miércoles, 19 de octubre de 2016

Se hace saber


De pronto se hacía el silencio en cualquier esquina, en cualquier plazuela o espacio abierto, previamente designado al efecto, y sonaba un largo toque de corneta. Los niños éramos invitados a guardar silencio: "Callálsuh yaaa, me cagüen tooo laaa..." Acto seguido el alguacil iniciaba el pregón con un gesto circunspecto y severo: " ¡¡De orden del señor alcalde, se hace saber...!!" Los presentes mostraban una expresión entre asombro y mueca de dolor, paralizados, como estatuas de sal, sudor y mugre, con rostros curtidos de grietas y negruras solares; hasta los perros callejeros detenían su camino con mirada perruna y triste (propia de los perros de aquel tiempo), correspondiendo a la solemnidad que rodeaba al pregón, que casi siempre era el anuncio de juntas, reuniones y cosas por el estilo, que tanto nos aburrían a los chavales.

Al acabar el pregón, siempre había un despistado que pasaba por allí, sin haberse enterado de nada: “¿De qué ha siu el bandu...?”; y no faltaba tampoco el que contestaba sin estar enterado del todo: “No sé..., creu queeeeee de alguna juntaaa... o alguna hohtia de ésah... me paeci habel oíu." Por último, aparecía un tercero, con voz grave y firme, que disolvía toda duda: "Junta a lah dieh de la nochi, pa' la corchera, en la cámara agraria..."

El pregonero recitaba tanto de memoria como leyendo un papel municipal cogido con ambas manos, con la corneta colgando del brazo por un cordón, en una estampa harto representativa de aquellas calles espartanas de nuestros días.

Pregoneros éramos todos en mayor o menor medida, vociferando noticias a los cuatro vientos, por aquí o por allá, pero los pregoneros oficiales eran los alguaciles; ellos gozaban de un grado de atención superior, que nadie osaba usurpar. Eran los divulgadores de la noticia fresca y vecinal..., las cuerdas vocales al servicio del aviso cercano..., las gacetillas callejeras de parra, cal y cantería... Los alguaciles respondían a todas las tipologías humanas, por tanto, podíamos encontrar alguaciles regordetes, “rejertes”, estirados y extrovertidos, de la misma manera que alguaciles de carácter más reservado, con chepa, flacos, fumadores compulsivos, con cierto toque leptosomático, que dejaban escapar una tosecilla nerviosa justo antes de pregonar.

El pregonero se cruzaba por las calles empedradas con el cartero, mensajero también de las cosas cotidianas, y ambos, a su vez, se cruzaban con algún alcahuete de reconocido prestigio, mensajero igualmente de la cotidianidad. Entre los tres departían en cualquier esquina, nerviosos, gesticulando al sol y al viento, y las noticias corrían sin freno, como broncos arroyos de antiguas primaveras rurales.

Los primeros alguaciles lucieron la clásica boina negra de paño, y después se nos fueron presentando con gorra de plato, que en algunos casos les daba un aire seco y marcial, ligeramente autoritario... De esta forma, los niños más pequeños, al ver a aquellos hombres con sus gorras de plato, gritando por las calles con tono sentencioso, teníamos la impresión de que los alguaciles eran los hombres que mandaban en los pueblos. Así lo pensé yo durante algún tiempo, y costó mucho quitarme la idea de la cabeza.

La corneta (que viene de cuerno) era siempre la misma: una especie de cuerno de vaca, metálico, entre color cobre y dorado, abollada por el tiempo y "loh cahcarinachih" recibidos..., con un pequeño cordón de extremo a extremo, tal vez de color granate. El toque de cuernos, cornetas y demás instrumentos de aire al servicio de avisos y reclamos de los parroquianos, lo podemos ver a lo largo de la historia y la geografía, en numerosas civilizaciones, aunque seguramente a nosotros (de raíz judeocristiana) nos viniese de la antigua cultura hebrea. El cuerno estaba muy presente en la vida campesina, y en el inconsciente de aquella gente, puede que simbolizase los proyectos truncados, ilusiones arrasadas..., sueños evaporados..., y todo aquello que, en fin, se iba literalmente al “cuerno”, que no eran pocas cosas.

Los vendedores pregonaban por las calles sus mercancías, y las mujeres abrían ligeramente las cortinas, a la espera de alguna ganga. “¡¡Hay peeeeceeeessss!!", se escuchaba por las calles. Con relativa frecuencia los niños gastábamos bromas anunciando mercancías inexistentes a grito pelado, escondiéndonos detrás de alguna parra, o agazapados detrás de un poyo de cantería, esperando a la mujer de turno asomada a la puerta con cara de sorpresa, y nosotros allí, partiéndonos de risa... "¡¡A loh bueeeenuh meloooonih...!!", gritábamos por última vez, antes de salir corriendo, con dolor de barriga después de largo tiempo de risas contenidas. Nuestra maldad no pasaba más allá de pequeñas cosas como esas.

Algo que me sorprendió desde niño, es el hecho de apreciar que, en todo lo tocante a temas oficiales, aquella gente de los pueblos, que habitualmente hablaba un extremeño cerrado, de repente pasaba a un castellano impostado, más propio del mismísimo Valladolid. Así, en aquellos pregones rurales, lo propio hubiera sido escuchar: “Con permisu del señol alcaldi, se jaci sabel...” En esto, como en otras cosas, asomaba el fantasma del complejo de inferioridad, que nos precipitaba al subsuelo del terrón extremeño. El habla local, estaba claro, no nos servía para las cosas serías; quedaba relegada a las cosas ordinarias, la vida a pie de obra y los improperios a pie de corral.

