martes, 29 de octubre de 2013

A la lumbre


Nos sentábamos allí, en una estampa tribal de pueblo, alrededor de una lumbre tímida, con un abuelo enyesado en tieso traje de pana, una abuela enlutada en un luto perenne, trébedes cojeando, algún gato “gagiento” y un puchero estañado, para cerrar la imagen. Aquella lumbre, aunque pobre, nos abrasaba mofletes y canillas, al tiempo que un aire inmisericorde nos fusilaba por la espalda a través de una “tallera”, o de una puerta del sereno mal cerrada: “¡¡Cerral esa puertaaa, mee cagueeen en… que entra un airi que afeita!!” Nos afeitaba el aire y nos afeitaba todo…, todo menos aquellas hojillas de afeitar Palmera, raídas de cien usos, que desollaban las caras de los hombres “chiquinos”, sufridos y “rejertes”, legítimos herederos de los venteros de barba espesa que podíamos ver en los dibujos y grabados del Quijote.

Cuántas veces quedábamos en silencio, extasiados, hipnotizados, frente a la llama de la lumbre, dejando al torpe y limitado intelecto en manos de la magia del fuego, que es fuente de calor y vida. En medio de aquel sabio silencio, trascendían los pensamientos mucho más allá de la menesterosa realidad social y cultural que nos tocaba vivir.

En ocasiones nos sorprendía la lluvia y la tormenta, y, claro está, se iba la luz…, una luz trémula, de bombilla de cuarenta vatios, que aprovechaba cualquier desliz para dejarnos. Al momento se escuchaban los truenos y aparecía, por entre las tinieblas, sigilosa, como una aparición espectral, una abuela con el candil de aceite, rezando aquella antigua oración de protección contra los truenos:

Santa Bárbara bendita,
En el cielo estás escrita,
Con papel y agua bendita.
En el ara de la cruz,
Pater noster amén Jesús.

Recuerdo, de muy niño, sentado ante aquel fuego, mirar hacia atrás y ver nuestras sombras proyectadas en la pared trasera, como enormes gigantes en movimiento, que amenazaban el sueño infantil, en aquel tiempo en que el susto estaba siempre impreso en el guión. Allí entendí aquello de tener miedo hasta de tu propia sombra.

La chimenea recibía el nombre de “chupón”, que a veces no chupaba, y se formaba una abundante humareda, en extremeño llamada “zorrera”: “¡¡Abril toah lah puertah, que menúa zorrera se ha formau, meee cagueeen toaaa laaaa…!!” Y en efecto, la zorrera obligaba a abrir todas las puertas, por las cuales, de paso, se iba el poco calor que nos quedaba, como un lujo imposible de retener, como un injusto y obligado diezmo a los cuatro vientos, que hace siempre, a los pobres, entregar lo poco que les queda. Así parece haber sido desde la noche de los tiempos.

Quizá no estábamos tan lejos (ni lo estamos ahora) de aquel Homo Erectus que descubrió el fuego, y al que apenas permitieron evolucionar, hasta nuestros días, mucho más allá de lo puramente tecnológico, sustituyendo el resplandor del fuego en la cara por el reflejo de una pantalla de móvil, ordenador o tv, en una clara e involutiva conversión hacia nuestra actual y ovina condición de Homo Estupidensis.

En la noche de San Juan, se hacía en las calles una gran hoguera llamada "Sarna". Saltábamos a la Sarna para purificarnos, de no se sabe qué, de no se sabe quién, pero saltábamos alegres en uno de los pocos ratos de distensión que podíamos vivir, en medio de tanta escasez de recursos y, sobre todo, de espíritu. Una vez más, la lumbre, en este caso grande y generosa, nos daba ese hálito necesario de vida. ¡¡Sarna aquí, sarna allí, sarna en casa de tío Fermín!!

A la lumbre descubrimos el calor necesario, el calor más humano, el calor de la gente; ese calor que, al fin, nos usurparon falsos dioses mundanos, apartándonos pronto de lo más verdadero, y vendiéndonos siempre una alquimia invertida, que nos cambia nuestro oro por un plomo de nada, pero claro, eso sí, muy bien publicitado. Desde aquí clamo y pido por las cosas cercanas, esas que no nos cuestan, ni nos dan frustración a cambio de dinero. Y así vamos pagando a precio de diamante la escoria más vulgar. Valga el sabio refrán que viene tan al pelo a estas lumbres por aquí retratadas, y que a la letra dice: “El que va a por leña verde, cuanto más anda, más pierde”.


JORGE SÁNCHEZ MOHEDAS
jsmpombal@gmail.com