasencia
en días puntuales de la semana, como una especie de limusina de los
pobres. Desde pequeño oí la historia de uno de estos coches
públicos que la gente del pueblo llamaba familiarmente "La
Rubia de tío..." Eran aquellos coches que necesitaban ser
empujados para arrancar, y sofocados con agua para no quemarse. La
citada "Rubia" arrancaba siempre cuesta abajo, aprovechando
oportunamente la misma calle empinada, de tal forma que una vez
iniciado el arranque ya no había posibilidad de parada. Siempre
escuché la anécdota de una vecina del pueblo que, al montar un día
en La Rubia, se dejó la cesta en el suelo, y una vez arrancó el
vehículo cuesta abajo, se percató del descuido, gritando: ¡¡La
cestaaaaaa!!, pero su grito resultó en vano, como grito en el
desierto, ante las risas del vecindario. Eran anécdotas episódicas,
que de tarde en tarde daban un punto de alegría a la estampa en
blanco y negro de nuestro pasado...,<span style="color: red;"> </span><span style="color: black;">una
guinda en las calles grises que por momentos se tornaban de colores.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Ya por los ochenta empezaron aquellos
autobuses modernos, con tele incorporada, que nos ponían a menudo la
película de "Sor Citroen", con Gracita Morales todo el
rato chillando y sin dejarnos pegar una cabezada, ni leer unos versos
de Cernuda, o de Salinas, de aquellos libros de poemas que aún se
leían por los ochenta y noventa, cuando no había tanta pantallita
lobotomizante.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Antiguamente, en los años de
posguerra, la gente de aquellos pueblos iba en bestias hasta la
mencionada estación ferroviaria de El Villar. Allí dejaban las
bestias en el corralón de la señora Soledad (llevando los viajeros
la comida de los propios animales), de tal forma que a la vuelta de
Plasencia, o Béjar, retomaban mulos y pollinos debidamente
cobijados. En uno de esos viajes combinados entre burro y tren,
cuenta mi madre el miedo que pasó de niña al ver a la primera
locomotora acercarse a la estación, como un ogro metálico, de
mirada cruel, dispuesto a engullir niños sin miramientos... Cuenta
también que un día de viento y frío invernal, el guardagujas los
acogió en la fogata de su humilde casa (cuando la gente aún
compartía lo que tenía) y allí pasaron varias horas en espera, al
calor humano de la candela. Al regresar de la ciudad, mi abuelo les
trajo una bolsa de caramelos a los niños del guardagujas, en justa
reciprocidad.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="color: black;">Los medios de
transporte de nuestro tiempo son rápidos (como no podía ser de otra
forma), ligeros, cómodos, inteligentes, y están pensados para
llevarnos raudos hacia cualquier lugar... Los trenes son de alta
velocidad..., los coches también veloces..., veloces son las
transmisiones, y hasta las modas son veloces. Todo nos lleva
velozmente a todas partes, aunque, eso sí, nunca sabremos, ni nos
cuentan, hacia dónde. Y así vamos, mirando atónitos por la
ventanilla, y escribiendo en el vaho del cristal nuestros sueños y
nuestra historia, aquella historia que empezamos en la lejana
infancia que se oculta entre las bambalinas de un tiempo que aquí
trazo, a golpe de memoria, en estos pliegos cibernéticos. Buen
viaje.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
JORGE SÁNCHEZ MOHEDAS</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
jsmpombal@gmail.com</div>
<br />Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-4215969343118900495.post-48986174976596491902016-05-09T08:53:00.001-07:002017-12-04T15:01:51.698-08:00Cartas de ayer<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi6F3VZ07hJRjvBMv-bDVS1dbd5ydVweZkW_66v72gynY2Wi1DWyoi6RCK7oUvi0LaIdISSF0JyJhZRcAbCoig0b3OtjRTehyKSVH7NLIigLKtV57fKA3UIjCRTMGrzmvMWsJSDM0Ef1itz/s1600/El+correu+sepia.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi6F3VZ07hJRjvBMv-bDVS1dbd5ydVweZkW_66v72gynY2Wi1DWyoi6RCK7oUvi0LaIdISSF0JyJhZRcAbCoig0b3OtjRTehyKSVH7NLIigLKtV57fKA3UIjCRTMGrzmvMWsJSDM0Ef1itz/s320/El+correu+sepia.jpg" width="229" /></a></div>
<br />
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Una niña con trenzas y andares
pizpiretos, dando saltos cadenciosos, se acercaba a la puerta del
correo, que era una casa como otra cualquiera, y apartando la cortina
de palillos, echaba por la ranura de la vieja puerta la carta para su
amiga de Madrid. Al cabo de un mes, una buena mañana, aparecía en
el suelo de su casa un sobre con matasellos madrileño, <span style="color: black;">al
lado de una escoba de baleo.</span> Los ojillos de la niña se
encendían de alegría, y abriendo el sobre, <span style="color: black;">delante
de</span> su rostro iluminado, se mostraba un texto circundado por
dibujos de flores y promesas de verse ya pronto, tal vez en el verano, que no
andaba muy lejos, ya con las flores de mayo llenando de perfumes y
versos las tardes aldeanas.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Eran escenas de un tiempo epistolar,
cargado de romanticismo, donde las cartas iban y venían, portadoras
de pensamientos viajeros, como parte de unas vidas prestadas, con el
remite marcado a <span style="color: black;">fuego en el alma.</span> Las
cartas nos conectaban con el mundo exterior, como un dilatado cordón
umbilical de papel y esperanza.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
El cartero marchaba por las calles, con
su bolso de piel marrón, como la Penélope de la canción. No
necesitaba mirar la dirección de sobres ni edificios, tan sólo con
el nombre del destinatario le bastaba para dar en la diana. Iba a
tiro hecho a cada casa, sita en cualquier recoveco o rincón
escondido, o en la trasera de extrañas edificaciones, de las que
había por cualquier sitio desafiando toda lógica arquitectónica.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
En las casas no había buzones, las
puertas estaban llenas de “talleras” (rendijas), y las cartas y
el frío entraban a placer cogidos de la mano. Las cartas aparecían
en el suelo, junto a la puerta, como si tuvieran vida propia, y una
ductilidad que les permitiese acomodarse a las rendijas mínimas, que
en muchos casos eran máximas. A veces se mostraban humedecidas en el
suelo, sobre una cantería calada por el agua que se filtraba con el
hostigo invernal. El cartero no sólo conocía las direcciones, sino
que también sabía la puerta exacta por la que echar cada sobre, y
la grieta más indicada en cada una de ellas. Lo hacía con tal
discreción, que nunca advertíamos su presencia; parecía como si
las cartas se materializaran de la nada en cualquier momento: ahora
mirabas y no estaban, y volvías a mirar y ya estaban allí, como en
una suerte de <span style="color: black;">magia</span><span style="color: red;">
</span>necesaria para nuestras vidas.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Los niños escribíamos al dictado las
cartas a los viejos ágrafos..., quizá a alguna vecina que el destino
no tuvo a bien alfabetizar, trabajando de niñera desde niña, qué
paradoja. Pero el destino no pudo privarlos de la sabiduría en
tantas materias de la vida misma, ni evitó que nos dieran mil
lecciones como curtidos profesores del magisterio vital. Más de una
vez me tocó hacer de escribano por aquí o por allá, y recuerdo
sentirme como un personajillo útil, resolviendo problemas a personas
que para mi eran todo un referente: <i>“Ehhh, bonitu, ven pa cá, a
vel si me puédih ehcribil únah létrah pa´ una carta...”</i></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
En las cartas predominaba el lenguaje
formal, aprendido de muchos años atrás. Expresiones como: <span style="color: black;">"Supimos
por la presente..., a la espera de una pronta respuesta..., sin otro
particular...”, etc.,</span> abundaban en los textos. Costaba creer
cómo personas de confianza, que habitualmente hablaban sin tapujos
entre ellos, pudieran usar tanto formalismo en los escritos que se
enviaban. Era algo que nos chocaba un poco a los niños, y nos hacía