Los niños, por supuesto, nos subíamos en los poyos con un canuto de papel a modo de corneta (también llamada turuta), o incluso con algún cuerno de cabra, o vaca, encontrado en el corral (o a veces tirado por la calle), y simulábamos los pregones municipales con total formalidad, sin perder la compostura, acompañados de un inexplicable silencio como respuesta por parte de la chiquillería que, curiosamente, adoptaba el mismo gesto facial que los adultos, escuchando, en este caso, la frívola improvisación, que llevábamos sin miramientos a nuestro terreno infantil, con golosinas y demás temas de nuestra aceptación: "Con permiso del señor alcalde, se hace saber, que en casa de tía Isidora se venden confites a perra gorda el kilo"; exactamente en el mismo castellano "fisno" que procedía usar en estos casos, faltaría más... También ejercíamos de alocados pregoneros berreando por calles y espacios abiertos de tierra, donde jugaban las multitudes infantiles, avisando al resto de rapaces de cualquier acontecimiento, en ocasiones inventado: "¡¡Hay un perru rabiosu pa' la cercaaaaa!!"; el problema radicaba en la dificultad para escuchar el mensaje, con la mezcla de voces que se atropellaban entre sí, en un histérico griterío que retumbaba por los rojizos atardeceres extremeños.

Recuerdo especialmente el clásico pregón de sardinas (pescado que odié desde niño). Era un pregón que me dejaba la moral por los suelos, pues era sabedor de que esa tarde-noche el pueblo cobraba un empalagoso olor a sardinas, que hasta las trancas de las puertas, una vez las tocabas, te dejaban impregnado el efluvio sardinero en las manos... Los gatos, esa noche, como ya comenté por aquí en alguna ocasión, tenían un estrés fuera de lo normal.

Desde el principio de los tiempos hubo pregoneros, cornetas y trompetas anunciando cosas. En las tribus de medio mundo usaban (y usan) distintos instrumentos de aire para llamar a sus miembros..., los porqueros antiguos tocaban cuernos para reclamo de los gorrinos..., los militares se levantaban bruscamente al toque de corneta..., y hasta el Apocalipsis nos presenta el final de los tiempos con presencia de trompetas tocadas por ángeles, abriéndose paso entre las nubes del cielo... Nada más fiable que oír directamente al pregonero, pues las cosas que se oyen de primera mano, tienen un plus de credibilidad.

Los pregoneros perdieron su privilegio de mensajeros de la actualidad. Ahora puede ser pregonero cualquiera: son pregoneros los cantantes y famosos que, desde el balcón de un ayuntamiento, sueltan un pequeño discurso aprendido, a cambio de un pingüe beneficio económico... Pregoneros son los guías turísticos que, rodeados de guiris japoneses, cuentan por un megáfono las excelencias culturales de tal o cual ciudad... Pregonero es todo el mundo, cierto es, pero aquellos pregoneros de nuestra infancia tenían un punto de piedra y polvo callejero, de sainete negro rural, que se hundía en lo más arcano de la Extremadura profunda, dejándonos un recuerdo melancólico de aquellas estampas agrestes, pero hermosas, que ahora pasan fugaces por nuestra perezosa memoria.

Desde la implantación de la megafonía en los ayuntamientos, los pregones, al igual que ocurrió siempre con las campanas del reloj, se empezaron a escuchar desde el campo y lugares lejanos. Los modernos pregones, sí, hace años que se oyen desde lejos, con un timbre metálico y frío, pero a pesar de todo siguen teniendo su aquel. En el caso más cercano que conozco, aún se toca por el micro la antigua corneta abollada, que aumenta decibelios desde su nueva condición de corneta de oficina. Al oír su toque, en las calles del pueblo se detiene momentáneamente el tiempo, y la gente parece quedar petrificada: el uno, con el cigarro a la puerta del bar, el otro, doblando la esquina con las recetas del médico, la otra, sacudiendo la alfombra a la puerta, el otro, con la barra de pan bajo el sobaco...

“Se hace saber”, que en estos tiempos preñados de noticias por doquier, vivimos sobreinformados, que es la manera más eficaz de no informar... Se echa de menos la noticia directa, de persona a persona, de mirada a mirada...; aquella noticia que rozaba la piel, y que ahora se nos torna huera y abigarrada, con los disfraces oportunos y los brindis al sol que tiene siempre la mentira..., con gran ruido de muchedumbre que nos impide escuchar al pregonero... Una voz, políticamente incorrecta, hace muchos años, nos profetizó aquello de: “Un día conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres"; y ahí andamos esperando a saberla. Mientras tanto, hemos ido conociendo increíbles avances de ciencia, física cuántica, microchips, nanotecnología del mismísimo demonio..., no sé..., la velocidad de la luz, la del sonido, la plomiza oveja Dolly..., y hasta el puñetero "bosón de Higgs"..., pero no la verdad, mira tú.

Así, como todas las cosas, se nos fueron los antiguos pregoneros, que andarán de voceros en las ágoras celestiales, por esos planos livianos y desconocidos de las alturas. Quizá no sea difícil encontrarlos al mirar hacia arriba, confundidos entre las nubes, con sus boinas hechas de cúmulos y sus cornetas de cirros, pregonando cosas sencillas y verdaderas, de las que, a buen seguro, ya serán conocedores.


JORGE SÁNCHEZ MOHEDAS
jsmpombal@gmail.com