De pronto se hacía el silencio en
cualquier esquina, en cualquier plazuela o espacio abierto,
previamente designado al efecto, y sonaba un largo toque de corneta.
Los niños éramos invitados a guardar silencio: "Callálsuh
yaaa, me cagüen tooo laaa..." Acto seguido el alguacil
iniciaba el pregón con un gesto circunspecto y severo: " ¡¡De
orden del señor alcalde, se hace saber...!!" Los presentes
mostraban una expresión entre asombro y mueca de dolor, paralizados,
como estatuas de sal, sudor y mugre, con rostros curtidos de grietas
y negruras solares; hasta los perros callejeros detenían su camino
con mirada perruna y triste (propia de los perros de aquel tiempo),
correspondiendo a la solemnidad que rodeaba al pregón, que casi
siempre era el anuncio de juntas, reuniones y cosas por el estilo,
que tanto nos aburrían a los chavales.
Al acabar el pregón, siempre había un
despistado que pasaba por allí, sin haberse enterado de nada: “¿De
qué ha siu el bandu...?”; y no faltaba tampoco el que
contestaba sin estar enterado del todo: “No sé..., creu
queeeeee de alguna juntaaa... o alguna hohtia de ésah... me paeci
habel oíu." Por último, aparecía un tercero, con voz grave
y firme, que disolvía toda duda: "Junta a lah dieh de la
nochi, pa' la corchera, en la cámara agraria..."
El pregonero recitaba tanto de memoria
como leyendo un papel municipal cogido con ambas manos, con la
corneta colgando del brazo por un cordón, en una estampa harto
representativa de aquellas calles espartanas de nuestros días.
Pregoneros éramos todos en mayor o
menor medida, vociferando noticias a los cuatro vientos, por aquí o
por allá, pero los pregoneros oficiales eran los alguaciles; ellos
gozaban de un grado de atención superior, que nadie osaba usurpar.
Eran los divulgadores de la noticia fresca y vecinal..., las cuerdas
vocales al servicio del aviso cercano..., las gacetillas callejeras
de parra, cal y cantería... Los alguaciles respondían a todas las
tipologías humanas, por tanto, podíamos encontrar alguaciles
regordetes, “rejertes”, estirados y extrovertidos, de la misma manera que alguaciles de carácter más reservado, con
chepa, flacos, fumadores compulsivos, con cierto toque leptosomático,
que dejaban escapar una tosecilla nerviosa justo antes de pregonar.
El pregonero se cruzaba por las calles
empedradas con el cartero, mensajero también de las cosas
cotidianas, y ambos, a su vez, se cruzaban con algún alcahuete de
reconocido prestigio, mensajero igualmente de la cotidianidad. Entre
los tres departían en cualquier esquina, nerviosos, gesticulando al
sol y al viento, y las noticias corrían sin freno, como broncos
arroyos de antiguas primaveras rurales.
Los primeros alguaciles lucieron la
clásica boina negra de paño, y después se nos fueron presentando
con gorra de plato, que en algunos casos les daba un aire seco y
marcial, ligeramente autoritario... De esta forma, los niños más
pequeños, al ver a aquellos hombres con sus gorras de plato, gritando
por las calles con tono sentencioso, teníamos la impresión de que
los alguaciles eran los hombres que mandaban en los pueblos. Así lo
pensé yo durante algún tiempo, y costó mucho quitarme la idea de
la cabeza.
La corneta (que viene de cuerno) era
siempre la misma: una especie de cuerno de vaca, metálico, entre
color cobre y dorado, abollada por el tiempo y "loh
cahcarinachih" recibidos..., con un pequeño cordón de extremo a
extremo, tal vez de color granate. El toque de cuernos, cornetas y
demás instrumentos de aire al servicio de avisos y reclamos de los
parroquianos, lo podemos ver a lo largo de la historia y la
geografía, en numerosas civilizaciones, aunque seguramente a
nosotros (de raíz judeocristiana) nos viniese de la antigua cultura
hebrea. El cuerno estaba muy presente en la vida campesina, y en el
inconsciente de aquella gente, puede que simbolizase los proyectos
truncados, ilusiones arrasadas..., sueños evaporados..., y todo
aquello que, en fin, se iba literalmente al “cuerno”, que no eran
pocas cosas.
Los vendedores pregonaban por las
calles sus mercancías, y las mujeres abrían ligeramente las
cortinas, a la espera de alguna ganga. “¡¡Hay peeeeceeeessss!!",
se escuchaba por las calles. Con relativa frecuencia los niños
gastábamos bromas anunciando mercancías inexistentes a grito
pelado, escondiéndonos detrás de alguna parra, o agazapados detrás
de un poyo de cantería, esperando a la mujer de turno asomada a la
puerta con cara de sorpresa, y nosotros allí, partiéndonos de
risa... "¡¡A loh bueeeenuh meloooonih...!!",
gritábamos por última vez, antes de salir corriendo, con dolor de
barriga después de largo tiempo de risas contenidas. Nuestra maldad
no pasaba más allá de pequeñas cosas como esas.
Algo que me sorprendió desde niño, es
el hecho de apreciar que, en todo lo tocante a temas oficiales,
aquella gente de los pueblos, que habitualmente hablaba un extremeño
cerrado, de repente pasaba a un castellano impostado, más propio del
mismísimo Valladolid. Así, en aquellos pregones rurales, lo propio hubiera sido escuchar: “Con permisu del señol alcaldi, se jaci sabel...”
En esto, como en otras cosas, asomaba el fantasma del complejo de
inferioridad, que nos precipitaba al subsuelo del terrón extremeño.
El habla local, estaba claro, no nos servía para las cosas serías;
quedaba relegada a las cosas ordinarias, la vida a pie de obra y
los improperios a pie de corral.