incluso cierta gracia.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
En aquellos pueblos extremeños no se
usaba el término "dirección", por tanto los lugareños lo
que se daban entre sí eran "las señas". Se daban las señas, sí,
unos a otros, como el que daba lo poco y mejor que tenía, que era la
ubicación exacta de piedra y adobe donde <span style="color: black;">moraban
sus cuerpos serranos, achicados a</span><span style="color: red;"> </span><span style="color: black;">la
mínima expresión biológica del universo.</span> Había una
especial preocupación en los más viejos por poner bien las señas
en las cartas. Cuando salías por la puerta de la calle para echar la
carta, los abuelos te volvían a insistir una última vez, con esa
desconfianza de quien ha perdido tanto y ha visto perderse tantas
cosas:<i> "¿Hah miráu si ehtán bien puéhtah lah séñah...?,
no sea cuantu no llegui..."</i></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Por las calles, los niños en corro
jugaban al Cartero del Rey: “Soy el cartero del Rey, y traigo una
carta para todo el que lleve una prenda de color... verde”. “Las
niñas cantaban a la comba: “Ya viene el cartero, qué cartas
traerá, traiga las que traiga se recibirán...”</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
El cartero podía ser también
peluquero, barbero, albardero..., y a la vez, no sé, sellar
quinielas de fútbol. Podía ejecutarlo todo con el mismo esmero y
buen hacer, como ya vimos en el relato de los “Oficios perdidos”,
con aquellos irrepetibles artistas multidisciplinares, de un tiempo
donde la honradez estaba a mesa y mantel en casi todas las casas.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
La verdadera preocupación de la gente
de la época, era la buena caligrafía; las personas mayores escribían
con renglones rectos, con precisa y preciosa letra, y despacio, con la
paciencia artesanal de las cosas bien hechas. Recuerdo a mi abuelo,
como un intelectual de pueblo, con sus gafas caídas y el gesto
trascendente que ponía cada vez que abordaba el noble acto de trazar
unos renglones. Eso sí, la ortografía era una intrusa poco
considerada; claro que ahora lo sigue siendo, hasta en mayor medida
que antes, y con un agravante aún mayor, pues entonces era tan sólo
por desconocimiento, y ahora lo <span style="color: black;">es</span> por
desidia.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Las niñas portaban mensajes amorosos
en papeles cuadriculados. La amiga de la enamorada entregaba el papel
doblado al afortunado, que generalmente lo recibía entre rubor,
desplante y chulería, y se negaba a cogerlo ante el cachondeo
generalizado de la tropa. Me cuentan que en una antigua escuela de
posguerra, la clase de las niñas estaba en el piso alto, y a través
de las ranuras de las tablas, dejaban caer sutilmente papelillos con
mensajes comprometedores que irrumpían tablas abajo, como solitarios copos de nieve
mensajeros que caían hacia el piso inferior en el que se
encontraban los muchachos.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Las cartas de aquel tiempo tardaban en
llegar, pero llegaban contra viento y marea. De niño conocí la
anécdota de una carta que recibió un vecino cercano, proveniente
de un amigo de la mili, que con la buena intención de poner Guijo de
Granadilla, a todo lo más que llegó es a poner “Carijo de
Cromachilla”, y la misiva, inesperadamente, llegó a su destino,
burlando toda lógica y demostrando un insospechado sentido del
humor.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Cartas de novios desde la mili, cartas
de familiares emigrados, cartas de postales veraniegas, cartas de la
hija sirviendo en Madrid, cartas de niños y amigos estivales, cartas
a los Reyes Magos... Las cartas iban y<span style="color: black;"> venían
por todas partes. </span>Y cómo no, aquellas cartas trasatlánticas,
desde Argentina, con sobres especiales de avión con aquellos bordes
rojos y azules, y el sello de Eva Perón... Quien más y quien menos
aún guarda por ahí esas cartas del pasado, en el cajón de alguna
vieja mesilla, o en alguna caja de cartón en la troje. Son esas
cartas de ayer que nos devuelven sin piedad a las mismas sensaciones, a las mismas alegrías y tristezas del tiempo al que pertenecieron; cartas que
están ahí, fosilizadas, con toda la emotividad larvada que se clava
como un puñal al instante mismo de ver la luz.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Los carteros iban por la tarde a
esperar al "coche correo", para recoger las sacas de cartas
que luego clasificaban minuciosamente por la noche. Cuando
esperábamos alguna carta con impaciencia, no dábamos lugar al
reparto de la mañana, sino que íbamos la noche anterior a casa del
cartero a ver si teníamos ya correspondencia. Acudíamos varias
noches seguidas, hasta que al fin, a fuerza de insistir, la carta
aparecía ya por aburrimiento, y esa noche, el cartero, con una
sonrisilla confidencial, nos tenía ya colocado el sobre en un
extremo de la mesa camilla, a la par que echaban en la tele en
blanco y negro aquella serie de Antonio Mercero, titulada “Crónicas
de un pueblo”, donde un cartero rural, llamado Braulio, repartía
las cartas en bicicleta.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Antiguamente, una vez a la semana, los
carteros tenían que desplazarse con las bestias a la estación de
tren más cercana, a recoger la correspondencia, y las cartas se
acercaban a golpe de pezuña, piedra y polvo del camino, hasta
aquellas aldeas septentrionales de la depauperada Extremadura de
posguerra.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
La única competencia al correo era el
teléfono, pero en la mayoría de las casas no había este artilugio;
tan sólo en casa del médico, del cura, del boticario... y poco más.
La gente acudía al locutorio (que al igual que el correo, era una
casa corriente), generalmente atendido por alguna mujer que tampoco
se dedicaba íntegramente al asunto. A finales de los setenta
empezaron a llegar las primeras cabinas, que se instalaron en las
plazas de los pueblos. Eran como aquella del célebre cortometraje de
"La Cabina", donde López Vázquez entraba en una de ellas,
y quedaba encerrado para siempre, con angustioso y terrorífico
final, como una metáfora, o quizá profecía, de lo que las
tecnologías acabarían haciéndonos en el futuro. Más de un
autóctono también tuvo problemas con las puertas de aquellos
dichosos armatostes de aluminio, claro que ellos lo resolvían con un
rústico empujón, acompañado de algún seco estallido extremeño:
<i>“¡¡Mee caaaguen toa laaaa...!!”</i></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Toda la historia de la humanidad estuvo
llena de mensajes llevados por carteros que adoptaron las más
diversas formas: carteros fueron los ángeles (significa mensajeros)
que llevaron noticias aladas con sellos celestiales...; y las palomas<span style="color: red;">
</span><span style="color: black;">mensajeras que acudían a</span><span style="color: red;">
</span><span style="color: black;">ventanales de doncellas abatidas</span><span style="color: red;">
</span><span style="color: black;">por desamores...;</span><span style="color: red;">
</span><span style="color: black;">y los halcones que portaron pergaminos
medievales...; y cartero fue aquel Filípides griego, que corrió de
Maratón a Atenas para llevar el mensaje a</span> tiempo de salvar a
los suyos de la quema. Carteros, en fin, hemos sido todos sin
saberlo.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="color: black;">El correo físico
ha quedado relegado a postales navideñas, y el resto del año tan
sólo a correspondencia bancaria o publicidad, tomando el relevo
modernos sistemas</span>, con correos electrónicos, mensajerías
instantáneas <span style="color: black;">y demás inventos sin solución
de continuidad, </span>que han pasado a jugar un nuevo “papel” en
nuestras vidas; todo con la urgencia de un tiempo acelerado, donde
las cosas suceden de manera vertiginosa, no vaya a ser que nos quede
un pequeño resquicio de tiempo para pensar..., ufff, qué miedo.
Algún día, amigo lector, cuando vuelvas a releer estos relatos, un
sofisticado sistema de comunicación, nos permitirá ya emitir
pensamientos que serán captados por algún cachivache de última
generación; pensamientos que alguien, desde algún sitio, manejará
a placer, aunque claro, siempre con nuestro beneplácito, que otorgaremos a través de leoninas condiciones de privacidad que nadie
osará cuestionar, al albur de irresistibles tecnologías punteras de
las que seremos..., ya lo somos, felices y compulsivos súbditos.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="color: black;">Un buen día las
cartas, como en una fábula propia de Samaniego, hicieron un congreso
entre ellas, y decidieron no mostrarse más a los humanos, después
de milenios a su lado. Convinieron que era mucho más oportuno
dejarlos abandonados a su suerte, probando las mieses robóticas del progreso,
como irredentos personajes de un nuevo mundo digital.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<span style="color: black;">JORGE SÁNCHEZ
MOHEDAS</span></div>
jspombal@gmail.com<br />
<br />Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-4215969343118900495.post-28622445392860752772016-04-09T05:46:00.000-07:002016-04-20T07:47:34.234-07:00El pueblo de al lado<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhNSjM4EKjqHtEdxaKOZ7L5IfMd7yjW0JGSwqlDCqaI1HqgiMNASRe2SCZW1nHVzPB5jhirrSlcMD4RAYnlB2CuoVhESQy8DsuV3XF2MzOfdCnpx_2R6ZSI02fjUhdGdiWv7bNVUDM3uiPZ/s1600/arenas+de+san+pedro%252C+%25C3%25A1vila+1926.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhNSjM4EKjqHtEdxaKOZ7L5IfMd7yjW0JGSwqlDCqaI1HqgiMNASRe2SCZW1nHVzPB5jhirrSlcMD4RAYnlB2CuoVhESQy8DsuV3XF2MzOfdCnpx_2R6ZSI02fjUhdGdiWv7bNVUDM3uiPZ/s400/arenas+de+san+pedro%252C+%25C3%25A1vila+1926.jpg" width="400" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Desde lo alto de un monte, podíamos
contemplar pequeños pueblos, casi medievales, con sus tejados, sus
chimeneas humeantes y sus verdores periféricos, como sacados de los
cuentos que nos contaron a la lumbre. Eran pueblos próximos, pueblos
de al lado los unos de los otros, pueblos que compartieron los mismos
claroscuros y las mismas inquietudes..., que compartieron, también,
los mismos azotes de la historia, las mismas hambrunas y la misma
cosmovisión provinciana del mundo. Pueblos, en fin, que vivieron
condenados a una estrecha relación de amor y odio.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
El pueblo de al lado tenía,
básicamente, las mismas calles que el nuestro, los mismos
soportales, las mismas caras curtidas a las puertas de las casas; los
mismos niños con las mismas piernas flacas, llenas de cascarrias y
mataduras; los mismos tábanos acosándonos en verano, y seguramente
los mismos corrales con el mismo número de pulgas. En el pueblo de
al lado veíamos nuestros defectos, que nos resultaba más cómodo
verlos en el pueblo de al lado, que reconocerlos en nosotros mismos,
como suele ocurrir en todo orden de cosas, cuando entra en juego la
torpe <span style="color: black;">condición</span> humana. Lo que
realmente veíamos en el pueblo de al lado, sí, era lo que menos nos
gustaba de nosotros, pues, en el fondo, éramos clones de lo más
básico, réplicas de aquello que nace de la escasez y deviene en
temores y prejuicios. Así pues, “cagajón” arriba o garrapata
abajo, compartíamos también las mismas cuitas y las mismas
alegrías.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
El primer contacto de un niño de
aquellas aldeas con el mundo exterior, podía ser, tal vez, la
entrada con el abuelo, a lomos de un burro, en alguno de aquellos
pueblos cercanos. En la entrada siempre había algún anciano sentado
al sol, viendo la vida pasar, o alguna persona deficiente, que nos
miraba fijamente con sonrisa ingenua, y nuestra reacción era siempre
temerosa, con esos miedos irracionales e infantiles hacia todo lo
<span style="color: black;">desconocido.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="color: black;">A la entrada de
los pueblos era frecuente encontrar una cruz de piedra, humilladero
de antiguos caminantes, y alguna pequeña ermita con nombres de
santos o santas habituales luego en los nombres de los vecinos. A los
pueblos de al lado se podía llegar igualmente por caminos
silvestres, que daban entrada al casco urbano a través de
andurriales y accesos secundarios, llenos de burros, cabras, gallinas
y demás fauna local..., haciéndonos comprender, aún más si cabe,
la similitud con todo lo propio, que era también de naturaleza
menesterosa. </span>
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
En el pueblo de al lado había un
acento ligeramente distinto al nuestro, que incluso nos hacía cierta
gracia y enriquecía aún más ese gran acervo lingüístico propio
de aquellas <span style="color: black;">comarcas. </span>Lo del Castúo
(que nadie se me enfade), no existió nunca como lengua o dialecto
extremeño; fue un invento nacido al calor de la fiebre identitaria
de los ochenta, con bellotas en pegatinas de coches (o en llaveros de
bar de carretera), y otras muestras del extremeñismo exacerbado que
nos fascinó repentinamente. Lo que por allí se hablaba (y en menor
medida se sigue hablando) era “el extremeño”, sin más; ese
dialecto nuestro, o tal vez lengua (en opinión de algunos expertos) con diferencias en las “hablas” según la
ubicación geográfica, “hablas” condimentadas con localismos
propios de cada aldea; todo ello sobre la base imponente del
castellano antiguo. Cuando de adolescente cayeron en mis manos versos
de Góngora, Quevedo, Arcipreste de Hita..., o libros como La
Celestina o El Lazarillo de Tormes, pude descubrir el origen de
aquella manera nuestra de hablar, y comprender, gratamente, que no
estábamos tan alejados de la cultura, como lo estamos ahora.
Nadábamos en la abundancia de un léxico generoso, ya fagocitado por
un lenguaje pobre y superficial, abigarrado de anglicismos,
neologismos y complejos de toda índole, mientras nos suministran por
los medios la alfalfa necesaria para implantar la cultura de la
incultura, que acaba siempre elevada en los altares de la
mediocridad.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Las rivalidades juveniles entre pueblos
vecinos, solían reducirse a lo más primario: estaba mal visto
zurrarse la badana entre los mozos del propio pueblo, pero había una
cierta aquiescencia entre el personal masculino, si el enfrentamiento
era con forasteros (siempre los malvados forasteros). Eran disputas
todavía propias de tribus prerromanas, cuando la desconfianza a
invasiones por aquí o por allá estaba a flor de piel.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Las muchachas de los años 40 y 50 de
los pueblos cercanos, en cambio, me cuentan que algunas eran amigas
entre sí, y se juntaban en las zonas limítrofes para charlar entre
ellas de sus cosas de entonces, sentadas sobre piedras de granito, <span style="color: black;">en
tardes primaverales de domingo, viacrucis, flores y mariposas blancas
revoloteando alrededor.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Nuestros antepasados se trataron con
vecinos de los pueblos cercanos mucho más que nosotros, que tuvimos
una relación menor y un tanto hostil. Los tratos en las ferias de
ganado, o el intercambio de productos de la tierra, mutuamente
demandados, <span style="color: black;">abrían las puertas al contacto
social, con una relación bastante jovial, convirtiéndose en
una especie de fenicios con alforjas y banastas de castaño.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Todo un clásico eran (y aún siguen