Los niños, por supuesto, nos subíamos
en los poyos con un canuto de papel a modo de corneta (también llamada turuta), o incluso con
algún cuerno de cabra, o vaca, encontrado en el corral (o a veces tirado por la calle), y simulábamos los pregones municipales con
total formalidad, sin perder la compostura, acompañados de un
inexplicable silencio como respuesta por parte de la chiquillería
que, curiosamente, adoptaba el mismo gesto facial que los adultos,
escuchando, en este caso, la frívola improvisación, que llevábamos
sin miramientos a nuestro terreno infantil, con golosinas y demás
temas de nuestra aceptación: "Con permiso del señor alcalde,
se hace saber, que en casa de tía Isidora se venden confites a perra
gorda el kilo"; exactamente en el mismo castellano "fisno"
que procedía usar en estos casos, faltaría más... También
ejercíamos de alocados pregoneros berreando por calles y espacios
abiertos de tierra, donde jugaban las multitudes infantiles, avisando
al resto de rapaces de cualquier acontecimiento, en ocasiones
inventado: "¡¡Hay un perru rabiosu pa' la cercaaaaa!!";
el problema radicaba en la dificultad para escuchar el mensaje, con
la mezcla de voces que se atropellaban entre sí, en un histérico
griterío que retumbaba por los rojizos atardeceres extremeños.
Recuerdo especialmente el clásico
pregón de sardinas (pescado que odié desde niño). Era un pregón
que me dejaba la moral por los suelos, pues era sabedor de que esa
tarde-noche el pueblo cobraba un empalagoso olor a sardinas, que
hasta las trancas de las puertas, una vez las tocabas, te dejaban
impregnado el efluvio sardinero en las manos... Los gatos, esa noche,
como ya comenté por aquí en alguna ocasión, tenían un estrés
fuera de lo normal.
Desde el principio de los tiempos hubo
pregoneros, cornetas y trompetas anunciando cosas. En las tribus de
medio mundo usaban (y usan) distintos instrumentos de aire para
llamar a sus miembros..., los porqueros antiguos tocaban cuernos para
reclamo de los gorrinos..., los militares se levantaban bruscamente
al toque de corneta..., y hasta el Apocalipsis nos presenta el final
de los tiempos con presencia de trompetas tocadas por ángeles,
abriéndose paso entre las nubes del cielo... Nada más fiable que
oír directamente al pregonero, pues las cosas que se oyen de primera
mano, tienen un plus de credibilidad.
Los pregoneros perdieron su privilegio
de mensajeros de la actualidad. Ahora puede ser pregonero cualquiera:
son pregoneros los cantantes y famosos que, desde el balcón de un
ayuntamiento, sueltan un pequeño discurso aprendido, a cambio de un
pingüe beneficio económico... Pregoneros son los guías turísticos
que, rodeados de guiris japoneses, cuentan por un megáfono las
excelencias culturales de tal o cual ciudad... Pregonero es todo el
mundo, cierto es, pero aquellos pregoneros de nuestra infancia tenían
un punto de piedra y polvo callejero, de sainete negro rural, que se
hundía en lo más arcano de la Extremadura profunda, dejándonos un
recuerdo melancólico de aquellas estampas agrestes, pero hermosas,
que ahora pasan fugaces por nuestra perezosa memoria.
Desde la implantación de la megafonía
en los ayuntamientos, los pregones, al igual que ocurrió siempre con
las campanas del reloj, se empezaron a escuchar desde el campo y
lugares lejanos. Los modernos pregones, sí, hace años que se oyen
desde lejos, con un timbre metálico y frío, pero a pesar de todo
siguen teniendo su aquel. En el caso más cercano que conozco, aún
se toca por el micro la antigua corneta abollada, que aumenta
decibelios desde su nueva condición de corneta de oficina. Al oír
su toque, en las calles del pueblo se detiene momentáneamente el
tiempo, y la gente parece quedar petrificada: el uno, con el cigarro
a la puerta del bar, el otro, doblando la esquina con las recetas del
médico, la otra, sacudiendo la alfombra a la puerta, el otro, con la
barra de pan bajo el sobaco...
“Se hace saber”, que en estos
tiempos preñados de noticias por doquier, vivimos sobreinformados,
que es la manera más eficaz de no informar... Se echa de menos la
noticia directa, de persona a persona, de mirada a mirada...; aquella
noticia que rozaba la piel, y que ahora se nos torna huera y
abigarrada, con los disfraces oportunos y los brindis al sol que
tiene siempre la mentira..., con gran ruido de muchedumbre que nos
impide escuchar al pregonero... Una voz, políticamente incorrecta,
hace muchos años, nos profetizó aquello de: “Un día conoceréis
la verdad, y la verdad os hará libres"; y ahí andamos
esperando a saberla. Mientras tanto, hemos ido conociendo increíbles
avances de ciencia, física cuántica, microchips, nanotecnología del mismísimo demonio..., no sé..., la velocidad de la luz, la del
sonido, la plomiza oveja Dolly..., y hasta el puñetero "bosón
de Higgs"..., pero no la verdad, mira tú.
Así, como todas las cosas, se nos
fueron los antiguos pregoneros, que andarán de voceros en las ágoras
celestiales, por esos planos livianos y desconocidos de las alturas.
Quizá no sea difícil encontrarlos al mirar hacia arriba,
confundidos entre las nubes, con sus boinas hechas de cúmulos y sus
cornetas de cirros, pregonando cosas sencillas y verdaderas, de las
que, a buen seguro, ya serán conocedores.
JORGE SÁNCHEZ MOHEDAS
jsmpombal@gmail.com