siendo) las pintadas en las señales de carretera, contenedoras de
topónimos cercanos, siempre con letras tachadas aquí o allá,
buscando el chiste facilón y grotesco hacia el pueblo vecino. De la
misma naturaleza conflictiva eran las líneas divisorias entre
municipios, que podían ser ríos, arroyos, paredes de granito, una
piedra de gran tamaño o una cruz de madera colocada junto a un
camino. Eran lugar de encuentro para las pueriles disputas
fronterizas. Allí, los chavales, artificialmente envalentonados, nos
llamábamos de "nombri" (nos insultábamos), “jaciéndunuh
muécah” (burlas). Frente a frente, las hordas muchachiles llamadas
a la contienda peliculera, se citaban en las fronteras, y al final
todo quedaba en improperios de trinchera a trinchera, y unas cuantas
piedras lanzadas hacia algún sitio indefinido del espacio. Una vez
curados de la mostrenca e impulsiva pubertad, nuestra relación con
los habitantes cercanos iba mejorando con el tiempo, en la medida en
que íbamos comprendiendo que, al igual que aconsejara Don Quijote a
Sancho: “Sobre el cimiento de la necedad no asienta ningún
discreto edificio”.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Un buen día, incluso, descubrías que
algunos de los chavales del pueblo de al lado te caían bien, y que,
a nada que hubiera una mínima predisposición por ambas partes, era
tan fácil hacer buena gavilla con ellos como con cualquiera de tus
paisanos. Allí empezabas a entender lo absurdo de las barreras que
nos imponemos, o nos imponen, y que con frecuencia nos arrastran
hacia<span style="color: black;"> el fango viscoso del espíritu gregario.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Cuando ocurría cualquier "azurzu"
(trastada, gamberrada) perpetrado por infantes o jovenzuelos, y
aparecía, verbigracia, una puerta rayada, pintada, meada..., o un
canalón roto, sin encontrar al culpable, siempre había algún
vecino que, con gesto trascendente y cara de alcahuete, se aventuraba
a especular con supuestos visitantes furtivos de tal o cual pueblo,
que fulanito vio pasar con malévolas intenciones; pero al final, los
culpables, como ocurre casi siempre, estaban mucho más cerca de lo
esperado.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Ni que decir tiene que los varones
jóvenes de cada pueblo no tenían el más mínimo interés en
presumir de educación o sapiencia; por el contrario, estaba mucho
más cotizado ser grandes bebedores y valerosos contendientes frente
a las tropas forasteras<span style="color: navy;">... </span>Tener a los
mozos que más trasegaran, y a los más guerreros, era todo un
orgullo para el mocerío local. En las noches parranderas retumbaban
en las tabernas gritos y proclamas cavernarias de autoafirmación:
<i>“¡¡No hay naidi que beba máh que musotruh, ni naidi con máh
güevuh que loh del</i> <i>nuehtru pueblu...!!”</i> En cada pueblo
había algún mozo especialmente grande y forzudo, como sacado del
Capoulicán de Rubén Darío, capaz de arrastrar troncos o cargar
costales de trigo como el que coge pañuelos de seda, desatando la
admiración del resto del batallón, y siendo siempre uno de los
baluartes exhibidos en las trifulcas vecinas. Luego la rivalidad
acabó canalizándose a través de partidos de fútbol entre aldeas,
donde la fuerza fue declinando en favor de la maña, aunque los
gritos y expresiones “barquinas” seguían resonando en <span style="color: black;">el
eco aldeano de la tarde extremeña. </span>
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Los tamborileros y músicos de aquellos
lares, conocieron a gente de muchos pueblos diferentes. Supieron
relacionarse con gran tacto y diplomacia, a pesar de ser conocedores
de las luces y sombras de cada lugar... Nos contaban luego infinidad
de historias y anécdotas, y nos hacían descripciones muy certeras
de los habitantes de cada sitio,<span style="color: black;"> con sus
hábitos más pintorescos y sus pecados inconfesables.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Eran también habituales las canciones
ofensivas con rudimentarias adaptaciones de músicas populares y
absurdas rimas simplonas sobre los pueblos cercanos. También surgían
por doquier los chascarrillos, a veces un tanto escatológicos, donde
tu pueblo salía siempre bien parado en detrimento de los otros, que
acababan en estercoleros y sitios parecidos. De la misma forma, los
gentilicios eran cambiados por otros términos malsonantes,
y circulaban también los tópicos peyorativos sobre la gente de aquí
o de allá, aunque mucho había de mito en todo aquello: <i>“Loh
del pueblu de... son mu bebeorih...; loh de... son algu jaraganih...;
loh de... han siu to la vía mu jorruñuh... </i>bla
bla bla. También había, aunque en menor medida, tópicos de
admiración: <i>“En... hubu siempri mu güenuh segaórih...; loh
de... han siu siempri mu jerrízuh y trabajaorih...; loh de... liaban
mu bien el páhtu...”</i></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Las fiestas del pueblo de al lado eran
como propias. Al calor de la cerveza, o del cubata ochentero, podían
pasar dos cosas: que se ablandaran los ánimos y todo acabara en
concordia, con palmadas y abrazos borrachiles, o que el encuentro
acabase como el rosario de la aurora, y nunca mejor dicho, pues era
habitual que el lucero del alba empezara a dar señales luminosas en
aquellas horas terminales y surrealistas, al olor inconfundible de
los churros verbeneros.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Muchas fueron las parejas mixtas
formadas entre pueblos vecinos, a cuyos mozos foráneos los quintos
cobraban el consiguiente peaje por llevarse a las mozas locales. Los
abuelos se quejaban a los nietos por dejarse escapar a las jóvenes
lugareñas en favor de forasteros, y así, entre cara de asco y rabia contenida, arremetían contra los dóciles efebos rurales:<i> “¡No
tenéih albeliá pa ná... soh dejáih quital lah mózah comu unuh
mansioluh..., no valéih pa na..., paaa naaaaaaa!”</i></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
No sabíamos muy bien si era una
percepción subjetiva, o era real, pero a veces los rasgos de la
gente de un mismo pueblo, resultaban asombrosamente parecidos. Quizá
no era una sospecha tan descabellada, teniendo en cuenta la escasa
población de algunas aldeas, con pocas familias en sus orígenes, y
una cierta endogamia durante siglos, corroborada por apellidos
predominantes en cada localidad. De esta manera, en algunos pueblos
era más común encontrar... no sé..., gente de tez muy morena, con
caras achatadas..., o tal vez de cuencas profundas y ceño
cejijunto..., o quizá gente de ojos claros y cara sonrosada, quemada
por el sol, como de un ancestral origen indoeuropeo, o quizá celta,
no apto para estas tierras abrasadoras..., y así otros muchos rasgos
de antiguas mezcolanzas celtíberas, árabes, godas..., y de todo el
enorme crisol de culturas que se arrastraron tiempo atrás por estas
tierras de pizarra y olvido. En cualquier caso, parecía tener una
parte de verdad esta sospecha. Cuando llegaba algún forastero de
otro pueblo, no era extraño que algún viejo, al verlo pasar,
comentara: <i>"Pol la pintaaaa, debi sel... comu del Casal... o
de pa esi lau..."</i></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
La merma en la población infantil de
algunos pueblos, allá por los setenta y ochenta, acabó dando lugar
al traslado de escolares hacia el pueblo de al lado, de mayor tamaño.
Íbamos en aquellas grandes bicicletas con guardabarros, faro y
bobina, con la cartera en el portamaletas, fijada con ganchos y gomas
elásticas, y metida en una bolsa de plástico los días de lluvia.
Avanzábamos alegres por carreteras bucólicas, escasamente
transitadas, entre eucaliptos centenarios que a nuestros ojos
infantiles se antojaban como secuoyas gigantescas de un pasado que ya
casi se nos pierde en la memoria.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
En el pueblo de al lado la gente se
sentaba también al fresco veraniego, y murmuraba al paso de los
desconocidos que no estaban registrados en las bases de datos. Cuando
entrábamos en conversación con la gente mayor de esos lugares,
inmediatamente nos preguntaban: <i>“¿De pa ondi</i> <i>sóih...?”</i>,
y al revelarles la procedencia, acto seguido nos mencionaban a
fulanito, de nuestro pueblo, con el que hicieron amistad después de
gastarse tres años de mili juntos en <span style="color: black;">el Sahara
(dices tú de mili...),</span> o con otro que tuvieron mucho trato
cuando "dámbuh a doh" (ambos dos) fueron chalanes..., o te
hablaban de una taberna ya desaparecida, en tu propio pueblo, donde
ellos se mocearon en los carnavales, o en los cristos de septiembre,
en otros tiempos grises de boinas de paño, blusas de dril y
cabezones vinos taberneros.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="color: black;">Allá por los
ochenta empezaron a hacerse habituales los paseos veraniegos
nocturnos, con gente de ambos pueblos encontrándose a la ida y a la
vuelta, ya cuando los asfaltos y las luminarias transformaron los
caminos, perdiéndose, en gran parte, el encanto de aquellas oscuras
carreteras arboladas en las noches estrelladas de grillos y
misterios. </span>
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Así hemos ido siempre de tópico en
tópico, de prejuicio en prejuicio, a lomos de rivalidades inducidas
hacia el pueblo de al lado, el país de al lado, la provincia de al
lado, el barrio de al lado..., y hasta el planeta de al lado si
hubiera vida en él; con aversión a todo lo de al lado, que no es,
sino en el fondo, la aversión al lado oscuro de nosotros mismos.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Al pueblo de al lado, y al nuestro, nos
azotaban los mismos vientos y tormentas, nos agostaban los mismos
soles, nos acunaban las mismas lunas y nos llegaban puntuales las
mismas cigüeñas por San Blas. Al pueblo de al lado, y al nuestro,
<span style="color: black;">nos quedaban a la misma distancia kilométrica
los sueños imposibles, y nos sacaban las mismas sonrisas las
ilusiones puestas en un futuro que nunca sabíamos si estaba por
llegar.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Decía Pío Baroja que los
nacionalismos se quitan viajando, y lo nuestro no era otra cosa sino
una suerte de micronacionalismos rígidos y anquilosantes, que no
hacía falta ni siquiera viajar para quitarlos, sino tan sólo andar
unos pocos pasos por algún camino, y en cuatro “abarcones” mal
dados entrar en el alma de aquellas gentes cercanas, para sentirnos
uno con ellos, en nuestra pobre y azarosa vida pueblerina..., en
nuestra insoportable levedad del ser (que nos recordase un tal
Kundera), y así, de esta manera, abrir las “engarillas”
extremeñas que dan acceso al prado verde y fértil de la
imprescindible relación humana.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Ahora, los de los pueblos de al lado
sois lectores también de estos relatos; estos relatos de al lado,
que son vuestros, como vuestro y nuestro fue el mundo en el que ahora
nos reencontramos y nos reconocemos, donde hallamos las mismas pulgas
y las mismas esperanzas, que andaban por ahí agazapadas y escondidas
en las ventanillas oscuras de algún viejo corral. Bienvenidos seáis
a esta casa común de la nostalgia.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
JORGE SÁNCHEZ MOHEDAS</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
jsmpombal@gmail.com</div>
<div class="separator" style="clear: both;">
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<br />Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-4215969343118900495.post-1219546168000587722016-02-28T08:37:00.001-08:002016-04-11T09:21:21.658-07:00La penícula<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiy4zRo3PBj5EFD3PDPBX1RS2jU7LZGRacMK_sXf9CIiamm9KdJ4Lg-y3D4ExxDW7zsqVCtdeTv1UKv4_6fLnw1D0_fyNgwt6iCE_u_1AEMBFnyZQRiy2fRmJxzfHUaRCSFoZPmbgwTdxFO/s1600/La+pen%25C3%25ADcula.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="325" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiy4zRo3PBj5EFD3PDPBX1RS2jU7LZGRacMK_sXf9CIiamm9KdJ4Lg-y3D4ExxDW7zsqVCtdeTv1UKv4_6fLnw1D0_fyNgwt6iCE_u_1AEMBFnyZQRiy2fRmJxzfHUaRCSFoZPmbgwTdxFO/s400/La+pen%25C3%25ADcula.jpg" width="400" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Se abre el telón y aparecemos
nosotros, con caras de panolis, extasiados, petrificados... mirando
una pantalla en blanco y negro; tal vez en uno de aquellos Teleclubs
de principios de los 70. Ya en aquel tiempo el advenimiento de las
pantallas empezó a gestar, con bastante éxito, un proceso hipnótico
sobre la población, que luego culminaría con pantallas de todos los
tamaños, adaptadas a las distintas necesidades de idiotización. En
los pueblos todo llegaba más tarde, pero llegaba. A través de
aquellas primeras películas se nos fue descubriendo un mundo nuevo,
desconocido, de una cursilería alambicada, que no cuadraba mucho con
el mundo de zurriagazo y tentetieso al que veníamos acostumbrados
por aquellos lares.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
La modernidad, que no paraba de
martillear y abrirse paso, cada dos por tres nos sorprendía con
palabras nuevas que para nosotros eran neologismos del mismísimo
demonio, difíciles de pronunciar, y que algunos niños adaptaban
como Dios les daba a entender a la jerga muchachil usada en las
calles salvajes y arbitrarias... Así pues, un buen día, algún
muchachuelo cualquiera, incapacitado para pronunciar la palabra
"película", a todo lo más que llegó es a pronunciar la
palabra "penícula", y el resto de la tropa, cómo no, se
lanzó a difundirlo, entre risas y choteo (véase "Las calles de
la burla"). Esta palabra se introdujo en el acervo lingüístico
local, como pieza de museo. A partir de ahí, las “penículas"
y sus derivados, pasaron a formar parte de nuestras vidas.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Las películas de pistoleros jugaron un
papel hegemónico entre los toscos varones extremeños, que
empezaban a degustar <span style="color: black;">las mieles </span>del
Séptimo Arte, con especial atracción hacia el Spaghetti Western,
que tenía un aura de chulería imposible de ignorar, con un tal
Sartana, que era un elegante pistolero de gabardina y corbata, con
cigarro adosado a la boca..., o el mítico Clint Eastwood, con
aquella especie de poncho de los Andes, poniéndole precio a la
muerte...; todo ello aderezado con las músicas de un tal Morricone,
y ese silboteo del oeste que se puso de moda, que escuchábamos luego
en la soledad de los campos extremeños, o en la calma chicha de la
siesta, cuando alguno de los hermanos Jones rurales pasaba por las
calles a lomos de un pollino. Todo eran escopetas y pistolas, reales
o imaginarias. Siempre estábamos por allí, apostados en algún
lugar, apuntando con un palo a todo lo que se movía, o jugando con
aquellos indios y vaqueros de plástico, que colocábamos
delicadamente entre las canchos, o escondidos en ventanillas de
corrales... Estos pequeños personajes cobraban vida delante de
nosotros, y disparaban desde las piedras salientes de las paredes, o
desde un montón de tarmas, a modo de montaña. Aún duermen por ahí
en cajas de galletas María, en las trojes, y hace poco, al
descubrirlos, después de décadas ocultos, me miraron, como si me
conociesen de algo, desde su oscura y artrósica soledad de plástico
a punto de quebrarse. Allí quedaron, con ellos, ya en la lejanía,<span style="color: navy;">
</span><span style="color: black;">aquellas continuas onomatopeyas de
disparos, pañu pañu... piñu piñu..., que no eran sino un
inconsciente mecanismo de defensa frente a los miedos infantiles que
nos acechaban por todas partes.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
El oeste peliculero marcó no sólo a
niños, sino también a varones de una cierta edad. Algunos hombres y
mozuelos leían desaforadamente novelas de pistoleros en la plácida
y silente hora de la siesta. Un tal Silver Cane y otro tal Keith
Luger, eran los autores más demandados por los lectores aldeanos;
autores que sospechábamos americanos, y que resultaron ser españoles
con el nombre en inglés...; para más señas, Francisco González
Ledesma y Miguel Oliveros, respectivamente. El que sí era español,
y con nombre propio, era Marcial Lafuente Estefanía, pero en
aquellos pueblos era menos apreciado; tal vez por no usar un
seudónimo en inglés, quedó relegado al ostracismo en aquellas
horas veraniegas de sol y moscas... Entre las películas y las
citadas novelas, los varones locales adoptaron un estilo chulesco y
“westeriano”, asimilado del ambiente pistoleril, con el cigarro
colgando de la comisura de los labios, la forma de entornar los ojos
jugando a las cartas, y un tono, en general, displicente y matonil,
que reinaba por calles y tabernas, y que tuvimos que sufrir desde la
más tierna infancia, siempre en tensión, sin osar bajar nunca la
guardia. El oeste nuestro, más que un oeste de película, estaba más
próximo al “Cristo Versus Arizona”, de Camilo José Cela.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="color: black;">En verano nos
llegaba el cine ambulante, donde las películas se proyectaban al
aire libre, en grandes telas almidonadas, o en paredes blancas, sin
más... Luego, las cobradoras (generalmente eran mujeres), pasaban la
gorra al personal, excepto a los chavales, que se quedaban rezagados
haciéndose el tonto en la lejanía. La megafonía era muy pobre, tan
pobre que en ocasiones escuchábamos con más fuerza el ruido de los
grillos (que indiferentes cantaban en los yerbajos próximos), que
los propios diálogos de la película, que por otra parte tampoco nos
importaban mucho, siempre que hubiese tiroteos de por medio y galopes
de caballos por aquí o por allá.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="color: black;">Las mujeres
buscaban emociones y lágrimas, y se inclinaban más por las antiguas
películas sensibleras. Las llantinas estaban garantizadas con
“Marcelino pan y vino” o “Genoveva de Brabante”, entre otras
cintas, y con grandes actrices lacrimógenas, con Aurora Bautista a
la cabeza..., o tal vez se embelesaban con el cine romántico de
“Sissi Emperatriz...” Los hombres gustaban más del cine de
cante y gorgoritos, tan demandado en aquellas tierras flamenqueras,
con Juanito Valderrama, Antonio Molina y el incombustible Manolo
Escobar, sin olvidar a los niños prodigio, Marisol y Joselito, con
tómbolas y campaneras, que luego fueron la banda sonora de la vida
rural, canturreadas hasta la saciedad por los caminos campestres,
entre aguaderas, haces de trigo y cántaros de agua.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
A falta de salas específicas para las
proyecciones, el cine se abrió paso en salones de baile, con la
bandera nacional pintada en lo alto, a modo de coso taurino, y unas
banquetas de madera, generalmente cojas, para sentarse. La emoción
estaba servida al comenzar el NODO, que a los niños se nos hacía
interminable, con aquellas madrinas bautizando barcos y estrellando
botellas contra <span style="color: black;">el casco,</span> mientras
esperábamos impacientes la aparición fulgurante de nuestros ídolos
macarrillas, pegando puñetazos y tiros por doquier. Así nos fueron
sorprendiendo las primeras películas horteras de kárate y kun fu,
con chinos saltando de tejado en tejado, emitiendo alaridos felinos y
dándose una “tollina” detrás de otra. Los niños, al salir del
cine, sufríamos una manifiesta incontinencia peliculera, que nos
llevaba a imitar compulsivamente todo lo visto, a veces sin ser
conscientes de nuestras limitaciones, con riesgo para la integridad
física propia y ajena.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Delante de nuestros ojos pasaron
caballos al galope..., pistoleros “farraguas” en posición de
duelo..., apaches de rostro broncíneo..., romanos inmisericordes y
espadachines de la más variada gama...; y cómo no, Tarzán, nuestro
ídolo de aventuras. Con permiso de Tarzán nos pasamos la infancia
“repicolgados” de todas partes, inventando selvas y lianas donde
no había más que olivos, vigas carcomidas de corrales o cuerdas
para tocar campanas.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Recordamos también aquellas películas
un tanto surrealistas, del estilo de “El zorro contra Maciste”, o
aquellas otras de temática bíblica, con Sansón derribando las
columnas del templo, o la legendaria Ben-Hur, donde alguien siempre
comentaba que fulanito, del pueblo de al lado, estuvo allí de extra,
aguantando firme el sol impiadoso entre las huestes romanas;
seguramente un sol bastante llevadero, puesto en balanza con el sol
extremeño de la era.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Cuando no podíamos tener acceso al
cine, por cuestión de rombos o por falta de presupuesto, los niños
intentábamos asomarnos por las “talleras” que dejaban las
ventanas de madera entreabiertas, pero, una vez más, los muchachones
mayores nos desplazaban, privándonos de la furtiva ración de
rendija cinematográfica, mientras apenas nos daba tiempo a ver,
quizá, cómo algún pobre centinela era abatido desde lo alto de un
fuerte. Luego, al salir los adultos del cine, preguntábamos
emocionados: “¿<i>Quiénih han ganáu, loh buénuh o loh</i>
<i>máluh...?”,</i> y reaccionábamos perplejos y sonrientes al
comprobar que, ¡oh sorpresa!, habían ganado los buenos, lo cual era
un bálsamo para nuestras vidas, en las que casi siempre (y en eso
nada ha cambiado) ganaban los malos.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Al llegar el cine al pueblo, había un
revuelo importante entre la población menuda, y siempre aparecía
algún niño preguntando emocionado por el título de la película
que iba a proyectarse, y en ese momento, un mozo socarrón, de
sonrisa etílica y canalla, solía contestar: “La perseguida hasta
el catre”, con las inevitables carcajadas cromañonescas del resto
del mocerío, apurando la copa de Sol y Sombra, “sostribados” en
la barra del bar, absorbiendo con el codo las manchas de vino peleón
sobre el mármol raído.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="color: black;">El Teleclub era
un lugar de encuentro, con tele, juegos de mesa y relación social,
tal vez como única alternativa a los bares en las noches
invernales, donde las calles quedaban desiertas. La sala del
Teleclub, en cambio, se mostraba repleta contemplando a Don Juan
Tenorio, en la fecha de Todos los Santos..., o las obras de Estudio
1: “Vamos a contar mentiras”, de Alfonso Paso..., “Maribel y la
extraña familia”, de Mihura..., “Eloísa está debajo de un
almendro”, de Jardiel Poncela..., o aquellos “Doce hombres sin
piedad”, con Fernando Delgado, Jesús Puente, José Bódalo y otros
actores de enjundia ahora más difíciles de encontrar. </span>
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Un paisano de aquellas tierras, apodado
Cachibola, se hizo célebre llevando el cine por los pueblos
norteños; cine que se proyectaba en las salas habilitadas al efecto.
Portaba un viejo cinematógrafo de segunda mano, y a los niños más
pequeños, si iban acompañados por adultos, a veces los dejaba
entrar de “baldi”. Cachibola proyectaba “Un indiano en
Moratilla”, y otros filmes de la época. Las cintas eran viejas y
un tanto usadas, y las películas se cortaban cada dos por tres, casi
siempre, cómo no, en el momento más inoportuno.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
A partir de los 60, en los pueblos más
grandes, empezaron a aparecer los primeros cines propiamente dichos,
con el ambiente típico de los cines de ciudad, provistos de butacas
aterciopeladas y cáscaras de pipas Churruca cayéndote por todas
partes. Allí acudían los cinéfilos de los pueblos colindantes a
pasar las soporíferas tardes dominicales de <span style="color: black;">quiniela</span><span style="color: red;">
</span>y cerveza El Gavilán.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="color: black;">Mi abuelo tuvo
taberna y salón de baile. Desde niño escuché que en el citado
salón, muy de tarde en tarde, proyectaban cine mudo, allá por los
años cuarenta, sobre una pared encalada entre dos viejos ventanales.
A mi madre, pequeña niña de posguerra, le quitaba el sueño una tal
Doña Concordia, que debía de estar a caballo entre la bruja
Agripina y la Rottenmeier de Heidi. </span>
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
La fiebre pantallera hizo que algunos
niños ingeniosos reinventaran el cine en cajas de zapatos, con un
elemental mecanismo, consistente en dos palos taladrando los
extremos, y una tira larga de papel encolado, con imágenes de
tebeos: El Jabato, Capitán Trueno, Rompetechos... La luz del
cinematógrafo era una linterna de petaca colocada por detrás de la
tira de papel. El cine se proyectaba normalmente en alguno de
aquellos corrales adosados a las casas labriegas. A la puerta estaba
un pequeño taquillero, cobrando una perra chica a los espectadores
infantiles, que pasaban con cara de asombro, sin saber muy bien el
magno espectáculo que iban a contemplar. Una voz de pito, en
extremeño, iba relatando las aventuras y desventuras de los
protagonistas, con alguna que otra aportación de cosecha propia.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="color: black;">Primas hermanas
del cine eran las actuaciones variadas que venían de tarde en tarde.
La palabra “títarih” aglutinaba a un amplio espectro de este
tipo de funciones. Comediantes, circos y magos se daban cita por allí
de manera ocasional. Desde los años de posguerras, los comediantes
fueron habituales por los pueblos, como en “El Viaje a ninguna
parte”, de Fernán Gómez. Se alojaban en alguna de aquellas
improvisadas posadas rurales, sin agua corriente, con derecho a cama
y palanganero. La gente llevaba sillas para cualquier acontecimiento,
callejero o cubierto. Según pude saber, antiguamente había gente
que llevaba las sillas por la tarde, antes de la actuación, y las
dejaban juntas, atadas con una cuerda. Me cuentan también de unos
comediantes de posguerra, que estuvieron un mes entero en el pueblo,
con repertorio distinto para cada noche... algo verdaderamente
meritorio. Estos comediantes inspiraron luego a los autóctonos en
una fiebre posterior por el teatro y las comedias locales... El
término “títarih” (en plural), tenía también una acepción
rural menos amable, referida a discrepancias y trifulcas variadas:
<i>“Han teníu títarih ehta tardi.” </i></span>
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Luego, ya por los 70, las teles se
fueron adueñando de los hogares, poco a poco, en una suerte de
invasión alienígena controlada, y las "penículas"
entraron dentro de las casas, a usurpar las tertulias familiares; y
de esta forma, la tele, como un vampiro sutil, consiguió monopolizar
el ambiente de los hogares, en un perfecto plan de atontolinamiento
trazado a largo plazo, con esa paciencia sibilina que siempre tienen
los malos para urdir sus trampas. Desde entonces las pantallas
pasaron a ser herramienta imprescindible para <span style="color: black;">el
ingenioso</span> tocomocho de las libertades tuteladas.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Al acabar la película, después de
haber visto rugir al león de la "Metru Goldin Mayi",
salíamos a la calle, y mirábamos a la puerta de cualquier corral;
allí encontrábamos a un burro asomando la cabeza (y tal vez
rebuznando). Entonces comprendíamos cuál era nuestro sitio real,
tan digno o más que cualquier otro... Nuestro sitio estaba allí,
entre higos pisados por los suelos y puertas cenicientas de corrales,
mientras en el cielo, un trueno repentino y algunos nubarrones de
tormentas veraniegas, nos hacían volver a la realidad, y de esta
forma, como sin darnos cuenta, se nos pasaba la tontería peliculera,
que nos había enajenado por un rato... por un rato, no más.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Siempre tuvimos la sospecha de que los
hermanos Lumière no nacieron en Extremadura, y de que todo por allí
nos llegaba con retraso, salvo la fiesta de la naturaleza, que
llegaba puntual, dejándonos primicias de olores y colores
majestuosos, y escenarios imposibles de igualar con todos los
gigabytes del mundo mundial, pantallas tridimensionales o realidades
virtuales del mismísimo diablo, que para nada sirven cuando llegue
la película final, esa que pasará veloz delante de nosotros, cuando
un día, según los viejos más castizos, “doblemos la servilleta”.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both;">
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="color: black;">Con estas cosas y
otras muchas por aquí contadas, nos fuimos distrayendo y navegando
por la España invertebrada de Ortega, entrelazando fotogramas de
alegrías y tristezas, que fueron configurando las luces y las
sombras de aquel tiempo que muchos conocisteis. El final de la
“penícula”, todavía no está escrito.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="color: black;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<span style="color: black;"><br /></span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
JORGE SÁNCHEZ MOHEDAS</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
jsmpombal@gmail.com</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<br />Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-4215969343118900495.post-35408398939827047402016-01-30T05:42:00.000-08:002018-01-30T07:56:13.436-08:00A una nariz pegados<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj5UhZk1u1MARN57UGCDS8R2LRHnG72bDwdkUtPwFQj5WHWeivjqUHQSIvXVTtGykBUlG8j1ldvVfNv3OWuyu2TIhvE0XHuzugEYTlC9YZWdYXAQALZApALF7zWI0iZn5m1f7RcjWOtTcmO/s1600/puche+lumb.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="249" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj5UhZk1u1MARN57UGCDS8R2LRHnG72bDwdkUtPwFQj5WHWeivjqUHQSIvXVTtGykBUlG8j1ldvVfNv3OWuyu2TIhvE0XHuzugEYTlC9YZWdYXAQALZApALF7zWI0iZn5m1f7RcjWOtTcmO/s320/puche+lumb.jpg" width="320" /></a></div>
<br />
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Íbamos de olor en olor, detrás de la
nariz... acaso “a una nariz pegados”, como aquel pobre narigón
del soneto de Quevedo, sólo que nosotros más por exceso de olores
que por tamaño de napia... Fueron olores tan ciertos, tan
verdaderos, <span style="color: black;">que al cabo del tiempo nos dejaron
una huella tan marcada, que esta vez, inevitablemente, se diría que
nos toca recordar por narices.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
El catálogo de olores era
interminable; eran tantos que me recrearé tan sólo en un breve
muestrario de los mismos. Empezaba la mañana con el aroma del café
de puchero puesto a la lumbre, y las “plingás” de aceite en la
sartén, en <span style="color: black;">aquellas mañanas invernales, donde
nos llegaba también el tufillo “aguardientero” proveniente del
lingotazo furtivo de algún hombrino recio y curtido, de aquellos</span><span style="color: red;">
</span><span style="color: black;">que</span><span style="color: red;">
</span><span style="color: black;">abundaban por nuestras tierras
carpetovetónicas.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Los niños estábamos en todas partes,
en todos los saraos, participando también de la fiesta de los
olores..., oliéndolo todo con deleite y curiosidad, como el
Grenouille de El Perfume, de Patrick Süskind, pero con intenciones
menos siniestras. Nuestra vida consistía en ir experimentando aquí
o allá, y de paso ir <span style="color: black;">creando</span>
anticuerpos contra todo lo habido y por haber.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
En aquella ruleta olfativa de nuestra
infancia, no podían faltar los olores gastronómicos: el olor al
puchero del cocido, el repollo, las patatas cocidas, las alubias...,
o la sartén con las patatas “revolcás”, <span style="color: black;">o
tal vez las “tajás” de tocino...</span> Durante siglos todo se
cocinó a la lumbre, hasta que, allá por los primeros setenta, nos
fuimos familiarizando con el olor a gas de aquellas pequeñas cocinas
de camping que irrumpieron de golpe, con sus diminutas bombonas
azules, representando toda una sorpresa tecnológica en los
rudimentos del paleolítico en los que veníamos desenvolviéndonos
desde siempre.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
No había mayor acontecimiento de
olores que los que daba el campo: poleo, romero, tomillo cabezudo
(más basto), y tomillo sensero (más fino)...; la presta, y su
hermana pobre, la presta de burro (siempre con los rudos nombres de
la tierra)...; la flor de la jara..., la flor de la escoba..., <span style="color: black;">el
olor a forraje..., a heno..., a las flores de mayo... En fin. </span>Olores
campestres que disfrutamos sin medida, allí, donde “el aire se
serena y viste de hermosura y luz no usada”, de un siglo de oro de
las sensaciones en el que tuvimos el lujo de habitar.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
La ropa se lavaba con jabón de sosa, y
los cacharros de la cocina con el mismo tipo de jabón. Era un jabón
casero, multiusos, que lo mismo quitaba las aguerridas zurraspas de
los calzoncillos que le hacía un repaso a la leche agarrada en el
cueceleche... El jabón de sosa no olía prácticamente a nada, tan
sólo a limpio; cuántas veces oímos decir a nuestras madres y
abuelas: “Güeli a limpiu”, sin saber muy bien a qué se
referían; luego supimos que el olor a limpio era tan solo la
ausencia de olor a sucio, algo tan simple como eso. Más tarde nos
llegaron los polvos de lavar, que soltaban un ligero perfume,
desnaturalizando, quizá, ese sencillo olor a limpio que era ya tan
nuestro. En cambio siempre estuvieron presentes las pastillas de
“jabón de olor” en los palanganeros de hierro o madera, tan
menguadas y desgastadas, que al cogerlas se escapaban de las manos
como sutiles pececillos de río... <span style="color: black;">de un río
sencillo y humano, accesible a las manos curtidas de la gente.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Los muchachos más gamberros <span style="color: black;">cogían
el carburo (</span>de olor fuerte y un tanto desagradable) para
hacerlo explotar en botes de lata, después de una meada comunitaria
sobre el mismo, rodeados de niños pequeños que se espantaban ante
la explosión pueblerina, con la inestimable participación del ángel
de la guarda, que no daba <span style="color: black;">abasto en aquel
tiempo de rudeza espartana. Los pobres botes valían para todo y para
nada.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
La matanza era portadora de un reparto
tan amplio de olores, que podían formar grupo parlamentario propio:
el mondongo (o calabaza cocida)..., el adobo en la artesa, con su
olor a pimentón, vino, <span style="color: black;">orégano y ajo..., </span>los
chorizos <span style="color: black;">colgando..., los guisos a la
lumbre..., y en particular el olor a las migas, cerrando el círculo
de fragancias matanceras.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Las colonias aún gozaban de poco
predicamento; tan sólo alguna colonia barata que algunos autóctonos
usaban de tarde en tarde en celebraciones import<span style="color: black;">antes.
N</span>uestra relación<span style="color: black;"> </span>infantil con
los perfumes se limitaba a la colonia que nos echaba el
barbero/peluquero cuando íbamos a cortarnos los “moligaños.”</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Éramos rehenes también de los malos
olores, que a fuerza de un <span style="color: black;">contacto</span>
reiterado con ellos, acabábamos incorporando a nuestras vidas con
cierto agrado, en una extraña aceptación masoquista de todo lo que
nos rodeaba, de todo lo que en alguna medida considerábamos ya como
nuestro. Entre estos olores estaba el olor a vicio (estiércol) del
corral, combinado con olor a Zotal y gallinaza...; o el olor de los
cagajones recién puestos por los burros a la puerta de casa...; o el
olor a “zahurdo y v<span style="color: black;">erbajo</span>” con
patatas cocidas...; o quizá el olor de los “defecódromos” sitos
en las afueras de los pueblos, que a falta de retrete hacían su
apaño, entre arroyos y zarzales, desde donde nos llegaban efluvios
escatológicos, aumentados por un lacerante sol veraniego que nunca
tuvo piedad de nosotros.
</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
No eran pocas las veces que saltaba la
duda ante olores imprecisos que inopinadamente nos sorprendían, y
entonces alguien preguntaba: <i>“¿A qué</i> <i>güeli...?”</i>
En estos casos el olor no solía ser especialmente agradable, pues la
pregunta iba acompañada de un gesto entre asco y estreñimiento, que
era una mueca bastante habitual. Finalmente una voz de cazalla
sentenciaba: <i>“¡Güeli a perruh muertuh...!”, </i>y
las caras avinagradas dejaban repentinamente paso a las risas.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Al volver el cabrial de concejo al
pueblo, quedaban las calles impregnadas de un marcado olor a cabra,
ligeramente mitigado por el olorcillo a humo de las chimeneas, o al
guisoteo extremeño y austero que escapaba por el ventanillo de
alguna humilde cocina.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Cada estancia de la casa tenía su olor
propio: la bodega, la troje, la cocina, el leñar, el patio, las
escaleras de cantería... Íbamos saltando entre olores, como de oca
en oca, y huelo porque me toca, excepto el olor del cuarto de aseo
(más bien letrina), que estaba confinado en la agreste y fría
periferia del corral.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
A veces los olores dejaban su propia
naturaleza y se convertían en expresiones de las hablas locales: El
olor a chamusquina, pues, nos mostraba una clara desconfianza ante
cualquier situación: <i>"A mi esu... me güeli a</i>
<i>chamuhquina..."</i> Estar atufado, dejaba<span style="color: black;">
</span>palpables muestras de enfado hacia alguien, o hacia muchos:
<i>“Lleva un tiempu atufau... y pa mi que ya sé de ondi le
vieni...” </i>De la misma forma que las personas aficionadas a
salir y curiosear el ambiente, eran reputadas como “goleoras”: <i>“A
mi padri no le guhta salil a ningún lau... to lo contrariu que mi
madri, que ha siu siempri máh goleora...”</i></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Muchas casas tenían un olor particular
que se percibía inmediatamente al entrar por la puerta. A veces el
olor de la casa nos daba una cierta información sobre los dueños,
como si los olores y las personas tuviesen similitudes difíciles de
explicar.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Y allí andaban los olores por todas
partes, los rancios olores gratamente recordados, al abrir, por
ejemplo, los armarios viejos y las arcas..., o las maletas de madera
deportadas en las trojes..., las alacenas..., la naftalina de los
baúles y las ropas después de largo tiempo guardadas... Y así
también el olor de las iglesias, los cirios y el incienso..., o el
olor a lumbre y brasero..., a jalbiego..., a las sillas recién
pintadas secándose a la brisa y al sol callejero de las tardes de
mayo.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Luego estaban, cómo no, los olores
particulares, tan de cada uno..., aquellos que nos llevaban sin
medida a lo más <span style="color: black;">sublime </span>de los
sentidos. En la parte que me toca, recuerdo con especial gozo el olor
de la hierba recién segada, pero sobre todo, y por encima de todos,
ese olor a ozono que precede a las tormentas, y el posterior olor a
“sequío” de la tierra mojada por la lluvia, después de largos
meses de soles abrasadores y chicharras cantarinas.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Los niños sentíamos atracción por
olores fuertes y sofisticados, y corríamos como posesos detrás del
olor a gasolina que desprendían las motos y los coches al pasar por
las calles. Lo dejábamos todo, juegos y aventuras, por correr en
tropel detrás de cualquier maquinaria quemadora de combustible,
quizá ya en alguna extraña prefiguración borreguil del tiempo que
estaba por venir. De la misma manera nos aplicábamos al pegamento
“Imedio” que algunos críos portaban en la cartera, hasta el
punto de pedirle al compañero que nos pasara el tubo, para echarle
una olfatadita, como el que te pasa la bolsa de pipas.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Estaban también los ambientadores
indirectos, que sin tener tal cometido, dejaban su fragancia en los
hogares aldeanos. Entre ellos, los melones, las <span style="color: black;">zamboas</span>,
y sobre todo las manzanas, que perfumaban los hogares colocadas sobre
trapos en el suelo, y me cuentan, <i>“que</i> <i>otrah vecih”</i>
(tiempo atrás) se quemaba azúcar en las casas a modo de
ambientador.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Los objetos de cuero, que en nuestros
pueblos se llamaba “material” (y los de menor calidad,
“badana”)... dejaban un olor <span style="color: black;">tosco</span> y
de <span style="color: black;">pura humanidad</span>, como también la ropa
de pana de los hombres, o los sombreros de paja, curtidos de
sudor..., <span style="color: black;">o los abrigos de los abuelos en las
perchas, que los niños más pequeños olíamos, incluso escondidos
detrás de ellos, metiendo sin éxito la mano en el bolsillo de la
prenda, esperando encontrar algún despistado caramelo, aunque a
veces tan sólo encontrábamos el papel del mismo, un tanto
“engarrabuñáu”, y nos conformábamos con el olor goloso que
desprendía.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Olores inolvidables fueron también los
olores de los hornos en las tahonas, con el pan de hogaza recién
hecho, el olor de las perrunillas recién sacadas, las tortas de la
matanza, los pimientos asados, y los dulces en general salidos de
aquellos hornos comunitarios, con sus redes sociales tan bellas y
cercanas, siempre conectadas a los cinco sentidos.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
La albahaca cumplía dos cometidos:
como ambientador y como repelente de moscas y mosquitos, aunque
algunas personas mayores aún guardan mal recuerdo de este olor,
asociado a las grandes mortandades infantiles de posguerra. Nos
relatan que llevaban a los niños con la cara descubierta, rodeados
de albahaca, de forma que la albahaca cubría al difunto y tan sólo
quedaba a la vista la cara de éste, y tímidamente, entre las hojas,
las manecillas cruzadas. La albahaca marchaba por las calles dejando
un <span style="color: black;">insospechado</span> aroma de tristeza.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Y así, todo lo entonces vivido nos fue
dejando una larga retahíla de memorias asociadas, y emociones que
aún saltan como un resorte ante el solo <span style="color: black;">recuerdo</span><span style="color: red;">
</span>de aquellos pequeños duendes que fueron los olores, que aún
se cuelan por las rendijas del pasado hasta llegar fugazmente a
nuestras vidas. Ahora, desde las barandas del presente, los vemos
alejarse aguas abajo, como indefensos náufragos, ignorantes de que
un día nos pertenecieron.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Nos han canjeado los olores gratuitos,
naturales, legítimos... por carísimos perfumes con sofisticados
anuncios publicitarios donde el modelo, o la modelo (de movimientos
biónicos), ponen gesto desganado y hablan con voz de asco,
evidenciando así el hastío de un lujo de compraventa que nunca tuvo
alma, y dejándonos subliminalmente el mensaje <span style="color: black;">de
que el olfato más apreciado de este tiempo, es el de los negocios.</span></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
Los olores que me faltan, colocadlos
minuciosamente, por orden, con cada sensación que os evoquen, con
cada recuerdo al que vayan aparejados. Seguramente están ahí,
dormidos, acurrucados, <span style="color: black;">esperando pacientes para</span>
llevaros de la mano hacia las moradas<span style="color: red;"> </span><span style="color: black;">de
un reino aún no burlado, </span>donde un día habitaron vuestros
sueños, donde, seguramente, no anduvo muy lejos vuestra felicidad.</div>
<div style="margin-bottom: 0cm; text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
JORGE SÁNCHEZ MOHEDAS</div>
<br />
<div style="margin-bottom: 0cm;">
jsmpombal@gmail.com</div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div style="margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
Jorgehttp://www.blogger.com/profile/02700775150972619543noreply@blogger.com